Angustias de los moribundos que descuidaron su salvación - La Fe Cristiana

Angustias de los moribundos que descuidaron su salvación



"Para sorprender a Jesucristo los fariseos en su conversación, y acusarle después, enviaron a preguntarle un día, si era lícito pagar el tributo al César. Mas el Señor les dijo: Respondedme: ¿de quién es esta imagen que hay grabada en la moneda? Del César, respondieron los enviados. Pues dad al César, lo que es del César, replicó Jesucristo, y a Dios lo que es de Dios: Reddite ergo quae sunt Caesaris Caesari, et quae sunt Dei, Deo. Con estas palabras quiso enseñarnos, que debemos dar a los hombres lo que les es debido; y que quería para sí todo el amor de nuestro corazón, puesto que para esto nos crió, y por esta misma causa nos impuso el precepto de amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a nosotros mismos: Diliges Dominum Deum tuum ex toto con de tuo. ¡Infeliz de aquel que vea a la hora de la muerte, que ha amado a las criaturas y sus gustos, y ha descuidado amar a Dios! Porque en medio de las angustias que entonces le cercarán, buscará paz, y no la hallará: Angustia superveniente, requirent pacem, et non erit. (Ezech. 7, 25.) ¿Y cuales serán estas angustias que le han de cercar y atormentar? Escuchadlas: Entonces dirá el infeliz moribundo:

Podía haberme hecho santo, y no lo hice. Punto 1o.
¡Si tuviese ahora tiempo de enmendar mi error! Punto 2o.
Pero este ya no es tiempo de remediarle. Punto 3o.

PUNTO 1o.
Podía haberme hecho santo, y no lo hice.

1. Como los Santos en toda su vida no pensaron en otra cosa que en dar gusto a Dios y hacerse santos, esperan con gran confianza la muerte, que los libra de las miserias y de los peligros de la vida presente, y los une perfectamente con Dios. Pero el que no piensa sino en satisfacer sus propios apetitos, y en vivir cómodamente, sin encomendarse a Dios, y sin pensar en la cuenta que debe darle un día, ¿ como ha de poder esperar la muerte con tranquilidad ? ¡Que dignos de compasión son los pecadores! Ellos lanzan de sí la idea de la muerte cuando la tienen cerca, y solamente piensan en vivir alegremente como si nunca hubiesen de morir; pero no tienen presente que a cada uno ha de llegar su fin: Finis venit, venit finis. (Ezech. 7, 2.) Y cuando este llegue, cada cual cogerá aquello que sembró, como dice S. Pablo: Quae enim seminaverit homo, hac et metet. (Gal. 6, 8.) El que haya sembrado obras santas, cogerá premios y vida eterna; y el que haya sembrado obras malas, cogerá castigos y eterna muerte.

2. La primera cosa que se representará al moribundo, cuando se le anuncie la llegada de la muerte, será la escena de la vida pasada; y entonces verá las cosas de una manera muy distinta de aquella en que las veía cuando gozaba de buena salud. Aquellas venganzas que le parecían lícitas; aquellos escándalos de que hacia poco caso; aquella libertad de hablar de cosas deshonestas o contra la fama del prójimo; aquellos placeres que tenia por inocentes; aquellas injusticias que creía eran permitidas, se le manifestarán entonces pecados y ofensas graves contra Dios, como lo eran realmente. Los hombres ciegos que quieren ser tales mientras viven, porque cierran los ojos a la luz, han de ver a pesar suyo a la hora de la muerte todo el mal que han hecho: Tunc aperientur oculi caecorum. (Isa. 55,5.) A la luz de la muerte verá el pecador y se irritará, como dice el real Profeta: Peccator videbit et irascetur. (Psal. 111, 10.) Verá todos los desórdenes de su vida pasada; los sacramentos que despreció; las confesiones que hizo sin dolor y sin propósito de la enmienda; los contratos hechos contra el grito de la conciencia; las injusticias causadas al prójimo en sus bienes, o en su reputación ; las bufonadas deshonestas; los odios inveterados; y los pensamientos de venganza. Verá los ejemplos que pudo imitar, dados por las personas temerosas de Dios, y de los cuales se burló, dándoles el nombre de hipocresía o de necedad cuando versaban sobre ejercicios de religión y de piedad. Verá las inspiraciones de Dios, por medio de los doctores y maestros espirituales; y tantas resoluciones y promesas que hizo y dejó de cumplir.

3. Verá especialmente las malas máximas que siguió durante su vida; por ejemplo, es necesario conservar el honor sin cuidar del honor de Dios: es preciso gozar cuando se presente la ocasión; sin reparar en que quizá estos goces eran otras tantas ofensas contra el Criador. ¿Que papel hace en el mundo el pobre que no tiene dinero? Como si fuera mejor amontonar oro y perder su alma. ¿Qué hemos de hacer? puesto que en el mundo es menester que nos dejemos ver en él, como la sociedad exige. De esta manera hablan los hombres mundanos mientras disfrutan buena salud; pero mudan de lenguaje a la hora de la muerte, y reconocen la verdad y aquella máxima de Jesucristo que dice: Quid prodest homini, si mundum universum lucretur, anima; vero sum detrimentum patiatur? ¿De qué aprovecha al hombre reunir todas las riquezas del mundo, si pierde su alma? (Matth. 16, 28.) En aquella hora fatal dirá el enfermo: ¡Desgraciado de mí, que tuve tanto tiempo para arreglar los negocios de mi conciencia, y me encuentro al fin de mi vida sin haberlos arreglado! ¿Que trabajo me hubiese costado dejar aquella mala inclinación, haberme confesado cada semana, y haberme evitado las ocasiones de pecar? Y aun cuando esto me hubiese costado alguna incomodidad, ¿no debía yo haberla sufrido para salvar mi alma? Pero, ¡gran Dios! los pensamientos de tales moribundos que tienen turbada el alma, son muy semejantes a los de los réprobos, que tienen en el infierno el dolor inútil de haber pecado porque la culpa fue la causa de su perdición.

4. Entonces no consuelan las diversiones pasadas, ni la pompa que ya no existe, ni las venganzas que ejecutó contra sus rivales. Todas estas cosas se convertirán a la hora de la muerte en espadas que le traspasarán el corazón, como dice David; Virum injustum mala capient in interitu. (Psal. 139, 12.) Mientras se goza salud, desean los amantes del mundo banquetes, bailes, juegos y diversiones: pero a la hora de la muerte, todas estas alegrías se convertirán en llanto y tristeza, como dice Santiago: Risus vester in luctum convertetur, et gaudium in maerorem. (Jac. 4, 9.)Y vemos que sucede esto muy a menudo. Enferma gravemente aquel joven brillante que mantenía la conversación con sus agudezas, chistes y obscenidades. Sus amigos van a visitarle, y le encuentran enteramente triste y afligido. Ya no se chancea, ni se ríe, ni habla; y si pronuncia algunas palabras, solo manifiesta en ellas terror y desesperación. Entonces sus amigos le dicen ¿Qué es lo que decís? ¿qué tristeza se ha apoderado de vuestra alma? Es preciso estar tranquilo, porque esta indisposición no vale nada. ¿Y como ha de estar tranquilo el infeliz enfermo, cuya conciencia está llena de pecados y de remordimientos, y que ve llegar el momento en que ha de dar cuenta a Dios de toda su vida pasada, cuando tiene tantos motivos de temer una sentencia de reprobación? Entonces dirá: ¡Cuan necio he sido! ¡Si yo hubiese amado a Dios, no me hallaría al presente cercado de tantas angustias. Si yo tuviese tiempo de remediar mis desórdenes pasados, como lo haría al presente! Pero pasemos al segundo punto.

PUNTO 2o.
¡Si tuviese ahora tiempo de enmendar mi error!

5. ¡Oh si tuviese tiempo de enmendar mi error! ¡que no haría yo ahora ! Así hablará el mundano moribundo. ¿Pero cuando pensará el desgraciado de este modo? Cuando se acaba el aceite de la lámpara de su vida y se mira a la puerta de la eternidad. Una de las mayores angustias que se experimentan entonces, es considerar el mal uso que se hizo del tiempo, cuando en vez de hacer méritos para el paraíso, solamente se hicieron para el infierno. ¡Si tuviese tiempo! Vas buscando tiempo después que perdiste tantas noches jugando, tantos años dando gusto a tus sentidos, y tantas semanas maquinando venganzas, sin pensar un instante en tu pobre alma. Ya no hay tiempo para tí, porque perdiste todo el que te se concedió: Tempus non erit amplius. (Apoc. 10, 6.) ¿No te habían avisado ya los predicadores que estuvieses preparado para la hora de la muerte, porque te sorprendería cuando menos pensases? Estad preparados, dice Dios por S. Lucas (12, 40), porque el Hijo de Dios vendrá cuando menos penséis: Estote parati, quia qua hora non putatis, filius hominis veniet. Con razón le dirá Dios entonces: Tú despreciaste mis amonestaciones y perdiste el tiempo que mi bondad te concedía para hacer méritos. Ahora ya no hay tiempo. Oye como el sacerdote que te asiste, te intima ya que salgas de este mundo: Proficiscere, anima christiana, de hoc mundo: Sal, alma cristiana, de este mundo. ¿Y a donde ha de ir? A la eternidad. La muerte no respeta ni a los pobres ni a los monarcas; y cuando llega, no espera un momento, como dice el santo Job, por estas palabras: Constituisti terminos ejus, qui praeteriri non poterunt. (Job 14, 5.)

6. ¡Que terror tendrá el moribundo al oír estas palabras, haciendo en su mente esta reflexión: Esta mañana estoy vivo; y esta tarde estaré muerto! Hoy estoy en esta casa ; y mañana estaré en la sepultura. ¿Pero mi alma en donde estará? Crecerá su espanto cuando vea preparar la candela, y oiga que el confesor dice a sus parientes, que salgan de aquel cuarto y no entren más; se aumentará más cuando el confesor le ponga el Crucifijo en las manos y le diga: Abrazaos con Jesucristo y no penséis ya en el mundo. El enfermo toma el Crucifijo y le besa; y entre tanto tiembla de pensaren las muchas injurias que le ha hecho, de las cuales quisiera ahora tener un verdadero arrepentimiento: pero ve que el que tiene, no es sincero, sino forzado por el miedo de la muerte que ve presente. Y san Agustín dice, que aquel que es abandonado por el pecado antes que él le haya dejado, no le detesta libremente, sino movido de la necesidad: Qui prius a peccato relinquitur, quam ipse relinquat, non libere, sed quasi ex neccessitate (illud) condemnat.

7. El engaño común de los hombres mundanos es parecerles grandes las cosas de la tierra mientras viven, y pequeñas del las cielo, como remotas e inciertas. Las tribulaciones les parecen insufribles; y los pecados graves, cosas despreciables. Estos miserables están como si se hallasen encerrados en una habitación llena de humo, que les impide distinguir los objetos. Mas a la hora de la muerte se desvanecen estas tinieblas, y el alma comienza a ver las cosas como son en sí. Entonces todo lo de este mundo aparece como es; a saber, vanidad, ilusión y mentira; y las cosas eternas se manifiestan con toda su grandeza. El juicio, el infierno, y la eternidad de que no hacían caso durante su vida, se dejarán ver a la hora de la muerte, como cosas las más importantes; y a medida que comiencen a manifestarse tales cuales son, crecerán los temores y el espanto del moribundo: In morte, dice S. Gregorio, tanto timor fit acrior, quanto retributio vicinior; et quanto vicinius judicium tangitur, tanto vehementius formidatur. (S. Greq. Mor. 24.) Porque cuanto más se acerca la sentencia del juez, tanto mas se teme la condenación eterna. Entonces, pues, el enfermo exclamará, sollozando: ¡Cuan desconsolado muero! ¡Infeliz de mi! Si yo hubiese sabido la muerte desgraciada que me esperaba! ¿Con qué no lo sabias? Obligación tenias de haber previsto este caso; puesto que no ignorabas, que a una mala vida no puede seguir una buena muerte, como nos dice la Escritura y repiten a menudo los predicadores; pero pasemos al punto tercero.

PUNTO 3o.
A la hora de la muerte no queda tiempo de remediar el error.

8. A la hora de la muerte ya no les queda tiempo a los moribundos para remediar los desórdenes de la vida pasada: y esto sucede por dos razones : 1a. Porque este tiempo es muy breve; pues además de que en los días en que comienza y se agrava la enfermedad, no se piensa en otra cosa que en los médicos, en los remedios y en el testamento ; los parientes, los amigos y hasta los médicos no hacen entonces otra cosa que engañar al enfermo, dándole esperanzas de que no morirá de aquella enfermedad. Por esto el enfermo alucinado por ellos, no se persuade de que la muerte está próxima. ¿Cuando pues comenzará a creer que se muere? Cuando comienza a morirse. Y esta es la 2a. razón de que aquel tiempo no es apto para mirar por el alma. Porque entonces está tan enferma ésta, como el cuerpo. Los afanes, el trastorno de la cabeza, las vanas conversaciones asaltan de tal modo al enfermo que le inhabilitan para detestar verdadera y sinceramente los pecados cometidos, buscar remedios eficaces contra los desórdenes de la mala vida pasada, y para tranquilizar su conciencia. La sola noticia de que se muere, le aterra tanto, que le trastorna enteramente.

9. Cuando uno padece un fuerte dolor de cabeza que le ha impedido el sueño dos o tres noches, no puede dictar una carta de ceremonia; ¿como ha de poder arreglar a la hora de la muerte una conciencia embrollada, con tantas ofensas cometidas contra Dios por el espacio de treinta o cuarenta años, un enfermo que no siente ni comprende, y tiene una confusión de Ideas que le espantan? Entonces se verificará lo que dice el Evangelio: Llegó la noche cuando nadie puede hacer nada: Venit nox, quando nemo potest operari. (Joan. 9,4) Entonces sentirá que le dicen interiormente: Jam enim non poteris villicare. (Luc. 16, 2.) Ya no puedes cuidar de tu alma, cuya administración te se concedió: Angustia superveniente.... conturbatio super conturbationem veniet. (Ezech. 7, 25 et 26.)

10. Solemos decir de algunos, que hicieron mala vida; pero que después hicieron una buena muerte, arrepintiéndose y detestando sus petados. Pero S. Agustín dice, que a los moribundos no los mueve el dolor de los pecados cometidos, sino el miedo de la muerte: Morientes non delicti paenitentia, sed mortis urgentis ad monitio compellit. (Serm. 36.) Y el mismo Santo dice: que el moribundo no teme al pecado, sino al fuego del infierno: Non metuit peccare, sed ardere. Y en efecto, ¿aborrecerá a la hora de la muerte aquellos mismos objetos que tanto amó hasta entonces? Quizá los amará más; porque los objetos amados, solemos amarlos más cuando tememos perderlos. El famoso maestro de S. Bruno murió dando señales de penitencia; pero después, estando en el ataúd, dijo que se había condenado. Si hasta los Santos se quejan de que tienen la cabeza tan débil a la hora de la muerte, que no pueden pensar en Dios ni hacer oración, ¿como podrá hacerla el que no la hizo en toda su vida ? Sin embargo, si los oímos hablar nos inclinamos a creer que tienen un verdadero dolor de los pecados de su vida pasada; pero es difícil que le tengan. El demonio por medio de sus ilusiones puede aparentar en ellos un verdadero dolor o deseo de tenerle, pero suele engañarnos. Hasta de un corazón empedernido pueden salir las expresiones siguientes: Yo me arrepiento; tengo dolor; siento con todo mi corazón, y otras semejantes: De medio petrarum dabunt voces. (Psal. 103, 12.) A veces se confiesan, hacen actos de contrición y reciben todos los sacramentos. Pero yo pregunto, si se han salvado por esto. Dios sabe como se hicieron aquellas confesiones, y como se recibieron aquellos sacramentos. Pero ha muerto muy resignado, suele decirse. ¿Y qué quiere decir que ha muerto resignado? También parece que va resignado a la muerte el reo que camina al suplicio. Pero ¿por qué? porque no puede escapar de entre los alguaciles y soldados que le conducen maniatado.

11. ¡Oh momento terrible del cual depende la eternidad! Oh momentum, a quo pendet aeternitas! Este es el que hacia temblar a los Santos a la hora de la muerte y los obligaba a exclamar: ¡Oh Dios mio! ¿en donde estaré de aquí a pocas horas? Porque como escribe S. Gregorio, hasta el alma del justo se turba a las veces con el terror del castigo: Nonnumquam, terrore vindictae etiam justi anima turbatur. (S. Greg. Mor. 24.) ¿Qué será pues de la persona que hizo poco caso de Dios, cuando vea que se prepara el suplicio en el cual debe ser sacrificado? Videbunt oculi ejus interfectionem suam, et de furore Omnipotentis bibet. (Job 21,20.) Verá con sus propios ojos la muerte de su alma, que le ha sobrevivido, y comenzará desde este momento a experimentar la cólera divina. El Viático que deberá recibir, la Extremaunción que se le administrará, el Crucifijo que le pondrán en las manos, las oraciones o recomendación del alma que recitará el sacerdote que le asiste, el cirio bendito ardiendo, serán el suplicio preparado por la justicia divina. Cuando el moribundo vea este lúgubre aparato, un sudor frio correrá por sus miembros, y no podrá ni hablar, ni moverse, ni respirar. Sentirá que se acerca más y más el momento fatal; verá su alma manchada con los pecados; el juez que le espera y el infierno que se abre bajo sus plantas. Y en medio de estas tinieblas y de esta turbación se hundirá en el abismo de la eternidad.

12. Utinam saperent, et intelligerent, ac novissima providerent. (Deut. 52, 29.) Con estas palabras, oyentes míos, nos amonesta el Espíritu Santo a prepararnos y fortificarnos contra las angustias terribles que nos esperan en aquella última hora. Arreglemos pues desde este instante la cuenta que hemos de dar a Dios; porque no podremos de otro modo arreglarla de manera que aseguremos la salud de nuestra alma. Jesús mio crucificado, no quiero esperar que llegue la hora de la muerte para abrazaros, sino que os abrazo desde ahora. Os amo más que a todas las cosas, y por lo mismo me arrepiento con todo el corazón de haberos ofendido y despreciado a vos que sois bondad infinita. Yo propongo amaros siempre, ayudado de vuestra gracia, y espero no ofenderos en adelante. Ayudadme, Dios mio, por los méritos de vuestra pasión sacrosanta, para que siempre os ame hasta disfrutar con vos en el cielo la gloria eterna."

Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, 1847 - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: "Muerte de don Alfonso XII" (El último beso) por Juan Antonio Benlliure

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