San Alfonso María de Ligorio, en este sermón nos advierte sobre el abuso de la divina misericordia y sus consecuencias. Señala al respecto lo siguiente: "1. San Agustín dice que de «dos modos engaña el demonio a los cristianos; a saber: desesperando, y esperando». Después que el hombre ha cometido muchos pecados, el enemigo le incita a desconfiar de la misericordia de Dios, haciéndole ver el rigor de la justicia divina. Pero antes de pecar, le da ánimo para que no tema el castigo que merece el pecador, haciéndole ver la divina misericordia. Por eso el Santo aconseja, que después del pecado, confiemos en la misericordia, y antes de pecar, temanos la justicia divina: Post peccatum spera misericordiam, ante peccatum pertimesce justitiam. Porque el que abusa de la misericordia de Dios para ofenderle más, no merece que el Señor sea misericordioso con él. El Abulense escribe: que quien ofende a la justicia, puede recurrir a la misericordia; más el que ofende e irrita contra sí a la misericordia, ¿a quién recurrirá?
2. Cuando tú quieres pecar, pecador que me estás oyendo, ¿quién te promete la misericordia de Dios? Seguramente no te la promete Dios, pero te la promete el demonio, para que pierdas a Dios y te condenes. Por eso dice San Juan Crisóstomo: “Guárdate de no dar oídos jamás a aquel perro que te promete la misericordia de Dios”: Cave ne unquam canem illum suscipias, qui misericordiam Dei pollicetur. (Hom. 50. ad Pop.) Si en tu vida pasada has ofendido a Dios, o pecador, espera y tiembla : si quieres dejar el pecado y lo detestas, espera, puesto que Dios promete el perdón a quien se arrepiente; pero si quieres seguir en tu mala vida, teme que el Señor no te espere más tiempo y te envié a los infiernos. ¿Con que fin espera Dios al pecador? ¿Es acaso para que siga injuriándole? No, Dios espera a los pecadores para que abandonen el pecado y pueda, de este modo, ser misericordioso con ellos, según aquellas palabras de Isaías (30, 18.): “Por esto da largas el Señor, para poder usar de misericordia con vosotros”: Propterea expectat Dominus, ut misereatur vestri. Pero cuando el Señor ve, que el pecador se vale del tiempo que le concede para llorar las culpas cometidas, para aumentarlas todavía más, echa mano del castigo y le corta los pasos, haciéndole morir en pecado, para que muriendo, deje por fin de ofenderle. Y entonces llama a juzgarle al tiempo que le había concedido para hacer penitencia. Y en efecto, podrá argüir Dios al pecador de este modo: Este tiempo en que te juzgo, te le concedí para que hicieras penitencia; pero tú seguías ofendiéndome, y por eso te he arrancado del número de los vivientes. Vocavit adversum me tempus, dice Jeremías. (Thren. 1 , 15.) Y San Gregorio, interpretando estas palabras, dice: “Que el mismo tiempo que le concedió para hacer penitencia, vino a juzgarle; esto es, a servir de fiscal y acusador contra el mismo pecador”.
3. ¡Engaño común de tantos pobres cristianos que se condenan!, digo común, porque con dificultad se halla un pecador tan desesperado que diga: “Yo me quiero condenar”. Los cristianos aun cuando pecan quieren salvarse, y dicen: “Dios es misericordioso, cometeré este pecado, y después lo confesaré”. Este es el engaño, o por mejor decir, esta es la red con la que el demonio conduce tantas almas al infierno: “Peca, que después te confesarás”. Pero escuchad lo que dice Dios: Et me dicus: Miseratio Domini magna est, multitudinis peccatorum meorum miserebitur: No digas: La misericordia de Dios es grande, y se apiadará de mis muchos pecados. (Eccl. 5,6.) Es verdad que la misericordia de Dios es grande, y aun diré más, es infinita; pero la misma justicia divina se opone a que Dios sea misericordioso con los pecadores ingratos y endurecidos que abusan de ella para ofenderle. Por eso dijo el Señor un día a Santa Brígida: “Yo soy justo y misericordioso; pero los pecadores olvidan lo primero, y solamente se acuerdan de lo segundo”. Porque Dios es también justo, como dice San Basilio, y por el hecho de serlo, está obligado, a castigar a los ingratos. El venerable Juan de Ávila decía, que el soportar al pecador que abusa de la misericordia de Dios para ofenderle, no sería misericordia, sino injusticia. La misericordia está prometida al que teme a Dios y no al que le desprecia, como cantó la Virgen María: “y cuya misericordia se derrama … sobre los que le temen” Est misericordia ejus… timentibus eum. (Lc. 1, 50.)
4. Pero Dios, dicen los hombres temerarios, ha usado conmigo tantas veces de misericordia, ¿por qué no he de esperar que la use también de aquí adelante? Voy a responder a estos tales: la usará con vosotros, si queréis mudar de vida; pero si queréis seguir ofendiéndole, dice Dios en el Deuteronomio (32,55): Mea est ultio; et ego retribuam in tempore, utlabaturpes eorum: que deberá vengarse de vosotros, haciéndoos caer en los infiernos. Y David también nos dice en el salmo 7,15: Nisi conversi fueritis, arcum suum vibrabit: que si no os convirtiereis, vibrará su arco. El Señor tiene el arco tirante, y espera que os convirtáis, y lanzará por fin contra vosotros la saeta y quedareis condenados. Algunos hay que no quieren creer que han de ir al infierno; pero cuando estos desgraciados vayan allá, ya no habrá para ellos misericordia. ¿Podréis acaso, oyentes míos, quejaros de la misericordia de Dios, después que ha usado tantas veces de misericordia con vosotros, esperándoos tanto tiempo? Vosotros deberíais estar con el semblante hundido en el polvo, diciendo sin cesar: Misericordiae Domini, quia non sumus consumpti: Demos gracias a la misericordia divina de que no hemos sido ya condenados. (Thren. 3,22) Si las ofensas que habéis hecho contra Dios, las hubieseis hecho contra un hermano vuestro, no os hubiese sufrido; pero el Señor os ha sufrido con tanta paciencia, y aun después de tanto sufrir os está llamando al presente. Si al fin os envía al infierno, ¿no tendrá razón para ello? Impíos, dirá el Señor, ¿qué más debía yo hacer en vuestro favor que no haya hecho? Quod debui ultra facere vineae meae, et non fecio (Is. 5,4)
5. Escribe San Bernardo, que la esperanza que tienen los pecadores confiando en la bondad de Dios mientras le ofenden, no les concilia la bendición, sino solamente la maldición divina: Est infidelis fiducia solius ubique maledictionis capaac, cum videlicet in spe peccamus. (S. Bern. serm. 5, de Annunc.) ¡Oh falsa esperanza de los cristianos que arrastra tantas almas a los infiernos! Sperant, ut peccent! Vae a perversa spe. (S. August. in Psal. 144) No esperan que Dios les perdone los pecados de que están ya arrepentidos, sino que sea misericordioso con ellos, aun mientras siguen ofendiéndole; de modo, que quieren que la misericordia divina les sirva de pretexto para seguir pecando más y más. ¡Oh esperanza maldita! esperanza que abomina el Señor, como dice Job (11, 20): El spes illorum abominatio. Esta esperanza será la causa de que Dios acelere el castigo, así como un amo no diferiría el castigo contra un siervo que le ofendiese. San Agustín (Trac. 55. in Joan.) dice: “El pecador confiando en la bondad de Dios, sigue pecando y discurre de este modo: Dios es bueno, haré lo que me parezca”. Pero, ¿a cuántos ha engañado esta vana esperanza, como dice el mismo santo Doctor? Escribe San Bernardo, que Lucifer fue castigado porque esperó al tiempo de su rebelión que Dios no le castigaría. Amón, hijo del rey Manassés, viendo que Dios había perdonado los pecados a su padre, se abandonó él mismo al pecado con la esperanza del perdón; pero no hubo misericordia para él. San Juan Crisóstomo dice que Judas se perdió por esta vana esperanza; pues entregó Jesucristo a los Judíos confiando en la benignidad del Señor.
6. El que peca con la esperanza del perdón, diciendo: “Después me arrepentiré del pecado, y Dios me perdonará”; este tal, dice San Agustín, no está arrepentido, sino que se burla de Dios: Irrisor est, non poenitens. Pero el Apóstol dice, que Dios no permite que se burlen de él: Deus non irridetur. (Gal. 6,7) Sabed pues, que el hombre cogerá lo mismo que siembre. Y el que siembra pecados no puede coger otra cosa que odió de Dios en esta vida, y odio de Dios y el infierno en la otra: An divitias bonitatis jus, exclama el mismo Apóstol, et patientiae et longanimitatis contemnis? Pretendes ser tú malo, porque Dios es bueno, y abusando de su bondad sigues ofendiéndole. (Rm. 2,4) ¿Cómo pues, oh pecador, desprecias las riquezas de la bondad, de la paciencia y de la tolerancia que Dios usa contigo? La misericordia que Dios usa con nosotros, no castigándonos inmediatamente que pecamos, son riquezas más preciosas para nosotros que todos los tesoros del mundo: Ignoras, prosigue diciendo el Apóstol, quoniam benignitas Dei ad poenitentiam te adducit? ¿No sabes, que la benignidad de Dios te convida a penitencia? (...) No nos espera el Señor, ni es tan benigno con nosotros para que sigamos pecando, sino para que lloremos las culpas que hemos cometido contra él. Y si así no lo hacemos, con nuestra obstinación e impenitencia acumulamos un tesoro de ira que recaerá sobre nosotros el día del juicio: Secundum autem duritiam tuam, et impoenitens cor, thesaurizas tibi iram in die irae, et revelationis justijudicii Dei. (Rm. 2,5.)
7. A la dureza del pecador seguirá el abandono de Dios, que dirá al alma endurecida en el pecado, como dijo en otro tiempo a Babilonia: He curado de sus crímenes a Babilonia, y no ha querido aprovecharse de la medicina: abandonémosla. (Jr. 51,9) Mas ¿cómo abandona Dios al pecador? O le envía una muerte repentina, o le hace morir en pecado, o le priva de aquellas gracias que le serían necesarias para convertirse de corazón, y le deja con la gracia suficiente, con la cual podría salvarse. Pero no se salvará: porque su mente oscurecida con las tinieblas, su corazón endurecido, y los malos hábitos contraídos, imposibilitarán su conversión, y de este modo quedará abandonado moralmente a sí mismo. Así arrancará Dios la valla que circunvalaba su alma, como dice Isaías: Auferam sepem ejus, et erit in direptionem (Is. 5,5); para que entren en ella los pecados, la dureza de corazón, los vicios y finalmente la impenitencia. El pecador entonces abandonado a sí mismo, y sumergido en el abismo de los pecados, desprecia las amonestaciones, las excomuniones, la gracia de Dios, los castigos, y los tormentos del infierno.
8. El profeta Jeremías pregunta: ¿Por qué prosperan los impíos? Quare via impiorum prosperatur? (Jr. 12,1) Y se responde él mismo: “Congrégalos como el rebaño para el matadero”: Congrega eos quasi gregem ad victimam. (Jr. 12,5) ¡Pobre de aquel pecador que prosperó en esta vida! Señal es de que Dios quiere pagarle temporalmente algunas obras que ha hecho buenas; pero le tiene reservado para el infierno como víctima de su justicia. Será arrojado para arder por toda la eternidad como cizaña destinada al fuego, según las palabras de Jesucristo: In tempore messis dicam messoribus: colligite primum zizania, et alligate ea in fasciculos ad comburendum: En el tiempo de la siega diré a los segadores: recoged primero la cizaña y atada en haces para quemarla. (Mt. 13,50)
9. El no ser castigado un pecador en esta vida, es su mayor castigo, con el cual amenaza Dios a los pecadores obstinados, por Isaías, con estas palabras: Me compadezco del impío, y no aprenderá el camino de la justicia: Miseremur impio, et non discet justitiam. (26, 10) Acerca de este texto dice S. Bernardo: No quiero yo esta misericordia, porque es peor que la ira: Misericordiam hanc ego nolo; super omnem iran miseratio ista. (Serm. 42 in Cant.) ¿Qué castigo puede haber mayor que verse el hombre abandonado al pecado? Porque permitiendo Dios que uno caiga de pecado en pecado, es preciso que al fin sufra tantos infiernos, cuantos pecados ha cometido, según aquellas palabras de David: Appone iniquitatem superiniquitatem... deleantur de libro viventium. (Psal. 68,28) Sobre las cuales palabras dice el cardenal Belarmino: Nulla poema major, quam cun peccatum est poema peccati: que no hay ninguna pena mayor que aquella por la que un pecado es pena de otro pecado. Mejor sería para el pecador de esta especie haber muerto en el primer pecado; porque muriendo después de haber cometido tantas iniquidades, sufrirá tantos infiernos, cuantos fueron los pecados cometidos. .
10. Vamos a poner fin a este discurso, y antes, hermanos míos, os suplico que deis una ojeada, recorriendo todos los años de vuestra vida. Recordad cuantas ofensas graves habéis hecho contra Dios, y cuantas misericordias ha usado Dios con vosotros; cuantas inspiraciones os ha hecho y cuantas veces os ha llamado a una vida más santa y penitente. Hoy mismo os ha vuelto a llamar por medio de este sermón, y me parece que os está diciendo: ¿Qué más he podido hacer por mi viña, esto es, por las almas redimidas con mi preciosa sangre? (Is. 5,4) ¿Qué respondes ahora, pecador? ¿Quieres entregarte a Dios, o quieres seguir ofendiéndole? Piensa, dice San Agustín, que te se ha diferido el castigo para más tarde, pero no te se ha perdonado: O arbor infructuosa, dilata est securis, noli esse secura, amputaberis. Y que si abusas más de la misericordia divina, amputaberis, serás cortado como el árbol que no da fruto, y vendrá sobre tú el castigo de repente. ¿Qué esperas pues? ¿Esperas acaso que Dios te envié al infierno? El Señor ha callado hasta ahora, pero no callará siempre; y cuando llegue el tiempo de la venganza, te dirá: Obraste mal y callé. Pensaste neciamente, que era semejante a ti: te acusaré y arrugaré mi semblante: Haec fecisti et tacui. Existimasti inique, quod ero tui similis: arguam te, et statuam contra faciem tuam. (Sal. 49,12) Dios te hará ver las gracias que te concedió y tú despreciaste; y ellas mismas te juzgarán y te condenarán. Ea pues, no resistas más tiempo a la voz de Dios que te llama; y teme que esta llamada de hoy sea la última para ti. Confiésate sin tardanza, y haz desde ahora una firme resolución de mudar de vida; porque de nada sirve confesarte, si vuelves de nuevo al pecado. Pero me dirás: Yo no tengo fuerzas para resistir a la tentación. Pídeselas a Dios, te digo yo; porque el Señor, como dice el Apóstol, no sufre que ninguno sea tentado más de lo que pueda resistir: Fidelis autem Deus est, qui non patietur vos tentari supra id quod potestis. (1. Co. 10,15) ¿No nos dice el mismo Dios que pidamos y recibiremos? Petite et accipietis. (Jn. 16,24) ¿No nos dice por David, que él nos salvará de nuestros enemigos? Laudans invocabo Dominum: et ab inimicis meis salvus ero. (Sal. 17,4) ¿No nos dice San Pablo, que todo lo puede con la ayuda divina? Omnia possum in eo qui me confortat. (Flp. 4,15) Pedídsela pues a Dios cuando os veáis tentados, y Dios os dará fuerzas para resistir al mundo, al demonio y a la carne; para triunfar de todos vuestros enemigos y conseguir en fin la vida eterna".
Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847. [Negrillas son nuestras.] / Licencia Imagen: "Karlskirche Frescos - Glaube 7 Teufel und Eitelkeit" by Wolfgang Sauber - Fresco byJohann Michael Rottmayr - CC BY-SA 3.0