"¿Qué es mortificación?. Uno de los principales provechos que debemos sacar de las meditaciones de la muerte, es aquel noble ejercicio de virtud, muy parecido con ella, que llamamos mortificación, lo cual no es otra cosa que una muerte de nuestras pasiones y aflicciones desordenadas, quitándolas la vida que tienen en nosotros mismos, procurando reprimirlas y sepultarlas hasta que se conviertan en polvo y nada; al modo que dijo David ( Psalm. XVIII, 38): Perseguiré a mis enemigos y los prenderé, y no cesaré hasta que desfallezcan, los desmenuzaré hasta derribarlos y ponerlos debajo de mis pies. Por esta causa dijo san Ambrosio (De bono mort. c. 3), que la vida del justo era imitación de la muerte; porque su continuo estudio es matar la vida carnal, que siente dentro de sí, privándose de todas las cosas que su carne y voluntad propia desordenadamente codician, y reprimiendo las codicias que brotan, hasta quedar como muerto para todo lo que es pecado, conforme a lo que dice san Pablo (Rom. VI, 11; Colos, II, 20): Teneos por muertos al pecado y por vivos a Dios, y pues estáis con Cristo muertos a las cosas de este mundo, no queráis tocar ni palpar lo que ha de ser para vuestra perdición, sino mortificad vuestros miembros que viven en la tierra ; esto es, las obras de la vida terrena, la inmundicia, concupiscencia, avaricia y las demás.
La práctica de esta mortificación a semejanza de la muerte, iremos poniendo en esta meditación, cuyo fin será la imitación de la misma muerte. Y aunque en ella procedemos por los afectos de temor que son más propios de la vía purgativa, pero de suyo más eficaces son los del amor, de quien se dice (Cant. VIII, 6), que es fuerte como la muerte y duro como la sepultura ; porque mata, sepulta y deshace todo lo que es contrario a su amado, como en su lugar veremos. De camino también en esta meditación pondremos en práctica un modo de meditar muy provechoso, espiritualizando las cosas exteriores que se perciben con los sentidos, aplicándolas a las interiores, y sacando de ellas reglas y avisos de perfección.
Punto Primero.— 1. El primer punto será, considerar cuál quedará mi cuerpo después de muerto, desamparado ya del alma, ponderando especialmente tres miserias. La primera, que pierde el uso de sus miembros y sentidos, sin poder jamás ver, ni oír, ni hablar, ni menearse de un lado, ni gozar de los bienes de esta vida mortal. Ya no le inmutan las cosas hermosas, ni las músicas suaves, ni los olores apacibles, ni los manjares sabrosos, ni las cosas blandas. Todo esto es para él como si no fuese; porque perdió los instrumentos que tenía para gozar de ello, y le servirá muy poco todo lo que ha gozado. La segunda miseria es, quedar descolorido y desfigurado, feo, horrible, yerto, helado y hediondo, caminando con gran prisa a la corrupción. De modo, que quien poco antes recreaba la vista con su hermosura, pone horror con su fealdad. De donde resulta la tercera miseria, que todos lo dejan solo en el aposento, en poder de los que le han de amortajar; y sos mismos amigos y domésticos no ven la hora de echarle de casa, y tienen por género de piedad negociar esto con presteza.
2. De esta consideración sacaré cuán acertado será en vida hacer de grado algo de lo que después ha de ser por fuerza y sin provecho, tratándome como muerto al mundo, y a todo lo que es carne y sangre, procurando imitar la muerte en otras tres cosas semejantes a las dichas, mortificando mis sentidos y privándome de los deleites de ellos, no solamente de los ilícitos, sino de algunos lícitos no necesarios; de modo que, como muerto no tengo de tener pies, ni manos, ni ojos, ni oídos, ni gusto, ni lengua para todo lo que es pecado, o falta contra la perfección que profeso. Y en esta razón las cosas hermosas y apacibles de esta vida han de ser para mí como si no fuesen, poniéndolas debajo de mis piés; mirando, como dice san Gregorio (Hom. XIII in Evang.), no a lo que ahora son, sino a lo que presto serán, pues por mas que vistas a la carne de brocado y seda, carne se queda. ¿Y qué es carne, sino heno? y qué es su gloria (Isai. XL, 6), sino flor del campo que con un soplo se marchita?
Finalmente he de seguir la virtud con un ánimo tan generoso, que como el muerto no se queja de que todos huyan de él y le dejen, así no se me dé nada de que el mundo me deje, huya de mí y me aborrezca como muerto y crucificado ; antes be de tener por dicha lo que dice David (Psalm. XXX, 12): Los que me miraban, huyeron de mí, olvidáronme de corazón como si estuviera muerto: fui semejante a un vaso quebrado, oyendo muchos desprecios de los que estaban cabe mí. ¡Oh si muriese en mi corazón, para no sentir que los hombres me tratasen como muerto! oh si yo estuviese tan muerto y crucificado a todo lo que es mundo, que el mundo también me tuviese por crucificado y muerto! (Galat. VI, 11). Concédeme, o dulce Jesús, que por la ley de tu gracia muera a la ley de la culpa, para vivir a Dios, gustando de estar enclavado contigo en tu misma, Cruz (Ibid. II 19); de modo que ya no viva yo, sino tú en mí, por todos los siglos. Amén.
Punto Segundo. — 1. El segundo punto es considerar el vestido, cama y aposento que se apareja para mi cuerpo muerto. El vestido por la mayor parte es casi lo peor de la casa, y bien sencillo; porque no es más que una pobre sábana por mortaja, sin otros aderezos de seda y oro mas preciosos, y si algo de esto me ponen para llevarme a enterrar, antes de entrar en la sepultura me lo quitan. La cama es la dura tierra, y como dice el profeta Isaías (Isai. XIV, c. 11), los colchones serán la polilla; los cobertores, los gusanos; las cortinas y almohadas, los huesos de otros muertos. Y a este talle será la casa y aposento, porque no es otro que una estrecha huesa de siete pies de largo, que se fabrica en media hora; porque las demás fábricas suntuosas de los sepulcros, de nada sirven al triste cuerpo, ni es capaz de gozar de ellas. De todo esto sacaré confusión y vergüenza grande, por la vanidad y sensualidad con que deseo la curiosidad del vestido, la blandura de la cama, y la anchura de la habitación, alentándome a mortificar las demasías que en esto tuviere, y a llevar con paciencia cualquier cosa que de esto me faltare; pues lo que ahora tengo, por poco que sea, me viene muy ancho, y es mucho comparado con lo queme espera.
— Los votos de religión son imitación de la muerte. — Pero en particular si soy religioso o deseo ser perfecto, puedo sacar de aquí grandes motivos para serlo con excelencia, procurando que mi vida sea una continua meditación, e imitación de la muerte en las tres cosas propias de este estado.
2. Lo primero, en la desnudez de todas las cosas, a que me obliga la perfecta pobreza. De suerte, que como el muerto pierde el dominio de todas sus riquezas, y pasan a sus herederos o a los pobres, y no siente que le dejen desnudo, o le den el peor vestido, o le entierren en lugar despreciado; así yo no me contentaré con dejar todas las cosas que poseía, y darlas a los pobres, por seguir al desnudo Jesús, sino también llevaré de buena gana la falta que tuviere de lo necesario, y gustaré de que me den lo peor, cuanto al vestido, cama, aposento y casa, sin quejarme de ello mas que se queja el muerto; porque (Job, I, 21) si salí desnudo del vientre de mi madre, y desnudo tengo de volver a ella, no es mucho que viva desnudo al modo dicho, conformando el medio de la vida con la entrada y salida de ella. Lo segundo, imitaré la muerte renunciando todos los deleites sensuales, a que me obliga la perfecta castidad. De modo que, como en la muerte se deshacen los matrimonios, cesan los cuidados de mujer, hijos y familia, y se hace un divorcio general de todas las cosas de la tierra y de los deleites de la carne; así yo con el voto de la castidad gustaré de estar como muerto a todas estas cosas y a los cuidados de ellas, como si en el mundo no las hubiera para mí, o yo no estuviera vivo para ellas.
3. Lo tercero, imitaré al muerto en la perfecta obediencia, porque como el cuerpo muerto se deja menear y llevar donde quiera, y tratar como quiera sin resistencia ni repugnancia o queja, ni tiene voluntad para escoger la mortaja o sepultura, ni cosa alguna, tomando solamente lo que otros le dan, así yo, en todo lo que no es pecado, me dejaré gobernar de mis prelados y mayores, obedeciendo a cuanto me mandaren, alto o bajo, dulce o amargo, fácil o difícil, sin replicar ni contradecir o repugnar a cosa alguna, ni tendré voluntad propia para escoger esto o aquello, sino, como muerto a mi voluntad propia, seguiré la ajena, tomando lo que se me diere con humildad. Éstos son los propósitos que he de sacar de esta consideración de la muerte, alentándome a ponerlos por obra; pues no es mucho por cincuenta años (aunque quizá no serán cincuenta días) anticipar de esta manera la muerte por asegurar la vida eterna, donde cincuenta mil millones de años poseeré las riquezas de Dios, gozaré de sus deleites y tendré perfecta libertad, libre de toda miseria. ¡Oh dichosa muerte, a la cual se sigue tan dichosa vida! O dulce Jesús, cuya vida fue una continua muerte para darnos ejemplo de una santa y perfecta vida, concédeme que a tu imitación viva y muera desnudo de todas las cosas terrenas, mortificado a todas las deleitables, y obediente a toda humana criatura por tu amor: téngame siempre como muerto a todo lo visible, para que mi vida (Colos. III, 3) esté escondida contigo en Dios por todos los siglos. Amén.
Punto Tercero.— 1. El tercer punto es, considerar la jornada del cuerpo hasta la sepultura; ponderándolo primero como seré llevado en unas andas o ataúd en hombros de otros hasta la iglesia; y el que poco antes paseaba las calles mirando a una y otra parte, y entraba en la iglesia registrando cuanto pasaba en ella, ahora va en pies ajenos, ciego, sordo y mudo, siendo motivo de llanto por su miseria. Y así, para reprimir los bríos de mi carne, procuraré cuando me levanto de la cama acordarme que algún día otros me levantarán para nunca más volver a ella. Y cuando bajo las escaleras de mi casa, diré: Día vendrá en que otros me bajen por aquí, para nunca mas subir. Y cuando voy por la calle, o entro en la iglesia, imaginaré que presto me llevaran por la misma calle, y entraré en aquella iglesia para nunca mas salir. Luego consideraré el acompañamiento con que soy llevado a enterrar, cantando unos, llorando otros, y siguiéndome muchos por honrarme con piedad, ponderando cuán poco se le dará a mi cuerpo que le hagan poca o mucha honra. Y mucho menos a mi alma, si está en el infierno; antes le dará mayor pena esa honra, si la supiese.
2. Luego miraré como me echan en la sepultura y me cubren con tierra, poniéndome una losa encima, donde mi cuerpo será comido de gusanos y convertido en polvo, y muy presto seré olvidado de todos, como si nunca hubiera sido en el mundo. Y cuando haya de mí mucha memoria y muy honorífica, muy poco se le dará a mi alma, si no goza de Dios; como le aprovecha poco a Aristóteles o Alejandro Magno ser alabados en el mundo, estando con terribles tormentos en el infierno; y como dice un Santo: ¡Ay de tí, Aristóteles, que donde no estás eres alabado, y donde estás eres atormentado!
De estas consideraciones sacaré algunos desengaños, persuadiéndome a no hacer caso de las vanas honras de esta vida, y a humillarme y ponerme en mi estima debajo de los pies de todos, como gusano y polvo que de todos es pisado y desechado, y asimismo a no despreciar a los pobres y pequeñuelos, pues en la muerte seré presto igual con ellos. Y hablando con mi alma, la diré: Mira bien en qué ha de parar esa carne que tienes. Mira a quién regalas, a quién adornas, y sobre quién fundas torres de viento; pues todas son como un poco de polvo que levanta el viento de la superficie de la tierra, y luego torna a caerse en ella. (Psalm. I, 4). Avergüénzate de sujetarte a tan vil carne, y procura sujetarla como a esclava, para que te ayude a negociar la vida eterna. ¡Oh Dios eterno, esclarece los ojos de mi pobre alma con tu soberana luz para que vea el triste fin de su miserable cuerpo, y desprecie lo que tiene presente, con la vista de lo que está por venir!
3. Finalmente, consideraré como no puedo saber si me cabrá en suerte tan honrosa sepultura, o si permitirá Nuestro Señor, en castigo de mis pecados, que sea sepultado en los vientres de los peces y de las fieras; ó, como dice Jeremías (c. XXII, 19), en la sepultura de los jumentos, siendo comido de cuervos o perros como la desventurada Jezabel (III Reg. IX, 36), lo cual tengo bien merecido por mis pecados; porque a vida bestial debida es sepultura de bestias, y así, cuanto es de mi parte, aborreceré la pompa vana de los sepulcros mundanos, deseando en vida y en muerte escoger para mí el lugar mas humilde de la tierra.
También puedo espiritualizar lo que se ha dicho en estos tres puntos, aplicándolo al alma muerta por el pecado, la cual queda fea y espantable, inhabilitada para hacer obras merecedoras de vida eterna, llevándola sus pasiones a enterrar en el profundo de los males, cubriéndola con la losa de la obstinación, hasta que baja a la sepultura oscura y horrenda del infierno. Todo lo cual me ha de mover a compasión, porque si lloro el cuerpo de quien se ausentó el alma, mas razon es llorar el alma de quien se ausenta Dios. (Ex D. August.). Y pues diera vida al cuerpo muerto, si pudiera, razón es que procure la vida del alma por los medios que Dios me ha dado para ello, antes que con el cuerpo muera también sin remedio el alma. ¡Oh Dios eterno, no permitas que en cuerpo vivo traiga alma muerta! Vivifícala con tu gracia, para que cuando el cuerpo muera ella alcance la vida eterna. Amén."
Fuente: "Meditaciones Espirituales del V.P. Luis de la Puente. Tomo I: Meditaciones de la vía purgativa. Principios de la Iluminativa, o para purificar el corazón y obtener la perfecta imitación de Jesucristo, 1865 - [Negrillas son nuestras.]