De la memoria de la muerte, y del polvo en que nos hemos de convertir en la sepultura - La Fe Cristiana

De la memoria de la muerte, y del polvo en que nos hemos de convertir en la sepultura



"Esta meditación se fundará en las palabras de que usa la Iglesia, el miércoles de Ceniza (Genes. III, 19): Memento, homo, quia pulvis es, et in pulverem reverteris. Acuérdate, hombre, que eres polvo, y que te has de convertir en polvo; las cuales dijo Nuestro Señor a Adán después que pecó, intimándole la sentencia de muerte que merecía su pecado. Y de camino nos declara lo que fuimos, lo que seremos y lo que somos, diciendo que todo es polvo.

Punto Primero. — 1. Lo primero, se ha de considerar como Dios nuestro Señor, aunque pudiera criar el cuerpo de Adán de nada, como crio su alma, no quiso sino hacerle de una materia por una parte vilísima y groserísima, y por otra parte visible y palpable, que es el polvo y lodo de la tierra, para que viendo cada día con sus ojos corporales este lodo (Genes, II, 7), se acordase continuamente de su origen y principio para dos fines. El primero, para que se humillase profundamente, y entendiese que de suyo merece ser despreciado, pisado y hollado como lodo, y que no tiene por qué envanecerse, aunque tenga grandes bienes, pues todos se fundan en polvo. Y el segundo, para que se moviese a amar y servir a su Criador, tan amoroso y poderoso, que de tan vil polvo le levantó a tanta alteza, como es ser hombre, con la imagen y semejanza del mismo Dios.

2. De suerte, que el polvo y lodo han de servir de despertadores que me traigan a la memoria mi origen y la materia de que fui formado, imaginando, cuando los viere, que me dan voces y me dicen: Acuérdate que eres polvo, humíllate como polvo; ama, sirve y obedece al Criador que te sacó del polvo. Y cuando me envanezco con los dones que tengo, he de imaginar que me dan voces, reprimiendo mi vanidad, diciéndome: ¿De qué te ensoberbeces, polvo y ceniza? (Eccli. X, 9). ¿Por qué te engríes, vaso de barro? (Isai. XLV, 9). Escarmienta en el olvidadizo Adán, que olvidado de su polvo presumió ser como Dios, y se rebeló contra su Hacedor. O Hacedor omnipotente, no permitas en mí tan perjudicial olvido, porque no caiga en tan grave daño. Esclarece mis ojos para que mire con espíritu el lodo de que fui formado, y abre mis oídos para que oiga sus clamores, imprimiéndolos en mi corazón para que nunca me olvide de ellos. Amén.

Punto Segundo.— 1. Lo segundo, se ha de considerar como Dios nuestro Señor, viendo el olvido de Adán y su soberbia, le condenó a muerte y a que se convirtiese en el polvo de que fue formado; en lo cual principalmente pretendió tres fines para bien suyo y nuestro. El primero para castigar con esto su pecado, y para que todos echásemos de ver cuán grave mal es la culpa, pues basta para destruir y convertir en polvo una fábrica tan hermosa y rica como es el hombre, porque si Adán no pecara, no muriera, sino fuera trasladado al cielo en cuerpo y alma con toda su entereza y perfección; mas por su pecado el alma es forzada a dejar el cuerpo, y el cuerpo se desmorona y convierte en menudo polvo, conforme al dicho del Apóstol (Rom. V, 12): Por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte.

2. El segundo fin fue, para que la memoria de la muerte, y de que nos hemos de convertir en polvo, fuese medicina mas eficaz de nuestra soberbia, pues no bastó para humillarnos habernos hecho de polvo. De modo, que el polvo y lodo de la tierra, que veo y palpo, no solamente es despertador que me trae a la memoria el origen de donde comencé, sino el fin en que tengo de parar; y cuando le miro, he de imaginar que me está dando voces, diciéndome: Acuérdate que te has de convertir en tierra y polvo, y que has de ser pisado y hollado como yo. Pues ¿de qué te ensoberbeces? Hoy eres carne, presto serás polvo; ¿de qué te engríes? O Padre de misericordias, gracias te doy porque el castigo de mi culpa hiciste medicina de mi soberbia. Concédeme que no sea sordo a estas voces que me da el polvo, para que el castigo de padre piadoso no se convierta en castigo de juez severo.

3. El tercer fin fue, para que el temor de este castigo y de este polvo en que ha de parar la carne sea aguijón de nuestra tibieza para hacer penitencia por los pecados cometidos, y freno de nuestros bríos sensuales para enfrenar nuestras pasiones. De modo, que si no bastare para nos aguijar y enfrenar la memoria del soberano beneficio que Dios nos hizo en sacarnos del polvo de la tierra, baste siquiera la memoria de que cuando menos pensaremos, hemos de convertirnos en polvo, y así recabe el temor lo que no recaba el amor. Por tanto, alma mía, toma el consejo del Profeta (Mich. I, 10), que dice: En la casa del polvo cúbrete de polvo; y pues vives en carne que es de polvo y has de morar presto en la casa del polvo, que es la sepultura, cúbrete de ceniza y polvo, haciendo penitencia de tus pecados, y con la memoria de este polvo polvorea las cosas dulces de esta vida, para que no te lleven tras sí a la muerte eterna.

Punto Tercero.— 1. De aquí subiré a considerar el espíritu que está encerrado en estas palabras, ponderando como no sin causa no me dicen: Acuérdate que fuiste polvo, sino que lo eres de presente, para significar que de mi naturaleza corrupta soy tierra y polvo, porque soy inclinado a cosas terrenas, a riquezas, honras y regalos de la carne, y como polvo soy inestable y mudable, dejándome mover de los vientos de cualquier tentación, especial mente de vanidad: y si no me refreno, me convertiré en tierra y polvo, siguiendo mis inclinaciones y convirtiéndome en hombre terreno, ambicioso, sensual y vano. Por lo cual me tengo de humillar grandemente, y temblar de mi flaqueza y mutabilidad y del peligro en que vivo.

2. Luego ponderaré, como de estos daños me podré librar con la divina gracia, acordándome que así yo, como las cosas terrenas que amo, se han de acabar y convertir en polvo. Y con este espíritu, cuando viere un hombre rico y poderoso, cuyas riquezas y grandeza me lleva los ojos tras sí; para que no me derribe la avaricia y ambición, me acordaré que es polvo, y su oro y plata es tierra, y todo se convertirá en ella. Y si veo alguna persona hermosa, para que no me tiente y venza la lujuria, también me acordaré que ella y su adorno es polvo, porque en esto ha de parar. Y con este espíritu aplicaré estas palabras a todas las cosas de la tierra, diciéndome a mí mismo: Acuérdate que esto que ves y codicias es polvo, y se ha de convertir en polvo y ceniza; y si lo amas desordenadamente, serás polvo y tierra como ello es. Por tanto ama solo a Dios y los bienes- celestiales, para que en virtud de su gracia pueda decirse de ti: Cielo eres y en cielo te convertirás, transformándote con el amor en el cielo que amas.

Punto Cuarto. — Lo cuarto se ha de considerar, como Dios nuestro Señor me dice cada día por medio de los muertos y de sus calaveras y huesos estas mismas palabras: Acuérdate que eres polvo y que te has de convertir en polvo; para que se impriman más fuertemente en mi corazón y saque de ellas mayor provecho. Esto puedo ponderar trayendo a la memoria aquella memorable sentencia del Eclesiástico, que abraza el sentido y espíritu de las palabras dichas (c. XXXVIII 23): Memor esto judicii mei, sic erit et tuum: mihi heri, et tibi hodie. Acuérdate de mi juicio, porque tal será el tuyo; ayer por mí, hoy por ti. Y porque el difunto tuvo dos juicios, uno de su cuerpo por el cual fue condenado a convertirse en polvo y gusanos; otro del alma por el cual recibe sentencia conforme a sus merecimientos, de ambos dice que nos acordemos. Y así en viendo algún difunto o las calaveras y huesos de los finados, he de imaginar que me dicen: Acuérdate que donde tú te ves, me vi, y donde me veo te has de ver: ayer se acabó mi vida, hoy quizá se acabará la tuya: ayer me convertí en polvo, hoy comenzará por ti lo mismo: ayer doblaron por mí las campanas, hoy quizá doblarán por tí las mismas: ayer di cuenta a Dios de mis obras, hoy la darás tú de las tuyas: ayer recibí sentencia según mis merecimientos, hoy la recibirás tú según los tuyos. Mira bien que todo esto será hoy (Hebr. III,13), porque todo el tiempo de tu vida es como un día, y quizá para tí no habrá mas que hoy, y no llegarás a mañana. O alma mía, oye las voces que te dan los difuntos; atiende a la lección que te leen sus huesos secos; mira bien el juicio que pasó por ellos, pues tal ha de ser el tuyo; vive como ellos quisieran haber vivido; aparéjate como quisieran haberse aparejado; pasea en vida muchas veces esta carrera por donde pasaron, para que cuando llegue tu hora la corras de tal manera, que alcances la vida eterna. Amén."

Fuente: "Meditaciones Espirituales del V.P. Luis de la Puente. Tomo I: Meditaciones de la vía purgativa. Principios de la Iluminativa, o para purificar el corazón y obtener la perfecta imitación de Jesucristo, 1865 - [Negrillas son nuestras.]

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