"De la parábola del rico codicioso. — Esta meditación fundaré en lo que Cristo nuestro Señor dice de un hombre rico, el cual, habiendo cogido copiosos frutos de su heredad, echaba trazas dentro de sí mismo de ensanchar sus graneros para recogerlos y guardarlos; y hablando con su alma, la dijo: Alma, muchos bienes tienes guardados para muchos años, descansa, come y bebe y date a placer. Y luego le dijo Dios: Necio, esta noche te pedirán y sacarán el alma; las cosas que allegaste ¿Tuyas serán? (Luc. XII, 19). En persona de este rico tan olvidado de su muerte, se representa lo que pasa por los que tienen semejante olvido, especialmente cuando son ricos, sanos y mozos; lo cual he de aplicar a mí mismo, en la forma que se sigue.
Punto Primero.— 1. Lo primero, se han de considerar tres grandes engaños que trae consigo el olvido de la muerte, por razón de los cuales Dios nuestro Señor llamó necio a este rico. El primer engaño es, prometerme muchos años de vida, y echar trazas de lo que tengo de hacer en ellos, como si esto dependiera solamente de mi voluntad y no de la de Dios, el cual quizá tiene trazado de quitarme la vida en la misma noche o día en que pensaba que seria muy larga, y con esto deshace mis trazas, y descubre como eran muy erradas. Por lo cual me reprenderé con las palabras de Santiago apóstol (c. IV, 13), diciéndome: ¿Cómo te atreves a decir, mañana iré a tal ciudad y estaré allí un año, negociaré y saldré con ganancia; y no sabes lo que será de ti mañana? Porque tu vida es un vapor que presto se deshace. Mas razón fuera que dijeras: Si Dios quisiere y viviere, haré esto o aquello; porque de otra manera te hallarás burlado si Dios ha trazado lo contrario.
2. El segundo engaño es, prometerme no solamente larga vida, sino asegurarme que tendré salud, fuerzas y contento con los bienes que poseo, y que ellos también durarán tanto como yo. De donde procede, que con la obra exhorto mi alma y la digo: Requiesce, comede, bibe et epulare. Descansa, come, bebe, date a banquetes y placeres, que nada te faltará. Lo cual es gravísimo engaño, porque todo esto depende de Dios; el cual me puede quitarlos bienes antes que se me acabe la vida; y cuando no los quite, me puede quitar la salud y fuerzas, como dice el Eclesiastés (c. V, 16) de modo que no goce de ellos.
3. El tercer engaño es, olvidarme de proveer lo necesario para la otra vida, como si no hubiera mas que esta presente; y esta fue la mas calificada necedad de este rico; porque habiendo proveído a su alma de tantos bienes para pasar esta vida temporal, totalmente se olvidó de proveerla de los bienes necesarios para la vida eterna; por lo cual es forzoso que la desventurada alma que en esta miserable vida comía, bebía y banqueteaba, después padeciese perpetua hambre y sed, y eterna miseria. Ponderando estos tres engaños, examinaré si está mi alma engañada con ellos, y la exhortaré a lo contrario de este rico diciéndola (Prov. XXVII, 1): Alma mía, no te prometas largos años, porque quizá no acabarás el presente, no te gloríes del día de mañana, porque no sabes lo que parirá el día que está por venir. No te des al descanso, sino al trabajo; no a comidas y banquetes, sino a ayunos y lágrimas. Ten cuidado de la vida eterna que te espera; porque después de la muerte no hay lugar de merecer el descanso y hartura que ha de durar o Dios eterno, líbrame, por tu infinita bondad, de estos miserables engaños, antes que la muerte me coja en ellos. Exhorta tú mi alma a las obras que te agradan, para que de hoy mas se aparte de todas las cosas que te ofenden. Amén.
Punto Segundo.— 1. Lo segundo, se ha de considerar los graves daños que padecen en la muerte los que han tenido estos engaños toda la vida, sacándolos de las palabras que Dios nuestro Señor dijo a este rico: Stulte, hac nocte animam tuam repetent a te; et quae parasti cujus erunt? Necio, esta noche te pedirán por fuerza el alma; los bienes que allegaste, ¿Tuyos serán? Adonde se tocan cuatro graves daños, por los cuales con mucha razón dice David (Psalm. XXX, 22), que la muerte de los pecadores es muy mala. El primer daño es, morir en su misma necedad, sin caer en la cuenta de ella hasta que no tiene remedio; porque larde o temprano, buenos y malos vendrán a desengañarse; pero en diferente manera, porque los malos duran en su engaño hasta la muerte, y entonces con la experiencia de sus tormentos y miserias caen en la cuenta de que vivieron engañados, y se llaman a sí mismos: Insensati (Sap. V, 4), hombres sin seso y sin juicio. Mas los buenos desengáñanse en vida con la lumbre de la fe, y apercíbense para la muerte antes de verse en ella. Por tanto, alma mía, toma por maestra de tus desengaños esta lumbre divina, si no quieres que lo sea la experiencia de la miseria eterna; y escarmienta en cabeza ajena, antes que venga este daño por la tuya.
2. El segundo daño es, morir de noche, esto es, con muerte repentina y apresurada en medio de su delito, porque muchas veces cuando están sanos y contentos, como este miserable rico, les intima Dios la sentencia de muerte y juntamente la ejecuta, pasando de la noche temporal a la eterna, y de las tinieblas interiores del corazón a las exteriores del infierno. (Matth. VIII, 12). Con este temor pediré muy de veras a Nuestro Señor me avise de tal manera el peligro de mi muerte, que me dé lugar para disponerme a ella, como avisó al rey Ezequías por medio del profeta Isaías (Isai. XXXVIII, 1), diciéndole: Ordena tu casa, porque morirás. Mas para esto no he de esperar revelaciones del cielo, sino mi profeta Isaías ha de ser la, lumbre de la fe y de la razón; la inspiración de Dios; la experiencia de las muertes de otros; la enfermedad grave que me saltea; y el aviso del médico cuando me dice que tengo peligro. Y generalmente, pues no tengo un día cierto de vida, y cada día puedo esperar la muerte, cordura es imaginar que hoy me dice Dios: Ordena hoy tu alma, porque quizá morirás mañana; y hacerlo luego así.
3. El tercer daño es, morir por fuerza y con violencia, pidiéndoles y arrancándoles el alma a su pesar. En lo cual ponderaré la diferencia que hay entre los justos desengañados y los pecadores engañados; porque los justos ofrécense de su voluntad a la muerte cuando Dios quiere que mueran, y dícenle con David (Psalm. CXLI, 8): Saca, Señor, de esta cárcel a mi alma, para que alabe tu santo nombre; y (Psalm. XXX, 6): En tus manos encomiendo mi espíritu, pues tú me redimiste, Dios de la verdad. Y aunque la naturaleza rehusa algo la muerte, pero prevalece contra ella la gracia; y en pidiéndoles Dios el alma, se la dan con gran resignación; pero los malos aborrecen la muerte y llévanla con impaciencia. Y por esto se dice que los demonios, ministros de la divina justicia, les piden y arrancan el alma contra su voluntad. O Dios eterno, concédeme que viva tan descarnado de todas las cosas de esta vida, que no sea menester sacarme el alma por fuerza. Pídemela, cuando quisieres, que aparejado estoy a dártela de buena gana en cualquier día que la pidieres.
Punto Tercero.— 1. Lo tercero, se ha de considerar la terribilidad de aquella lastimosa pregunta, que hace Dios nuestro Señor: Las cosas que allegaste, ¿Tuyas serán? En la cual se representa el último daño de los que viven olvidados de la muerte, al modo dicho, que es dejar de repente con gran pena los bienes que tenían, sin gozarlos, ni disponer de ellos, ni saber a quién vendrán; esto es decirles: Los bienes que allegaste, ¿Tuyos serán? ¿Tuya será la casa en que vives, y la cama en que duermes, y los ricos vestidos con que te atavías, y los tesoros de oro y plata que tienes en tus arcas? ¿Tuyos serán los criados que ahora te sirven, y los amigos que ahora te entretienen, y el oficio y dignidad por la cual todos te honran? O miserable de tí, que atesorabas, sin saber para quién allegabas tus tesoros (Psalm. XXXVIII, 51); porque tu desventurada alma, para quien los recogías, ya no podrá mas gozar de ellos.
2. Esta pregunta tengo de hacer a mí mismo, examinando el género de bienes que en esta vida he atesorado, y diciéndome: Los bienes que allegaste en vida, ¿tuyos serán en la muerte? ¿Por ventura serán de tu alma, o del heredero que no conoces? (Eccli. I, 18). Si son bienes temporales, cierto es que no serán tuyos; porque en muriendo el rico, nada llevará consigo (Psalm. XLVIII, 18), ni bajará con él la gloria que tenia: pero si son bienes espirituales de virtudes y buenas obras, tuyos serán, porque estos acompañan a los que mueren en el Señor (Apoc. XIV, 13), y no los desamparan hasta ponerlos en el trono de su gloria. Por tanto, alma mía, trabaja por atesorar bienes que en vida y en muerte siempre sean tuyos, sin que nadie pueda privarte de ellos.
3. A semejanza de esta pregunta haré también otra a mí mismo, diciéndome: Esta alma que tienes ahora en tu cuerpo, ¿Tuya será? ¿Por ventura será de Dios o del demonio? ¿Será de Cristo, que la redimió, o de Satanás, a quien ella se sujetó? Si estoy en pecado mortal, y muero en él, sin duda será del demonio: él vendrá a pedírmela, y la arrebatará, porque es suya por la culpa; pero si estoy en gracia de Dios, y en ella persevero, será de Dios, y él vendrá por ella para llevarla consigo. Por tanto haz luego penitencia de tus pecados, porque si viniere hoy el príncipe de las tinieblas, no halle en tu alma cosa suya, y así la deje (Psalm. CXVIII, 94). O Rey del cielo y de la tierra: Tuus sum ego, salvum me fac. Tuyo soy, sálvame: tuya es mi alma porque la criaste, y tuya porque la redimiste; sea también tuya, santificándola con tu gracia, para que sea perpetuamente tuya, coronándola con el premio de tu gloria. Amén.
Punto Cuarto. - De la horrenda muerte del rey Baltasar. 1. Por conclusión y confirmación de lo que se ha dicho en estos tres puntos, consideraré un terrible ejemplo y estampa de ello en el rey Baltasar (Dan. v, 23), el cual estando comiendo y bebiendo en un banquete, vió de repente los dedos de una mano que escribían en la pared estas palabras: Mane, Thecel, Phares. Contó, pesó, dividió. Las cuales declaró Daniel en esta forma: Contó Dios tu reino, y llegó su fin. Te pesó en su peso ,y te halló falto. Dividió tu reino, y entrególe a los medos y persas. Y así sucedió aquella misma noche, siendo muerto miserablemente.
2. Aplicando esto a mí mismo si vivo en semejante olvido, he de imaginar que de repente llegará un dia o una noche, en la cual Dios nuestro Señor con los dedos de su omnipotencia escribirá en la pared de mi conciencia la sentencia de estas tres palabras. La primera, Dios ha contado los días de tu vida, y los que has de gozar de tu reino, de tu hacienda, honra, dignidad y oficio, y ya están cumplidos, y este día de hoy será el postrero. La segunda, te ha pesado en su peso, examinando tus obras sin dejar ninguna (Apoc. III, 2), y halló que estaban fallas, y que no eran obras llenas, porque no habías cumplido todas tus obligaciones. La tercera, Dios ha dividido y apartado de tí tu reino, tu hacienda y dignidad, y los bienes que tenias, y los ha entregado a tus enemigos, o a los extraños, y a otros que gocen de ellos. También ha dividido tu cuerpo y alma, y el cuerpo ha entregado a los gusanos para que le coman, y el alma a los demonios para que la atormenten ; y en la misma hora que se intime esta sentencia, la ejecutará Dios, sin haber quien le resista. ¡Oh qué temblores sentiré entonces, más terribles que los del rey Baltasar! ¡Oh qué clamores y quejidos, qué turbaciones y agonías de muerte afligirán a mi pobre alma, con tanto mayor tormento, cuanto fue mayor su olvido! Acuérdate, Dios mio, de mí por tu misericordia, y estampa en mi alma la memoria de estas tres sentencias, de modo que me acuerde siempre de la cuenta que has hecho de mis días, y del postrero, que ha de ser fin de ellos, para que viva con tanto cuidado que el día del juicio, cuando me pusieres en tu peso, no me halles defectuoso, sino entero y lleno en todas mis obras; y aunque dividas de mí el reino de la tierra, no me excluyas del reino de tu cielo. Amén."
Fuente: "Meditaciones Espirituales del V.P. Luis de la Puente. Tomo I: Meditaciones de la vía purgativa. Principios de la Iluminativa, o para purificar el corazón y obtener la perfecta imitación de Jesucristo, 1865 - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: "Parable of the rich man" by Jan Luyken