De la eternidad infeliz - La Fe Cristiana

De la eternidad infeliz



"Punto Primero.- Considera que después de esta vida tan corta, tan frágil, que a cada hora y a cada instante se nos escapa; después de este puñado de días tan tristes y tan inquietos, hay otra vida que ha de durar para siempre; dichosa para los que se salvan; pero supremamente infeliz y desgraciada para las almas que se condenan. ¡ Ah¡ ¿Y de qué número seré yo? ¿Cuál será mi destino? Si no soy eternamente feliz, seré infeliz eternamente. No hay medio entre estos dos extremos. El sarmiento que no está unido a la vid, solo sirve para el fuego; ¡Y aun si la semejanza fuera en todo perfecta! ¡Si el condenado, que es arrojado en las llamas, se consumiera en ellas! Pero el caso es, que aquel fuego conserva a los mismos que abrasa.

Es la eternidad un infeliz estado, en que, por decirlo así, todas las diferencias de tiempo concurren, y se reúnen en un mismo punto para hacer mas infeliz al alma que se condena. ¡Qué novedad! ¡Qué desesperación para una alma, acostumbrada acá abajo a esta continua sucesión de tiempos y de estaciones, de días, de meses y de años; divertida con la variedad, y entretenida con la mudanza; que en un momento se halla en aquel abismo infinito de la eternidad, donde nada se muda! Desde el primer instante que entra en él, tendrá todo cuanto ha de tener para siempre: hallábase inmutablemente en el mismo estado, en el mismo sitio, en la misma disposición,en los mismos dictámenes que ha de tener por toda la eternidad. En aquel mismo momento padece ya toda la eternidad infeliz: eternidad de amargura, eternidad de arrepentimiento, eternidad de desesperación, eternidad de tormentos. Toda la eternidad, digámoslo así, se junta, y padece en cada instante.

¡Oh Dios, y qué desatino! ¡Sufrir cada momento todos los tormentos imaginables, todos los tormentos que puede sufrir un alma! ¡y sufrirlos todos juntos! ¡y sufrirlos para siempre! ¡y siempre sin esperanza de verlos acabar jamás sin el menor alivio, sin el más leve rasgo de paciencia! ¡ Oh justicia de mi Dios, y qué terrible que eres! Pero, ¡Oh locura! ¡oh malicia del hombre, y a qué extremo no llegas! ¡Cuando sabes, cuando crees que hay una eternidad infeliz, y pecas! ¡y vives en pecado! ¡y te expones a peligro de morir en pecado!

Punto Segundo.- Considera que en la imaginación de esta eternidad se pierde el entendimiento; pero el alma del condenado jamás perderá ni un solo instante de esta eternidad. Si después de tantos millones de siglos como instantes han pasado desde que el sol gira sobre nuestras cabezas, se hubieran de acabar las penas de los condenados, no por eso dejaría de ser inexcusable el pecador en haberse granjeado voluntariamente una prodigiosa duración de suplicios, por unos sucios deleites que se pasaron en pocos momentos; pero al fin su locura sería menos intolerable. ¡Qué por un solo pensamiento consentido un millón de siglos de penas! ¡Por un pecado de algunos instantes un infierno de cien mil millones de años! ¡Oh Dios, y qué rigor! Pero paciencia, que esos tormentos no son eternos. Aunque su duración sea espantosa, al cabo ha de tener fin. Podría entonces decir un condenado: Todo lo que he padecido, eso menos me resta que padecer: ya tengo dos años, diez años menos de tormentos. ¡Pero una eternidad! ¡una eternidad! Sin poder jamás decir: ¡Un cuarto de hora menos tengo que sufrir! Sin que al cabo de mil millones de siglos entre tormentos pueda decir: ¡Ya se pasó una hora de mis penas!

Sepultado, hundido, anegado en medio de un grande remolino de fuego, que es al mismo tiempo todos los suplicios; inmoble como una roca en medio de las llamas; penetrado de fuego como un carbón hecho ascuas, el infeliz condenado se abrasa, rabia, se desespera, siempre está padeciendo, y siempre pensando que ha de padecer sin fin y sin alivio. ¡Hay infierno; y los cristianos pecan! ¡Hay infierno eterno; y el pecado tiene atractivo para los cristianos!

Aunque se haya pasado un incomprensible número de siglos desde que el miserable condenado está padeciendo, nunca podrá decir: He padecido. Sus tormentos siempre son presentes; porque en la eternidad no hay tiempo pasado. ¡Siempre arder, y estar cierto de que ha de arder para siempre! Este es su destino. ¡Oh Dios, y es .posible que tan atolondradamente se corra a este horroroso precipicio, a esta espantosa eternidad!

Imagina que un hombre esté condenado a padecer todas las penas del infierno hasta que haya anegado en sus lágrimas a todo el universo, en la suposición de que solo ha de llorar una sola lágrima de mil a mil años. Caín solo hubiera derramado hasta ahora cinco o seis. ¡Buen Dios, qué prodigioso número de siglos se pasarían antes que llegase a llenar de sus lágrimas este cuarto! ¡pues qué si hubieran de llenar toda esta casa! ¡pues qué si se hubiese de esperar a que de sus lágrimas se formasen grandes y caudalosos rios! ¡pues qué si hubiese de padecer hasta derramar todas las precisas para llenar todo el inmenso espacio que ocupa el mar! ¡pues qué si fuese necesario que inundasen toda la tierra, y que ocupasen todos los interminables vacíos que hay desde la tierra al cielo! Hace estremecer este solo pensamiento: justamente asombrada, sobresaltada la razón, se confunde, se pierde en esta espantosa extensión de siglos. Con todo eso, aun siendo tan asombrosa, tan incomprensible esta duración, no es la eternidad, no es ni la más mínima parte de la eternidad; porque después de esa duración de tiempo casi infinita, la eternidad se queda toda entera. Ha de llegar tiempo en que un condenado pueda decir, que si hubiera derramado una sola lágrima de mil a mil años, desde que está en el infierno, y que si Dios la hubiese milagrosamente conservado, ya estaría anegado en su llanto todo el universo. Pero entonces le restará que padecer toda entera la misma eternidad; ni un solo momento se habrá disminuido de su eternidad infeliz.

¡Ah Señor! ¿y seré yo por ventura o por desgracia desdichado objeto de cólera tan terrible? ¡Ay de mí! que demasiadamente lo soy; ya he merecido por mis culpas todas vuestras venganzas; pero mi dulce Salvador y vuestro hijo Jesucristo derramó sobrada sangre para apagar todo el fuego del infierno, y para merecerme vuestra misericordia. Concededme, Señor, esta misericordia que vos mismo me habéis merecido, para que la cante en el cielo por toda la eternidad."

Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Jean Croisset, S.J., Día 26, Tomo: Abril - [Negrillas son nuestras.] 

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