De los falsos atractivos que usa el diablo para engañarnos - La Fe Cristiana

De los falsos atractivos que usa el diablo para engañarnos



"Punto Primero. — Considera que el amor de los deleites, el amor de las honras y el amor de las riquezas son las tres grandes máquinas que dan impulso a las operaciones de los hombres, y ponen en movimiento todas las pasiones. Como el enemigo de la salvación conoce muy bien la violenta inclinación del corazón humano a estos tres objetos, no cesa de combatirle por estos tres flancos. El ejemplo solo de Salomón debiera bastar para nuestro desengaño. Este poderoso Rey no negó gusto alguno a sus sentidos; colmado de bienes, de honras, de aplausos y de deleites, se vio precisado a confesar, cuando estaba como anegado en un golfo de delicias, que todo cuanto había hallado en la tierra era vanidad y aflicción de espíritu; y todas las mayores brillanteces del mundo, engaño, trampantojos, apariencia e ilusión. Con efecto, ¿qué otras cosas se pueden encontrar en este destierro? Es cierto que el mundo promete siempre riquezas y grandes honores; pero ¿de cuándo acá fue el árbitro ni el distribuidor de esos bienes? Empeña en grandes gastos a los que siguen su partido; pero ¿qué fruto sacan de ellos? ¿cuál es su recompensa? ¿Acaso fueron nunca herencia de los mundanos la paz, el gusto ni la dulce tranquilidad de la vida? Promételes el mundo deleites; pero ¿no les emboca en vez de deleites amargas pesadumbres? ¿Brindales jamás con algún deleite que no se le de desleído en hiel? ¿disfrutase alguno tras el cual no venga el arrepentimiento y el dolor? Promete el mundo grandes honras; pero ¿acaso es dueño de ellas? Y ¿podrá uno prometerse sincera veneración donde todo está lleno de envidiosos, de malignos y de concurrentes? Apenas nunca se reconoce, y mucho menos se premia en el mundo el verdadero mérito. ¿Se respeta mucho la virtud donde solo reinan la pasión, el interés, el humor, la extravagancia y el capricho? Pero bien, sea uno muy honrado, y séalo muy sinceramente; ¿qué cosa mas vana, qué cosa más ridícula, qué cosa mas imaginaria que estas estimaciones, que estas honras? En fin, promete el mundo riquezas (porque ser uno pobre en el mundo se considera la mayor de todas las desgracias); pero ¿a quiénes se las promete? Al que se tendrá por muy dichoso si hace fortuna después de muchos sudores y de grandes trabajos. Cuesta mucho el adquirirlas; y supongamos por ahora que el mundo fue el que te dio eso que tanto te ha costado; pero por un hombre rico, por un hombre que hace fortuna en el mundo, ¿cuántos desgraciados hay en él, siendo la codicia tan universal, y tan comunes los trabajos? Por otra parte, ¿quién podrá contar sobre estos aparentes bienes, que se nos escapan de las manos por su propia fragilidad? Honras, deleites, riquezas, todo huye, todo se apaga, todo desaparece con el último aliento de la vida. ¿Será posible, mi Dios, que después de tanto tiempo como el mundo nos está engañando con unos atractivos tan frívolos y tan vanos, todavía no hayamos aprendido a no dejarnos engañar?

Punto Segundo. — Considera hasta dónde llega la ceguera y la imbecilidad del entendimiento de los hombres. Si el amor de los deleites, el de las honras y el de las riquezas tiene tanto poder sobre nuestro corazón, ¿a qué fin ir a buscar esos bienes en otra parte que en su verdadera fuente? ¿Dónde se gustan, ni dónde se pueden gustar deleites mas puros ni mas dulces que en el servicio de Dios? La alegría y la tranquilidad son la legítima de las almas justas: la virtud por sí sola es la mayor riqueza, es un tesoro por el cual se debieran dar todos los caducos bienes de este miserable mundo. La virtud por sí sola hace al hombre respetable: ¿qué bienes hay más preciosos ni mas sólidos que aquellos cuyo principio es el mismo Dios? ¿Qué gloria más digna de nuestra ambición que la de servir al Dueño soberano de todas las cosas, al Arbitro de nuestra eterna suerte? ¡O ceguedad! ¡O locura de los hombres, dejarse deslumbrar, dejarse engañar por la lisonjera idea de una quimérica, de una imaginaria felicidad, que todos los mundanos se prometen, y hasta ahora ninguno ha podido encontrar! ¿Dónde está la razón, dónde está el seso del que se persuade que puede ser feliz, entregándose en presa a sus pasiones, condenando las máximas de Jesucristo, fabricándose una especie de religión acomodada al gusto de sus sentidos y por la regla de sus propias ideas, viviendo sin fe, sin devoción, sin piedad, y condenándose miserablemente? Gustos, alegrías, diversiones, abundancia, felicidad, todos son nombres especiosos que usa el vocabulario del mundo para alucinar a sus adoradores; pero en conclusión, nombres llenos de aire, y de nada más, incapaces de engañar, de deslumbrar a un hombre de juicio y de razón. Conózcolo, Señor, pálpolo, Señor: dadme gracia para que cada día me convenza de ello más y más.

Jaculatorias.— Confieso, Señor, que todo cuanto hay en este mundo es vanidad de vanidades. (Eccles. I).

Hijos de los hombres, ¿para qué os dejáis deslumbrar de la vanidad y engañar de unas mentiras tan palpables? (Psalm. IV)"

Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Jean Croisset, S.J., Día 18, Tomo: Octubre - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: "Vanitas Still-Life" by Evert Collier

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