"¿Cuál será la causa, que habiendo concedido Jesucristo a la oración hecha en su nombre un poder infalible, tengan las nuestras ordinariamente tan poco efecto? Esto nace, de que cuando rezamos, no estamos en el estado que debemos; esto es, de que estamos en pecado. Un pecador, que no desea convertirse, no puede decir la oración, que Jesucristo nos enseñó, y contiene todas nuestras necesidades, sin contradecirse, y condenarse a sí mismo. El pide, que el nombre de Dios sea santificado, y glorificado, y al mismo tiempo está deshonrando este nombre con sus acciones. El pide, que venga el Reino de Dios, y al mismo tiempo huye de él, haciendo reinar en su corazón el pecado. Pide, que la voluntad de Dios se cumpla, y al mismo tiempo se opone a ella, quebrantando sus Mandamientos. Pide también, que Dios le dé el pan sobresubstancial, o pan de vida, y esto para recibirle indignamente. Pide, en fin, que su Divina Majestad le libre del mayor mal de los males, que es el pecado, y quiere perseverar en él. ¡Qué extraña contradicción! ¡Pero qué gran motivo de condenación!
Nuestra oración no alcanza el efecto; porque ordinariamente no pedimos, lo que es menester. No son oídas nuestras oraciones (dice San Agustín) sino cuando se pide en el nombre del Salvador, y nada se pide en nombre del Salvador, que sea contrario a nuestra salvación. (...) ¡Señor! Yo te suplico, que me niegues, todo lo que pidiere, que sea contrario a mi salvación. Este es el verdadero modo, el que más me importa, y con el que deseo, que sean oídas mis oraciones.
Nuestras oraciones no tienen su efecto; porque no las hacemos, como es necesario. No eres oído (dice Santiago) porque oras mal, tu oración no tiene las condiciones necesarias para ser eficaz. Si cuando rezas, es sin devoción, ni atención, ¿cómo quieres, que Dios te entienda, cuando tú no te entiendes a ti mismo? Rezas sin respeto, y de tu oración misma haces un pecado; ¿pues cómo merecerás ser oído de Dios, si aun con la misma oración le ofendes? A tu oración le falta la Fe viva, que el Salvador dijo, había de acompañar siempre a la oración, para que ésta alcanzase lo que pedía (...) En fin, tú te cansas de pedir, y cesas, y dejas la oración; y la infalibilidad de su efecto va unida ordinariamente a la perseverancia de ella. Si todas estas condiciones faltan a tu oración; ¿[Por qué] te extrañas, que no hayan tenido efecto?"
Fuente: "Pensamientos o Reflexiones Cristianas, para todos los días del año", Padre Francisco Nepueu, Tomo II, Mayo, Día XVIII / Pixabay - Gadini - CC0 Public Domain