"Es de Fe que los fieles que mueren en gracia, sin haber satisfecho suficientemente en esta vida por las penas debidas a sus culpas, satisfacen por ellas en la otra, padeciendo terribles tormentos en el Purgatorio.
Los Herejes de estos últimos tiempos, enemigos de la penitencia, no contentos con desterrarla en esta vida, la excluyeron también de la otras, y cegándolos el amor a la disolución, tanto del corazón, como de las costumbres, conspiraron en negar el Purgatorio contra el testimonio auténtico de la Sagrada Escritura, y de la Tradición: esto es, no quieren confesar que padezcan penas algunas aquellas almas que pasaron de esta vida a la otra, sin estar bastantemente purificadas para entrar desde luego en el Cielo. Si creyeran esto se considerarÃan obligados a mortificarse, a macerar su carne, a cumplir las penitencias que se les impusiesen, y esto no se componÃa bien con la licencia a que aspiraban, siendo este el verdadero origen de todos sus errores. En medio de eso es cierto que no hay punto mejor establecido, ni más claramente demostrado asà en la Escritura, como en la Tradición.
Es cosa santa, y saludable rogar a Dios por los Difuntos para que sean libres de sus pecados, dice el EspÃritu Santo en el segundo libro de los Macabeos. Hay algunos pecados, dice Cristo, que no se perdonan en este mundo, ni en el otro. (...) Es cierto que no se perdonan en el Cielo, donde no entra cosa manchada: tampoco se perdona en el Infierno, de donde esta desterrado todo perdón, y toda misericordia; con que es preciso que solo en el Purgatorio se perdonen. San Pablo dice, que algunos fieles no se salvarán hasta que pasen por el fuego; y San AgustÃn, San Cipriano, San Ambrosio, San Jerónimo, y hasta el mismo OrÃgenes entienden este tránsito por el fuego del Purgatorio: Gran dolor es que haya hombres tan preocupados del error, que se resistan a reconocer esta verdad.
Tampoco se puede poner en duda la tradición del Purgatorio, porque esta es, y fue siempre la doctrina de todas las iglesias del mundo desde Jesucristo acá. Hace evidencia de este punto el testimonio autentico de los Santos Padres, que florecieron en todos los siglos, por el cual no solo consta cual fue la Fe de la Iglesia en todos los tiempos sobre este artÃculo, sino también cual fue en todos los siglos su ardiente caridad, y su celo por el alivio de los fieles difuntos.
(...)
San Juan Crisóstomo, una de las más resplandecientes antorchas de la Iglesia, que floreció hacia la mitad del siglo cuarto, en la HomilÃa 21, sobre los Hechos de los Apóstoles, dice: no penséis que son inútiles las oraciones, las limosnas, ni las ofrendas que se hacen a Dios por los difuntos (...). El mismo Dios fue el que instituyó entre los fieles este piadoso comercio de caridad, para que recÃprocamente nos ayudásemos los unos a los otros (...) No se contenta el Ministro del Altar con clamar al Señor, implorando su misericordia en favor de los que murieron en la Fe de Jesucristo (...) Ofrece también por ellos el Divino Sacrificio. Nosotros, pues, hermanos mÃos, convencidos de esta verdad, consideramos lo mucho que podemos aliviar aquellas afligidas almas (...) No, no las aliviaremos ni con las lágrimas, ni con los suspiros, ni con los soberbios sepulcros, sino con las oraciones, y con las limosnas que hiciéremos por ellas (...) para que ellas, y nosotros lleguemos, por la gracia, y por la misericordia de nuestro Salvador Jesucristo, a la eterna bienaventuranza que nos esta prometida (...).
Hay difuntos, dice San AgustÃn, a quienes de nada le sirven las oraciones, ni los Sacrificios, porque murieron en desgracia de Dios (...) Hay otros, que no necesitan de ellos, porque ya gozan del Señor en la Patria Celestial (...) Pero muchos hay que habiendo muerto en gracia, sin haber satisfecho enteramente a lo que debÃan a la Divina Justicia, pagan en la otra vida lo que no pagaron en esta, y a estos les son de gran provecho las oraciones de la Iglesia.
Leemos en los libros de los Macabeos, continúa el Santo Doctor, que se ofrecÃa sacrificio por los difuntos (...). Pero aunque no nos dieran este testimonio las Escrituras bastarÃa para autorizarlo la práctica de la Iglesia universal, pues nadie ignora, que cuando el Sacerdote ofrece por el Pueblo el Sacrificio del Altar, siempre hace conmemoración de los fieles difuntos (...).
SerÃa cosa larga referir aquà lo mucho que dicen los demás Santos Padres sobre la caridad que se debe tener con aquellas dichosas almas, que habiendo muerto en gracia, pero sin satisfacer enteramente lo que debÃa a la justicia de Dios, van a satisfacerlo en las penas del Purgatorio (...) Lo asombroso es, que los Herejes de nuestros tiempos no quieran reconocer en esto sus errores, aunque no ignoran, ni pueden ignorar la autoridad de esta tradición; y que apretado el mismo Calvino con la fuerza de tantos, y tan evidentes testimonios tuviese desvergüenza para decir, que todos los Santos Padres, desde los Apóstoles acá, se engañaron groseramente, y cayeron en error (...) al mismo tiempo que en otros cien lugares asegura, que la Fe se conservó en su pureza en los Padres de los seis primeros siglos.
Si son inexcusables los herejes que no quieren creer en el Purgatorio, lo serán menos los Cristianos, que creyéndole se niegan, o se olvidan de aliviar las almas de sus hermanos, que están padeciendo tan crueles penas en aquel calabozo de tormentos. ¡Qué crueldad! ¡Qué impiedad! tener tan en la mano el modo de aliviarlas de abreviar sus penas de libertarlas de ellas y no querer hacerlas este importantÃsimo bien. ¡Mi Dios! Cuanto es de temer, y que justo será que algún dÃa digáis a estos durÃsimos corazones: (...) ¿Dime, no era mucha razón que tú te compadecieses de tu compañero, de tu amigo, de tus hermanos, de tus hermanas, de tu padre, y de tu madre? (...) Y el Señor justamente irritado te entregara a los ministros de su Divina Justicia, para que te atormenten hasta que le pagues todo lo que debes, hasta el último maravedÃ. (...) Porque al que no tuvo misericordia, ni compasión de otros, es muy debido que se le juzgue sin compasión, y sin misericordia."
Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los dÃas del año" por el P. Juan Croisset, Tomo: Junio, 1764 / Imagen: catbirdinamerica