"Considera que ni los deleites, ni las honras, ni las riquezas produjeron jamás la paz del corazón. (...) Acompaña siempre a las diversiones y alegrías del mundo un inagotable fondo de turbación y de inquietud. Puede la ambición por algunos pocos momentos contentar el corazón, y parecer como que le tranquiliza; pero muy en breve brotan las inquietudes interiores, y ni las pasiones, ni las prosperidades, ni los errores bastan a calmarías; solo Dios sosiega el corazón plenamente.
(...)
Diga en buena hora aquel que está contento, que su corazón goza de paz, que está tranquilo: miente; la paz del corazón solo puede ser fruto de la inocencia, de una perfecta resignación en la voluntad del Señor, y de una eminente santidad.
No por cierto; tampoco en las altas dignidades, ni en los empleos elevados se encuentra esta paz tan dulce y tan apreciable. El que en el mundo está más elevado, ese es el menos contento. Solamente la virtud posee el gran secreto de producir la, paz del corazón. Ve corriendo por todos los estados, por todas las edades, por todas las condiciones; en todas hallarás infelices, desgraciados y descontentos. El fausto, la profanidad, la abundancia y los honores solo sirven para ocultar a los ojos del público las amarguras que se padecen en particular. Desengáñate, que más espinas y más cambrones producen los palacios que las chozas. Pero si en cualquiera de esos estados y de esas clases de la vida hallares un hombre santo, encontrarás en él un corazón contrito, cuyo semblante está vertiendo alegría, cuyo espíritu parece el trono de la serenidad, y su alma está como embebida en cierta dulce satisfacción, que la llena y que la harta; esto es lo que produce la gracia en un alma pura.
Las cruces, las aflicciones, las más amargas adversidades se quedan en la superficie, y nunca penetran hasta el corazón de los Santos; de aquí proviene en ellos aquella igualdad inalterable, aquella dulzura como natural, aquella paz, en fin, que o está a cubierto, o está a prueba de todos los accidentes de la vida.
(...)
Considera que no hay, ni jamás habrá paz interior pura los que resisten a Dios. Si hay en el mundo alguna verdadera alegría, está reservada para los de buena conciencia; para los que la tienen mala, toda la tierra es lugar de tribulación y de angustia. Bien puede uno atolondrarse; mas no por eso sufocará las inquietudes que causa el pecado. ¡Oh, y qué diferente es la paz que viene de Dios de la que nace del siglo! Ella calma las pasiones: ella conserva la pureza de la conciencia; ella es inseparable de la justicia; ella nos lleva a Dios, y ella nos fortifica contra las tentaciones; pero la paz del mundo irrita las pasiones, mancha la conciencia, es un manantial perenne de injusticias, desvíanos de Dios, y nos hace esclavos del demonio.
Aquella pureza de conciencia que fomenta esta paz se conserva con la frecuencia de Sacramentos. Si la tentación no nos vence, siempre nos es ventajosa; y si alguna vez nos hace Dios conocer nuestra miseria, es para que también conozcamos la fuerza de su gracia. Lo que fuere involuntario, nunca nos debe turbar; lo principal es no resistir jamás a la inspiración interior, y dejarnos ir hasta donde Dios nos quisiere llevar. Consiste la paz del alma en una entera resignación en la voluntad de Dios. Hacese profusión de virtud; está uno especialmente consagrado a Dios en el estado religioso, o en el eclesiástico; pues ¿de qué paz interior no debiera gozar? En medio de eso, vive inquieto y turbado; esto nace de que no está rendido a Dios enteramente, de que aún es imperfecto, de que le sirve con mil excepciones y reservas; solo se profesa una virtud de genio y de amor propio. Marta, Marta, decía el Salvador, andas muy .solicita, muy inquieta y muy turbada, atendiendo a muchas cosas, y una sala es necesaria. Pues esta única, que era la necesaria, es puntualmente la que se omite, porque no es de nuestro gusto. El trabajo que se experimenta en muchas cosas nace de que no se acepta con el debido y total abandono en la voluntad de Dios todo cuanto nos puede suceder. Pongamos, pues, todas las cosas en sus manos; anticipémonos a hacerle entero sacrificio de nuestro corazón. Desde el mismo punto en que nos resolvamos a no querer nada de nosotros mismos, y a querer sin reserva todo lo que Dios quisiere, descuidaremos de todo, y excusaremos inquietas reflexiones sobre nuestras cosas; mientras no hagamos eso viviremos inquietos, desasosegados, sin consistencia ni en nuestros deseos, ni en nuestros designios, descontentos con los demás, poco acordes con nosotros mismos, llenos de reserva, y siempre desconfiados. (...)
¡Ah Señor, y por cuánto tiempo me lo ha enseñado así mi propia experiencia! Bien veo que no siento en vuestro servicio aquella paz, aquel gozo interior que excede a todo sentido; pero es porque os sirvo mal: vedme aquí resuelto, con vuestra gracia, a entregarme totalmente a Vos sin excepción y sin reserva; seguro estoy que en cumpliéndolo experimentaré esta dulce paz del corazón".
Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Juan Croisset, Día 15, Tomo: Julio, 1804. - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: lholtz1023 / Licencia foto: CC0 Public Domain