"Espero oyentes míos, que así como ha resucitado Jesucristo, así también resucitéis vosotros en esta santa Pascua, por medio de una buena confesión, a la vida de la gracia. Pero advertid lo que dice S., Jerónimo, a saber, que muchos comienzan bien, pero pocos son los que perseveran: Incipere multorum est, perseverare paucorum. Y el Espíritu Santo dice, que no se salva el que comienza a vivir bien, sino el que persevera en la virtud hasta la muerte: Qui autem perseveraverit usque in finem, hic salvus erit. (Matth. 24, 15.) La corona del paraíso, dice S. Bernardo, solamente se promete a los que comienzan, pero no se da sino a los que acaban bien: Inchoantibus praemium promittitur, perseverantibus datur. (Serm. 6, de modo bene viv.) Ya pues que has comenzado, hermano mio, a consagrarte a Dios, oye lo que te dice el Espíritu Santo: Fili accedens ad servitutem Dei, praepara animam tuam ad tentationem: Hijo, si comienzas a servir a Dios, prepara tu alma a la tentación. (Eccl. 2, 1.) No creáis que se han acabado las tentaciones: preparaos al combate, y guardaos de recaer en los pecados que habéis confesado; porque si tornáis a perder la gracia de Dios, será difícil que la recobréis. He aquí lo que quiero demostraros en este día, a saber: el estado miserable de los que recaen, esto es, de aquellos que reinciden por desgracia, después de la confesión, en los mismos pecados que antes confesaron.
1. Puesto, pues, que te has, confesado, o miserable pecador, Jesucristo te dice lo que antes dijo al paralítico: Ecce sanus factus est: jam noli peccare, me deterius tibi aliquid contingat: Ya estás sano, no peques más, no sea que te sobrevenga alguna desgracia. (Joan. 5, 14.) Con la Confesión que has hecho, ha quedado limpia tu alma, pero no está salva todavía; porque si tornas a pecar, tornarás a perderla, y el daño que te resultará de la recaída, será mucho mayor que el de la caída: Audis, dice S. Bernardo, recidere, quam incidere, esse deterius. El que sufre una enfermedad mortal y sana de ella, si recae después en el mismo mal, quizá perderá tanto las fuerzas, que le será imposible restablecerse. Esto es lo que sucede a los que recaen en el pecado: pues volviendo a recaer en los mismos pecados que confesaron, quedan tan débiles, que vienen a ser el juguete del demonio. Dice S. Anselmo, que adquiere el enemigo tanto dominio sobre los reincidentes, que les hace caer y recaer a su antojo; y los desgraciados son semejantes a los pajarillos con que juegan los niños, los cuales les permiten que se alcen de la tierra de vez en cuando; pero como los tienen atados, vuelven a hacerle caer cuando quieren. Lo mismo hace el demonio con los pecadores reincidentes: Sed quia ab hoste tenentur, volantes in eadem vitia dejiciuntur.
2. Escribe S. Pablo, que los hombres tenemos que combatir, no contra los hombres que son de carne y sangre como nosotros, sino contra los príncipes y potestades del infierno: Non est nobis colluctatio adversus carnem et sanguinem, sed adversus principes et potestates. (Ephes. 6, 12.) Con esto quiere advertirnos, que no tenemos fuerzas para resistir a las potencias infernales, y que nos es absolutamente necesario el auxilio divino, porque sin él siempre quedaremos vencidos. Al contrario, cuando Dios nos ayuda, podremos vencer y venceremos, diciendo con el mismo Apóstol: Todo lo puedo con la ayuda de Dios que me conforta: Omnia possum in eo, qui me confortat. (Phil. 4. 13). Pero Dios no concede esta ayuda sino a los que la alcanzan por medio de la oración; y el que no la pide, no puede alcanzarla. Por eso nos dice Dios: Pedid y se os dará, buscad y encontrareis lo que necesitáis: Petite et dabitur vobis, quaerite et invenietis. (Matth. 7, 7.) Por tanto, oyentes míos, no confiemos en nosotros mismos, porque si confiamos en nuestras fuerzas, quedaremos perdidos. Cuando el enemigo nos induzca a recaer en los mismos pecados, debemos poner toda nuestra confianza en el auxilio de Dios, que no deja de oír al que humildemente le invoca.
3. S. Pablo dice, que el que está en pié, cuide de no caer: Qui existimat stare, videat ne cadat. (1, Cor. 10, 12.) Quiere esto decir, que el que está en gracia de Dios debe cuidar de no caer en pecado, especialmente si cayó antes en otros pecados mortales, porque la recaída produce otra ruina mayor: El fiunt novissima hominis illius pejora prioribus. (Luc. 11,26.)
4. En la santa Escritura se dice, que el enemigo sacrificabit totum reti tuo... et cibus ejus electas. (Habac. 1 , 16.) Explicando estas palabras S. Jerónimo, dice, que el demonio procura prender en su red a todos los hombres para sacrificarlos a la justicia divina, haciendo que se condenen; pero a aquellos pecadores que tiene ya presos en sus redes, procura añadirles nuevas cadenas, induciéndolos a nuevos pecados; mas el manjar mas gustoso al enemigo son aquellos que merecen la amistad de Dios. A estos les arma asechanzas más fuertes para hacerlos esclavos suyos y hacerles perder toda la gracia que han adquirido. Escribe Dionisio Cartusiano: Quanto quis fortius nititur Deo servire, tanto acrius contra eum saevit adversarius: Cuanto mas procura uno servir a Dios, se enfurece tanto más el enemigo contra él, y procura entrar en su alma de donde fue desterrado, como se lee en S. Lucas: Cum immundus spiritus exierit de homine, quaerens requiem: et non inveniens dicit : Revertar in domum meam, unde exivi: Cuando el inmundo espíritu abandona al hombre, va buscando descanso, y viendo que no le encuentra, dice: Me volveré a la mansión de donde salí; entonces va y toma otros siete espíritus peores que él, y entran a habitar en aquel hombre; y así la segunda ruina de aquel infeliz es peor que la primera : Tunc vadit, et assumit septem alios spiritus nequiores se, et ingressi habitant ibi, et fiunt novissima pejora prioribus. (Luc. 11, 26.)
5. Por otra parte desagrada mucho a Dios la recaída de un ingrato que fue llamado y perdonado por él con tanto amor, al ver que de nuevo le vuelve la espalda y renuncia su gracia, olvidando de las misericordias que Dios le había dispensado: Si inimicus meus malediaxisset mihi, sustinuissem, utique.... tu vero homo unanimis, duax meus, et notus meus, qui simul mecum dulces capiebas cibos. (Psal. 54, ex vers. 15. ad 16) Dice Dios, si me hubiese ofendido un enemigo mio, le sufriría con menor indignación; pero al ver que tú te has rebelado contra mí, después que te restituí a mi amistad y te concedí sentarte a mi mesa, para que te alimentases de mi misma carne, esto me irrita y me mueve a castigarte. ¡Ay de aquel, que siendo amigo de Dios, se hace enemigo suyo después de haber recibido de él tantas gracias! El infeliz hallará desenvainada la larga espada de la justicia divina: Et qui transgreditur a justitia ad peccatum, Deus paravit eum ad romphaeam. (Eccl. 26, 27.)
6. Pero dirá alguno: Si recaigo, me volveré a levantar presto, porque pienso confesarme inmediatamente. Al que habla de este modo le sucederá lo que sucedió a Samson , que habiéndose dejado engañar de Dalila, que le cortó los cabellos mientras él dormía, en los cuales consistía toda su fuerza, luego que despertó, dijo: Saldré como hice antes y conseguiré libertarme, ignorando, como añade la Escritura, que el Señor le había abandonado: Egrediar sicut ante feci, et me excutiam: nesciens, quod recessisset ab eo Dominus. (Judic. 16, 20.) Pensaba librarse de las manos de los Filisteos, como había hecho otra vez; pero le faltó la fuerza y le hicieron esclavo. Sus enemigos primeramente le arrancaron los ojos, luego le sepultaron en una cárcel, y después le cargaron de cadenas. Del mismo modo pierde la fuerza para resistir a las tentaciones el pecador después que ha recaído, porque el Señor le abandona y le priva de su auxilio eficaz, que es necesario para resistir al enemigo; y de esta manera queda el infeliz ciego y abandonado a sus culpas.
7. Dice Dios por S. Lucas: Nemo mittens manum suam ad aratrum, el respiciens retro, aptus est regno Dei: Ninguno que ha puesto la mano en el arado y mira atrás, es apto para el reino de Dios. (Luc. 9, 62.) En estas palabras se ve retratado el pecador que reincide. Orígenes escribe, que añadir un pecado nuevo al cometido anteriormente, es lo mismo que añadir una herida a otra herida: Cum peccatum peccato adjicitur, sicut vulnus vulneri. (Orig. Hom. 1. in Psal.) Si se recibe la herida en un miembro, ciertamente pierde aquel miembro su primer vigor; pero si después recibe la segunda, perderá toda la fuerza, todo el movimiento, y quedará sin esperanza de volverle a recobrar. Este es el gran daño que resulta de la reincidencia en el pecado; porque queda el alma tan débil, que no puede resistir a la tentación. Pues como dice Sto. Tomás: Remissa culpa remanent dispositiones ex praecedentibus actis causatae. (S. Thom. p. 1, qu. 86. art. 5.) Todo pecado, aunque haya sido perdonado, deja siempre abierta la herida de la culpa anterior, y después se junta la herida nueva a la antigua, y aquélla deja tan débil el alma, que le es imposible vencer las tentaciones, sin una gracia especial y extraordinaria de Dios.
8. Temamos pues, hermanos míos, recaer en el pecado, y no abusemos de la misericordia divina para seguir ofendiendo a Dios. S. Agustín dice, que aquel que prometió perdón al que se arrepiente, no prometió arrepentimiento a ninguno: Qui paenitenti veniam promisit, nulli penitentiam promisit. Es verdad que Dios ha prometido el perdón al que se arrepiente de su pecado; pero no ha prometido a ninguno la gracia de arrepentirse de él. El dolor de los pecados es un mero don de Dios; si Dios te le niega ¿como te arrepentirás de ellos? Y sin arrepentirte ¿como te se pueden perdonar? Tened presente, que nadie se burla de Dios: Nolite errare, Deus non irridetur. (Galat. 6, 7.) S. Isidoro dice, que aquel que reincide en el pecado ya confesado, no es penitente, sino un hombre que se burla de Dios: Irrisor, et non paenitens est, qui adhuc agit, quod paenitet. (S. Isid. de Summo bono.) Añadid lo que decía Tertuliano, a saber: que el arrepentimiento de aquel que no se enmienda, no fue verdadero: Ubi emendatio nulla , paenitentia vana. (Tertull. de paenit.)
9. Predicaba S. Pedro, diciendo : Paenitemini, et convertimini, et deleantur peccata vestra: Convertíos y haced penitencia para borrar de este modo vuestros pecados. (Act. 5, 19.) Muchos se arrepienten, pero no se convierten. Tienen algunos remordimientos al pensar en los desórdenes de su vida; pero no se convierten de veras a Dios: se confiesan y se dan golpes de pechos, prometiendo enmendarse; pero no hacen un propósito firme y eficaz de mudar de vida. El que determina eficazmente enmendarse, persevera, o al menos se mantiene largo tiempo en la amistad de Dios. Aquellos empero que recaen luego que se confiesan, manifiestan, como dice S. Pedro , que se han arrepentido, más no convertido, y estos sin duda alguna tendrán una mala muerte. Escribe S. Gregorio: Muchas veces los malos se sienten inclinados a la justicia, como los buenos a la culpa: Plerumque mali sic compunguntur ad justitiam, sicut plerumque boni tentantur ad culpam. (Pastor. p. 5. Admon. 51.) Quiere esto decir, que así como los justos experimentan a veces cierta inclinación al mal y sin embargo no pecan, porque resisten a la tentación ; así también los pecadores se sienten inclinados al bien, aunque no basta esta inclinación para determinarlos a que se conviertan. El Sabio advierte, que no merecerá la misericordia de Dios el que confiesa sus pecados, sino aquel que los confiesa y los abandona: Qui auten confessus fuerit (scelera sua), et reliqueritea, misericordiam consequelur. (Prov. 28, 13.) El que no deja pues de pecar, después de haberse confesado, sino que reincide nuevamente, no conseguirá la misericordia divina: y será víctima de la justicia de Dios, como sucedió a cierto joven inglés, según cuenta la historia de Inglaterra. Este joven reincidía en el vicio deshonesto; y aunque se confesaba, siempre volvía a recaer. Llegó finalmente la hora de su muerte, se confesó de nuevo, y pareció que moría con señales de haberse salvado; pero mientras un sacerdote piadoso celebraba el santo sacrificio de la misa por el bien de su alma, se le apareció el desgraciado joven y le dijo, que se había condenado; añadiéndole también, que habiendo tenido un mal pensamiento a la hora de morir, se sintió movido a consentir en él, casi por fuerza, y consintió en efecto, como tenia de costumbre; por lo cual había perdido su alma.
10. ¿Con que no hay remedio para el pecador que reincide en los mismos pecados? Yo no digo tal cosa, pero sí digo lo que dicen los médicos, a saber: In magnis morbis a magnis initium medendi sumere oportet: Que en las grandes enfermedades se necesitan grandes remedios. El que acostumbra reincidir, debe hacer grandes esfuerzos para volver a la senda de la salud, si quiere salvarse; pues como dice S. Mateo : Regnum ccelorum vim patilur, et violentirapiunt illud: El reino de los cielos padece violencia y solamente le consiguen los que se esfuerzan para conseguirle (Matth. 11,12) El que suele reincidir, debe violentarse, especialmente cuando comienza a andar por el camino de su nueva vida, con el fin de arrancar de raíz los malos hábitos que ha adquirido y contraer otros buenos; porque los buenos hábitos le harán fácil y aun agradable la obediencia a los preceptos divinos. En confirmación de esto reveló el Señor a Sta. Brígida , que a los hombres que sufren con fortaleza las primeras punzadas que se sienten cuando nos oponemos a todo lo que halaga a nuestros sentidos y evitan las ocasiones de pecar y las conversaciones peligrosas, aquellas espinas se les van convirtiendo insensiblemente en rosas; es decir, en un placer delicioso que inunda nuestros sentidos, nuestra alma y nuestras potencias.
11. Pero para practicar este consejo y llevar una vida arreglada, es preciso tomar las precauciones necesarias, o de otro modo, nada podremos adelantar. Por la mañana al tiempo de levantarnos, debemos dirigir a Dios acciones de gracias y de amor, y ofrecerle los trabajos de aquel día; y sobre todo renovar el propósito de no ofenderle, suplicando a Jesucristo y a su Madre santísima que nos preserven del pecado. En seguida debemos hacer oración, y oír el santo sacrificio de la misa. Luego en lo restante del día haremos ejercicios espirituales, en algún libro devoto, y visitaremos el santísimo Sacramento. Por la tarde finalmente se rezará el rosario, y haremos el examen de la conciencia, detestando de corazón las culpas que hayamos cometido aquel día. También es una práctica respetable hacer cada año ejercicios espirituales en el templo, o en su propia casa ante una imagen devota de Jesucristo crucificado. Debemos honrar todos los días a la Madre de Dios por medio de alguna oración particular, y ayunando en su honor todos los sábados. La Virgen Santísima se llama madre de la perseverancia, y promete concedérsela a sus devotos, como dice el Eccles. (24. 50): Qui operantur in me, non peccabunt. Es preciso sobre todo, pedir el don de la perseverancia en la virtud, a Dios y a la purísima Virgen María desde que nos levantamos por la mañana, y más especialmente cuando nos hallamos combatidos de alguna tentación; y entonces debemos invocar el nombre de Jesús y de María mientras dura la tentación, y darles gracias por la victoria, después que la hubiéremos vencido. Dichoso aquel cristiano que practique todas estas cosas, y comparezca de este modo ante Jesucristo cuando llegue el día de su juicio particular : Beatus ille servus, quem, cum venerit Dominus ejus, invenerit sic facientem. (Matth. 24. 46.)".
Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847 - [Negrillas son nuestras.]