"Los lobos que dispersan y destrozan las ovejas de Jesucristo, como dice el Evangelio de hoy, son los escandalosos, que no satisfechos con perderse a sí mismos, trabajan por perder a los demás, pero «¡ay de aquél hombre -dice el Señor- por quien viene el escándalo!» Væ homini illi, per quem scandalum venit! (Math. XVIII, 7) ¡Ay de aquel, que es causa de que otros pierdan la gracia de Dios! Dice Orígenes, que peca mucho más aquel que induce al pecado, que el que le comete inducido por él: Plus ille peccat qui ad peccandum impulit; quam qui peccat. Si entre vosotros, oyentes míos, hay alguno que ha escandalizado al prójimo hasta el presente, quiero hacerle saber hoy, cuan mal ha obrado, para que llore su culpa y se guarde de incurrir en ella en adelante. Voy, pues a demostraros:
Lo mucho que desagrada a Dios el pecado de escándalo, y éste será mi primer punto.
El gran castigo con que amenaza Dios a los escandalosos, que será el punto segundo.
PUNTO I
Cuanto desagrada a Dios el pecado de escándalo.
1. Primeramente conviene explicar que cosa es escándalo; y para que lo sepáis, oid como lo define santo Tomás: «Es una expresión o un hecho que ocasiona al prójimo su ruina espiritual»: Est dictum vel factum prœbens proximo occasionem ruinæ spiritualis. (S. Th. 2, q. 45, art. 1) Es decir, que puede ser directo e indirecto. Es directo, cuando uno tienta e induce directamente a otro a cometer un pecado. Será indirecto, cuando con el mal ejemplo, o con sus palabras, induce a otro a pecar, a pesar de que prevé el mal que con su mal ejemplo puede causarle. El escándalo, pues, bien sea directo, bien indirecto, siempre es pecado mortal cuando se da en materia grave.
2. Veamos ahora lo mucho que desagrada a Dios el que es causa de que se pierda un alma. Para conocer este desagrado, es preciso considerar cuanto ama el Señor a las almas. Primeramente,«El las crió todas a su imagen y semejanza», como dice la Santa Escritura: Faciamus hominem ad imaginem et similitudinem nostram. (Gen. I, 26) «A las demás criaturas les dió existencia con un mero acto de su voluntad; en cuanto al hombre, después de haberle formado del lodo de la tierra, inspiróle en el rostro un soplo de vida, y quedó hecho el hombre viviente con alma racional»: Et inspiravit in faciem ejus spiraculum vitæ. (Gen. II, 7). Pues esta alma de tu prójimo hermano mío, la amó el Señor desde la eternidad, según la sagrada escritura: In charitate prepetua dilexi te, ideo attraxi te miserans tui, (Jerem.XXXI, 3). «Y la crió para que fuese reina en el Paraíso y compañera de su gloria», como dice san Pedro: Ut per hæc efficciamini divinæ consortes naturæ. (II, Petr. I, 4.) «Además, se le dará a sí mismo en galardón», como nos dice en el Génesis (15, 1): Ege ero merces tua magna nimis.
3. Pero sobre todo, ninguna cosa puede manifestarnos más lo mucho que Dios ama a las almas, que lo que hizo el Verbo divino para redimirlas, cuando las vio perdidas por el pecado. San Euquerio dice: Quam pretiosus sis si factori non credis, interroga Redemptorem: «Si quieres saber lo mucho que vales, pregúntalo a tu Redentor, si no das crédito a tu Creador». Y hablando San Ambrosio del cuidado que debemos tener de la salvación de nuestros prójimos, escribe: Quantum valeat salus fratis, ex morte Christi cognoscitur: «Por la muerte de Jesucristo conocerás lo mucho que vale la salvación de tu prójimo». Se juzga que es tan grande el valor de una cosa, cuan grande sea el precio que da por ella un comprador inteligente. Esto supuesto, si Jesucristo compró nuestras almas con Su sangre, como dice el apóstol: Empti enim estis pretio magno, bien podemos decir, que una alma vale tanto como la sangre de Dios. Y, en efecto; san Hilario dice: que «la redención costó tanto, como si el hombre valiera lo mismo que Dios»: Tam copioso munere redemptio agitur, ut homo Deum valere videatur. Por esto nos dice nuestro Salvador: Quamdiu fecistis uni ex his fratibus meis minimis, mihi fecistis uni ex his fratibus meis minimis, mihi fecistis: «Aquello que hicisteis con alguno de mis más pequeños hermanos, conmigo lo hicisteis» (Matth, XXV, 40).
4. De todo lo dicho se infiere, cuanto desagrada a Dios el que escandaliza y le hace perder una alma. Para comprender esta desgracia basta decir, que le roba y le asesina una hija querida, para cuya salvación dió Jesucristo su sangre y su misma vida. Por esta razón san León llama homicida al escandaloso con estas palabras: Quisquis scandalizat, mortem infert animæ proximi: Cualquiera que escandaliza, mata el alma de su prójimo. Y este tal es homicida más cruel que los homicidas comunes, puesto que causa la muerte, no al cuerpo, sino al alma de su prójimo; y hace perder a Jesucristo todas las lágrimas, todos los dolores y todo cuanto hizo y padeció para salvar aquella alma. El Apóstol dice que pecando de este modo contra nuestros prójimos, e hiriendo su débil conciencia, pecamos contra Cristo: Sic autem peccantes in fratres, et percutientes conscientiam eorum infirman, in Christum peccatis.(1, Cor. 8, 12.) Porque según san Ambrosio, el que es causa de que se pierda un alma, hace perder a Jesucristo el afán en que vivió tantos años, sufriendo fatigas y tormentos.
5. Se lee en la Sagrada Escritura, que después que los hijos de Jacob vendieron a su hermano José a ciertos mercaderes fueron a decir a su padre, que una fiera le había devorado. Y para hacer creer esto al padre, tomaron la túnica de José y tiñéronla en la sangre de un cabrito, y luego se la presentaron a Jacob, diciéndole: «Mira si es o no la túnica de tu hijo»: Vide utrum tunica filli mei est, fera pessima comedit eum. (Gen. v. 33) Del mismo modo podemos figurarnos, que cuando peca una persona, inducida al pecado por un hombre escandaloso, los demonios presentan a Dios el vestido de aquél prójimo, teñido con la sangre del cordero inmaculado de Jesucristo, es decir, la gracia perdida de aquella alma escandalizada, que Jesucristo había redimido con su sangre: y que le dicen: Mira si es o no la túnica de tu hijo: ¿Vide, utrum tunica filii tui sit? Si Dios pudiese llorar, también lloraría entonces como Jacob, y diría al ver aquella alma perdida y asesinada: Tunica filiæ meæ est, fera pessima comedit eam. «Es la túnica de mi hijo; una fiera la ha devorado en efecto». Por esto el Señor irá buscando a la fiera, y preguntando por ella hasta que la encuentre: ¿En dónde, en dónde está la fiera que ha devorado a mi hijo? Cuando la encuentre ¿que hará con ella? ¿cuál será su suerte? Inferidla de lo que dice del escandaloso el santo Evangelio: «Mejor le sería que no hubiese nacido, o que le colgasen del cuello una de esas piedras de molino que mueve un asno». (Matth. XXIII, 6).
6. Hablando Dios por Oseas (XII, 8), dice: Ocurram eis, quasi ursa raptis catulis. «Saldré a embestirles, como osa a quien han robado sus cachorros». Cuando la osa vuelve a su madriguera, y halla que le han arrebatado sus hijos, da vueltas furiosa por la selva a fin de encontrar al arrebatador; si al fin le halla ¡con que furor se lanza sobre él para despedazarle! Pues del mismo modo, dice el Señor, que lanzará Él contra el escandaloso que le ha robado a sus hijos, induciéndolos al pecado, y entregándolos así a su enemigo . Quizá el escandaloso responderá: “Pero, aquél prójimo mío ya se ha condenado; ¿cómo puedo yo remediarlo?” Pues bien, dirá Dios: «puesto que se condenó por tu causa, tu me la pagarás»: Sanguinem vero ejus de mano tua requiram. (Ezech. III, 20). En el Deuteronomio, XIX, está escrito: «No te compadecerás de él, sino que le harás pagar vida por vida». Como si dijera: fuiste causa de que se perdiera un alma; pagarás, pues, con la tuya.
PUNTO II
El gran castigo con que amenaza Dios a los escandalosos
7. Væ homini illi, per quem scandalum venit: «¡Ay de aquel hombre que causa el escándalo!» dice Jesucristo por san Mateo. (Matth. XVIII, 7) Si es grande el disgusto que da a Dios el hombre escandaloso, grande es también el castigo que le espera. Si un malhechor es ajusticiado en la plaza, mueve a compasión a los espectadores; y ya que no pueden librarle de la muerte, ruegan al menos a Dios para que se compadezca de su alma; pero si los escandalosos son arrojados al mar, ni aún habrá quien de ellos se compadezca. Dice un autor, que Jesucristo manifestó que merecía tal castigo el hombre escandaloso, para hacerlo tan odioso a los ángeles y a los santos, como merece tal pecado, que le hace perder a Dios una alma: Indignus declaratur , qui videatur, nedum adjuvetur. (Mansi cap. 3, num. 4.)
8. San Juan Crisóstomo escribe, que Dios aborrece tanto el escándalo, que si bien perdona otros pecados más graves, al parecer, no deja, sin embargo, sin el castigo merecido el pecado del escándalo. Y antes que él lo dijo el mismo Dios por Ezequiel (XIV, 7, 8), por estas palabras: «Si alguno escandalizare con su iniquidad, haré que venga a ser el escarmiento y fábula de todos, y le exterminaré en medio de mi pueblo».
9. Por el pecado de escándalo Creó Dios el Infierno. Cuando Lucifer comenzó a seducir a los ángeles a rebelarse contra Dios. Por ésto fué lanzado al Infierno inmediatamente después de su pecado. Por esto Jesucristo dijo a los fariseos, que escandalizaban al pueblo con el mal ejemplo, que eran hijos del diablo, que fue desde el principio homicida. No harían seguramente los demonios una caza tan grande de almas como hacen, si no les ayudaran unos ministros tan crueles como los escandalosos. Más daño causa un compañero escandaloso, que cien demonios juntos.
10. Hablando San Bernardo sobre aquellas palabras de Ezequías, que trae Isaías (LVIII, 17) Ecce in pace amaritudo mea amarissima, pone en boca de la santa Iglesia las palabras siguientes: Pax a paganis, pax ab hæretics, non pax a filiis. «Vivo en paz con los paganos y con los herejes; pero no con mis hijos». Como si dijera: Al presente, la Iglesia no tiene herejes, ni idólatras que la persigan; pero la persiguen sus propios hijos, que son los cristianos. Los que cazan con red para coger los pajarillos, llevan reclamos, esto es, algunos pájaros ciegos y atados. Lo mismo practica el demonio, dice san Efrén: Cum fuerit capta anima, ad alias decipiendas fit laquens: «Luego de que caza el demonio una alma, se sirve de ella como de un lazo para cazar otras muchas almas». Primeramente, la ciega y la ata como un esclavo suyo, que es, y luego le hace reclamo suyo para engañar a otras almas y atraerlas a las redes del pecado. Y no solamente la incita a engañar a otras, sino también la obliga a ello, como dice san León: habet hostis multus, quos obligat ad lios decipiendos: «Tiene el enemigo muchos hombres a su disposición, a los cuales obliga a que engañen a los demás». (S. Leo. serm. de Nativ).
11. ¡Pobres escandalosos! Ellos deben sufrir en el Infierno el castigo de todos los pecados que han hecho cometer al prójimo. Escribe san Bernardo, que cuando la Escritura habla de los otros pecadores, da esperanzas de enmienda y de perdón; pero hablando de los escandalosos, habla de ellos como de uno réprobos que están ya separados de Dios y desesperados de su salvación eterna: Loquitur tamquam a Deo separati, unde hisce nulla spes vitæ esse poterit.
12. De aquí podemos colegir, cuan triste y deplorable es el estado en que se hallan aquellos que escandalizan a otro con su mal ejemplo; y aquellos que hablan deshonestamente delante de sus compañeros, de sus criados, y aun de los niños inocentes, a quienes sus escándalos sugieren malos pensamientos, y les inducen a cometer muchos pecados. Pensad que dolor experimentan entonces los ángeles custodios de aquellos infelices niños, al verlos caer en el pecado; y como pedirán venganza a Dios contra aquellas bocas sacrílegas que los escandalizaron. También espera un gran castigo a aquellos que se ríen o se mofan de quien obra bien; porque muchos dejan de obrar bien y se entregan a la mala vida, para que no se burlen de ellos. ¿Y cuál será la suerte de los que llevan recados o embajadas para terminar alguna cita infame y deshonesta? ¿Cuál la de aquellos que se jactan del mal que han hecho? ¡Oh Dios mío! En vez de llorar y arrepentirse de haber ofendido a Dios, se ríen y se glorían de ello. Todavía hay otros que aconsejan al pecado; otros impulsan a los inocentes a pecar; otros les enseñan el modo de ofender a Dios, lo que no hacen ni los mismos demonios del Infierno. ¿Y que diremos de aquellos padres y de aquellas madres, que no impiden los pecados de sus hijos, pudiendo y debiendo hacerlo, y permiten que traten con malas compañías, o frecuenten ciertas casas peligrosas, y que hablen sus hijas con jóvenes licenciosos? ¡Oh, cuán terriblemente veremos castigados en el día del juicio a todos estos escandalosos!
13. Quizá dirá alguno en su interior: Con que, según eso, padre, yo, que he escandalizado, estoy perdido sin remedio. “¿No habrá ya esperanza de salvación para mi?” No, no quiero decir eso yo, hermano mío, que estés enteramente desahuciado, porque la misericordia de Dios es grande, y además, ha prometido perdonar al que se arrepiente. Pero, si quieres salvarte debes reparar los escándalos que has ocasionado. Dice Eusebio Emiseno (Hom. X, ad. Mon.) Qui eum multorum destructione se perdidit, eum multorum ædificatione se redimat: «El que se perdió ocasionando la ruina de muchos, redímase edificando a muchos». Si tú, pues, te has perdido, y has dado ocasión con tus escándalos a que se pierdan muchos, estás obligado ahora a conducir a muchos por la senda de la virtud de las buenas palabras y ejemplos, evitando las ocasiones de pecar, frecuentando los sacramentos, dejándote ver a menudo en la iglesia orando, y oyendo la palabra divina. Y desde hoy en adelante, guárdate más que de la muerte, de hacer y de decir cosa alguna que pueda servir de escándalo al prójimo: Sufficiat lapsis, – dice san Cipriano- ruina sua. (Lib. I, Epis. 3) Y santo Tomás de Villanueva: Sufficiant vobis peccata vestra: «Os bastan vuestros propios pecados». ¿Que mal os ha hecho Jesucristo, que no contentos con ofenderle vosotros, queréis que también le ofendan los demás? Esto es demasiada crueldad.
14. Guardaos, pues, oyentes míos, desde hoy en adelante, de dar ocasión al menor escándalo: y si queréis salvaros, evitad cuanto podáis el trato con las personas escandalosas. Estos hombres, que son demonios en figura humana, se condenarán; pero si tu no evitas su trato, te condenarás también con ellos. Væ mundo a scandalis, dice nuestro divino Redentor por san Mateo (VIII, 7); lo cual quiere decir: ¡Cuanto daño causan al mundo y a los hombres los escándalos! En efecto; ¡cuántos se condenan por el escándalos! No solamente los que dan, sino también los que no evitan el trato con escandalosos. Huid, hijos míos, de ellos como de unas fieras, que solo tratan de devoraros y conduciros a la eterna condenación. Pero, dicen algunos, aquél es amigo mío, tengo relaciones de amistad o de parentesco, me puede favorecer mucho en mi carrera. Sí, pero Jesucristo te dice: «Si tu ojo es para ti ocasión de escándalo sácale y tírale lejos de ti; porque mejor te es entrar en la vida eterna con un solo ojo, que tener dos y ser arrojado al fuego del Infierno». (Matth. XVIII, 9) Por lo tanto, aunque aprecies más que a uno de tus ojos a la persona que te escandaliza, debes desviarte y aun separarte enteramente de ella, si esto te es posible; porque mejor te es perder el ojo y salvarte, que no conservarlo y condenarte para siempre."
Imagen by Alex E. Proimos (CC BY-NC 2.0) https://flic.kr/p/7p7raq
Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847 - [Negrillas son nuestras.]
Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847 - [Negrillas son nuestras.]