Sobre la Reincidencia en los mismos Pecados - La Fe Cristiana

Sobre la Reincidencia en los mismos Pecados



San Alfonso María de Ligorio es su sermón sobre el "triste estado de los que reinciden en los mismos pecados señala: "No creáis que se han acabado las tentaciones: preparaos al combate, y guardaos de recaer en los pecados que habéis confesado; porque si tornáis a perder la gracia de Dios, será difícil que la recobréis".

Agrega con "la Confesión que has hecho, ha quedado limpia tu alma, pero no está salva todavía; porque si tornas a pecar, tornarás a perderla, y el daño que te resultará de la recaída, será mucho mayor que el de la caída (...) El que sufre una enfermedad mortal y sana de ella, si recae después en el mismo mal, quizá perderá tanto las fuerzas, que le será imposible restablecerse. Esto es lo que sucede a los que recaen en el pecado: pues volviendo a recaer en los mismos pecados que confesaron, quedan tan débiles, que vienen a ser el juguete del demonio. Dice S. Anselmo, que adquiere el enemigo tanto dominio sobre los reincidentes, que les hace caer y recaer a su antojo; y los desgraciados son semejantes a los pajarillos con que juegan los niños, los cuales les permiten que se alcen de la tierra de vez en cuando; pero como los tienen atados, vuelven a hacerle caer cuando quieren".

Señala "que no tenemos fuerzas para resistir a las potencias infernales, y que nos es absolutamente necesario el auxilio divino, porque sin él siempre quedaremos vencidos. Al contrario, cuando Dios nos ayuda, podremos vencer y venceremos (...) pero Dios no concede esta ayuda sino a los que la alcanzan por medio de la oración; y el que no la pide, no puede alcanzarla".

Indica más adelante: "desagrada mucho a Dios la recaída de un ingrato que fue llamado y perdonado por él con tanto amor, al ver que de nuevo le vuelve la espalda y renuncia su gracia, olvidando de las misericordias que Dios le había dispensado (...) ¡Ay de aquel, que siendo amigo de Dios, se hace enemigo suyo después de haber recibido de él tantas gracias! El infeliz hallará desenvainada la larga espada de la justicia divina (...)".

"Si se recibe la herida en un miembro, ciertamente pierde aquel miembro su primer vigor; pero si después recibe la segunda, perderá toda la fuerza, todo el movimiento, y quedará sin esperanza de volverle a recobrar. Este es el gran daño que resulta de la reincidencia en el pecado; porque queda el alma tan débil, que no puede resistir a la tentación.".

"Temamos pues, hermanos míos, recaer en el pecado, y no abusemos de la misericordia divina para seguir ofendiendo a Dios. (...) Tened presente, que nadie se burla de Dios. S. Isidoro dice, que aquel que reincide en el pecado ya confesado, no es penitente, sino un hombre que se burla de Dios. (...) Añadid lo que decía Tertuliano, a saber: que el arrepentimiento de aquel que no se enmienda, no fue verdadero (...)".

"Muchos se arrepienten, pero no se convierten. Tienen algunos remordimientos al pensar en los desórdenes de su vida; pero no se convierten de veras a Dios; se confiesan y se dan golpes de pecho, prometiendo enmendarse; pero no hacen un propósito firme y eficaz de mudar de vida. (...) El que no deja pues de pecar, después de haberse confesado, sino que reincide nuevamente, no conseguirá la misericordia divina, y será víctima de la justicia de Dios".

"El que acostumbra reincidir, debe hacer grandes esfuerzos para volver a la senda de la salud, si quiere salvarse. (...) El reino de los cielos padece violencia y solamente le consiguen los que se esfuerzan para conseguirle (Matth. 11,12) El que suele reincidir, debe violentarse, especialmente cuando comienza a andar por el camino de su nueva vida, con el fin de arrancar de raíz los malos hábitos que ha adquirido y contraer otros buenos; porque los buenos hábitos le harán fácil y aun agradable la obediencia a los preceptos divinos. (...) para practicar este consejo y llevar una vida arreglada, es preciso tomar las precauciones necesarias, o de otro modo, nada podremos adelantar. Por la mañana al tiempo de levantarnos, debemos dirigir a Dios acciones de gracias y de amor, y ofrecerle los trabajos de aquel día; y sobre todo renovar el propósito de no ofenderle, suplicando a Jesucristo y a su Madre santísima que nos preserven del pecado. En seguida debemos hacer oración, y oír el santo sacrificio de la misa. Luego en lo restante del día haremos ejercicios espirituales, en algún libro devoto, y visitaremos el santísimo Sacramento. Por la tarde finalmente se rezará el rosario, y haremos el examen de la conciencia, detestando de corazón las culpas que hayamos cometido aquel día".

Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847 / Imagen: Persecution by Travis Silva

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