"Tradidit eum tortoribus, quoadusque universum debitum.
Entrégole en manos de los verdugos, hasta tanto que satisficiera la deuda por todo entero. (Matth. XVIII, 34)
Dice el Evangelio de hoy, que habiendo administrado mal los bienes de su señor un esclavo , se halló al rendir las cuentas, que quedaba deudor de diez mil talentos; y queriendo el señor que se los pagase, el siervo le dijo: Concédame Vd. algún plazo, y se lo iré pagando todo: Patientiam habe in me, et omnia reddam tibi. Mas el señor movido a compasión le perdonó toda la deuda. Este siervo había fiado a otro compañero suyo cien monedas, y no pudiendóselas pagar, le suplicó que le esperara algún plazo de tiempo; pero el inicuo siervo mandó ponerle en la cárcel sin tener compasión de él. Luego que su señor supo esta acción cruel, le llamó y le dijo: Siervo injusto, yo te he perdonado diez mil talentos. ¿Como es que tú no has tenido piedad de tu compañero , que solamente te debía cien monedas? En seguida le entregó a los verdugos para que le atormentasen hasta que pagase toda la deuda: Tradidit eum tortoribus, quoadusque redderet universum debitum. Aquí tenéis, oyentes míos, descrita en estas últimas palabras la sentencia de la eterna condenación que está preparada a los pecadores. Muriendo en pecado son deudores a Dios de todas sus iniquidades; y porque no pueden satisfascerle ya en la otra vida por las culpas cometidas, deberán penar eternamente en el infierno, puesto que quedan deudores de la Divina Justicia para siempre, es decir por toda la eternidad. De esta desgraciada eternidad quiero hablaros hoy. Prestadme atención.
1. Gran pensamiento es el de la eternidad, como le llama S. Agustín: Magna cogitatio. Dice el santo doctor, que Dios nos hizo cristianos y nos instruyó en la fe para que pensemos en la eternidad: Ideochristiani sumus, ut semper de futuro saeculo cogitemus. Este pensamiento movió a dejar el mundo a tantos grandes de la tierra que se despojaron de sus riquezas y fueron a encerrarse en un claustro para vivir allí pobre y penitentemente. Este pensamiento envió tantos jóvenes a las grutas y a los desiertos, y movió a tantos mártires a abrazar los tormentos y la muerte para salvar el alma por toda la eternidad; porque no tenemos aquí en el mundo una patria duradera , como dice S. Pablo, sino que buscamos la eterna: Non enim habemus hic manentem civitatem, sed futuram inquirimus. (Hebr. 13, 14.) En efecto, amados cristianos, este mundo que habitamos no es nuestra patria; sino solamente un lugar de paso, por el cual debemos pasar en breve a la eternidad : Ibit homo indomum aeternitatis suae. (Eccl. 12, 5.) Pero en esta eternidad de que hablamos, es muy distinta la mansión de los justos que está llena de delicias, de la mansión de los pecadores que es una cárcel llena de tormentos. A una de estas hemos de ir todos nosotros sin remedio, como dice S. Ambrosio: In hanc vel in illam aeternitatem cadam, necesse est (S. Amb. in Psal. 118.)
2. Y lo peor es, que en aquella hemos de estar siempre en la que entremos una vez: Si lignum ceciderit ad anstrum, ad aquilonem, ni quocumque loco ceciderit, ibi erit. (Eccl. 11 , 3.) Cuando cortan un árbol ¿Hacia que lado cae? Hacia el que está inclinado. ¿A cual pues caerás tú, pecador que me oyes, cuando corte la muerte el árbol de tu vida? Caerás a el lado que te inclines. Si te hallas inclinado hacia la parte del austro, esto es, en gracia de Dios, serás siempre feliz: pero si te inclinas al aquilón, serás siempre desgraciado: o siempre feliz en el cielo, o siempre desgraciado y desesperado en el infierno. El morir es una necesidad para todos los mortales, como nos lo enseñan la fe y la misma experiencia; pero no sabemos cual de estas dos eternidades nos ha de caber después de la muerte: Necesse mori, post haec autem dubia aernitas.
3. Esta incertidumbre de las dos eternidades ocupaba continuamente la imaginación de David, le quitaba el sueño y le tenia amedrentado, como dice el mismo real Profeta: Anticipacerunt vigilias oculi mei, turbatus sum, et non sum locutus; cogitavi dies antiquos, et annos aetemos in mente habui. (Psal. 76, 5 et 6.) S. Cipriano hace esta pregunta: ¿Qué cosa era la que inspiró en todos tiempos a muchos santos hacer una vida que fué un continuo martirio, por las continuas asperezas que practicaban contra su mismo cuerpo? Y responde el mismo Santo: Estas asperezas se las inspiraba el pensamiento de la eternidad. Cierto monge se encerró en una fosa en la que no hacia otra cosa que exclamar: ¡Oh eternidad, oh eternidad! Aquella famosa pecadora convertida por el abad Pafnucio, tenia siempre presente la eternidad y decía: ¡Quien me asegura la eternidad feliz, y me liberta de la eternidad desgraciada! El mismo temor tuvo a S. Andres Avelino en un continuo terror y llanto hasta la muerte; de modo que preguntaba a cuantos veía: ¿Qué dices tú? ¿me salvaré, o me condenaré para siempre?
4. ¡Oh si nosotros tuviésemos siempre presente la eternidad ! no estaríamos tan apegados a las cosas de este mundo. Por eso escribe S.Gregorio: Quisquis in aeternitatis desiderio figitur, nec prosperitate attollitur, nec adversitate quassatur, et dum nihil habet in mundo quod appetat, nihil est quod de mundo pertimescat. El que tiene fija en su mente la eternidad, no se engríe en la prosperidad, ni se abate en la adversidad; y como nada tiene en el mundo que apetecer, nada tiene tampoco que temer. Únicamente desea la eternidad feliz, y únicamente teme la eternidad desgraciada. Cierta señora estaba muy embebecida en las vanidades del mundo: fué a confesarse un día con el padre maestro de Ávila, quien le mandó que fuese a su casa y pensase allí en estas dos palabras: siempre y jamás. La señora lo hizo así, y desterró de su corazón el apego al mundo y le consagró a Dios. S. Agustín escribe, que el que piensa en la eternidad y no se convierte a Dios o no tiene fe, o no tiene juicio: O aeternitas, qui te cogitat, nec paenitet, aut certo fidem non habet, aut si habet, cor non habet. (S. Aug. in Solitoq.) En confirmación de esta verdad refiere S. Juan Crisóstomo, que los gentiles echaban en cara a los cristianos que eran embusteros, o insensatos. Embusteros, si decían que creían lo que realmente no creían, e insensatos, porque creyendo en la eternidad, no por eso dejaban de pecar: Exprobrabant Gentiles , aut mendaces, aut stultos esse christianos: mendaces si non crederent quod credere dicebant: stultos, si credebant et peccabant.
5. ¡Ay de los pecadores! dice S. Cesario de Arles. Ellos entran en la eternidad sin haberla conocido; pero allí serán los gritos de dolor, cuando hayan entrado y vean que no pueden salir: Vae peccatoribus, incognitam ingrediuntur ternitatem: sed vae duplex, ingrediuntur, et non egrediuntur. Al que ha de entrar en el infierno, se le abre la puerta; pero luego que ha entrado, se le cierra para siempre. Las llaves las guarda el mismo Dios, como dice S. Juan: Et habeo claves mortis et inferni (Apoc. i, 18.), para darnos a entender, que el que ha tenido la desgracia de entrar allí, está condenado a no salir jamás. La sentencia de los condenados, dice S. Juan Crisóstomo , está grabada sobre la columna de la eternidad, y no será jamás revocada. En el infierno no se cuentan los días ni los años. Dice S. Antonino, que si un condenado supiese que había de salir del infierno, después que pasasen tantos millones de años cuantas gotas de agua tiene el mar, y átomos hay en la tierra, se alegrarían mucho mas de lo que se alegra un hombre condenado a la horca, cuando recibe la noticia de que le han perdonado, aun cuando además le hicieran monarca del mundo. Pero pasarán todos estos millones de años, y el infierno del condenado apenas habrá comenzado. Mas ¿de qué sirve multiplicar millones y millones de años a la eternidad, si como dice S. Hilario , no ha de tener jamás fin? Ubi p utas finem invenire, ibi incipit. Por eso dice S. Agustín , que la eternidad no puede compararse con las cosas que tienen fin: Quae finem habent, cum aeternitate comparari non possunt. (In Psal. 36.) Cualquiera condenado se contentara con hacer este pacto con Dios, a saber: que Dios aumentara sus penas cuanto quisiera, señalando el término más remoto que quisiese, con tal que tuviesen fin. Empero la desgracia es , que este fin no ha de llegar jamás: Perit finis meus, dice el condenado: (Thren. 3, 18.) ¿Con que no hay término a la pena de los condenados? No: la trompeta de la divina justicia resuena sin cesar en el infierno, recordando a los condenados que sus penas han de durar siempre, y nunca , nunca han de acabar.
6. Si el infierno no fuese eterno, no seria su pena tan grande como es; porque como escribe Tomás de Kempis: Modicum est et breve omne quod transit cum tempore: No es grande la pena que tiene fin. Cuando un enfermo ha de sufrir una incisión, o una cauterización sobre una parte gangrenada de su cuerpo; el dolor es grande, pero soportable porque termina presto. Pero cuando el dolor es grande y dura muchos meses, se hace insoportable. ¡Ah, infelices pecadores obcecados! Cuando aquí se les habla del infierno, suelen responder: Si voy allí, tendré paciencia. ¡Pero como mudarán de pensar cuando se vean en él! No se trata de sufrir allí algunos días o algunos meses, ni de un dolor más o menos agudo: se trata de sufrir todos los males y todos los tormentos reunidos , y de sufrirlos por toda la eternidad.
7. Jamás terminarán; jamás se disminuirán en lo mas mínimo. El réprobo siempre sufrirá el mismo fuego, la misma privación de Dios, la misma tristeza, la misma desesperación: porque, como dice S. Cipriano, en la eternidad no se hace cambio ninguno. Y esta misma idea de conocer anticipadamente todo aquello que ha de sufrir siempre, aumentará muchísimo su pena. Describiendo Daniel la felicidad de los bienaventurados, y la desgracia de los réprobos, dice; que estos verán siempre, y siempre tendrán fija en su imaginación su eterna desgracia; y por eso la eternidad los afligirá, no solamente con el peso de la pena presente, sino también con el de la futura que es eterna: Evigilabunt alii in vitam aeternam; et alii in opprobrium, ut videant semper. (Dan. 12, 2.)
8. Y estas no son opiniones controvertidas entre los doctores; sino dogmas de fe que están bien claros en las sagradas Escrituras. Pero la Escritura, replica un hereje, dice: Discedite a me, maledicti, in ignem aeternum: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno (Matth. 25, 41); luego lo que es eterno es el fuego, más no la pena de daño. Así habla este incrédulo, pero habla neciamente. ¿A qué fin hubiese Dios criado este fuego eterno, sino sirviese para castigar a los réprobos eternamente? Pero para quitar todo protesto de duda, muchos textos hay en la Escritura que dicen, que no solo es eterno el fuego, sino también la pena de daño; y quiero citar algunos. S. Mateo (25, 46) dice: Irán estos al suplicio eterno: Ibunt hicin supplicium aternum. Y S. Marcos (9, 43.) se explica así: En donde el gusano de la conciencia no muere, y no se extingue el fuego que sufren: Ubi vermis eorum non moriurt, et ignis non extinguitur. También S. Juan en el Apocalipsis manifiesta claramente esto mismo, por estas palabras: El fuego de sus tormentos durará por los siglos de los siglos: Et fumus tormentorum eorum ascendet in saecula saeculorum. (Apoc. 14, 11.) Y S. Pablo: Qui paenas dabunt in interitu aeternas. (2, Thess. 1,9.)
9. Me replicará quizá algún incrédulo: Pero ¿Como Dios siendo justo puede castigar con una pena eterna un pecado que solo dura un momento? A esta objeción respondo, que la gravedad de un delito no se mide por la duración del tiempo, sino por el peso de la malicia; y la malicia del pecado mortal es infinita, como dice Sto Tomás; porque es una ofensa cometida contra un Dios que es infinito en su bondad, en su omnipotencia , y en todos sus atributos. Por esto el condenado merecía sufrir una pena infinita; pero no siendo capaz de tal pena ninguna criatura, dice Sto. Tomás, que Dios la hace infinita en la duración, pero no en la intensión. Además de esto, es cosa justa que no cese la pena que merece el pecador mientras este persevere contumaz en su pecado. Y por esta razón , así como en el cielo es siempre premiada la virtud de los justos, porque siempre dura, así en el infierno es castigada siempre la culpa de los réprobos, porque siempre permanecen contumaces en ella. Escribe Eusebio Emiseno: Quia non recipit causae remedium, carebit fine supplicium. Y está tan obstinado en su pecado el réprobo que se halla en los infiernos, que aunque Dios le ofreciese el perdón de sus culpas, lo rehusaría por el odio grande que contra Dios abriga en su corazón. Esto dice Dios por Jeremías (15. 18.) con estas palabras: Quare factus est dolor meus perpetuus, et plaga mea desperabilis, renuit curari? Mi herida es incurable , porque yo no quiero que me curen, dice el reprobo. ¿Como pues podrá Dios sanar la herida de la mala voluntad de los réprobos, cuando ellos rechazan y no quieren admitir el remedio, aunque se les ofrezca? Así el castigo de los réprobos se llama una espada, una venganza irrevocable: Ego Domimus eduxi gladium meun de va.gina sua irrevocabilem. (Ezech. 21, 5.)
10. Y por la misma razón sucede que la muerte, que es tan temible y nos espanta en este mundo, en el infierno la desean los réprobos y no la pueden conseguir: Et indiebus illis quaerent, homines mortem, et non invenient eam; et desiderabunt mori, et fuget mors ab eis: En aquellos días buscarán los hombres la muerte y no la hallarán: desearán morir, y la muerte huirá de ellos. (Apoc. 9, 6.) Desearían ser exterminados y destruidos por no padecer eternamente; pero no hallarán este remedio extertninador que les sugiere su misma desesperación: Non est in illis medicamentnm extermina. (Sap. 1,14.) Si un hombre condenado a la horca ha sido arrojado por el verdugo y no puede ahogarle con presteza, este espectáculo mueve al pueblo a compasión: pero los pobres condenados viven en continuas agonías de muerte y no tienen otra muerte que el tormento que no puede quitarles la vida: Prima mors, dice S. Agustín, animam nolentem pellit de corpore, secunda mors nolentem tenet in corpore. La primera muerte arranca al alma del cuerpo del pecador cuando él no quisiera morir; pero la segunda, que es la eterna, retiene su alma en el cuerpo cuando quisiera morir para terminar de una vez sus amargas penas. El real Profeta dice: Sicut oves in inferno, positi sunt, mors depascet eos: que los réprobos están en el infierno siendo pasto de la muerte. (Psal. 48, 15.) Y en efecto, es así. La oveja cuando pace, arranca y come las hojas de la planta y deja la raíz. La planta no muere, sino que crece y se vuelve a cubrir de hojas. Pues lo mismo hace la muerte con los réprobos: los atormenta y los oprime de penas; pero les deja la vida , que es la raiz de sus tormentos.
11. Mas ya que para estos desgraciados no hay esperanza de salir del infierno, seria menos doloroso que pudiesen engañarse y alucinarse a sí mismos, discurriendo de este modo: Quizá Dios se moverá algún día a compasión de nosotros y nos librará de estos tormentos. Mas no sucede así en el infierno donde no cabe tal alucinamiento; porque el condenado, así como sabe de positivo que hay Dios, sabe también que sus padecimientos no han de terminar jamás: Existimasti, inique, quod ero tui similis; arguam te, et statuam contra faciem tuam. (Psal. 49, 21.) Siempre verá sus pecados presentes y la sentencia de su eterna condenacion: Statuam contra faciem tuam.
12. Deduzcamos de todo lo que acabo de decir, amados oyentes mios, que el negocio de nuestra salud eterna debe ser el más interesante y el más esencial para nosotros: Negotium, dice S. Eucherio, pro quo contendimut; aeternitas est. Se trata en él de la eternidad, es decir, de una felicidad que no tendrá fin si nos salvamos; o de una desgracia también eterna, si nos condenamos. Cuando Tomás Moro fue condenado a muerte por Enrique VIII , trató su mujer de moverle a que cediera a la voluntad del rey ; pero él le habló de este modo: - Dime Luisa, ¿cuantos años crees tú que podría yo vivir todavía? Ya ves que soy viejo.- Aun podrías vivir veinte años. - Oh esposa insensata , replicó el esposo. ¿Y quieres que por veinte años de vida en este mundo, me condene después por una eternidad en el otro?
13. ¡Oh Dios mio! creemos en el infierno, y sin embargo pecamos. Oyentes míos, no seamos nosotros tan necios como lo fueron tantos otros que ahora lloran sin remedio en los infiernos. ¿Qué resta ya a los desgraciados de los placeres que disfrutaron en este mundo? El Crisóstomo, hablando de los ricos y de los pobres, exclama: O infelix felicitas, quae divitem ad aeternam infelicitatem traxit! O felix infelicitas, quae pauperem ad aeternitatis felicitatem perduxit! Los Santos se sepultaron vivos en las grutas y en los desiertos, para no verse sepultados después de la muerte en el infierno por toda una eternidad. Aunque la eternidad fuese una cosa dudosa, deberíamos sin embargo hacer de nuestra parte los mayores esfuerzos para evitar los eternos tormentos del infierno. Pero no cabe duda ninguna; porque es artículo de fe, que todos nosotros, al salir de esta vida debemos entrar en la eternidad para ser en ella, o eternamente felices ó eternamente desgraciados. Sta. Teresa decía que muchos cristianos se condenan porque no tienen fe. Avivemos pues nosotros esta virtud que es la que nos allana la entrada en el paraíso. Tengamos presente que después de esta vida miserable hay otra que no tiene fin. Valgámonos de todos los medios y hagamos cuanto esté de nuestra parte para asegurar esta vida que ha de ser eterna. Y si para conseguir este objeto es preciso separarnos del mundo , abandonémosle inmediatamente , siguiendo los consejos del que murió por nosotros en una cruz y nos elijo: El que quiera venir detrás de mi, haga abnegación de si mismo , tome su cruz sobre sus hombros y sígame. Creedme , oyentes míos , el único modo de asegurar la eterna salvación , es hacer guerra a los vicios e imitar las virtudes que Jesucristo nos enseñó. Hacedlo así, y yo en su nombre os aseguro, que evitareis la la eterna condenación, y disfrutaréis de su bienaventurada compañía por toda la eternidad en la gloria. Amén."
Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, 1847 - [Negrillas son nuestras.]