De la pasión dominante - La Fe Cristiana

De la pasión dominante



"Incipiebat enim mori (...) Domine, descende priusquam moriatur filius meus"
(Matt; 4, 47 . 49)».

"Las pasiones por sí mismas, no son malas ni dañosas. Cuando la razón y la prudencia las dirigen, no causan daño al alma, sino provecho. Pero cuando se desordenan, ocasionan grandes perjuicios al que se abandona a ellas; porque la pasión cuando se apodera del corazón, oscurece la razón e impide conocer lo que es bueno y lo que es malo. Por eso el Eclesiástico suplicaba a Dios que le librase de una alma obcecada por la pasión : Aanimae irreverenti et infrunitae ne tradas me. (Eccl. 23, 6.) Guardémonos, pues, de dejarnos dominar de alguna pasión desenfrenada. En el Evangelio de hoy se cuenta que cierto Régulo tenia un hijo que estaba en peligro próximo de muerte, y sabiendo que Jesucristo acababa de llegar de Galilea, fué a verle y le suplicó que fuese a curarle: Descende priusquam moriatur filius meus. Lo mismo podremos decir del que comienza a dejarse dominar de alguna pasión; por que también este comienza a morirse, o está vecino a la muerte del alma, que es mucho más temible que la del cuerpo. Y por tanto, si quiere vivir, debe suplicar al Señor que le libre presto de aquella pasión: Domine, descende, priusquam moriatur anima mea; pues de otro modo se perderá miserablemente. Esto es lo que quiero demostraros hoy en el presente sermón, a saber: el gran peligro en que está de condenarse el que se deja dominar de alguna pasión maligna. Para proseguir, necesito de la gracia. Ayudádmela a implorar de la Madre de Jesucristo que nos la alcanzará de su Hijo santísimo que es la fuente de ella; para lo cual digámosle con el ángel, Ave María.

1. Escribe Salomón: Solummodo hoc inveni, quod fecerit Deus hominem rectum, et ipse se infinitis miscuerit quaestionibus. (Eccl. 7, 30.) Dios crió al hombre recto, esto es, justo y sin pecado; pero él, prestando oídos a la serpiente se expuso a las tentaciones y combates, y quedó vencido por el demonio: porque revelándose a Dios las pasiones se rebelaron contra él; y estas son aquellas de que habla S. Pablo, diciendo que mueven una continua guerra entre la carne y el espíritu: Caro enim concupiscit adversus spiritum, spiritus autem adversus carnem. (Gal. 5, 17.) Pero esto no obstante, bien puede el hombre resistir con la ayuda de la gracia divina, y no dejarse dominar de las pasiones; antes puede él dominarlas y sujetarlas a la razón, como dijo el Señor a Caín: Sed sub te erit appetitus ejus, et tu dominaberis illius. (Gen. 4,7.) Por grandes que sean los ataques de la carne y del demonio para separarnos del camino trazado por Dios, Jesucristo dijo: que el reino de Dios está en nuestra mano: Ecce enim regnum Dei intra vos est. (Luc. 17, 21.) Hay dentro de nosotros un reino constituido por Dios mismo, cuya reina es nuestra voluntad que domina nuestros sentidos y nuestras pasiones. ¿Y qué honor más bello y apreciable puede tener un hombre, que ser rey y dueño de sus pasiones?

2. En esto consiste, propiamente hablando, la mortificación interior que tanto nos recomiendan los doctores y maestros espirituales; y en dirigir las pasiones del espíritu consiste especialmente la salud y santificación de nuestra alma. La robustez y salud del cuerpo nace de la templanza y equilibrio de los humores; y cuando uno de ellos abunda más que los otros, introduce el desorden en la organización y causa la muerte. Del mismo modo, pues, exige la salud del alma, que las pasiones estén sometidas a la razón y sean dirigidas por ella. Pero cuando estas dominan a la razón, esclavizan al alma y al fin la matan.

3. Muchos ponen todo su cuidado en adquirir y conservar un exterior modesto y respetuoso; pero conservan en su corazón afectos y pasiones depravadas, que no pueden conciliarse ni con la justicia, ni con la caridad, ni con la humildad, ni con la castidad. Estos hallarán preparados el castigo con que el Salvador amenazó a los escribas y fariseos, los cuales tenían cuidado de tener limpios sus vasos y platos, y alimentaban en su alma pensamientos injustos e impuros. Por esto el Señor les dice: Vae vobis scribae et pharisaei hypocritae, quia mundatis quod deforis est calicis et paropsidis; intus autem pleni estis rapina et immunditia!: ¡Ay de vosotros escribas y fariseos hipócritas, porque limpiáis las cosas por de fuera, y abrigáis en vuestro corazón deseos de injusticia y de rapiña. ( Matth. 23, 25.) El real Profeta dice, que toda la gloria y belleza de un alma, que es hija verdadera de Dios, la tiene dentro de sí en su misma voluntad: Omnis gloria ejus filiae regis ab intus, in fimbriis aureis (Psal. 44, 14.) ¿De qué sirve, pues, abstenerse de manjares, como dice S. Jerónimo, y tener el alma llena de soberbia? ¿De qué sirve abstenerse del vino y estar embriagado de cólera? Quid prodest tenuari abstinentia, si animus superbia intumescit'! Quid vinum non bicere, et odio inebriari'! Los que así lo hacen, no se despojan de los vicios, sino que los ocultan con el manto de la devoción. Es preciso, pues, que el hombre se despoje de todas las pasiones desarregladas, porque de otro modo no será el dominador de ellas, sino su esclavo, y reinará el pecado en él, contra lo que nos previene S. Pablo con estas palabras: Non ergo regnet peccatum in vestro mortali corpore ut obediatis concupiscentiis ejus: No reine pues el pecado en vuestro cuerpo mortal, ni obedezcáis a su concupiscencia. (Rom. 6, 12.) El hombre es rey de sí mismo, dice Sto. Tomás, cuando dirige con la razón el cuerpo y sus inclinaciones carnales: Rex est homo per rationem, quia per eam regit totum corpus et affectus ejus. (S. Thom. in Joann. 4.) Pero cuando sirve a sus vicios, dice S. Jerónimo que pierde el honor del reino, y se hace esclavo del pecado: Perdit honorem regni, quando anima vitiis servit. (S. Hier. in Thren. 2, 7.) Y en efecto, según escribe S. Juan Evangelista: El que comete pecado, es siervo del pecado: Qui facit peccatum, servus est peccati. (Joan 8 , 34.)

4. Santiago nos amonesta que debemos servirnos del cuerpo y de sus apetitos como nos servimos de los caballos, a los cuales les ponemos el freno en la boca, y así los conducimos fácilmente donde queremos: Equis frena in ora mittimus ad consentiendum nobis, et omne corpus illorum circumferimus. (Jac. 3, 3.) Cuando sintamos pues dentro de nosotros alguna pasión que nos mueva a satisfacerla, debemos enfrentarla con el freno de la razón; porque si queremos hacer lo que ella exige, nos haremos semejantes a las bestias que no van a donde las guía la razón, sino a donde las induce su brutal apetito. Por esto dice David : Homo, cum in honore esset, non intellexit. Comparatus est jumentis insipientibus, et similis factus est illis: El hombre cuando se ve honrado es como los jumentos faltos de razón. (Psal. 48, 13.) Y aun es peor como dice S. Juan Crisóstomo, ser semejante a los jumentos, que haber nacido jumento: Pejus est comparari, quam nasci jumentum; nam naturaliter non habere rationem tolerabile est. Porque carecer de razón por naturaleza no es cosa deshonrosa, como dice el Santo; pero el haber nacido hombre dotado de razón , y vivir después como bestia, siguiendo los apetitos de la carne sin hacer caso de la razón, es cosa que no se puede sufrir, porque es obrar peor que obran las bestias. ¿Qué diríais vosotros si vieseis a un hombre que por gusto habitase en los establos con los caballos, comiese paja y cebada y durmiese como ellos duermen? Pues todavía obran peor aquellos que se dejan llevar del ímpetu de las pasiones.

5. De este modo vivían los gentiles, que tenían cercada la mente de tinieblas, y no pudiendo distinguir el bien del mal, se abandonaban al ímpetu de los sentidos, como dice S. Pablo: Non ambuletis, sicut et gentes ambulant in vanitate sensus sui, tenebris obscuratum habentes intellectum. (Ephes. 4, 17 et 18.) Por esto se abandonaban a sus vicios, obedeciendo a ciegas a la impureza y a la avaricia en que vivían sumergidos: Qui desperantes, semetipsos tradiderunt impudicitiae, in operationem immunditiae omnis in avaritiam. (Ibid. vers. 19.) A este miserable estado están reducidos hoy día aquellos cristianos, que despreciando la razón y a Dios, hacen aquello que les dicta la pasión, y a los cuales abandonará Dios después en pena de su pecado, como abandonó a los gentiles al desorden de sus malos deseos: Propter quod tradidit illos Deus in desideria cordis eorum. (Rom. 1 , 24.) Y este es el mayor castigo que puede sucederles.

6. Escribe S. Agustín, que dos ciudades pueden edificarse en nuestra alma: la una del amor divino, y la otra del amor propio: Caelestem (civitatem) aedificat amor Dei usque ad contemptum sui terreslrem tedijicat amor sui, usque ad contemptum Dei. (S. Aug. lib. 14. de Civ. c. 28.) Si reina en nosotros el amor de Dios, la consecuencia de esto será despreciarnos a nosotros mismos; y si reina el amor propio, despreciar a Dios. Pero la victoria consiste en combatir contra nosotros mismos; pues entonces el precio de la victoria será la corona de la gloria eterna. La máxima favorita de S. Francisco Javier y la que inculcaba cuanto podía a sus discípulos era, que se vencieran a sí mismos: Vince teipsum. Todos los sentidos del hombre y todos sus pensamientos están inclinados al mal desde su más tierna infancia : Sensus enim et cogitatio humani cordis in malum prona sunt ab adolescentia sua. (Gen. 8, 21.) De aquí resulta que nosotros debemos combatir toda nuestra vida para vencer las malas inclinaciones que nacen sin cesar en nuestro corazón, como crecen las malas yerbas en los jardines. Pero me dirá alguno : ¿Como lo hemos de hacer para librarnos de las malas inclinaciones, si nacen en nosotros mismos? S. Gregorio responde: Aliud est has bestias aspicere, aliud intra cordis caveam tenere. (Mor. lib. 6, cap. 16.) Hay gran diferencia, dice el Santo, entre considerar estas bestias (así llama a los malos pensamientos) fuera de nosotros mismos, y abrirles nuestro corazón. Porque mientras están fuera de nosotros, no pueden dañarnos; mas cuando están dentro, nos devoran.

7. Todas las pasiones malignas nacen del amor propio; y este es el enemigo más tenaz y principal que debemos combatir. Para vencerle debemos hacer abnegación de nosotros. mismos, como previene Jesucristo a los que quieren seguirle, por estas palabras de S. Mateo: Si quis vult post me venire, abneget semetipsum: El que quiera venir detrás de mí, niéguese a sí mismo. (Matth. 16, 24.) Y Tomás de Kempis escribe: Non intrat in te amor Dei, nisi exulet amor tui: No entrará el amor de Dios en nosotros, si no lanzamos antes de nuestro corazón el amor propio. Por eso decía la beata Angélica de Foliño, que temía más al amor propio que al demonio. Menos fuerte le parecía éste, que aquel, para inducirnos al mal. Del mismo modo se explica Sta. María Magdalena de Pazzis, como se ve dice, en la historia de su vida. El mayor enemigo que tenemos, es el amor propio: traidor como Judas, nos engaña al mismo tiempo que nos acaricia. El que pueda vencerle, podrá vencerlo todo; pero ¡desgraciado el que sea vencido por él!, porque se perderá irremisiblemente. Mas como no puede ser destruido enteramente , porque este enemigo maldito no muere sino cuando morimos nosotros, debemos al menos esforzarnos nosotros por debilitarle cuanto podamos; porque cuando es fuerte, nos mata. Este es, como dice S. Basilio , el fruto que produce el amor propio, a saber, la muerte: Stipendium amoris proprii mors est, initium omnis mali. (S. Basil. apud Lyreum lib. 2.) No busca lo honesto, ni lo justo, sino lo que lisonjea a los sentidos. Por eso dijo Jesucristo, que aquel que ama su alma, esto es, su voluntad, la perderá: Qui amat animam suam, perdet eam. (Joan. 12, 25.) El que se ama verdaderamente a sí mismo y desea salvarse, debe negar a sus sentidos todo lo que ellos apetecen , cuando está prohibido por Dios; porque si no lo hace asi, perderá a Dios y se perderá a sí mismo.

8. Dos son las pasiones principales que nos dominan: la concupiscencia y la ira; es decir, el amor y el odio. He dicho principales, porque cada una de ellas va acompañada de otras pasiones viciosas, cuando ellas son viciosas. A la concupiscencia acompañan la temeridad, la ambición, la glotonería, la avaricia, la envidia y el escándalo. La ira va acompañada de la venganza, de la injusticia, de la maledicencia y del odio. S. Agustín aconseja que en la guerra que tenemos con las pasiones, no debemos pretender vencerlas a todas de una vez y en una sola batalla; sino de una en una y sucesivamente: Calca jacentein, dice el Santo, conflige cum resistente. (In cap. 8. Rom.) Cuando veamos vencida y humillada una, hollémosla fuertemente hasta que no le queden fuerzas para volver a combatir; y después de vencida esta debemos atacar a otra.

9. Sobre todo debemos indagar cual es la pasión que nos domina para tratar de vencerla; pues si la vencemos, todas están vencidas; mas si somos vencidos, quedamos perdidos sin remedio. Mandó Dios a Saúl que destruyese a todos los Amalecitas, sus animales y sus bienes. Pero Saúl, solamente obedeció a medias; porque destruyó los objetos menos principales, y conservó otros de gran valor, concediendo además la vida al rey Agag: Et pepercit Saul, et populus, Agag... et universis, qum pulchra erant etc., quidquid vero vile futi demolili sunt. (1. Reg. 15, 9.) En esto imitaron a Saúl los escribas y fariseos, a los cuales reprende el Señor con estas palabras: Vae vobis scribae et pharisaei hypocritae, qui decimatis mentham, et anethum, et cyminum, et reliquistis quae graviora sunt legis, judicium, et misericordiam, et fidem!.¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que observáis las cosas pequeñas y despreciáis los principios fundamentales de la ley! (Matth. 23 , 23.) Practicaban las ceremonias más indiferentes, y despreciaban la justicia, y caridad para con el prójimo, y la confianza en Dios. Pues lo mismo hacen muchos; se abstienen de ciertos defectos poco importantes, y se dejan dominar de pasiones grandes y vergonzosas; pero si no matan a éstas, jamás conseguirán victoria de los vicios que los dominan. El rey de Siria mandó a sus capitanes que atendiesen solamente a matar al rey sin dañar a los demás: Ne pugnetis contra minimum, vel contra maximum, nisi contra solum regem. (2. Par. 18, 30.) Y así consiguieron matar al rey Acab y obtuvieron la victoria contra sus enemigos.

10. Pues lo mismo debemos tener presente nosotros: si no matamos al rey, esto es, la pasión dominante, jamás conseguiremos la victoria. Lo primero que hace la pasión cuando llega a dominar al hombre, es cegarle y no dejarle ver el peligro en que se halla. ¿Como, pues, podrá evitar caer en algún precipicio el ciego, que es guiado por otro ciego, cual es la pasión, que sin atenerse a la razón solo trata de complacer a los sentidos? Caeci sunt, et duces caecorum; caecus autem si caeco ducatum praestet, ambo in foveam cadunt. (Matth. 15, 14.) El ardid del demonio consiste, según dice S. Gregorio, en inflamar más y más la pasión dominante, y de este modo conduce a los hombres a horribles excesos. Ninguna otra cosa movió a Herodes a derramar la sangre de tantos niños inocentes, que la pasión grande de reinar que se había apoderado de él. El amor que Enrique VIII rey de Inglaterra tenia a Ana Bolena, atrajo sobre él tantos males espirituales que quitó la vida a muchas personas, y finalmente se separó del seno de la Iglesia. ¿Pero quién se maravilla de que sea ciego el que está dominado de una pasión? ¿Y que extraño es que el que se halla en tal estado no haga caso de correcciones, de amenazas, ni de excomuniones, y que ni atienda a evitar su misma condenación ? El infeliz de quien se apoderó una pasión, solo trata de desfogarla; y así como una virtud eminente arrastra tras sí a otra virtud, así un vicio arrastra a otro vicio, y un pecado a otro pecado: In catena iniquitatis faederata sunt vitia, dice S. Lorenzo Justiniani.

11. Es necesario pues, que cuando veamos que comienza a dominarnos alguna pasión, procuremos sofocarla inmediatamente antes que se arraigue en ella, como dice S. Agustín: Ne cupiditas robur accipiat, cum parvula est, allide illam, (S. Aug. in Psal. 156.) Lo mismo confirma S. Efrén por estas palabras: Nisi citius passiones sustuleris, ulcus efficiunt. (De Perfect.) La herida que no se cierra no tarda mucho en degenerar en una úlcera incurable, como voy a probar con un ejemplo. Un monje antiguo mandó a uno de sus discípulos que arrancase un ciprés. (S, Doroteo, serm. 11.) El discípulo obedeció y le arrancó: en seguida le mandó el monje arrancar otro un poco mayor; el discípulo no pudo conseguirlo sino con mucho trabajo; pero le fué imposible arrancar el tercero que era un poco mayor que el segundo. Entonces le habló así el monje: Hijo mio, semejantes a estas cipreses son nuestras pasiones; y cuando ellas se han arraigado mucho en nuestro corazón, ya no es fácil desarraigarlas. Tened presente siempre esta máxima, amados oyentes míos; porque no hay remedio, o el alma debe sobreponerse a la carne, o será avasallada por ella.

12. Casiano nos da también una buena regla sobre este asunto, diciendo: Procuremos que nuestras pasiones muden de objeto, y de este modo se convertirán, de viciosas en santas. Hay hombres inclinados a maltratar a todos los que están sujetos a ellos; que cambie de objeto la pasión de estos hombres, y que conviertan toda su cólera contra el pecado, que es más peligroso para ellos que todos los demonios del infierno. Otros hombres hay que muestran inclinación a todas las personas doladas de alguna buena prenda: estos, pues, deben convertir toda inclinación hacía Dios, que está dotado de tantas buenas cualidades. Pero el mejor remedio contra las pasiones, es suplicar a Dios que nos libre de ellas; y duplicar nuestras súplicas a medida que la pasión nos molesta más. Mientras nos hallamos en este estado, valen muy poco las razones y las reflexiones; porque la pasión oscurece la razón. Entonces cuando más se reflexiona, más deleitable nos parece el objeto en que se ceba nuestra pasión, y así no nos queda otro remedio que recurrir a Jesucristo por medio de María santísima, suplicándole con lágrimas y suspiros, y diciéndole: Domine, salva nos, perimus. Ne permittas me separari a te. Sub tuum presidium confugimus, sancta Dei genitrix: Señor, sálvame, y sino, perdido estoy sin remedio. Virgen María, bajo tu amparo me acojo. Tened ánimo, almas criadas para amar a Dios y redimidas con la sangre de Jesucristo, y dejemos de colocar nuestros pensamientos y afecciones en las cosas perecederas de este mundo; dejemos de amar el polvo, el humo y el lodo. Empleemos todas nuestras facultades y potencias en Dios, que es nuestro supremo bien e infinitamente amable, que nos crió para que le amemos, y que nos espera en el cielo para hacernos felices, y para que disfrutemos de su eterna gloria."

Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, 1847 - [Negrillas son nuestras.]

Compartir: