Que no se debe dilatar ni un solo día la conversión - La Fe Cristiana

Que no se debe dilatar ni un solo día la conversión



"Punto Primero. — Considera que por arreglado que uno sea en su conducta siempre tiene que reformar; faltánle muchas virtudes que adquirir; réstale mucha penitencia que hacer. No hay persona que no tenga necesidad de convertirse; tampoco la hay que durante el tiempo de su vida no tenga alguna vez el pensamiento de convertirse a Dios con toda el alma; y menos que no quiera morir después de perfectamente convertida. De aquí nacen aquellas proyectos de conversión para en adelante, aquel plan de vida cristiana que se suele formar en medio de los mayores desórdenes. Espero, dice un hombre del mundo cuya conciencia está poco tranquila, espero que Dios me hará la merced de que acabe los días de esta miserable vida en una soledad, en un convento, donde no piense en otra cosa que en mi salvación. Yo, dice otro curial, deseo ansiosamente que se acabe este pleito, poner en orden mis dependencias, y retirarme de este tropel de negocios y de ocupaciones, que no me dejan lugar para dedicarme ni un solo instante al importante negocio de la salvación. Solo deseo dar estado a mis hijos, qué se acabe el tiempo de este empleo, de este negro cargo para irme a enterrar vivo en un desierto, y pensar únicamente en disponerme para morir. Estos son los trampantojos con que se procuran acallar aquellos crueles remordimientos, aquellos saludables sobresaltos que excita Dios en el alma de los mayores pecadores. No hay cosa que más sosiegue ni que mas falsamente tranquilice una conciencia justamente sobresaltada, que estos proyectos de conversión a cual mas frívolos y más vanos. Entre todos los medios de que se vale el demonio para perder a los hombres, ninguno le sale mejor que estos propósitos siempre inútiles y siempre infructuosos. Para convertirse son menester tres cosas: tiempo, voluntad y gracia. Aunque se dilatara la conversión no más que un solo día, ¿quién nos ha dicho que tendremos ese solo día para convertirnos? Y aunque llegue este solo día, ¿quién nos asegura que entonces tendremos más voluntad de convertirnos que ahora? Y dado caso que nos hallemos entonces con mejor voluntad que al presente, ¿por qué revelación sabemos que la gracia de entonces será más eficaz que aquella a que hemos resistido hasta aquí? En medio de eso este es el cimiento en que se funda este edificio imaginario de una conversión quimérica. ¿Puede haber ni fundamento más débil, ni condición más expuesta, ni proyecto menos prudente, ni suceso más arriesgado?

Punto Segundo. — Considera que hay durante la vida ciertos momentos felices, en los cuales a favor de no sé qué ilustración interior se descubren de repente tantos defectos en las criaturas, tanto vacío en todos los bienes criados, y se siente tanto disgusto del mundo, que sin libertad se confiesa que es insensatez todo lo que no sea servir a Dios. Sobra entendimiento para rendirse a las razones que convencen ser necesaria la conversión; pero falta generosidad para resistir a las pasiones que tiranizan el alma. Ingenioso siempre el amor propio para perdernos, encuentra un temperamento entre estos dos partidos: satisface a la razón, conviniendo en que es necesaria la conversión, y se acomoda con la cobardía o con la irresolución, dilatando la conversión para otro tiempo; y con esta dilación nos pone en evidente peligro de no convertirnos jamás. ¡Qué cosa hay más incierta que el tiempo! Innumerables fueron sorprendidos por la muerte en la misma víspera de su conversión. ¡Oh, y qué cosa tan triste es morir con solo el ánimo de convertirse en adelante! Aun no es tiempo (se suele decir) de dejar esta mala amistad, de apartarme de esta ocasión, de reformar mis perversas costumbres, de entablar una vida cristiana y arreglada. Pero ¡cuándo será tiempo! ¡cuándo! Cuando se apague o se entibie el fuego de la juventud; cuando la edad madura y mi propia experiencia me desengañe de las bagatelas que ahora me embelesan; cuando todas las cosas conspiren en llevarme a Dios. Así discurren casi todos los hombres sobre el proyecto de su conversión, porque ninguno se quiere morir sin convertirse; pero ¿discurren bien? ¿Hay seguridad en llegará aquella edad en que sosegado el ánimo, cansadas o adormecidas las pasiones nos dejen la necesaria libertad para conocer la vanidad, la insubsistencia y la nada de todo lo que ahora nos encanta? ¿De cuándo acá podemos nosotros disponer del tiempo y de los momentos de que solo es dueño nuestro Padre celestial? Y ¿quién nos ha dicho que las pasiones se debilitan y enflaquecen con la vejez? i Ah! que sucede todo lo contrario. Disminúyense, es así, las fuerzas del cuerpo, y hasta el ánimo experimenta los efectos de la flaqueza; pero las costumbres viciosas se fortifican, y por decirlo así, se aprovechan de la misma flaqueza del ánimo para tiranizarnos con mayor imperio. Rara vez se ve a un viejo disoluto que perfectamente se convierta. Pero dices: en todo tiempo se puede uno convertir; bien está, pero ¿quién te ha dicho que en todo tiempo estarás en estado de convertirte? No lo quisiste hacer cuando Dios te solicitaba, cuando eran menores los estorbos, cuando no estaban tan apretados los lazos, cuando los malos hábitos no tenían tantas fuerzas; ¿cómo puedes prudentemente esperar que lo querrás y que lo harás cuando se hayan multiplicado todos estos impedimentos; cuando estén más inveterados los malos hábitos, y cuando Dios esté cansado de tu terquedad y de tu resistencia?

¡ Ah Señor! convencido estoy de que no hay otra conversión que la que se hace en el día. Desde hoy mismo estoy resuelto a convertirme; dadme gracia para hacerlo así; porque si no me convierto hoy, corro mucho peligro de no convertirme jamás.

Jaculatorias.— Sí, mi Dios; en esta misma hora me quiero convertir. (Psalm. LXXVI).

No, Señor, nunca-dejaréis de recibir benignamente a un corazón verdaderamente contrito y humillado. (Psalm. L)."

Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Jean Croisset, S.J., Día 13, Tomo: Octubre - [Negrillas son nuestras.]

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