De las Propiedades de la Muerte - La Fe Cristiana

De las Propiedades de la Muerte



"En esta meditación consideraremos algunas propiedades de la muerte, y los fines que pretendió Dios en ellas para nuestro provecho, reduciéndolas a tres, que son las más principales. —

Punto Primero. — 1. La primera propiedad de la muerte es, ser certísima, sin que ninguno se pueda escapar de ella en el tiempo que Dios tiene determinado. (Hebr. IX, 27). En lo cual se ha de ponderar lo primero, que Dios nuestro Señor desde su eternidad tiene determinados los años de nuestra vida y señalado el mes (Psalm. XXXVIII, 6), el día y la hora en que cada uno ha de morir, sin que sea posible, como dice Job (XIV, 5), pasar de él un punto: ni hay rey ni monarca que pueda añadirse a sí o a otro un momento de vida sobre lo que Dios ha determinado. Y así como entré en el mundo el día que Dios quiso, y no antes; así también saldré de él el día que Dios quisiere, y no después. Para que entienda, que cualquier día que vivo le recibo de gracia, y los que he vivido han sido de gracia: pues pudiera Nuestro Señor haberme señalado plazos de vida más cortos, como señaló a otros que murieron en el vientre de sus madres, y en su niñez. Y pues mi vida está tan colgada de Dios, justo es gastar todo el tiempo de ella en servicio de quien me la da, teniendo por sumo desagradecimiento emplear un solo momento en ofenderle.

2. Lo segundo, he de ponderar que Dios nuestro Señor en este su decreto acortó o alargó los días que podían vivir algunos hombres, según su natural complexión, por los secretos fines de su soberana providencia; porque a unos por sus oraciones o de otros Santos alarga los días de la vida: como al rey Exequias añadió quince años porque con lágrimas se lo pidió. (III Reg. XX, 6). Y lo mismo ha sucedido en los difuntos que milagrosamente han resucitado. A otros acorta los días de la vida por uno de dos fines, o por su salvación, arrebatándoles, como dice el Sabio (Sap. IV, 4, 11), en su mocedad, antes que la malicia trastornase su juicio, y la ficción engañase su alma; o al contrario en castigo de sus graves pecados, o por atajarles los pasos, porque no añadiesen otros mayores. Por lo cual dijo David (Psalm. LIV, 24), que los varones de sangre, esto es, los muy malos y crueles, no dimediarán sus días. Y aun algunas veces los acorta en castigo de culpas que parecen ligeras; como le sucedió al Profeta (III Reg. XXIII, 24), que engañado de otro comió en el lugar donde Dios le había mandado que no comiese. De todo esto sacaré propósito firme de concertar los días de mi vida, de modo que no los acorte Dios por mis pecados, diciéndole con David (Psalm. CI, 25): No me llames, Señor, en medio de mis días con muerte apresurada : acuérdate que tus años son eternos, y compadécete de los míos que son tan pocos.

Punto Segundo.— 1. La segunda propiedad de la muerte es, que cuanto al día, lugar y modo, es ocultísima a todos los hombres y manifiesta a solo Dios. En lo cual ponderaré lo primero, como no podemos saber el día ni la hora en que hemos de morir (Matth. XXIV, 42), ni el lugar, ni la ocasión o coyuntura en que nos ha de coger la muerte, ni el modo como hemos de morir, si será con muerte natural, por enfermedad y por qué género de enfermedad, o si será con muerte violenta, por fuego o agua, o a manos de hombres o de fieras, o por algún rayo o teja de algún tejado que caiga sobre nosotros. Esto solo sabemos, que vendrá de repente la muerte o la enfermedad y ocasión de ella; y que cuando uno está mas descuidado le saltea como ladrón que viene de noche a escalar la casa y robar la hacienda: así, dice Cristo nuestro Señor, vendrá el Hijo del hombre a escalar vuestra casa, que es el cuerpo, y robar y sacar de él el alma y hacer juicio de ella. (Luc. XII, 40).

2. Lo segundo, ponderaré los fines que tuvo Nuestro Señor en esta traza de su providencia (Eccli. IX, 10); es a saber, para obligarnos a estar siempre en vela, temiendo esta hora, previniéndonos para ella, haciendo penitencia de nuestros pecados antes que la muerte nos ataje, y dándonos prisa a merecer y trabajar antes que se acabe la luz (Joan. XII, 35), y se muera la candela de improviso, y nos quedemos a oscuras. Esto concluía Cristo nuestro Señor en las parábolas que puso de esta materia. Unas veces decía (Math. XXV, 13): Vigilate, quia nescitis diem, neque horam. Velad en todos los días y en todas las horas, porque no sabeis el día ni la hora de vuestra muerte. Otras veces decía (Luc. XII, 40): Velad, porque no sabéis la hora en que vuestro Señor ha de venir; y estad aparejados, porque en la hora que no penséis vendrá el Hijo del hombre. Con estas palabras me exhortaré a mí mismo a menudo , diciéndome: Ciñe tu cuerpo con la mortificación de tus vicios y pasiones, y toma en tus manos hachas encendidas de virtudes y buenas Cobras, y está siempre en vela esperando la venida de Cristo, porque vendrá cuando menos pienses; y la hora que tú tuvieres más olvidada, será quizá la que él tiene señalada; y si no te halla muy apercibido has de hallarte muy burlado.

3. Lo tercero, ponderaré como todas las muertes repentinas y arrebatadas que han sucedido y suceden cada día son recuerdos que Nuestro Señor me da de esta verdad, para que tema y me apareje; porque la muerte que pasa por cualquier hombre, puede también pasar por mí. Y así, cuando veo u oigo decir, que de repente unos mueren a espada, otros a manos de sus enemigos, y otros echándose a dormir sanos durmieron el último sueño de la muerte; de todo esto he de sacar temor y aviso, porque será posible venga por mí tal modo de muerte arrebatada. Para lo cual he de ponderar mucho, que cualquier pecado mortal es merecedor de que me castigue con esta muerte la divina justicia, si no hago penitencia, como lo avisó Cristo nuestro Señor, a propósito de dos casos semejantes que sucedieron en su tiempo, matando Pilatos de repente a ciertos galileos , y cayéndose la torre de Siloé sobre diez y ocho hombres. ¿Pensáis, dice, que estos hombres eran los mayores pecadores de Galilea o de Jerusalén? (Luc. XIII, 3). Non dico vobis, sed nisi paenitentiam habueritis, omnes similiter peribitis? Dígoos , que no es así, sino esto sucedió para que entendáis que si no hiciereis penitencia, todos pereceréis de la misma manera; que es decir: Cuando viereis morir algunos de repente y con muerte desastrada, no os aseguréis vanamente, diciendo que esto les sucedió por ser grandes pecadores; porque os digo de verdad, que cualquier pecador, aunque no sea tan grande, si no hace penitencia, es digno de este castigo, y vendrá a perecer como estos perecieron. Pues si esto es así verdad, como lo es, ¿cómo no tiemblo de estar una hora en pecado mortal, de cualquier modo que sea? ¿Quién me puede asegurar de que no vendrá por mí el castigo que tan justamente tengo merecido? ¿Quién me ha exceptuado de esta general amenaza que hace Cristo nuestro Dios a todos los pecadores? ¡Oh pecador miserable, ten misericordia de tu alma (Eccli. XXX, 24), procurando aplacar a Dios con la penitencia, antes que te coja de repente tan, horrenda miseria!

Punto Tercero. — La tercera propiedad de la muerte es, que no sucede más que una vez, conforme al dicho del apóstol san Pablo (Hebr. IX, 27): Statutum est hominibus semel mori. Estatuto y decreto es de Dios, que todos los hombres mueran una vez. De donde se sigue, que el daño y yerro de la mala muerte, con ser el sumo de todos, es irremediable por toda la eternidad; así como el acierto de la buena muerte es perdurable por la misma eternidad. De suerte, que si una vez muero en pecado mortal, no hay medio para remediar este daño; porque, como dice Salomón (Eccli. XI, 3), donde quiera que cayere el árbol cuando le cortaren, al septentrión o al mediodía, allí se quedará para siempre jamás. Y si cae al septentrión del infierno, por la obstinación en la culpa, no hay remedio para volver a cobrar la gracia, ni escaparse de la pena. Así como si cae al mediodía del cielo, con la perseverancia en la gracia, no hay temor de volver otra vez a la culpa, ni de perder la gloria. Con la viva consideración de esta verdad y de las pasadas, tengo por una parte de espantarme de mí mismo, como creyendo esto con tanta certeza de fe vivo con tanto descuido de mi salvación, y con tanto olvido en cosa que tanto me importa; y por otra parte alentarme a procurar consuma presteza la penitencia y enmienda de la vida, y el fervor de ella, suplicando humildemente a Nuestro Señor que corte el árbol de mi vida en tal tiempo y lugar, y en tal ocasión, que no caiga al lado del infierno, sino al lado del cielo. Y juntamente examinaré, como dice san Bernardo (Ser. 49, ex parvis), a qué lado caería si Dios me cortase ahora; y procuraré asegurar mi buen suceso, haciendo frutos dignos de verdadera penitencia; con los cuales el árbol se inclina a la parte de la gloria; y siendo entonces cortado, será trasplantado en ella."

Fuente: "Meditaciones Espirituales del V.P. Luis de la Puente. Tomo I: Meditaciones de la vía purgativa. Principios de la Iluminativa, o para purificar el corazón y obtener la perfecta imitación de Jesucristo, 1865 - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: Entierro de don Alvaro de Luna, por Eduardo Cano de la Peña. Oleo sobre lienzo (1858).

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