De la necesidad de prepararse para la muerte - La Fe Cristiana

De la necesidad de prepararse para la muerte


"Punto Primero.- Considera que la necesidad de prepararse para hacer una muerte santa es indispensable; ninguna cosa hay que sea de tanta consecuencia como la muerte; ninguna que sea tan difícil como una buena muerte, sobre todo para quien no se ha preparado a ella durante su vida. ¿Hay alguna cosa que sea tan irreparable como una muerte desgraciada? y ¿hay sin embargo alguna para que menos se preparen que para hacer una buena muerte?

Si se muriese dos veces, seria menor la imprudencia en arriesgarse a morir mal una vez; podríamos reparar la falta, quedaríamos todavía en estado al mismo tiempo de hacer penitencia de una mala vida y de una mala muerte. Pero no se muere mas de una vez, y la eternidad bienaventurada o desgraciada depende absolutamente de esta muerte.

Cuanto más hayamos trabajado para el cielo, cuanto más santa haya sido nuestra vida, más interés tenemos en acabarla santamente, para no perder el fruto de nuestros trabajos. Es verdad que una buena muerte es ordinariamente el fruto de una vida santa; pero no es menos cierto que una muerte en pecado aniquila todos los méritos de la vida más santa, y que todos los méritos de la vida más santa no pueden respondernos de una buena muerte. Y no obstante esto, ¿pensamos mucho en la muerte? ¿nos preparamos mucho para esta muerte? y al ver nuestra indolencia sobre este artículo, no se diría que no hay cosa más fácil ni más ordinaria que el hacer una santa muerte?

Si no se necesitase para morir bien más que recibir los últimos Sacramentos, besar el Crucifijo, derramar aun algunas lágrimas, nuestra imprudencia seria tal vez menos intolerable; no es siempre difícil hallar un confesor celoso y hábil que nos asista en aquel último peligro; pero ¡cuántos que no han carecido de ninguno de estos auxilios han muerto en el pecado! Morir sobre la ceniza y bajo del cilicio, morir rodeado de sacerdotes y de santos religiosos, es hacer una muerte edificante, pero no es precisamente en esto en lo que consiste una muerte santa. Hacer una buena muerte es morir después de haber borrado todos los desarreglos de su vida; es morir en estado de gracia; es morir lleno de una fe viva, de una esperanza firme, de una caridad ardiente; es morir lleno de horror a todo lo que el mundo ama; es morir con un amor de Dios que sobrepuje a todo otro amor; y ¿es todo esto tan fácil a quien tan poco ha amado a Dios durante su vida? ¿a quien ha pasado toda su vida sin pensar en morir bien?

¡Cosa extraña! Debe uno presentarse en un teatro o en un púlpito, debe uno dar alguna prueba de su habilidad y de su ciencia, y se pasan los meses, se emplean los años enteros en prepararse para ello, aun cuando la cosa sea de tan poca consecuencia; y ¿qué tiempo, buen Dios, se emplea mientras nos dura la vida para prepararse a la muerte, siendo así que esta preparación pide todo el tiempo de la vida?

Punto Segundo. - Considera que nunca podrá uno prepararse demasiado para hacer bien lo que no puede hacerse más de una vez, cuando de esta sola vez depende nuestro destino eterno.

Si fuese tan poco difícil el hacer una buena muerte después de haberse preparado tan poco para morir bien, los Santos hubieran hecho mal en haber hecho tantas diligencias y en haber empleado en esta preparación toda su vida. ¿Para qué tanto ayunar, tanto orar y derramar tantas lágrimas? ¿para qué privarse de todo comercio con el mundo para tener la ventaja de hacer una muerte santa, si sin todas estas precauciones, sin ningín preparativo se puede morir santamente?

Aquel joven que en lo mas florido de sus días renuncia a todo lo que mas le lisonjea y va a sepultarse en el claustro, ¿qué es lo que pretende sino disponerse a hacer una muerte santa? ¿Nos atreveríamos a negarle la alabanza, a no admirar su sabiduría y su resolución? Y qué, mientras que nuestros hermanos, que nuestras hermanas, que nuestros amigos pasan sus días en el retiro y en los rigores de la penitencia para prepararse a una muerte santa, para obtener la gracia final; ¡nosotros en medio del tumulto del mundo y de sus placeres, en un olvido eterno de esta muerte, en una ignorancia crasa de la preparación para la muerte, esperamos tranquilamente una muerte cristiana, esperamos estar preparados a la muerte y morir bien!

¿Hay alguna cosa a que el Hijo de Dios, que preveía nuestra negligencia, nos haya exhortado tanto como a esta preparación? Velad, nos dice ( Mt. XXV), porque no sabéis a qué hora debe venir vuestro Señor. “Estad prontos”, dice en otra parte, y “velad en toda hora; porque en aquella que menos pensaréis, vendrá el Hijo del hombre”. Por lo demás lo que os digo a vosotros, añade el divino Salvador, lo digo a todos. (Mc. XIII). Es preciso estar prontos a abrir en el momento que llame el Señor. (Mt. XXV).

Nadie hay que no convenga fácilmente en que hay necesidad de preparación para morir bien; por esto se teme tanto una muerte repentina; pero al fin, ¿qué es lo que produce este temor, y a que preparación nos ha obligado hasta el presente? Sin embargo, yo puedo morir dentro de pocas horas. Tan poco seguro estoy de que viviré mañana, como de que viviré diez años. Si estuviese hoy en el último día de mi vida, ¿estaría preparado para morir en este día? si muriese esta tarde, ¿estaría preparado para ello? ¿no tendría nada que temer? Me estremece este pensamiento; pero ¿quién me ha asegurado hasta aquí? Y si no comienzo desde este momento a prepararme, ¡que sentimiento! ¡que desesperación en aquella última hora!

No lo permitáis, Señor, y pues que me dais a lo menos esta hora, desde esta hora, Dios mío, voy a comenzar a prepararme para morir bien y a pediros todos los días la gracia para ello.


PROPÓSITOS. 1. No es extraño que tantos mueran mal, siendo tan pocos los que aprenden a morir bien. La buena muerte es una ciencia práctica que no se aprende sino durante la vida; es necesario estudiar mucho tiempo para hacerse hábil; un estudio precipitado no sirve muchas veces más que para hacer conocer mas cuánto se ignora. La mejor preparación para la muerte es una vida santa. Nuestra vida debe ser una continua preparación para la muerte. Cada día debe ser para vosotros una nueva lección y un nuevo ejercicio; preguntaos, pues, todas las noches qué progresos habéis hecho. Es una práctica de piedad muy útil el hacer uno todas sus acciones como si fuesen otras tantas preparaciones para la muerte. Misas, oraciones, limosnas, obligaciones de su estado, las diversiones mismas, todo nos puede servir para hacer una muerte santa, cuando todo se hace con este espíritu. Nos importa mucho saber el arte de morir bien; aun cuando seamos hábiles en todo lo demás, es como si nada supiésemos si ignoramos este arte.

2. Además de esta preparación general hay otras particulares que no se deben nunca descuidar. Primera, elegid un día todos los años, el cual consagraréis todo entero a este gran negocio. Os representaréis al despertar al soberano Juez que os dice estas terribles palabras: “Dame cuenta de lo que te he encargado”; y examinaréis en una meditación por lo menos de media hora, si vuestras cuentas están prontas. No salgáis del aposento sin que hayáis calculado y arreglado todo lo que os queda que hacer. No descuidéis nada, mucho menos excuséis nada; tenéis que haberlas con un Juez infinitamente ilustrado y que nada pasa , pero que se digna remitirse a vosotros mismos sobre todos los artículos. Haced una confesión que prevenga su juicio. Reglados los negocios de la conciencia, arreglad los de la familia. Qué imprudencia esperar a la última enfermedad para hacer la disposición de vuestros bienes. Haz tu testamento, dice san Agustín , mientras que tienes salud; mientras que sabes lo que haces; mientras que estás en ti y en libertad de disponer. Recibid la sagrada Comunión como si debiese ser la última de vuestra vida, y si puede ser, ejecutad vosotros mismos los legados piadosos. (...) Empleaos en lecturas propias del objeto de esta piadosa práctica, y no os ocupéis en todo este día más que en el negocio de vuestra salvación. No es mucho un día todos los años; el retiro de un día cada mes es también una práctica excelente para prepararse a la muerte. Cada semana debe tener el suyo, y no paséis día alguno sin hacer algún ejercicio piadoso, que sea una preparación mas marcada para morir bien. Tened algún libro que enseñe a prepararse para la muerte. "

Fuente: "Año cristiano, o, Ejercicios devotos para todos los domingos, días de Cuaresma y fiestas movibles", por P. Jean Croisset, Tomo II, Librería Religiosa, 1855 - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: "San Francisco de Asís arrodillado en meditación", El Greco

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