"San Alfonso María de Ligorio señala que el continuar pecando, lleva consigo el mal hábito, el cual: 1) Obceca la mente; 2) Endurece el corazón; 3) Debilita las fuerzas. A continuación algunos extractos del sermón sobre el mal hábito.
"El mal hábito obceca de tal modo a los pecadores, que ni ven el mal que hacen, ni la ruina que esto les ocasiona; por lo que viven obcecados como si no hubiese Dios, ni paraíso, ni infierno, ni eternidad. (...) S. Jerónimo dice, que los habituados a pecar, ni aun vergüenza tienen de hacerlo. (...) San Pedro compara al que ha contraído hábito de pecar, con un puerco que se revuelve en el cieno. (...) El mismo cieno le ciega los ojos, y por lo mismo sucede que en lugar de entristecerse y avergonzarse de sus inmundicias, se alegra y hace alarde de ellas. (...) Por eso los Santos piden a Dios continuamente que los ilumine, porque saben que sin esta luz, cualquiera puede llegar a ser el más perverso del mundo. ¿Cómo pues tantos cristianos que saben por la fe, que hay un infierno, y un Dios justo que no puede menos castigar el pecado, continúan viviendo en él hasta la muerte y se condenan? (...)
"Dice Job, que el que peca por hábito, se lleva de vicios. (...) Todo pecado produce cierta ceguedad en el espíritu, y cuando los pecados se aumentan con el mal hábito, crece la ceguedad con ellos. (...)
"Ea pues, pecador: si tienes hábito de reincidir en algún pecado, procura salir presto de ese pozo infernal; (...) antes que Dios te niegue sus divinas inspiraciones y te abandone: porque si llega a abandonarte, quedarás condenado para siempre sin remedio.
"No solo obceca la mente el mal hábito, sino que endurece también al pecador. (...) El mal hábito convierte el corazón en una piedra, y en vez de enternecerse con las divinas inspiraciones, con los sermones, con la memoria del juicio, de las penas que sufren los condenados, y de la pasión de Jesucristo; se endurece cada día más, como se endurece el yunque con los golpes repetidos del martillo. (...) Las divinas inspiraciones, los remordimientos de la conciencia, los terrores de la justicia de Dios, son lluvia de la gracia; pero el pecador habitual, cuando en lugar de sacar fruto de estos divinos beneficios llorando las iniquidades cometidas y enmendarse, sigue pecando; su corazón se vuelve más duro, dando señales de la certeza de condenación (...)
"El santo Job dice: Disparó sobre mí un golpe tras otro, y me oprimió como un gigante. Interpretando este texto S. Gregorio, discurre de este modo: Si alguno es asaltado por un enemigo, no queda regularmente inútil para defenderse a la primera herida que recibe; pero si después recibe segunda y tercera, pierde de tal modo las fuerzas, que al fin queda muerto. Lo mismo hace el pecado: la primera y la segunda vez que el alma es herida de él, le queda todavía alguna fuerza, es decir, por medio de la divina gracia; pero si después sigue pecando, se hace habitual el pecado y cae sobre él como un gigante, de modo que el alma no tiene ya fuerzas para resistirle (...).
"Salid de esa sima de pecado, pecadores, os digo yo en nombre de Dios; salid presto, ya que os habéis estado revolcando en ella la parte mejor de vuestra vida, como si fuerais unos brutos, y no unas criaturas hechas imágenes a imagen y semejanza de Dios. Ea, volved presto al Señor, que os llama como padre amoroso, y está dispuesto a abrazaros, si le pedís perdón de vuestras culpas temed que acaso sea esta la última vez que Dios os llama, y si no respondéis a su voz, podéis condenaros sin remedio para siempre."
Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847 / Imagen: Pixabay - PublicDomainPictures - CC0 Public Domain