"Haced frutos dignos de penitencia, (decía san Juan a los judíos) y lo dice también hoy a los cristianos. (...) Toda la penitencia de hoy está casi reducida a las palabras; ¿pero a dónde están los efectos? Se rezan actos de contrición, en los cuales el corazón ordinariamente tiene poquísima parte; estas son las palabras: se protesta que se quiere mudar de vida, y que se quiere convertir, sin venir jamás a la ejecución. (...)
No es bastante hacer penitencia, sino es verdadera; para serlo, es menester hacer frutos de penitencia. Hay muchos hombres que se parecen a la higuera del Evangelio que estaba llena de hojas: tienen estos tales hojas para cubrirse, para engañar a los otros, y engañarse a sí mismos; se acusan, piden perdón a Dios, prometiéndolo todo, y no cumpliendo nada: estas son hojas, exterioridades, y apariencias de penitencia(...)
Pero no es bastante hacer frutos de penitencia, es menester hacer frutos dignos de ella; que quiere decir, hacer una penitencia proporcionada en lo posible a la majestad de Dios que hemos ofendido, a la gravedad, y multitud de los pecados que cometimos contra su Divina Majestad, a la malicia e ingratitud, con que los ejecutamos. Si siguiésemos estas tres reglas, ¿hasta dónde no nos llevarían? ¿Una penitencia tan ligera, e imperfecta como la nuestra, se proporciona con la majestad de Dios? ¿Es acaso capaz de reparar la ofensa que le hemos hecho? ¿Cuatro oraciones breves, y dichas con poca devoción, tienen proporción con la grandeza, y multitud de nuestros delitos? ¿Son capaces de borrarlos? ¿Satisfacciones tan flacas, y pequeñas como las nuestras, pueden tener proporción con nuestra malicia, e ingratitud? Desengáñate que cuanto faltare de satisfacción a tu penitencia, tanto tendrás que pagar en la otra vida."
Fuente: "Pensamientos o Reflexiones Cristianas, para todos los días del año", Padre Francisco Nepueu, Tomo I, 1829, Marzo, Día XVI / Imagen: Pixabay - geralt - CC0 Public Domain