San Antonio Maria Claret, en uno de sus libros "Colección de Pláticas Dominicales", recopila un sermón en el cual se explica el milagro de la multiplicación de los panes y de los peces (Mc. 8,1-9), centrándose en el deber de la limosna. Indica algunas instrucciones que hemos sacar de ese relato del Santo Evangelio. Manifiesta que la limosna además de ser parte de la penitencia, es una obligación para los cristianos. Nos da varios ejemplos de algunos Santos (San Martín, San Gregorio, San Juan de Dios). Nos recuerda lo que nos dirá Nuestro Señor Jesucristo en el día del Juicio. Y también explica la forma de hacer limosna.
"De este Evangelio podemos sacar muchas instrucciones. Primera: los que seguían a Jesucristo y habían venido de lejos representan bastante bien los grandes pecadores que se vuelven a Dios después de sus largos extravíos. Segundo: el gran milagro de la multiplicación de los siete panes nos representa el que hace en el corazón de los fieles, a quienes alimenta espiritualmente con la virtud oculta de su Espíritu. Pero lo que más merece nuestra atención es la compasión de Jesucristo para con aquella gente, y su ejemplo nos enseña que debemos tener entrañas de misericordia para con el prójimo, y hacerle todo el bien que nos sea posible; y que esas gentes con entrañas de hierro, a quienes no mueve la miseria ajena, y que no asisten a los necesitados, son bien contrarias al espíritu del cristianismo. Así pues los que tienen bienes temporales deben saber que Dios es quien se los ha puesto en las manos; y por consiguiente deben usar de ellos según sus designios, y dar alguna parte a los pobres. (…)
La limosna además de ser parte de la penitencia, es una obligación.
La limosna es la tercera obra satisfactoria de la penitencia, y concurre con la oración y el ayuno para alcanzarnos el perdón de los pecados; por otra parte nos está mandada tanto en la ley antigua como en la nueva. Si algún hermano vuestro, dice Moisés por orden de Dios a los israelitas, cae en pobreza, no endurezcas tu corazón, ni aprietes tu mano; ábrela y préstale lo que veas que necesita. Guárdate bien de apartar los ojos de él, rehusándole dar lo que te pide, no sea que grite contra ti al Señor, y seas reo de pecado (Dt 15,7). Da limosna de lo tuyo, decía el santo Tobías a su hijo, y no apartes los ojos de ningún pobre; porque de esta suerte el Señor no apartará de ti sus ojos. Si tienes mucho caudal, da mucho; si tienes poco, da de buena gana de lo poco que tienes; pues la limosna libra de todo pecado y de la muerte (Tb 4,7). Redime tus pecados con limosnas, dice el profeta Daniel, y tus iniquidades con obras de misericordia para con los pobres (Dn 4,4). Y en la ley nueva dice Jesucristo a los judíos: dad limosna, y haceos unos bolsillos que no se consumen: atesorad en el cielo un tesoro que nunca perece (Lc 12,33).
Ejemplos de algunos Santos con la limosna.
En las vidas de los santos tenemos una infinidad de ejemplos de su ardiente caridad con los pobres. San Martin, todavía soldado, daba todo su caudal a los pobres: Habiendo visto en la puerta de Amiens, en medio del invierno, un pobre desnudo y abandonado, cortó su capa en dos partes, y le dió la una. Por la noche se le apareció en sueños Jesucristo, vestido de aquella mitad con que había vestido al pobre, y que decía a los ángeles: Martin, no siendo más que catecúmeno, me ha vestido con esta ropa. El papa San Gregorio tenia cuidado de dar a los pobres todos los primeros días del mes las mismas especies que recogía de las tierras de la iglesia; y así distribuía, según las estaciones, trigo, vino, queso, gallinas, pescado; de suerte que la iglesia era como un almacén público de víveres: cada día de la semana enviaba por todas las calles de Roma gentes que traían caldo y carne cocida a todos los enfermos, y a los estropeados y llagados; y antes que él comiese, después de haber echado la bendición sobre la comida, enviaba un plato de su mesa a algún pobre vergonzante que no se atrevía a pedir limosna. San Juan de Dios tenia tal amor a los pobres, que lo miraban como el padre común de ellos: su casa se reputaba como el hospital general de Granada, y todo su caudal era como el patrimonio de los pobres: no salía vez alguna que no fuese rodeado de pobres; lo procuraba todo para ellos: recorría las calles y caminos a buscarlos y traerlos a su casa; a todos daba de comer, y los servía con sus propias manos.
Lo que nos dirá Nuestro Señor Jesucristo en el día del Juicio.
Os digo pues, hermanos míos, que todos los cristianos que pretenden alcanzar un día el Reino de los Cielos están obligados a dar limosna, cada uno según su poder y facultades. El día del juicio dirá Jesucristo a sus escogidos: venid, benditos de mi Padre, a poseer el Reino de los Cielos; porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber. Y a los réprobos dirá que se aparten de él, y vayan al fuego eterno; porque no le dieron de comer cuando tuvo hambre, ni de beber cuando tuvo sed. Así pues, o todos se salvan por haber dado limosna, o son condenados por no haberla dado: y esta es la razón porque la limosna nos es a todos obligatoria.
Lo que tenemos, Dios nos lo ha concedido para que demos limosnas.
En efecto, ¿puede uno salvarse sin caridad, es decir sin amar a Dios, y sin ser amado de Dios? No por cierto, pues su amado discípulo nos dice: si alguno tiene bienes de este mundo, y viendo a su hermano con necesidad le cierra su corazón y sus entrañas, ¿cómo puede estar en él el amor de Dios (Jn 3,17)? No dice si viendo a su hermano en extrema necesidad, sino simplemente en necesidad: por esto es un error creer que el mandamiento de la limosna no obliga sino cuando el prójimo está en extrema necesidad, y no cuando se halla simplemente en pobreza, y tal como la que hay en todas partes en estos tiempos calamitosos. El precepto de la limosna obliga a todos los hombres, tanto pobres como ricos, a socorrer al prójimo cuando está en extrema necesidad; la naturaleza lo enseña así a todos sin otra ley; pero a quien la Escritura impone este mandamiento es principalmente a los ricos, y por eso están obligados a darla no solo en la extrema necesidad, sino también en toda urgencia algo considerable. Por esta razón el apóstol San Pablo dice a su discípulo Timoteo (1 Tm 6,17): manda a los ricos de este mundo que sean fáciles en dar: y expone la razón en otra parte, diciendo (1 Co 12,26): nosotros somos las partes de un mismo todo, y los miembros del cuerpo místico de Jesucristo; y cuando un miembro padece algún mal, todos los otros se compadecen de él y contribuyen a aliviarlo. San Agustín también muestra a los ricos que Dios les ha hecho una grande honra en preferirlos a los otros para que puedan ejercitar la caridad: el Señor os da, dice, el permiso de tomar la primera parte de los bienes que os ha procurado, y todo lo que es necesario para la honesta manutención de vuestra persona y familia; solo os obliga a dar lo restante a los pobres. Dios os ha dado el poder y autoridad que tenéis para que protejáis a esa viuda y a ese huérfano que se ven oprimidos. El espíritu, la ciencia y la industria que hay en vosotros lo habéis recibido de Dios para que asistáis a ese hombre del campo. De esas riquezas que poseéis os ha hecho Dios el ecónomo para que deis parte de ellas a los pobres.
Modos de hacer la limosna..
Vamos ahora a las disposiciones con que se debe dar la limosna. Se debe dar primero con ternura y con entrañas de compasión: por eso es útil darla por vuestra misma mano, entrar en los hospitales, y visitar las cárceles, pues la vista de las miserias ajenas nos mueve el corazón y nos enternece. Segundo: con dulzura, con muestras de afecto y de benevolencia, y sin hacer a los pobres ninguna reconvención que los llene de tristeza y amargura. Tercero: con humildad, pensando que no somos dignos de dar la limosna a Dios, y que todo lo que damos es siempre menos que lo que debiéramos dar. Con todo, yo bien sé que debe haber límites en las limosnas. San Pablo mismo, escribiendo a los Corintios, les decía: no pretendo que os hagáis pobres por hacer que los otros estén con comodidad; solo deseo ver alguna igualdad entre los que la profesión del mismo Evangelio y la esperanza de la misma herencia han hecho hermanos e iguales (2 Co 8,13). ¡Pero ah! el día de hoy se está bien lejos de esta perfección, porque incurrimos en otro extremo, pareciéndonos que la tierra nos ha de faltar debajo de los pies: tanto tememos no tener bastante para nosotros. Tendríamos de qué dar limosna, dice San Agustín, si nos contentáramos con lo necesario y lo útil; pero si buscamos las vanidades, las comodidades y superfluidades, nada nos bastará, porque nada puede saciar nuestra codicia. Oíd lo que dice también el santo doctor: hermanos míos, ejercitad la misericordia; ninguna cosa nos atrae más el amor de Dios, y no hay otro camino que nos conduzca al cielo. Mirad lo que compráis, y cuánto se os pide; compráis el Reino de los Cielos, y ved cómo podéis comprarlo a bien poca costa. ¡Qué favor, qué incomparable honra, si pudiéramos conocerlo, es poder comprar con las limosnas el Reino de los Cielos, la vida eterna, el gozar de Dios! Ni me digáis que no tenéis oro ni plata para comprarlo: un vaso de agua dado a un pobre, la menor moneda, si no podéis dar más, un corto servicio que le hagáis os puede ganar el cielo.
No todos puede dar; pero todos pueden hacer bien.
Hablando el Señor a los apóstoles, que eran de una condición pobre, les decía: siempre tendréis pobres con vosotros, y les podréis hacer bien siempre que queráis (Mc 14,7). No dice que les podrán dar, sino que les podrán hacer bien; porque muchos no pueden dar, pero todos pueden hacer bien. Podéis visitar los enfermos, aunque no tengáis que darles; podéis consolarlos, exhortarlos a que se confiesen, hacerles algún otro servicio, visitar los encarcelados, o hacer algunos encargos de oficios por ellos. El Señor no dice: vosotros no me habéis sacado de la cárcel; sino no me habéis visitado. Eres mujer casada, y no te es permitido dar limosnas crecidas del caudal de tu marido; pero será una buena limosna servir y asistir por amor de Dios a tu suegro y a tu suegra, que son viejos y delicados, y mostrarles agrado y benevolencia. Ejerces un pequeño oficio del lugar, tienes en él algún poder, tienes muchos hijos y poco caudal, pero puedes ayudar con tu consejo y tu crédito a aquella pobre viuda, a aquel huérfano, a aquel paisano, y a otras semejantes personas menospreciadas de todos. Estás bien instruido en el conocimiento de nuestra santa religión, puedes enseñar los misterios de la fe, y todo lo que es necesario para la salvación, a los de tu casa, a tus vecinos, y a los pobres que piden limosna. Me parece que faltamos mucho en este punto; de cien pobres que os piden limosna a la puerta de casa, y a los que quizá la dais, apenas hay dos a quienes habléis de su salvación, siendo así que esta es la mejor limosna que les pudierais dar. Decís que vuestro enemigo es un mal hombre, que os hace el mayor daño del mundo: si es así es pobre de virtud. Seria pues una excelente limosna el procurársela; y se la procuraríais si ganarais su voluntad perdonándole, haciéndole algún beneficio, y buscándole amistosamente: porque hay dos suertes de limosna, dice San Agustín, una de corazón y otra de bolsa. Podéis alguna vez exponer esta, pero no aquella: la limosna de corazón es perdonar a vuestros enemigos, amar al prójimo, compadeceros de los pobres, y doleros por no tener que darles. Finalmente, hermanos míos, sabed que el apóstol Santiago dice: juicio sin misericordia al que no hubiere usado de misericordia; es decir, de caridad con el prójimo. Si vosotros le cerráis la puerta de vuestro corazón, Dios os cerrará a vosotros la puerta del cielo; si abrís a vuestro prójimo unas entrañas de misericordia, Dios os abrirá las suyas. Bienaventurados los misericordiosos, dice Jesucristo, porque ellos alcanzarán misericordia".
Fuente: "Colección de pláticas dominicales" - San Antonio María Claret - Tomo 1, 1862 [Negrillas son nuestras.] / Imagen: "The beggar carved" by Wolfgang Moroder / Licencia: CC BY-SA 3.0