Orar por las Almas del Purgatorio - La Fe Cristiana

Orar por las Almas del Purgatorio



"Es artículo de fe que todos los que mueren en gracia, pero sin haber satisfecho plenamente a la justicia de Dios, van a purificarse, y a expiar sus culpas en las penas del Purgatorio; esto es, que antes de entraren el Cielo, donde no se admite la más ligera mancha, indispensablemente han de padecer tormentos en la otra vida por las más mínimas faltas que no hayan satisfecho en ésta, hasta extinguir enteramente la deuda contraída a favor de la Justicia Divina.

En virtud de una verdad tan constante, así por la Sagrada Escritura, como por los Concilios y por la Tradición, la Santa Iglesia, gobernada siempre por el Espíritu Santo, en todas las Misas hace particular oración por los difuntos. (…) De manera, que además de la oración que se hace en el Sacrificio de la Misa por las almas de aquellos que nombran en particular, dispone la Iglesia que todos los días se pida en general a Dios por todas las almas que están en el Purgatorio. Esta buena Madre pide por aquellas benditas y afligidas almas, en primer lugar el refrigerio por el fuego en que se abrasan; después la luz por las tinieblas que las circundan; y finalmente, la paz por las agitaciones que padecen. Esta oración por los difuntos en el Santo Sacrificio de la Misa se halla en todas las liturgias más antiguas, tanto de la Iglesia Griega, como de la Latina, y es de Tradición Apostólica, como lo testifica Tertuliano en el libro de la corona del soldado; San Cipriano en la Epístola 66, San Cirilo de Jerusalén, San Epifanio, San Crisóstomo, San Ambrosio, San Agustín, y todos los Santos Padres; como también el cuarto Concilio de Cartago, el segundo de Vaison, el de Orleans, el de Braga, y las Liturgias de todos los siglos.

Ciertamente cuando se examina sin preocupación el dogma Católico sobre la oración por los difuntos, apenas se puede comprender cómo ha habido entendimientos que se hayan amotinado contra un dictamen tan antiguo, tan autorizado, tan conforme a la luz de la razón, y aun a los mismos impulsos de la naturaleza. Parece que por este medio quiso la divina Providencia humillar nuestra presunción, haciéndonos conocer hasta dónde es capaz de descaminarse; y al mismo tiempo fortificar nuestra fe, dando ocasión para que sucesivamente se fuesen profundizando todos los puntos, y confirmándose mas. Y este es el provecho que se puede decir ha sacado la Iglesia de las herejías suscitadas en todos los siglos.

(…)

San Agustín en el Sermón 172, sobre las palabras del Apóstol San Pablo, exhorta vivamente a los fieles a que con oraciones, limosnas, y especialmente con el Santo Sacrificio de la Misa, soliciten el alivio de los difuntos que están pagando en el Purgatorio aquellas ligeras culpas por las cuales no dieron en vida plena satisfacción a la Divina Justicia.

Todas estas fúnebres pompas, dice este gran Santo, esos numerosos acompañamientos, esas magníficas exequias, esos ricos y soberbios mausoleos, son cierta especie de consuelo para los vivos; pero no son ni sufragio ni alivio para los muertos. Lo que sin duda los sirve de alivio y de sufragio son las oraciones de la Iglesia, el Santo Sacrificio de la Misa, y las limosnas que por sus almas se reparten a los pobres. Esto sirve para que Dios los trate con más piedad y con más misericordia que la que merecían sus pecados. Es antigua costumbre, establecida en toda la Iglesia, según la tradición de los Padres (prosigue el Santo Doctor) hacer oración por aquellos que murieron en la comunión del Cuerpo y Sangre de Jesucristo, singularmente en aquella parte del Sacrificio donde se hace conmemoración de ellos, como también especificar los nombres de aquellos por quienes particularmente se ofrece. Pero cuando estas oraciones por los difuntos van acompañadas con obras de misericordia, ¿quién duda que le son muy provechosas? No se puede negar que todo esto ayuda mucho a aquellos difuntos que mientras estuvieron en vida merecieron ser socorridos con estos auxilios después de muertos; pero no te persuadas, (añade el Santo) que todas las oraciones que se rezan, todas las buenas obras que se hacen, y todas las Misas que se ofrecen por tales, y por tales muertos, las acepta siempre Dios en favor de aquellos por quienes se aplican. De esa manera saldrían mejor librados en la otra vida los grandes del mundo, que de ordinario salen de ella más deudores a Dios, y serian preferidos a otros pobrecitos más virtuosos, que fueron de inferior condición y de humilde fortuna. Porque es de advertir que a los difuntos no les añaden nuevos méritos las buenas obras que se ofrecen por ellos. Si queremos que después de muertos nos sirvan todas las oraciones y todas las buenas obras que se apliquen por nosotros, vivamos de manera que merezcamos las acepte, y nos las aplique el Señor después de muertos. ¡Y después de todo esto, aún habrá hombres tan prevenidos, y tan preocupados del espíritu del error, que todavía se empeñen en defender que el hacer oracion, por los difuntos es invención de los postreros siglos!

Pide la Justicia divina que todos los pecados sean castigados, pero con alguna proporción; de manera, que el castigo de una culpa leve no sea tan grande como el de una culpa grave; pues como no se puede negar que en los que mueren en gracia se hallan algunas culpas tan ligeras que no merecen los suplicios eternos, es preciso convenir que necesariamente ha de haber en la otra vida algunas penas distintas de las del Infierno, a lo menos en la duración, para el castigo de estas ligeras culpas. La muerte no priva a la justicia de Dios de su derecho, ni a su misericordia de poder usar alguna gracia con las almas que están en su amistad. Pero ellas ya no pueden merecer por sí mismas ni el alivio de las penas, ni la gracia de que se las abrevien. Son como aquellos que están presos por deudas, y no tienen con que pagarlas, las cuales recurren a sus parientes y a sus amigos para que satisfagan por ellos. El comercio que hay entre todos los fieles unidos por el vínculo de la caridad obliga a aquellas pobres almas a recurrir a sus amigos y a sus deudos para que satisfagan por ellas a la justicia de Dios, porque en la cárcel donde se hallan padecen extrema necesidad. Respecto de ellas, todos, por decirlo así, somos ricos; nos sobran medios y recursos para socorrerlas; oraciones, limosnas, buenas obras, Misas, ayunos, penitencias, todo es caudal con que podemos solicitar la libertad de aquellas pobres almas. ¡Y qué reconocidas no estarán a sus bienhechores y libertadores aquéllas cuyas penas se aliviaron o se abreviaron por sus caritativos oficios! En el Cielo, donde está en su perfección la caridad, nunca olvidarán lo que debieron a los que aceleraron su dicha, satisfaciendo por ellas. Y aquel gran Dios, que promete el Cielo a quien diere en su nombre y por su amor un vaso de agua; aquel Divino Salvador, que agradece como si se hiciera a su misma persona lo que se hace con el más mínimo de sus siervos, ¿con qué ojos mirará esas Misas, esas penitencias, esas oraciones, esas buenas obras que se ofrecen por aquellas almas predestinadas, que le son tan gratas, y que está tan pronto como propenso a libertarlas? ¿Hay obra de misericordia más meritoria que la que se ejercita con los difuntos? ¿Hay devoción más sólida ni más conforme al espíritu, al corazón de un cristiano que la devoción con las Almas del Purgatorio?

Admiremos en este punto de nuestra religión la infinita sabiduría y la maravillosa providencia de Dios, que queriendo componer un solo cuerpo de todos los fieles, supo hacer perpetua la unión de los miembros de la Iglesia, juntando por ese comercio de caridad los que todavía viven en la tierra con los que la muerte separó de su compañía corporal. Por este medio se estableció, y se conserva una continua comunicación de beneficios entre los vivos y los muertos, igualmente útil a los unos y a los otros, haciéndoles a todos participantes de los méritos de su amable Redentor. Nuestras oraciones y nuestras buenas obras libran a los difuntos de los mayores males, y su intercesión nos solícita a nosotros los mayores bienes; nosotros los hacemos participantes de todo lo bueno que obramos, y ellos en la Gloria se empeñan eficazmente para que tengamos parte en la dicha que gozan. De manera, que la caridad, el agradecimiento y la ternura se perpetúan entre los hijos de Dios, y recíprocamente se ayudan a bendecir, admirar y alabar por toda la eternidad las infinitas perfecciones del Padre Celestial".

Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Juan Croisset, Día 9, Tomo: Julio, 1804. - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: Rohrbach parish church. Altar of All souls Wolfgang Sauber / Licencia: CC BY-SA 3.0

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