Debemos Evitar las Malas Compañías - La Fe Cristiana

Debemos Evitar las Malas Compañías



San Alfonso María de Ligorio, sobre las malas compañías, en este sermón nos aconseja que debemos alejarnos de ellas, si en realidad queremos alcanzar nuestra salvación. Señala al respecto lo siguiente: "1. Dice el Espíritu Santo, que el amigo de los necios se hará semejante a ellos (Pr. 13, 20). Los cristianos que viven en desgracia de Dios son todos necios y locos, dignos, como decía el padre maestro de Ávila, de ser encerrados en la casa de los locos. ¿Y qué locura mayor puede haber, que creer que existe el infierno y vivir en pecado mortal? Pero el que contrae amistad con los necios, se vuelve en breve tiempo semejante a ellos. Por más que oiga todos los sermones de los oradores sagrados, siempre será vicioso, según aquel adagio que dice: Que mueven más los ejemplos que las palabras. Por esto dijo el real Profeta: Con el santo serás santo, y con el perverso te pervertirás (Sal. 17,27). Escribe San Agustín, que la familiaridad con los hombres viciosos nos comunica los vicios de que ellos adolecen; por lo cual decía el Santo: Huyamos de los malos amigos, no sea que su amistad nos comunique el vicio. Y Santo. Tomás añade que es un medio muy útil para salvarnos el saber a quién debemos evitar.

2. El real Profeta dice: Sea su camino tenebroso y resbaladizo, y persígalos el ángel del Señor. (Sal. 34,6). En efecto, todo hombre mientras vive, camina entre tinieblas y por un camino lleno de tropiezos. Si a esto se añade un ángel malo, es decir, un mal compañero, que es peor que todos los demonios, que le persiga y le empuje hacia los precipicios, ¿cómo podrá evitar la muerte y la eterna condenación? Decía el filósofo Platón: El hombre será tal, cuales sean los amigos que tenga. Y San Juan Crisóstomo nos advirtió, que si queremos conocer las costumbres del hombre, observemos con que amigos trata; porque la amistad, o busca por amigos a los semejantes, o los vuelve poco a poco. Esto suele suceder por dos razones: primera, porque el amigo por complacer a su amigo, procura imitarle. Segunda, porque, como dice Séneca, la naturaleza nos inclina a hacer lo que vemos hacer a otros. Y mucho antes que otro alguno dice la Escritura: Antes se mezclaron con ellos gentiles, y aprendieron sus obras. (Sal. 105,35) Escribe San Basilio, que así como inficiona el aire que sale de lugares pestilentes, así se contraen los vicios, sin que lo advirtamos, en la conversación de los malos compañeros. (S. Basil. Hom.9, ear var. Quodl Dues etc.).

3. Y en efecto, San Ambrosio dice, ¿cómo pueden comunicarte la castidad los malos compañeros que solo respiran impureza? ¿Cómo pueden inspirarte la devoción a las cosas santas, cuando siempre huyen de ellas? ¿Cómo pueden comunicarte la vergüenza de ofenderá Dios, cuando le están ofendiendo sin cesar? San Agustín (Lib. 2, Conf., cap. 9.) dice de sí mismo, que cuando trataba con hombres viciosos, que hacían alarde de sus mismos vicios, se sentía impelido a pecar sin vergüenza; y después se gloriaba de lo mal que obraba, porque no pareciese que era menor que ellos. Por lo mismo nos advierte Isaías que no toquemos al hombre vicioso, porque nos volveremos como él (Is. 52,11). El que toca la pez, dice el Eclesiástico, se manchará con ella; y el que trata con los soberbios, se llenará de soberbia: (Si. 13,1); y lo mismo sucede respecto de los demás vicios.

4. ¿Qué debemos pues hacer para perseverar en la santidad y no abandonar los caminos que nos trazó el Señor? El Sabio responde, que no solo debemos evitar los vicios de los hombres corrompidos, sino también guardarnos de seguir los pasos y caminos por donde ellos andan (Pr. 1,15). Es decir, que debemos evitar su conversación, sus reuniones, sus convites, y todas sus diversiones, y hasta rehusar sus dones, con los cuales procurarán atraernos para prendernos en las redes en que ellos se hallan envueltos, como nos advierte Salomón en el mismo lugar: Hijo mío, dice, si los pecadores te halagaren, no te dejes seducir (Prov. 4,10). No cae el pájaro en la red, sino por el cebo de que se sirven los cazadores para prenderle, como dice el profeta Amos (Am. 3,5). El demonio pues se vale de los malos amigos, como de un cebo para prender a tantas almas en el lazo del pecado, como dice Jeremías: Mis enemigos me prendieron como a un ave. (Lm. 3,52). Y añade que le prendieron gratis, como sucede en efecto. Y sino preguntad a uno de esos malos compañeros: ¿Por qué has hecho caer en el pecado a aquel pobre joven con quien solías acompañarte? Por nada, os responderá: quería verle hacer lo mismo, que hacia yo. Del mismo ardid se vale el demonio, como observa San Efrén; luego que ha cogido en su red alguna alma, la vuelve red, cebo o reclamo para engañará las otras.

5. Por esto conviene, oyentes míos, huir como de la peste, de la amistad de estos escorpiones del infierno; porque es necesario abandonar el trato de los hombres viciosos, y no comer ni conversar con ellos a menudo, puesto que, como dice el Apóstol, no podemos dejar de tratarlos alguna vez. (1. Co. 5,10). Aun cuando podemos dejar de tener familiaridad con ellos (1. Co. 5,11). Los he llamado escorpiones, porque así los llama el profeta Ezequiel (Ez. 2,6). ¿Os fiaríais vosotros de habitar en medio de los escorpiones? Pues con el mismo cuidado debéis huir de los amigos escandalosos que envenenan vuestras almas con sus malos ejemplos y palabras. Los malos amigos cuando viven con demasiada familiaridad, son los enemigos perniciosos del alma. Por esto dice el Eclesiástico: ¿Quién tendrá compasión de ver herido por la serpiente al que se ocupa en encantarla, y a los demás que se acercan a las bestias? Pues lo mismo digo, del que se junta con el malo (Si. 12,13). Si por el escándalo que nos da quedamos contaminados y perdidos, ni Dios ni los hombres se compadecerán de nosotros, puesto que ya nos avisaron que nos guardásemos de él.

6. Un solo compañero escandaloso basta para corromper a toda una sociedad de amigos. Por esto dice San Pablo, que un poco de levadura corrompe toda la masa (1. Co. 5,6) Y Santo Tomás, explicando estas palabras, afirma que: un pecado de escándalo pervierte a toda la sociedad. Y en efecto, una máxima perversa de un hombre escandaloso es suficiente para inficionar a todos sus compañeros. Los hombres escandalosos son aquellos falsos profetas de que Jesucristo nos amonesta que nos guardemos. Los profetas falsos no solamente engañan con las falsas profecías, sino también con las máximas y falsas doctrinas que causan todavía más daño, porque, como dice Séneca, dejan en el alma ciertas malas semillas que inducen al mal. Es evidente, como demuestra la experiencia, que las palabras escandalosas, según dice San Pablo, corrompen las costumbres de quienes los que las escuchan (1 Co. 15,33). Jóvenes hay, que rehúsan cometer un pecado porque temen a Dios; pero se acerca a ellos un mal compañero, y les dice lo que le dijo la serpiente a Eva: No morirás. (Gn. 3,4); como si dijera: No temas hacer eso, porque lo hacen muchos; tu eres joven, y Dios se apiada de la juventud: haz lo que nosotros hacemos, y vivamos alegremente. Los que le oyen hablar de este modo, se avergüenzan de no imitarle, y de no ser desvergonzados como él.

7. Sobre todo, debemos estar atentos cuando se enciende en nosotros alguna pasión, y reflexionar a quien debemos pedir consejo. En tales casos, la misma pasión nos inclina a pedírselo a aquel que creemos nos le dará más favorable al fomento de aquella pasión que nos domina. Pero de estos malos consejeros que no hablan según el espíritu de Dios, debemos guardarnos más que de un enemigo encarnizado; porque la pasión, unida al mal consejo, pueden precipitarnos en excesos horribles. Después que se hubiere calmado la pasión, conoceremos el error en que hemos incurrido, y que el falso enemigo nos ha engañado; más ya no podremos remediar el daño que su consejo nos causó. Al contrario, el buen consejo de un amigo, que nos habla según su conciencia y el temor de Dios le dictan, nos hace evitar todo desorden, y deja nuestra alma en una calma inalterable.

8. Por esto nos advierte el Señor diciendo: Apartaos del hombre perverso, y se apartarán los males de vosotros (Si. 7,2). Y en los Proverbios nos dice: No sigas el camino de los malvados, sino apártate de ellos (Pr. 4,14-15). Dios es el mayor amigo y el más antiguo que tenemos; porque nos amó siempre, como nos lo dice por el profeta: Los hombres son amigos nuevos, o por decirlo mejor, de cuatro días; y no debemos dejar al amigo antiguo por seguir los consejos de los amigos nuevos, como nos lo advierte la Escritura por estas palabras: No abandones al amigo antiguo, porque el nuevo no será tan bueno como él. (Si. 9,14). Los amigos nuevos no nos aman, sino que nos aborrecen más que los mismos enemigos; porque no buscan nuestro bien como le busca Dios, sino sus gustos, y el placer de tener compañeros en el mal, especialmente cuando nos ven perdidos, como lo están ellos. Pero dirá alguno: Yo no puedo separarme de mi amigo que me ha querido siempre bien, y sería un ingrato si le abandonase. Pero sabed, oyentes míos, que Dios solo es el que nos quiere bien, puesto que quiere nuestra eterna felicidad. Aquel otro amigo quiere nuestra eterna perdición; quiere que sigamos sus malos ejemplos, y nada le importa que nos condenemos. Por tanto, no es ingratitud abandonar al amigo que nos conduce a la perdición. La verdadera ingratitud es abandonar a Dios que nos crió, volver la espalda a Jesucristo, que murió por nosotros en la cruz y quiere nuestra salvación.

9. Por esto debéis huir de estos malos amigos (Si. 28,28); y no prestarles oídos jamás, porque sus palabras solas son capaces de causar nuestra ruina. Y así cuando hablen malamente, armaos de aspereza y reprendedlos, para que no solamente se vean rebatidos en su modo de pensar, sino que enmienden también su mala vida. ¡Cuántos males causan los malos amigos a sus compañeros inocentes!, escribe San Agustín. Cuenta el padre Sabatino en su Luz Evangélica, que hallándose juntos un día dos de los amigos de que hablamos, uno de ellos cometió un pecado por complacer al otro; pero luego que se separó de él, murió repentinamente. El otro amigo que nada sabía de su muerte, vió en sueños a su amigo en su traje acostumbrado, e iba a abrazarle. Mas el amigo se le dejó ver cercado de llamas y comenzó a maldecir de él, echándole en cara, que se había condenado por su causa. Con esta visión volvió él en sí, v escarmentado con la desgracia de su amigo enmendó su vida; pero entre tanto el otro infeliz se condenó, y no hay remedio para él, ni le habrá por toda la eternidad. Oyentes míos ¿queréis salvaros? dejad a los malos amigos que os sirven de tropiezo en el camino de la salvación: buscad al amigo verdadero y antiguo que es Dios, al que os crió y os redimió de la esclavitud del demonio a costa de su preciosa sangre; que este es a quien debéis imitar, y cuyos consejos debéis seguir, si queréis ser felices en este mundo, y disfrutar para siempre de su bienaventurada compañía en la gloria eterna. Amén".

Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847. [Negrillas son nuestras.] / Licencia Imagen: RyanMcGuire - CC0 Public Domain

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