¿Los Malos son Felices, y los Buenos Desgraciados? - La Fe Cristiana

¿Los Malos son Felices, y los Buenos Desgraciados?



"Al ver que los malos cristianos suelen parecer felices en este mundo y los buenos desgraciados, es tanta la admiración que causa en algunos, que casi llegan a vacilar en la fe y a dudar de la Providencia de Dios. He aquí cómo se explican: A los que no quieren oír misa, ni guardan ninguna fiesta, ni confiesan, ni comulgan, los vemos ricos; no se apedrean sus campos, no tienen desgracias, ni en ganados, ni en caballerías, y todo les sale a medida de su gusto; y a los que son buenos cristianos y guardan la ley de Dios, todo les sale mal y todo es desgracias y trabajos. ¿En qué consiste esto? Así hablan los que no profundizan los designios de Dios; pero yo voy a haceros ver el motivo por qué sucede así. Y para proceder con claridad, iremos por partes.

En primer lugar, ¿quiénes son esos buenos cristianos y esos que guardan la ley de Dios? Son tan pocos, que apenas habrá uno entre ciento. Es verdad que hay muchos que no se atreven a dejar del todo la ley de Dios; pero no la guardan sino a medias: tienen dividido su corazón entre Dios y el mundo; ponen más cuidado en sus intereses que en guardar la ley de Dios; no reparan en quebrantar fiestas y otros preceptos por atender a sus intereses; en fin, quisieran servir a Dios; pero sirven más al mundo y al interés. Y porque ven que estos van a misa y hacen otras obras de Religión, los tienen por cristianos y por buenos. Pues sabed que estos son unos cristianos aborrecidos de Dios, abominables a sus divinos ojos, y le causan tanto fastidio, que los vomita de su boca. Así lo dice el mismo Dios con las palabras más expresas: Utinam frigidus esses aut calidus sed quia tepidus es et nec frigidus nec calidus incipiam te evomere ex ore meo (Ap 3,15-16.). Ojalá, dice el Señor, que fueses frio o caliente; quiere decir, ojalá que fueses o del todo buen cristiano, o nada; pero porque eres tibio, esto es, ni del todo bueno, ni del lodo malo, te arrojaré de mi boca como vómito; porque Dios no quiere el corazón a medias, sino entero, porque todo es suyo. Ved lo fastidiosos que son a Dios esa especie de cristianos que ni bien son uno, ni bien son otro.

Pero por cuanto esos cristianos no han abandonado del todo la Religión y la ley de Dios, aun parece que los mira el Señor con alguna misericordia y desea que se conviertan, y por eso les envía azotes, trabajos, desgracias y golpes para que despierten, para que abran los ojos y se enmienden, así como un buen padre que quiere bien a sus hijos, los castiga para que no se pierdan. A los que son del todo malos y que no quieren misas, ni fiestas, ni vigilias, ni Religión, no los mira ya, por decirlo así, como hijos, los ha abandonado ya; y como los tiene destinados para tizones del infierno, los harta en esta vida , porque han de padecer un hambre rabiosa por toda la eternidad; les da riquezas aquí, porque han de ser eternamente pobres; no los quiere castigar aquí, porque estos castigos son muy pequeños para ellos, y quiere castigarlos con castigos y tormentos que no se acaben jamás. ¿Y hay que envidiar las felicidades de los malos? Por otra parte, Dios es justísimo hasta lo infinito, y jamás deja de premiar la más pequeña obra buena, aunque la haga el más malo del mundo. Una obra de caridad, un favor que hagan, una limosna o cualquiera cosa buena que practiquen, jamás la deja Dios sin premio; pero la premia con bienes de este mundo; la paga con cosas que han de durar poco; con cosas que, aunque los interesados y codiciosos las tienen por grandes, pero en la realidad son humo, son basura, son nada.

Las prosperidades de los malos son un castigo muy digno de temerse; porque las riquezas y abundancias en los que no guardan la Religión los ciegan y los adormecen de tal suerte, que no conocen su mal estado, ni el peligro que les amenaza: Excaeca cor populi hujus (Is 6,10).

Una felicidad continua suele ser señal de reprobación. Las riquezas de los malos son bizcochos de ahorcados; porque así como a los que han de ajusticiar les conceden todo lo que piden en los días que están en capilla, porque luego les han de quitar la vida, así a los malos les concede el Señor todo lo que desean en esta vida, porque los ha de atormentar eternamente en la otra. San Gregorio compara los dichosos del mundo a los bueyes que se dejan engordar para matar, que los llevan el regalo y por los mejores pastos, porque están destinados para el degolladero. Si tuviésemos algo de fe y Religión, conoceríamos que las prosperidades y riquezas de este mundo no son gran cosa, o por mejor decir, deben ser un gran mal, supuesto que Dios las concede a los que más aborrece, que son los malos.

Por fin, consideremos aquellas palabras del Evangelio: Recepisti lona in vita tua: acuérdate que tuviste muchos bienes mientras vivías. Aquel infeliz rico avariento, viéndose tan defraudado en la hora de su muerte, tan pobre y tan miserable, clamaba desde el infierno y le suplicaba a Abraham que siquiera le enviase una gota de agua para refrescar su lengua: y Abraham le respondió: «Acuérdate que si ahora te abrasas, estuviste lleno de riquezas durante tu vida». Pero el infeliz le dijo: «Mis riquezas ya se acabaron con la muerte, y ahora solo me sirven para mayores tormentos: soy el más pobre y miserable que puede haber». «Es verdad, le respondió Abraham; pero para ti ya no habrá otra cosa, ya recibiste lo que te tocaba, ya estás pagado, no tienes más que esperar». ¿Quién le tendrá envidia a aquel desdichado rico? ¿Quién envidiará las prosperidades y felicidades de los malos?

Digamos pues ahora dos palabras sobre los buenos. Los que son enteramente buenos y perfectamente cristianos no extrañan que sean atribulados; no hacen alto de estas cosas, porque saben que son efectos y castigos del pecado, y que todas son disposiciones del Altísimo para probarlos y purificarlos en este mundo. Es verdad que la naturaleza humana se resiente con los males y trabajos; pero los que tienen fe viva, se conforman con la voluntad de Dios, los llevan con paciencia , y se consuelan con saber que aquellos trabajos y desgracias no son pecados, sino que antes bien son los escalones para subir al cielo. Gloria aquí, y gloria allá, no puede ser: para gozar en el Paraíso, es preciso padecer en este destierro. Los que están predestinados para el cielo han de ser conformes a la imagen de Jesucristo: este divino Señor fue pobre, Heno de trabajos y despreciado, pues lo mismo han de ser sus discípulos. Si Dios los aflige, no es para perderlos y destruirlos, sino para hacerlos más felices.

Si no hubiese otra vida que la presente, aún quizá se podrían desear esas dichas que tanto se apetecen en el mundo; pero si consideramos con seriedad que todo se ha de acabar, y que nos espera otra vida más larga, me parece que cualquiera procurará asegurar lo que vale más y lo que siempre ha de durar; y mejor querrá padecer poco que mucho. Y si no decidme, ¿qué quisierais mas, ser pobres diez años y después ochenta años muy ricos, o al contrario diez años ricos y ochenta años pobres? ¿Qué escogeríais de mejor gana, estar presos en un calabozo diez años u ochenta? ¿No es verdad que escogeríais del mal el menos? ¿No aguantaríais mejor diez años de pobreza y de prisión que ochenta? ¿No cederíais de buena gana cien duros por conseguir mil? Pues aplicad esto a lo que pasa con respecto a esta vida y a la venidera: lo de aquí es muy corto, y lo de allá es muy largo: lo de aquí es muy poco, y lo de allá es muchísimo. Las abundancias y riquezas en los que no guardan la ley de Dios, son señales de condenación. Pero los hombres son tan torpes que se ciegan con lo presente y no hacen caso de lo venidero; escuchan mejor los malos consejos que los buenos; envidian las ganancias y adelantos de los malos, y desprecian las virtudes de los buenos. Pero ¡qué chasco se llevarán en la hora de las verdades!

Pues hermanos míos, si queréis ser eternamente felices, respetad y venerad las disposiciones de Dios. A esos malos cristianos que veis prosperar, no les tengáis envidia, sino lástima y compasión, porque ya reciben todo el pago en esta vida, y después les espera una eternidad de dolores; y los trabajos y desgracias de los justos son para purgarlos en este mundo y para hacerles gozar después una eternidad de delicias. Todo lo que sucede en el mundo, y que a nosotros nos parece un desorden y una injusticia, es una señal evidente y una prueba continua que nos da el Señor de que nuestra alma es inmortal. Porque lo que no tiene duda es que el malo ha de ser castigado y el bueno ha de ser premiado; primero faltará el cielo y la tierra que esto deje de suceder; vemos, pues, que en esta vida no se cumple esto, antes bien suele suceder todo lo contrario; luego es una señal clara y evidente de que el castigo de los malos y el premio de los buenos están reservados para después de la muerte.

Bien claro tenemos el ejemplar en el rico avariento y en el pobre Lázaro que nos refiere el Evangelio el pobre Lázaro, y lo llevaron los ángeles a la gloria del cielo: murió el rico, y lo arrebataron los demonios a los tormentos del infierno. Dirijámosle, pues, ahora, aquellas otras palabras del Evangelio: Quid enim prodest homini, si mundum universum lucretur, animae vero suae detrimentum patiatur? (Mt 16,26): ¿Qué le aprovecha al hombre, aunque gane todo el mundo, si pierde su alma? ¿Qué le aprovecha ahora a aquel rico el haberse regalado en este mundo, el haber vivido con fausto y con abundancia, si ahora no tiene ni qué comer, ni qué vestir, ni aun siquiera una gota de agua para refrescar su lengua? ¿Para qué le valen ahora todas sus riquezas? Ya se lo respondió el mismo rico al patriarca Abraham, para mayores dolores y tormentos. En esto vienen a parar las felicidades, las fortunas y las abundancias de los que no guardan bien la ley de Dios".

Fuente: "Alivio de párrocos o pláticas familiares adecuadas para los pueblos". Segunda edición. Tomo II, 1857 - [Negrillas son nuestras] / Licencia imagen: RyanMcGuire - CC0 Public Domain

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