Y dijo también esta parábola a unos que confiaban en sí mismos, como si fuesen justos, y despreciaban a los otros. "Dos hombres subieron al templo a orar: el uno fariseo y el otro publicano. El fariseo, estando en pie, oraba en su interior de esta manera: Dios, gracias te doy porque no soy como los otros hombres, robadores, injustos, adúlteros, así como este publicano. Ayuno dos veces en la semana, doy diezmos de todo lo que poseo. Mas el publicano, estando lejos, no osaba ni aun alzar los ojos al cielo, sino que hería su pecho diciendo: Dios, muéstrate propicio a mí, pecador. Os digo que éste, y no aquél, descendió justificado a su casa; porque todo hombre que se ensalza, será humillado, y el que se humilla, será ensalzado". (Lc 18,9-14)
San Alfonso María de Ligorio, al hacer referencia sobre ese Evangelio, señaló dos puntos: 1º: La eficacia de la oración y 2º: La necesidad de la oración.
Punto 1
EFICACIA DE LA ORACIÓN
1. Para comprender la eficacia y el valor de nuestras oraciones, basta observar las grandes promesas hechas a los que suplican u oran. El salmo 49,15. dice: Invoca me, et eruam te: Invocadme, y yo os librare de todo peligro. El salmo 90,15 Clamabit ad me, et exaudiam eum: Me invocará, y yo le oiré. Y Jeremías (33,3): Clama ad me, et exaudiam te: Invócame, y te escucharé. San Juan dice también (15,7); Quodcumque volueritis, petetis, et fiel vobis: Pediréis lo que queráis, y se os concederá. Y hay mil textos que expresan lo mismo, tanto en el antiguo, como en el nuevo Testamento. Dios, por su naturaleza, es la misma bondad, como escribe San León: Deus cujus natura bonitas; y por esto tiene un gran deseo de comunicarnos sus bienes. Por lo cual decía Santa María Magdalena de Pazis, que cuando un alma pide a Dios alguna gracia, en cierto modo queda obligado a concedérsela; puesto que ella le abre el camino con la súplica a que sacie el deseo que tiene de dispensar a los hombres sus gracias y favores. Por esto en la divina Escritura parece que no hay cosa a que más se nos exhorte, ni que tanto se nos inculque por el Señor como el pedir y suplicar. Para demostrar esto nos bastan aquellas palabras que leemos en San Mateo: Petite, et dabitur vobis quœrite, et invenietis: pulsate, et aperitur vobis: Pedid y recibiréis; buscad y hallareis; llamad y se os abrirá. San Agustín dice que se obligó Dios con tales promesas a concedernos lo que le pidamos: Promittendo, debitoremse fecit. (De verb. Dom. serm. 2). Y en el sermón V. añade, que no nos exhortaría tanto el Señor a pedir gracias, si no quisiese concedérnoslas: Non nos hortaretur, ut peteremus, nisi dare vellet. Así vemos que los salmos de David, y los libros de Salomón y de los profetas, están llenos de súplicas.
2. Dice Teodoreto, que es tan eficaz la oración para con Dios, que una sola basta para obtener todo cuanto se pida: Oratio, cum sit una, omnia potest. San Bernardo añade, que cuando nosotros pedimos, si el Señor no nos concede la gracia que le rogamos, nos concederá otra todavía más útil que aquella: Aut dabit quod petimus, aut quod nobis noverit esse utilius. (Serm. 5. in Fer. 4. Cin.) ¿Y quién llamó jamás a Dios en su ayuda a quien haya el Señor despreciado desoyéndole? Quis invocavit eum, et despexit illum? (Eccl. 2.12) Dice la Santa Escritura que entre los gentiles no hay ninguna nación que tenga dioses tan dispuestos a oir nuestras súplicas, como nuestro Dios verdadero: Nec est alia natio tam grandis, quae habeat deos appropinquantes sibi, sicut Deus noster adest cunctis obsecrationibus nostris. (Dt. 4,7) Los príncipes de la tierra , dice San Juan Crisóstomo, dan audiencia a pocos; pero Dios la concede a cuantos la piden: Aures principis paucis patent, Dei vero omnibus volentibus. (Lib. 2, de orat.) Y David dice, que esta bondad del Señor en oírnos siempre que le pedimos, nos hace conocer, que él es nuestro verdadero Dios, que nos ama masque ninguno. Por esto le dice David: In quacumque dic invocavero te, ecce cognovi, quia Deus meus es tu: En cualquier tiempo que te invocare, he conocido, que eres mi Dios. (Sal 55, 10) Él quiere concedernos gracias; y lo desea con tal ansia, como hemos dicho ya; pero quiere que le pidamos. Un día dijo Jesucristo a sus discípulos: Usque modo non petistis quidquam in nomine meo: petite, et accipietis, ut gaudium vestrum sit plenum.: ¿Hasta cuándo dejareis de pedirme, invocando mi nombre? Pedid y recibiréis, para que vuestra alegría sea completa. (Jn 16,24) Como si dijese: Os lamentáis de que no estáis enteramente contentos conmigo; pero lamentaos de vosotros mismos, que no me habéis pedido cuanto necesitabais: pedídmelo desde hoy en adelante, y seréis oídos. Muchos, dice San Bernardo, se lamentan de que les falta el Señor; pero con mucha más razón se lamenta Dios de que muchos le faltan a él, dejando de pedirle las gracias que necesitan : Omnes nobis causamur deesse gratiam, sed justius forsitan ista sibi queritur deese nonnullos. (S. Bern. de Tripl. Cust.)
3. Los antiguos Padres, conferenciando entre sí para encontrar el ejercicio más útil para conseguir la salud eterna, convinieron en que no había otro, que pedir sin intermisión y decir: Señor, ayudadme, ayudadme presto: Deus, in adjutorium meum intende: Domine, ad adjuvandum me festina. Y por lo mismo la santa Iglesia hace repetir tantas veces en las horas canónicas estas dos oraciones o súplicas a todo el clero y a todos los religiosos, los cuales piden, no solamente para sí, sino para todo el orbe cristiano. Dice San Juan Clímaco, que nuestras oraciones hacen una piadosa violencia a Dios para que nos oiga: Oratio pie Deo vim infert. Y por esto cuando se le suplica, inmediatamente responde, dispensándonos las gracias que le pedimos: Ad vocem clamoris tui statim, ut audierit, respondebit tibi. (Is 30,19) Por lo cual dice San Ambrosio, que el que pide a Dios, recibe mientras está pidiendo: Qui petit a Deo, dum petit, accipit. (Ep. 8-4. ad Demetr.) Y no solamente concede presto, sino abundantemente, dándonos más de lo que le pedimos. San Pablo dice que Dios es rico, esto es, liberal en conceder sus gracias a quien se las pide: Dives in omnes qui invocant illum. (Rm 10,12) Y Santiago dijo: Si alguno de vosotros necesita sabiduría, pídasela a Dios que la da a todos generosamente: Si quis autem vestrum indiget sapientia, postulet a Deo, qui dat omnibus affluenter, nec improperat. (St 1,5) Y luego añade: nec improperat, que quiere decir: cuando le pedimos, no nos echa en cara las ofensas que le hemos hecho, sino que se complace enriqueciéndonos con sus gracias.
Punto 2
De la necesidad de la oración.
4. Dios quiere que todos se salven, como dijo San Pablo: Omnes homines vult saloos fieri, et ad agnitionem veritatis venire. (1 Tm. 2,4) Y no quiere que ninguno se pierda, como escribe San Pedro: Patienter agit propter vos; nolens aliquos perire, sed omnes ad poenitentiam reverti: Obra con paciencia por atención a vosotros, queriendo que ninguno se pierda y que todos hagan penitencia y se arrepientan. (2 Pe 3,9) Y San León dice, que así como quiere Dios que observemos los preceptos, así nos previene con su ayuda para que los observemos: Juste instat proecepto, qui .proeurrit auxilio: Justamente nos manda el que nos ayuda para que obedezcamos. (Serm. 16 , de Pass.) Y Santo Tomás escribió acerca de las palabras del Apóstol: Qui vult omnes homines salvos fieri, diciendo: Et ideo gratia nulli deest, sed omnibus, quantum in se est, communicat: Y por esto a nadie falta la gracia; sino que la comunica a todos en cuanto depende de él. (In Epist. ad Heb. cap. 12, lect. 3.) Y en otro lugar: Hoc ad divinam Providentiam pertinet, ut cuilibet provideat de necessariis ad salutem, dummodo ex parte ejus (scil. hominis) non impediatur: Toca a la divina Providencia suministrar a cada cual las cosas necesarias para su salvación, con tal que el hombre por su parte no ponga óbices. Pero este auxilio de la gracia no le concede el Señor sino al que se le pide, como dice Genadio; ninguno consigue la salud sino con el auxilio de Dios; ninguno merece el auxilio sino el que le pide: Nullam salutem, nisi Deoauxiliante , operari; nullum, nisi orantem, auxilium promereri. (De Eccles. Dogm.) Y San Agustín asegura, que exceptuados los primeros llamamientos a la fe o a la penitencia, los demás no se conceden sino al que los pide, especialmente la gracia de la perseverancia. Consta, dice, que unas gracias concede Dios aun a los que no las piden, como el principio de la fe; y que otras no las concede sino a los que las piden, como la perseverancia final: Constat alia Deus dare etiam non orantibus, sicut initium fidei: alia nonnisi orantibus proeparasse, sicut usque in finem perseverantiam. (De dono persev. c. 16.) Y en otro lugar añade : Dios quiere dar, pero no da sino a los que le piden: Deus dare vull, sed non dat nisi petentibus. (S. Aug. in Psal. 100.)
5. Por esto es sentencia común entre los teólogos con San Basilio, San Juan Crisóstomo, San Agustín, Clemente Alejandrino y otros, que la oración es necesaria a los adultos neeessitate medii, es decir, que no pueden salvarse sin pedirá Dios que les conceda los medios necesarios para conseguir la salvación. Y esto significan o manifiestan los textos de la santa Escritura: Oportet semper orare: Conviene orar sin intermisión. (Lc 18,1). Petite et accipietis: Pedid y recibiréis. (Jn 16,24) Estas palabras, oportet, conviene; petite, pedid; orate, orad; según enseñan los doctores con Santo Tomás (3. part. qu. 39, art. 5) contienen precepto grave, que obliga, especialmente en tres casos: 1°. Cuando el hombre está en pecado. 2°. Cuando está en grave peligro de pecar. 3°. Cuando está en peligro de muerte. Y fuera de estos casos quieren los doctores, que el que no ora en un mes, o en dos cuando más, no queda excusado de pecado mortal. Y la razón de esto es, porque sin la oración no podemos obtener los auxilios necesarios para observar la ley divina. San Juan Crisóstomo dice, que tan necesaria como es el agua para que no se sequen los árboles, lo es la oración para que no perezcamos nosotros los pecadores: Non minus quam arbores aquis, precibus indigemus. (Tom. 1, Hom. 77)
6. Muy injustamente, pues, dijo Jansenio, que nos es imposible observar algunos preceptos, aun con el auxilio de la gracia; pues el Concilio de Trento (Sess. 6, cap. 11), dice: Que aunque el hombre no puede observar todos los preceptos con solo el auxilio de la gracia ordinaria, obtiene, sin embargo, por medio de la oración los auxilios mayores que necesita para observarlos. Dios no manda cosas imposibles, sino que mandando nos amonesta a hacer lo que podamos, y a pedir lo que no podamos, y nos ayuda para que podamos: Deus impossibilia non jubet, sedjubendo monet; et-facere quod possis, et petere quod non possis, et adjuvat ut possis. A lo cual debe unirse aquella otra célebre sentencia de San Agustín: Eo ipso quo firmissime creditur, Deum impossibilia non potuisse proecipere; admonemur, et in facilibus quid agamus, et in diffilibus quid petamus: Por lo mismo que creemos firmemente, que Dios no pudo mandarnos cosas imposibles, se nos amonesta, ya lo que debemos hacer en las fáciles, ya lo que debemos pedir en las difíciles. (S. Aug. lib. deNat. et grat.cap. 69, n. 83).
7. Pero, preguntará alguno: ¿Por qué Dios que conoce nuestra debilidad, permite que nos asalten los enemigos a los cuales no podemos resistir? Lo permite con el fin de que imploremos su ayuda, poique ve el gran bien que nos resulta de la necesidad de orar. Y así el que queda vencido no tiene escusa de no haber podido resistir, porque lo hubiera podido si hubiese implorado el auxilio divino; y por esto le castigará Dios por no haberle implorado. Dice San Buenaventura, que si un comandante de una plaza, la perdiese por no haber pedido con tiempo socorro a su rey, éste le trataría como a traidor : Reputaretur infidelis, nisi expectaret a rege auxilium. (S. Bon. Diaet. tit. c. 5). Pues lo mismo es tenido como traidor por Dios, aquel que viéndose asaltado de la tentación, no implora el auxilio de Dios. Escribe Santa Teresa, que el que pide, obtiene, como dice la Escritura: Petite et accipietis. Concluye pues la Santa diciendo , que el que no pide, no obtiene, según lo que ya había dicho Santiago: No tenéis, porque no pedís: Non habetis, propter quod non postulatis. (St 4,2). San Juan Crisóstomo dice también, que la oración es una arma eficaz para defenderse contra todos los enemigos: Magna sane armatura est oratio. (Hom. 41. ad Pop.). Y San Efrén dice que el que se fortifica con la oración, impide al pecado la entrada en su alma: Si orationem operi proemisseris, aditus in animam peccato non patebit. (Serm. de orat.) Y antes que todos dijo lo mismo David por estas palabras: Laudans invocabo Dominum, et ab inimicis meis salvus ero: Invocaré al Señor con cánticos de alabanza, y me librará de mis enemigos. (Sal 17,4)
8. Si queremos, pues, vivir bien y salvarnos, debemos saber orar: Por esto dice San Agustín: Sabe vivir bien, el que sabe orar: Recte novit vivere, qui recte novit orare. (Homil. 43). Es menester, por tanto, para obtener del Señor las gracias que le pedimos por medio de la oración: 1°. Confesar el pecado, porque Dios no escucha a los que se obstinan en él. Por ejemplo: si uno conservase odio a cualquiera persona, de modo que quisiere vengarse de ella, y orase hallándose en este estado, Dios no le escucharía: Cum multiplicaveritis orationem, non exaudiam: manus enim vestrae sanguine plenae sunt. Por mucho que oréis, no os escucharé; porque vuestras manos están manchadas con sangre. (Is 1,15). El Crisóstomo dice, que el que fomenta la mala voluntad y ora, no pide, sino que se burla de Dios: Qui orat et peccat, non rogat Deum, sed eludit. (Hom. 11. in Matth. 6.) Si le pidiese que borrase el odio en su corazón, entonces le oiría el Señor. En segundo lugar, es necesario rogar a Dios con atención. Algunos creen que hacen oración porque repiten muchas veces la oración dominical; pero sin atención y sin saberlo que se dicen. Estos tales pronuncian palabras, pero no oran: y de ellos dice Dios por Isaías; Labiis suis glorificat me, cor autem ejus longe est ame: Me honran con los labios, pero su corazón está lejos de mí. (Is 29,13). Conviene, en tercer lugar, quitar las ocasiones que nos impiden orar, porque, como dice Jeremías, el que se ocupa en mil negocios y cosas inútiles al alma, opone a su oración una niebla que le impide llegar a Dios: Opposuisti nubem tibi, ne transeat oratio (Lm 3 ,44.).
No quiero pasar en silencio aquellas palabras con que nos exhorta San Bernardo a que pidamos gracias a Dios por mediación de su divina Madre: Quaeramus gratiam, et per Mariamquaeramus; quia Mater est, et frustrari non potest: Pidamos gracia, nos dice, y pidámosla por mediacion de María; porque es su Madre, y nada le puede negar. (Serm. de Aquaed.) Y San Anselmo añade: Multa petuntur a Deo, nec obtinentur; quae petuntur a Maria, obtinentur non quia potentior sit, sed quia Deus decrenit eam sic honorare, ut sciant, nomines omnia per ipsam obtineri posse a Deo: Muchas cosas se piden a Dios que no se consiguen; pero las que le pide María, obtiene; no porque ésta pueda más, sino porque Dios determinó honrarla así, para que sepan los hombres, que no hay cosa que no se consiga de Dios por medio de ella".
Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847. [Negrillas son nuestras.] / Licencia Imagen: Foundry - CC0 Public Domain