"Los diferentes respetos, con que podemos considerar las enfermedades, nos dan a entender las diferentes disposiciones, con que las debemos recibir, y el uso, y provecho, que de ellas podemos sacar. Primeramente, podemos considerar las enfermedades, como un efecto del pecado original, y de la desgracia de haber nacido hijos de Adán, herederos infelices de su culpa, y de las penas por ellas merecidas. Según esta consideración, debemos sujetarnos al Decreto, que la Justicia de Dios pronunció contra la descendencia de Adán, que se ejecuta entonces en nosotros, y adorar sus órdenes, al parecer rigurosas; pues aunque verdaderamente sean incomprensibles, nos dan a entender lo que es Dios, y lo que es el pecado; pues un Dios, no solamente infinitamente justo, pero infinitamente misericordioso, castiga con una pena tan terrible, un pecado, que aunque en sà parece poco, pero en sÃ, y en sus consecuencias es tan terrible; porque este pecado es la causa del diluvio, de los males, que seis mil años ha, que inundan al mundo. No hay ningún Noé privilegiado, que se pueda librar de ellos; no hay Arca, donde nos podamos escapar; todos los hombres es cierto, que los hemos de sufrir; pues ¿por dónde pretendes tu exceptuarte?
Puedes en segundo lugar, considerar las enfermedades, como un castigo, que la Justicia de Dios te impone por tus propios pecados, que son graves, y muchos; y entonces debes lo primero, recibirlas con espÃritu de penitencia, diciendo con Job: Yo he pecado, Señor, y siendo tan gran pecador, como soy, por grandes, que sean los males, con que me castigas, son sin comparación menores, de lo que merezco (Jb 33,27). Lo segundo, bendecir la severidad misericordiosa del Señor, que viendo lo necesario, que es para un pecador la penitencia, y que aunque tú lo seas tan grande, no tienes valor para hacerla, te da el medio con esta enfermedad para practicarla. Lo tercero, amar, y bendecir la bondad, y condescendencia del Señor; pues le contenta (aunque esta enfermedad no sea en ti voluntaria, y no te puedes librar de ella) se contenta vuelvo a decir, y te permite, que la hagas de alguna manera voluntaria, y que sea capaz, no solo de satisfacer por tus pecados; pero aun de alcanzar una gloria eterna, si las aceptas con una entera resignación a la voluntad de Dios, y la sufres con paciencia. En fin, debes unir lo que padeces, con lo que padeció Jesucristo; pues aunque tus dolores son imperfectos, y de poco merito, unidos con los de Jesucristo, ¿qué merito no tendrán?
Puedes en tercer lugar considerar las enfermedades, como originadas de tus desordenes, de tu destemplanza, de tu lascivia, de tus entretenimientos excesivos, u de tus trabajos muy grandes, en donde te ha puesto tu ambición, u otros desreglamientos. Si has incurrido en algo de esto, en que casi todos incurren, es menester primeramente, reconocer, y adorar la mano de Dios, que te castiga, privándote justÃsimamente de la salud, que habÃas empleado tan mal, confesando (como dice San Gregorio) que es mejor, padecer los ardores de la calentura, que los de la concupiscencia. En segundo lugar, sufrir con paciencia los males, y dolores, que tu cuerpo padece, para el fin, de que ya que el cuerpo ha sido tanto tiempo el motivo, e instrumento de tus pecados, sea el mismo, el motivo, e instrumento de tu penitencia. En tercer lugar alégrate, de que el Reino del pecado se destruya en ti, como habla el Apóstol, y de que la enfermedad te ponga en una dichosa imposibilidad de ofender a Dios. En fin, agradece a Dios la gracia, que te hace, dándote modo de expiar con los dolores, que padeces, los delincuentes gustos, en que te empleaste. Las enfermedades mayores, miradas por estos respectos, y recibidas con estas disposiciones, dejan de ser malas, y por mejor decir, son verdaderos bienes".
Fuente: "Pensamientos o Reflexiones Cristianas, para todos los dÃas del año", Padre Francisco Nepueu, Tomo III, Agosto, DÃa XXIII - [Negrillas son nuestras.] / Licencia Imagen: USAF photo by Suzanne M. Day - CC0 Public Domain