"¡Oh Señor, Dios de los dioses, cuya bondad excede a toda nuestra malicia! bien sé que algún día haréis ostentación de vuestra grandeza: bien conozco que no ha de ser perpetuo vuestro silencio; pues llegará, tiempo en que el fuego se encienda en vuestra presencia, y alrededor de Vos se levante la tempestad más brava, cuando llamareis al Cielo y, a la tierra por testigos para juzgar vuestro pueblo, allí a tantos millares de gentes se descubrirán de todo punto mis maldades; y a tantos ejércitos de ángeles se harán patentes y manifiestos todos mis delitos, no solo de mis obras, sino también de pensamientos y palabras. Pobre de méritos estaré, delante de tantos jueces, cuantos han sido los que me precedieron con el ejemplo de sus buenas obras; de tantos seré reprendido, cuantos me dieron norma de vivir bien; con tantos testigos seré convencido, cuantos fueron los que me amonestaron con provechosas pláticas, y con sus santas obras se hicieron dignos de que yo los imitase. Dios y Señor mío, no se cosa alguna que decir, no tengo que responder. Y como si ahora me hallase ya presente a tan rigoroso peligro, la conciencia me martiriza, los secretos de mi corazón me atormentan, la avaricia me oprime, la soberbia me acusa , la envidia me consume, la concupiscencia me abrasa, la lujuria me persigue, la gula me entorpece, la embriaguez me destruye, la detracción me lastima, la ambición me derriba, el latrocinio me reprende, la discordia me deshace, la ira me perturba, la liviandad me abate, la flojedad me agobia, la hipocresía me engaña, la adulación me vence, el favor me engríe, y la calumnia me hiere.
Estos son, Libertador mío, estos son los compañeros de mi vida desde el día de mi nacimiento, a quienes me he entregado, y a quienes he guardado fidelidad. Estos mismos cuidados que yo amaba, me condenan: estos mismos que ensalzaba con elogios, me llenan de vituperios. Estos son los amigos a quienes he condescendido y agradado, los maestros a quienes he obedecido, los señores a quienes he servido; estos los consejeros a quienes he dado crédito, los ciudadanos con quienes he vivido, y los domésticos y familiares entre quienes he llegado a la vejez. ¡Ay de mí, Rey y Dios mío, que se me ha prolongado mi morada y habitación en este destierro! ¡Ay de mí, luz de mi alma, que he vivido en tinieblas como los moradores del Cedar! Y si David, siendo santo, confiesa que su alma en lo terreno se ha detenido mucho, ¿Cuánto mejor puedo yo, desdichado, afirmar que la mía se ha detenido demasiado? ¡Oh Dios mío, fortaleza mía! ninguno de los vivientes se puede justificar en vuestra presencia. Esperanza mía, no hay entre todos los hijos de los hombres uno a quien halléis justo, si apartada vuestra clemencia y piedad le juzgaseis con rigor; y si anticipadamente no favoreciera vuestra misericordia al pecador, no hubiera justo alguno a quien tuvierais que glorificar.
Porque yo creo, salud de mi alma, lo que de Vos he oído: Que vuestra benignidad me trae a la penitencia. Torre firmísima de mi fortaleza, los dulcísimos labios de vuestra boca me dijeron: Ninguno puede venir a mí, si mi Padre que me envió no le trajere. Por tanto, pues me habéis instruido, y con tantos documentos me habéis enseñado, con lo íntimo de mi corazón, con el mayor ahínco de mi alma os suplico, Padre todopoderoso, juntamente con vuestro Hijo muy amado, y a Vos, dulcísimo Hijo, también invoco juntamente con el Espíritu Santo, consolador de las almas, traedme a Vos de modo que me deleite en correr tras de Vos, siguiendo vuestra divina fragancia".
Fuente: "Meditaciones, Soliloquios y Manual del Gran Padre San Agustín", 1824 - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: "Job and his Friends" Vladimir Borovikovsky, 1810