"Considera que el Cielo se conquista con violencia. Renunciar la penitencia, y la mortificación, es renunciar el Cielo. Es menester renunciar el mundo, y sus placeres: es menester llevar su cruz, vencer las inclinaciones, resistir a las pasiones, domar el amor propio: es menester amar a los enemigos, aborrecerse, y perseguirse a sí mismo: este es el camino derecho que guía al Cielo: él está sembrado de espinas, pero no hay otro, y es menester seguir éste, si queremos llegar allá. Cualquiera otro camino, cualquiera otra senda desvía de aquel término. ¿Y no es esta la que nosotros seguimos? ¿No marchamos por un camino enteramente opuesto? ¿Y en ese caso cuál será nuestro paradero? Es indispensable necesariamente seguir este camino real. Somos pecadores, preciso es hacer penitencia: somos cristianos, preciso es seguir a Jesucristo: fuimos criados para el Cielo, preciso es llegar allá, cueste lo que costare.
No nos parezca que estás razones se hicieron para los demás, y que no hablan con nosotros. Pero según se vive, y se discurre el día de hoy, parece que se reputan estas grandes verdades como verdades de antaño, que ya no rigen. Esa penitencia indispensable a todos los pecadores, ¿es por ventura en estos tiempos la virtud de las gentes del mundo? Esa penitencia indispensable a los mismos justos, ¿es por ventura en nuestros días la virtud familiar a todos los cristianos? Pero este camino sembrado de cruces, y de espinas, solo es áspero a los que tímidos, y cobardes no se atreven a entrar por él; mas una vez que le emprendan con resolución: una vez que comiencen a caminar con fervor, todo se les allana: no solo se les hace suave, sino gustoso. Las flores de que al parecer está sembrado el camino de los malos, muchas veces se convierten en espinas; ¿pues por qué las espinas, de que parece sembrado el camino de los buenos, no se convertirán también en flores muchas veces? La virtud que se ejercita, la gracia de Dios que nos sostiene, la esperanza tan bien fundada de llegar al dichoso término de la carrera, quitan a la penitencia todo lo áspero, todo lo duro, todo lo amargo que tiene. Aunque nos parezca intratable este camino, acordémonos de que los Santos anduvieron por él con alegría, animándolos el ejemplo de Jesucristo. Sigámoslos con valor, y con fidelidad, y experimentaremos las, mismas dulzuras, los mismos consuelos, y la misma facilidad.
Considera la necesidad que todos tenemos, no solo de amar la penitencia, sino de hacer frutos dignos de penitencia. Frecuentemente recaemos en las mismas faltas; en todas las confesiones nos acusamos siempre de los mismos pecados, porque no nos aplicamos a descubrir el origen de ellos, a fondear nuestro corazón, a poner en ejecución los medios eficaces para corregirnos. Acusamonos de las distracciones, de las negligencias ordinarias en el servicio de Dios, de las imperfecciones acostumbradas, y no pensamos en sufocar ese espíritu de orgullo, y de vanidad, de que estamos poseídos; esas secretas aversiones, esas emulaciones malignas, ese desordenado amor de nosotros mismos, inficionadas fuentes de todos nuestros pecados. Cortamos las ramas, pero dejamos intacto el tronco, que rompe luego en nuevos retoños. ¿Queremos lograr el intento? Pues cortemos hasta las más pequeñas raíces. Recaemos con frecuencia en las mismas faltas, porque antes de confesarnos paramos poco la consideración en la gravedad, y en las consecuencias del pecado. Recaemos en ellas, porque nos falta la contrición necesaria, la sincera y la eficaz resolución que debiéramos tener. Nos avergonzaríamos, si faltásemos a la palabra dada a un hombre de consideración. Pídenos Dios que tengamos con su Majestad este mismo miramiento: ¿Será esto pedirnos demasiado? Pidenos que nuestra penitencia, cuya indispensable necesidad tenemos tan conocida, dé en fin algunos frutos, ya que hasta aquí solo ha dado hojas y flores, y que estos frutos lleguen a madurar, que sean dignos de presentársele, que sean en fin frutos dignos de penitencia. Comencémoslos a hacer desde hoy mismo hasta la muerte. Destruyamos en nosotros el reino del pecado: huyamos con presteza todas las ocasiones de cometerle: ejercitémonos continuamente en las buenas obras que corresponden a nuestro estado, satisfagamos a la justicia de Dios con perpetua penitencia: tengamos siempre un corazón contrito, y humillado, con verdadero deseo de satisfacer a la divina justicia, aceptando por lo menos con amor, y sin quejarnos los trabajos de esta vida debidos a nuestros pecados.
Esta es, Señor, la gracia que os pido, para hacer aquella penitencia saludable, de que no están dispensados aun los mismos justos.".
Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Juan Croisset, Día 17, Tomo: Septiembre - [Negrillas son nuestras.] / Licencia Imagen: FreeImages.com/phaser4