Condiciones de la Oración - La Fe Cristiana

Condiciones de la Oración



En el sermón XXXIX demostraré la necesidad que tenemos de orar, y que la oración es un medio eficacísimo para obtener todas las gracias que puedan ayudarnos a conseguir la salvación eterna. San Cipriano escribe, que la oración es omnipotente, y siendo una, todo lo alcanza: Omnipotens est oratio, et una cum sit, omnia potest. Dijo antes el Eclesiático: que ninguno ha invocado jamás la ayuda de Dios que no haya sido escuchado: Quis invocavit eum, et despexit illum ? (Eccl. 2,12.) Y en efecto, no puede dejar de suceder; porque el Señor prometió oír a quien le invoca, cuando dijo: Pedid y recibireis: Petite et accipietis. Pero esto se entiende cuando nosotros le pedimos como se le debe pedir. Muchos piden, pero no alcanzan lo que suplican, porque no piden como deben pedir: Petitis et non accipitis, eo quod mate petatis. (Jac, 4,3.) Para obtener lo que deseamos debemos pedir
Con humildad. Punto I.
Con confianza. Punto II.
Con perseverancia. Punto III.

PUNTO I.
Se debe pedir con humildad.

1. Santiago dice, que Dios no escucha las súplicas de los soberbios: Deus superbis resistit, humilibus autern dat gratiam. (Jac. 4. 6.) Dios no puede sufrir a los soberbios , y por eso se resiste a escuchar sus súplicas y no las oye. Tengan presente esto aquellos hombres soberbios que confían en sus propias fuerzas, y se creen mejores que los otros; y sepan que sus oraciones no serán oídas del Señor.

2. Al contrario , el Señor oye las súplicas de los humildes: Oratio humiliantis se, nubes penetrabit, et non discedet, donec Altissimus aspiciat. (Eccl. 35,21.) Y David escribió, que Dios atiende a la oración de los humildes: Respexit Deus in orationem humilium. (Psal. 101,18.) La oración de aquel que se humilla, sube al cielo, y no vuelve sin que Dios la oiga y la atienda. Humilias te, Deus venit ad te, dice S. Agustín: exaltas te, Deus fugit a te. Cuando nos humillamos, Dios mismo viene a abrazarnos espontáneamente; pero si nos ensoberbecemos y engreímos de nuestra misma sabiduría y de nuestras acciones, Dios nos abandona a nosotros mismos y se aparta de nosotros.

3. Dios no sabe despreciar, ni aun a los pecadores que han sido los más disolutos, cuando se arrepienten de corazón de sus pecados, y se humillan delante de Dios, confesando que son indignos de sus gracias: Cor contritum et humiliatum, Deus non despicies. (Psal. 50, 19.) Pasemos a tratar del punto segundo, sobre el cual tenemos mucho que decir.

PUNTO II.
Se debe pedir con confianza.

4. El Eclesiastés (2. 11.) dice: Nullus speravit in Domino, et confusus est: que ninguno que haya confiado en el Señor, ha sido confundido. ¡O como alientan a los pecadores estas palabras! Por muchas iniquidades que haya cometido, jamás ha habido uno que haya puesto su confianza en Dios que el Señor haya abandonado. El que le ruega con confianza, obtiene todo cuanto le pide: Omnia quaecumque orantes petitis, credite quia accipietis, et evenient vobis. (Marc. 11,24.). Cuando las gracias que pedimos son espirituales y útiles al alma, estemos seguros de que las alcanzaremos. Por esto el Señor nos enseñó, que cuando le pidamos alguna gracia, le llamemos con el nombre de Padre; Pater noster: para que recurramos a él con aquella confianza con que suele recurrir un hijo a un padre que le ama.

5. Si atendemos pues a la promesa que nos ha hecho Jesucristo de oír a quien le ruega, ¿quién puede rezelar, dice S. Agustín, que falte a su promesa la misma verdad? Quis falli metuet, dum promittit veritas? ¿Es por ventura Dios, dice la Escritura, semejante a los hombres, que prometen y no cumplen, o porque mienten al prometer, o porque mudan de parecer después de haber prometido? Non est Deus quasi homo, ut mentiatur, nec ut filius hominis ut mutetur; dixit ergo, et non faciet? (Num. 23,19.) Nuestro Dios no puede mentir, porque es la misma verdad; no puede mudarse, porque es la justicia, la rectitud y sabe las consecuencias de cuanto dispone. ¿Cómo pues ha de dejar de cumplir lo que nos prometió?

6. Por lo mismo que desea tanto nuestro bien, nos exhorta y excita a que le pidamos las gracias que necesitamos. Por eso nos dice por S. Mateo (7. 7.): Pedid y se os dará; buscad y hallareis; llamad y se os abrirá: Petite et dabitur vobis: quaerite et invenietis: pulsate et aperietur vobis. ¿Y como nos había de exhortar a que le pidamos gracias, dice S. Agustín, si no tuviese voluntad de dárnoslas? Non nos hortaretur, ut peteremus, nisi dare vellet. (De Verb. Dom. serm. 5.) Y debemos estar tanto más confiados en que nos dará lo que le pedimos, en cuanto él mismo so obligó a oír nuestras súplicas: Prometiendo debitorrem se fecit. (S. Aug. ibid. serm. 2.)

7. Pero dirá alguno: Yo tengo poca confianza en Dios porque soy pecador: le he sido muy ingrato, y conozco que no merezco ser oído. Pero Sto. Tomás le dice, que nuestras súplicas no se apoyan en nuestros méritos, sino en la divina misericordia: Oratio in impetrando non innititur nostris meritis, sed soli divinae misericordiae (S. Thom. 2 , 2. qu. 178. o. 2, ad 1.) Siempre que le pedimos cosas útiles a nuestra eterna salvación y le suplicamos con confianza, Dios nos escucha. He dicho cosas útiles a la salvación, porque si fuesen cosas nocivas a nuestras almas, el Señor no nos oye ni puede oírnos. Por ejemplo, si alguno quisiese vengar una injuria, o llevar a cabo una ofensa de Dios y le pidiese su auxilio con este fin, seguramente el Señor no le oiría, porque en tal caso, dice San Juan Crisóstomo, es una ofensa de Dios la misma súplica; y nunca debemos pedir a Dios cosas malas o injustas: Qui orat et peccat, non rogat Deum, sed eludit. (S. Joan. Chrys. Hom. 11. in Matth. 6.)

8. Del mismo modo, si imploráis el auxilio divino y queréis que el Señor os ayude, es preciso que vosotros no pongáis ningún impedimento que os haga indignos de ser oídos. Por ejemplo, si pidiereis a Dios que os dé fuerzas para no reincidir en el pecado y no quisieseis evitar las ocasiones de pecar, ni absteneros de ir a aquella casa, ni alejaros de aquel objeto, o de aquella mala compañía, Dios no os escuchará; porque ponéis un impedimento para que Dios oiga vuestra súplica: Opposuisti nubem tibi ne transeat oratio. (Thren. 3,44.) Si después pecais, no debéis quejaros de Dios, diciendo: He suplicado al Señor para que me diera fuerzas para no recaer en el pecado, pero no me ha oído. Porque esto seria no ver que vosotros pusisteis impedimento, no quitando la ocasión, inutilizando de este modo vuestra súplica y haciendo que Dios no la oyera.

9. Es preciso también advertir, que la promesa que hizo Jesucristo de oir al que le suplica, no se entiende respecto de las gracias temporales que le pedimos, como ganar un pleito, tener una buena cosecha, librarnos de alguna enfermedad o persecución; porque aunque Dios concede también estas gracias cuando se las pedimos, esto solamente lo concede cuando es útil a nuestra salud espiritual, pues de otro modo nos lo niega porque nos ama, viendo que tales gracias serían desgracias para nosotros y dañarían a nuestra alma. Dice S. Agustín (tom. 3. cap. 212.) que lo que es útil al enfermo lo conoce mejor el médico, que el enfermo mismo : Quid infirmo sit utile, magis novit medicus, quam aegrotus. Añade, que Dios niega a algunos por misericordia, lo que concede a otros por castigo: Deus negat propitius, quae concedit iratus. Por esto S. Juan Damasceno dice, que cuando no conseguimos las gracias que pedimos, debemos alegrarnos porque es mejor para nosotros que tales gracias nos sean negadas, que concedidas: Etiam si non accipiat, non accipiendo accepisti, interdum enim non accipere, quam accipere satius est. (S. Joan. Damasc. Paral. lib. 3, cap. 15.) Sucede en efecto que muchas veces pedimos el veneno que nos ha de matar. ¡Cuantos por ejemplo se hubiesen salvado, si hubieran muerto durante el estado de aquella enfermedad o pobreza que sufrían! Pero porque recobraron la salud, o porque consiguieron grandes honores y dignidades, se aumentó su soberbia, se olvidaron de Dios y se condenaron. Por este motivo nos exhorta San Juan Crisóstomo a dejar a la voluntad de Dios que nos conceda lo que le pedimos, si es que nos conviene: Orantes in ejus potestate ponamus, ut nos illud, petentes exaudiat, quod ipse nobis expedire cognoscit. (Hom. 15, in Matth.) Debemos por tanto pedir a Dios las gracias temporales siempre con la condición de que sean útiles a nuestra alma.

10. Al contrario , las gracias espirituales, como son el perdón de los pecados, la perseverancia en la virtud, el amor de Dios, debemos pedirlas absolutamente y sin condición, con firme esperanza de obtenerlas: Si vos cum sitis mali, nostis bona data dare filiis vestris, quanto magis Pater vester de caelo dabit spiritum bonum petentibus se? Dice Jesucristo por S. Lucas (11.13.) que si los hombres, siendo malos, saben lo que deben conceder a sus hijos que no les sea perjudicial, mucho mejor sabrá el Padre celestial dar la virtud, el arrepentimiento de las culpas, el divino amor, la conformidad con la divina voluntad a los que le piden estas cosas. ¿Y como podrá Dios, dice S. Bernardo, negar a los que le piden las gracias convenientes a su salvación, cuando él mismo nos exhorta a todos a que le pidamos? Quando Deus negabit, petentibus, qui etiam non petentes hortatur ut petant. (S. Bern. serm. 2, de S. Andr.)

11. Cuando al Señor se le pide, no atiende a si es justo o pecador el que le suplica; porque él mismo dijo generalmente respecto de todos: Omnis enim, qui petit, accipit. (Luc. 11,10.) El autor de la Obra imperfecta interpreta estas palabras y dice: Omnis, quiere decir todo hombre, sea justo o pecador. (Hom. 18.) Y Jesucristo para animarnos a pedir con gran confianza estas gracias espirituales, nos dijo: En verdad os digo, que mi Padre os concederá cuanto le pidiereis en mi nombre: Amen, amen dico vobis , si quid petieritis Patrem in nomine meo, dabit vobis. (Joan. 16, 23.) Como si dijera: Pecadores, si vosotros no merecéis obtener las gracias, yo tengo grandes méritos ante mi Padre; pedid en mi nombre, es decir por mis méritos, y os prometo, que obtendréis cuanto pidáis.

PUNTO III.
Se debe pedir con perseverancia.

12. Sobre todo debemos pedir con grande perseverancia hasta la muerte, sin cansarnos jamás de hacerlo. Esto nos dan a entender aquellos textos de la santa Escritura: Oportet semper orare. (Luc. 18, 1.) Vigilate itaque semper orantes. (Luc. 21, 36.) Sine intermissione orate. (1. Thess. 5, 17.) Conviene que oréis siempre. Velad siempre orando. Orad sin interrupción. Por esto el Eclesiástico nos amonesta diciendo: Non impediaris orare semper. (Eccl. 18, 22.) Que no solamente debemos orar continuamente, sino también procurar siempre quitar los impedimentos que nos estorban la oración; porque dejando de orar, nos privaremos de los auxilios divinos, y quedaremos vencidos por las tentaciones. La perseverancia en la gracia de Dios, es un don absolutamente gratuito que no podemos merecer nosotros, como declaró el Concilio de Trento (sess. 6. cap. 13.); pero S. Agustín dice: que este don puede merecerse suplicando, o por medio de la oración: Hoc Dei donum suppliciter emereri potest, idest supplicando impetrare. (S. Aug. de Donopersev. cap. 6.) Y por esto dice el cardenal Belarmino, que la gracia de la perseverancia debe pedirse todos los dias, para obtenerla todos los dias: Quotidie petenda est, ut quotidie obtineatur. De otro modo, caeremos en pecado el dia que dejemos de pedirla al Señor.

13. Si queremos pues perseverar y salvarnos, porque sin la perseverancia ninguno se salva, debemos pedir continuamente. Nuestra perseverancia hasta la muerte, no solamente depende de un auxilio, sino de muchos, los cuales esperamos alcanzar de Dios durante toda nuestra vida, para conservarnos en su santa gracia. Pues a esta cadena de los auxilios divinos, debe corresponder la cadena de nuestras súplicas, sin la cual el Señor no suele dispensar las gracias. Y si nosotros rompemos la cadena de las súplicas , y dejamos de pedir, el Señor interrumpirá también la cadena de los auxilios, y perderemos la perseverancia. Dice S. Lucas (cap. 11,5.): Si un amigo va a vuestra casa de noche, y os dice: Prestadme tres panes, porque han llegado a mi casa muchos huéspedes, y no tengo que darles a comer: seguramente le responderéis: Ahora estoy en la cama, la puerta, está cerrada, no puedo levantarme. Pero si él insiste en llamar a la puerta y no quiere irse; al fin, ya que no por su amistad, al menos porque no os importune más, os levantareis y le daréis los tres panes que necesita: Etsi non dabit Mi surgens, eo quod amicus ejus sit, propter improbitalem tamen ejus surget, et dabit illi quotquot habet necessarios. (Luc. 11,8.) Pues si al amigo le dais los panes para que no os moleste, ¿cuanto mejor, dice S. Agustín, nos dará Dios lo que le pedimos con instancia cuando nos exhorta a que le pidamos, y se disgusta si no le pedimos?

14. Los hombres se incomodan cuando se les importuna pidiéndoles alguna cosa; pero Dios nos exhorta a que le pidamos repetidamente y no se incomoda, antes se complace de ver que le pedimos incesantemente. Escribe Cornelio a Lapide (in Luc. 11.) que el Señor quiere que perseveremos, pidiéndole hasta serle importunos: Vult nos esse perseverantes in oratione, usque ad importunitatem. Y antes que él dijo S. Jerónimo, que esta importunidad con Dios es oportuna , porque él mismo nos dijo por S. Lucas (11,9.): Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; llamad y seos abrirá. Bastaba que nos hubiese dicho, petite, pedid; pero quiso añadir, quaerite, pulsate; buscad , llamad: porque con esto quiso darnos a entender lo que debemos hacer siempre al pedirle alguna gracia, es decir, lo mismo que hacen los pobres mendicantes cuando piden limosna; que aunque se les despida no dejan por eso de pedir y de insistir hasta que se les da.

13. Si queremos pues que Dios nos conceda la perseverancia , debemos pedírsela hasta serle importunos: al levantarnos por la mañana, cuando oramos, cuando oímos misa, cuando visitamos el Santísimo Sacramento, cuando nos vamos a dormir, y especialmente cuando nos induce el demonio a cometer algún pecado; de modo que debemos estar siempre con la boca abierta, suplicando y diciéndole : Señor, ayudadme, asistidme, iluminadme, dadme fuerza, no me abandonéis. Y esta importunidad con que le suplicamos, no le incomoda, como dice Tertuliano : Haec vis grata Deo, sino que le es muy agradable, y le mueve a concedernos cuanto le suplicamos. Y por lo mismo que se complace mucho de ver honrada a su divina Madre, quiere, como dice S. Bernardo , que recibamos por intercesión de ella todas las gracias que nos dispensa. Por eso dice el mismo Santo: Quaeramus gratiam, et per Mariam quaeramus; quia Mater est, et frustrari non potest: Pidámosle la gracia por medio de María; porque es su madre y no puede negarle cosa alguna. (S. Bern. de Aquocd.) Ea, pues, amados oyentes míos, si queréis que Dios os conceda la perseverancia en la virtud, y la gracia divina que necesitáis para salvaros, pedidla con confianza a Dios incesantemente cuando os levantáis, cuando coméis, cuando os acostáis, de noche, de dia, y especialmente cuando os veáis tentados por el enemigo de vuestras almas; y poned por mediadora a la Virgen María su purísima Madre, que es el cariño de su Hijo, el consuelo de los pecadores, el auxilio de los afligidos y la fuente de toda gracia."


Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847 - [Negrillas son nuestras.]

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