En el Evangelio según san Mateo (capítulo IX) “nos refiere la prodigiosa curación de un paralítico, el cual estaba echado en su cama, y habiéndosele presentado a Jesús, este le dijo: Levántate, coge tu cama, y vete a tu casa. Y se levantó, y se fue a su casa. De esta manera dejó el Señor confundidos a los escribas que murmuraban de sus milagros.
La perlesía de aquel hombre que Jesucristo curó representa la perlesía espiritual de nuestras almas, de que este divino Salvador es el único médico. La instrucción que debemos sacar de aquí es mirar nuestras enfermedades y aflicciones como unas consecuencias de nuestros pecados, y pedir el perdón de ellos con preferencia a la curación de nuestro cuerpo. Reflexionad, hermanos míos, las tres cosas que Jesucristo dijo al paralítico: Levántate, llévate tu camilla, y vete a tu casa. Esto significa lo que debe hacer el pecador para la curación de su alma. Primero es menester que se levante; es decir, que rompa los lazos que lo tenían esclavo del pecado. La segunda cosa que debe hacer es llevar la cama en que iba conducido; esto es, hacerse dueño de sus pasiones, a las que antes no resistía. Lo tercero debe irse a su casa; es decir, entrar en su corazón, y no esparcirse por afuera a gozar de las criaturas. Detengámonos en estas verdades, y veremos como es forzoso que los pecadores imiten a este paralítico, llevándose su cama, dejando sus hábitos criminales, y haciéndose dueños de sus pasiones. Pero ¡cuán pocos hacen estos generosos esfuerzos! ¿De dónde provendrá esto? Pues no de otra cosa que de la fuerza que tienen sobre ellos los hábitos criminales y viciosos.
Hermanos míos, una de las instrucciones más necesarias para vuestra salvación es enseñaros por qué medios se pueden destruir los hábitos viciosos contraídos de mucho tiempo, y por cuáles otros un pecador, representado en el paralitico de nuestro Evangelio, podrá levantarse de la costumbre criminal en que está estancado y sumergido hace mucho tiempo. Tres cosas le son principalmente necesarias para este efecto.
Primeramente es menester que lo quiera. Así lo hizo el Hijo de Dios cuando respondió a otro paralítico, que lo estaba hacia treinta años: ¿Quieres ser curado? No era esto porque dudase que el enfermo no quisiese curarse; era sí para enseñarnos que no seremos curados de nuestras enfermedades espirituales a menos que lo queramos muy sinceramente y de corazón. Muchos hay entre vosotros que buscan vanas excusas para no dejar tal o tal pecado, diciendo que no pueden abstenerse de cometerlo; pero en la realidad es porque no quieren. Si conocieran y supieran en qué consiste la verdadera voluntad, entonces verían que debe ser fuerte, efectiva y constante. Cuando un mercader resuelve enriquecerse y hacer fortuna, no piensa en otra cosa más que en procurar todos los medios para lograr su intento; a la menor ocasión que se le presenta de alguna ganancia, sus ojos vuelan allá prontamente, sus oídos se abren con atención, y su imaginación no se ocupa sino de esto; se acuesta con este pensamiento, y con él se levanta. ¿Cuál es el primer móvil que agita todas sus acciones, sino el deseo de enriquecerse? Es necesario, pues, distinguir bien estos dos sentimientos de nuestra alma: yo quisiera, y yo quiero; el uno es una veleidad o un deseo estéril, el otro es un deseo resuelto y efectivo, que pone mano a la obra, y busca los medios para llegar al fin. ¿De dónde viene que tantas gentes se confiesen, y tan pocas se corrijan; que tantos deseen salvarse, y que sean tan pocos los que lo consigan? Es porque todos lo quisieran, pero muy pocos lo quieren; todos tienen la veleidad, y muy pocos la voluntad verdadera de salvarse. La sola veleidad de nada sirve, es menester poner mano a la obra, ver qué vicio domina en nosotros, y por qué medio lo podremos desarraigar. Por ejemplo, el vicio que domina en ti es la costumbre de jurar; pues esfuérzale a arrancarla desde ahora mismo, y no te desanimes. Todas las mañanas pide a Dios de corazón que te dé su gracia para no incurrir en ella; haz una fuerte resolución de no caer, y repite esta súplica de cuando en cuando entre día. Por la noche haz tu examen particular sobre este vicio; y si hallas que no has jurado da gracias al Señor, y di: hoy me he abstenido de jurar, ¿y por qué no me abstendré también mañana? Dios mío, concededme este favor. Si por desgracia hallas que has jurado, no te desanimes; pide a Dios perdón, é imponte alguna penitencia siempre que cayeres, con propósito de poner más cuidado en el día siguiente; y verás cómo poco a poco te libras de este mal hábito.
Pero, sin embargo, es preciso confesar que somos tan flacos y tan perláticos en todas las potencias de nuestra alma, que no podemos por nosotros mismos trabajar en nuestra salvación, ni aun tener voluntad de trabajar sin la gracia de Dios; es menester conocer esto, y debemos estar bien convencidos para confesarlo delante de Dios; porque si estás persuadido de tu miseria y de la extrema necesidad que tienes de la ayuda del Señor, pondrás en práctica la advertencia que Jesucristo nos da en el Evangelio; que es menester orar siempre, y no cansarse de hacerlo. La humildad es el remedio contra la soberbia, la castidad contra la impureza, la templanza contra la gula; más la oración es el supremo remedio para todos nuestros males.
Si me preguntas qué es lo que debes hacer cuando estás metido en el hábito de algún pecado mortal, te diré que es menester orar: Oportet orare. ¿Estás muy sumergido en la inmundicia de la impureza, estás como en medio de un mar borrascoso, y has padecido naufragio; le has agarrado alguna vez de la tabla de la confesión, pero al menor viento de la tentación te desprendes, y estás en peligro evidente de condenarte? pues di como David: De lo profundo del abismo clamo a ti, Dios mío; oíd mi oración: De profundis clamavi ad te, Domine. Si me preguntas qué debes hacer cuando estás movido de cólera o de algún deseo de venganza, te responderé que es necesario orar, apartarte de todas las ocasiones, y retirarte de las personas que son el motivo o el objeto de ello. Si me preguntas qué debes hacer cuando eres atormentado de alguna fuerte tentación, y estás en peligro de rendirte a ella, entonces debes orar. A la manera que un niño a quien se hace miedo no halla mejor arbitrio para estar a salvo que correr a su madre, ponerse bajo de sus brazos, y estrecharse fuertemente en ellos; del mismo modo, nosotros debemos acudir a la oración para superar y vencer la vehemencia de las tentaciones, y evitar el peligro de caer miserablemente en ellas.
Por último, hermanos míos, debéis examinar desde luego cuáles son los vicios a que podéis estar sujetos, y aplicaros a desarraigarlos enteramente : primero, absteniéndoos de las acciones que estos vicios producen; porque los hábitos se debilitan cuando se les impide que obren; segundo, poner sumo cuidado en abrazar la práctica de las virtudes que le son contrarias; por ejemplo, practicar actos de humildad para mortificar la soberbia reprimir vuestra curiosidad, vuestra lengua y vuestros ojos para no ver lo que os ha arrastrado al pecado, y para lograr esto debéis velar muchísimo sobre vosotros mismos. Estos remedios tienen mucha fuerza y actividad para disminuir el hábito vicioso; así que cuando hayáis desarraigado un vicio de este modo, trabajaréis igualmente por desarraigar los otros. Con esto haréis ver que deseáis verdaderamente deshaceros de vuestras costumbres viciosas, y que tenéis muy impresa en el corazón la salvación de vuestra alma; vuestras oraciones y vuestros esfuerzos atraerán sobre vosotros la bendición de Dios, el cual os favorecerá y os dará su gracia para que rompáis enteramente con los enemigos de vuestra salvación, y os haga entrar en el camino estrecho, que es el verdadero que nos conduce y lleva al cielo".
Fuente: "Colección de pláticas dominicales" - San Antonio María Claret - Tomo 1, 1862 [Negrillas son nuestras]