"Una sola cosa es necesaria. En este mundo no tenemos necesidad de amontonar riquezas, ni acumular honores, ni de que gocemos de salud, ni de que nos embriaguen los placeres; solo es necesario que nos salvemos; porque no hay medio, si no nos salvamos, seremos condenados. Después de esta corta vida o gozaremos eternamente de la bienaventuranza de la gloria, o para siempre durara nuestra desdicha en los infiernos.
¡Oh Dios mío! ¿Qué será de mí? ¿Me salvaré, o me condenaré? Una de estas dos cosas me ha de caber indispensablemente. Yo espero salvarme, ¿pero tengo de ello alguna seguridad? Después de saber que he merecido el infierno tantas veces, Jesús mío, mi Salvador, en vuestra muerte está cifrada mi esperanza.
¡Cuántos mundanos que se vieron en otro tiempo colmados de riquezas y de honores, elevados a grandes puestos y hasta colocados sobre el trono, se hallan ahora en el infierno, en donde todo su fausto, todas sus grandezas pasadas no les sirven sino para acrecentar sus tormentos y su desesperación! Ved ahí no obstante lo que les había dicho el Señor: No queráis atesorar para vosotros tesoros en la tierra.... mas atesorad para vosotros tesoros en el cielo, en donde no los consume orín ni polilla. Todos los bienes terrestres los arrebata la muerte, pero los bienes espirituales son tesoros mil veces más preciosos y son eternos.
Dios nos hace saber que quiere la salvación de todo el mundo, y a todos nos da los socorros necesarios para que nos salvemos. ¡Desdichados de los que se pierden! Su perdición nace de ellos mismos: Tu perdición, Israel, de ti: solo en mi está tu socorro. El más cruel tormento que padecen los condenados es saber que se han perdido por su propia culpa.
El fuego y el gusano roedor, esto es, el remordimiento de la conciencia, serán los verdugos de los condenados. Pero el gusano roedor les atormentará sin fin, y mucho más que el fuego. ¡Cuánta no es nuestra aflicción en la tierra si perdemos algún precioso objeto, un diamante, un reloj, un bolsillo, lleno de oro por nuestro descuido! Este contratiempo nos, quita el apetito, y no nos deja conciliar el sueño, continuamente tenemos el pensamiento fijo en aquella pérdida, que tal vez no nos será imposible reparar. Ahora pues, ¿cuál será el tormento de un condenado, al considerar, que ha sido por su culpa si ha perdido a Dios y la gloria, sin esperanza de poderlos recobrar?
Erramos, será el grito eterno de los condenados. Nos hemos engañado, nos hemos perdido sin esperanza de remedio. Mientras estamos en la vida, con el tiempo, con un cambio de conducta, con una entera resignación a la voluntad divina podemos poner remedio a las desgracias que nos acontecen; pero ninguno de estos medios será bastante para aligerar nuestros tormentos si caemos en los abismos del infierno, a donde nos arrastran nuestros pecados.
El apóstol San Pablo nos exhorta a que busquemos nuestra salvación eterna, con un continuo temor de perderla: Obrad vuestra salud con temor y con temblor. Este temor nos inspirará la debida circunspección en nuestra conducta: huiremos las ocasiones que puedan ponernos en peligro de pecar, nos encomendaremos a Dios de continuo, que es como podremos salvarnos, roguemos, pues, al Señor se digne grabar en nuestros corazones y en nuestra mente, que de nuestro último suspiro depende nuestra felicidad eterna, o nuestra eterna desdicha.
¡Oh Dios mío! yo he despreciado a menudo vuestra gracia y no merezco perdón; pero el profeta me asegura que vos sois compasivo con los que os buscan: Bueno es el Señor para el alma que le busca. He huido de vos hasta ahora, pero ya ni busco, ni deseo, ni amo ya en el mundo más que a vos solo. Por piedad no me desechéis: Acordaos de la sangre que por mí derramasteis: y esta sangre y vuestra intercesión, oh María, madre de Dios, son toda mi esperanza".
Fuente: " Reflexiones piadosas sobre diferentes puntos espirituales dispuestas para las almas que desean crecer en el Amor Divino". (San Alfonso Maria de Ligorio) - [Negrillas son nuestras.]