"I. Nadie acá en el mundo sabe si es predestinado, si es un vaso de misericordia, que ha de ser elegido, o un vaso de cólera que ha de ser hecho pedazos. Ignora el hombre si es digno de amor o de odio. (Eccle 9). Secreto es ese reservado a solo Dios, y en esta terrible incertidumbre, el hombre prudente trabaja por su salvación con temor, aunque con la confianza de que Dios le dispensará su misericordia.
Pero he aquí el ridículo razonamiento con que el espíritu de las tinieblas fascina a los mundanos: O yo estoy predestinado, o no lo estoy. Si lo estoy, por mas crímenes que cometa, al fin me salvaré; si no estoy predestinado haga yo lo que quiera, tengo infaliblemente que condenarme. Así, concluyen, es indiferente obrar bien u obrar mal para salvarme. Raciocinio espantoso que hace necesario haber perdido el buen sentido para fundar su conducta en base tan frívola.
Si Dios predestina a los unos, y condena a los otros, es porque habrán vivido bien o mal. Así, si un día os veis condenado, será porque lo mereceréis por vuestra vida y por vuestra muerte en el pecado mortal. Vivid, pues, de manera que podáis morir en gracia, y no llegareis a veros condenado, y del mismo modo si sois predestinado será porque Dios os conceda morir en gracia después de haber hecho una vida santa. Vivid, pues, en santidad, para morir santamente y seréis predestinado.
Aunque Dios quiera salvar a todos los hombres, su voluntad sola no hace santos a los hombres. No quiere él dar la gloria sino a aquellos que, hayan vivido en la inocencia o en penitencia, así como tampoco quiere condenar al infierno sino a aquellos que hayan vivido y muerto en el pecado. Si él os condena, es porque lo habéis merecido y no precisamente porque él lo quiera.
Cuando un juez condena a un criminal según la ley, no son precisamente el juez, ni la ley la causa de su condenación, sino el crimen que ha cometido, de la misma suerte no es; porque a Dios le sea agradable por lo que condena al infierno, sino porque el culpable lo merece. Un juez, que pronuncia la sentencia no dice nunca: Yo te condeno, porque así lo quiero, sino te condeno porque lo mereces. Raciocinemos de la misma manera acerca de los juicios de Dios.
A pesar de que sabe lo que nosotros haremos, esta previsión de Dios en nada coarta nuestra libertad, porque el conocimiento de Dios no es la causa de los acontecimientos. Las cosas suceden como Dios las ha previsto; pero las cosas no suceden porque él las ha previsto, al contrario, las ha previsto y las sabe porque sucederán, dice San Agustín. Cuando yo veo un caminante que se extravía, no es mi conocimiento la causa de su extravió, sino la ignorancia del viajero que no sabe el camino. Asimismo, cuando Dios prevé nuestro extravió y nuestra eterna desdicha, no es a él sino a nosotros a quien debe atribuirse.
II. La salvación depende de Dios que a todos nos llama y a todos nos protege con su divina gracia, pero depende también de nuestra cooperación. Así, aun sabiendo por revelación que vais a salvaros no deberíais por eso dejar de vivir bien: ¿acaso un labrador deja de cultivar la tierra porque conozca que la cosecha será abundante? ¿No es porque espera la cosecha por lo que se determina a sembrar?
¡Oh qué extravagante es el entendimiento del hombre cuando se deja arrastrar de sus extravíos! Diríase que ciertas gentes no tienen el entendimiento sino para cegarse respecto a su salvación, mientras razonan con tanta prudencia acerca de los negocios del mundo. ¿Qué responderíais a quien dijese: O Dios ve que tendré buena cosecha, o ve que no recogeré nada; si ve que tendré buena cosecha, suceda lo que suceda, la tendré, de consiguiente no debo tomarme el trabajo de sembrar. Extraño raciocinio, diríais. Dios sabe que recogeréis buena cosecha, porque ve que habéis sembrado granos, que germinarán y crecerán: ve que nada recogeréis si no arrojáis la semilla en la tierra. Raciocinemos de igual manera acerca de nuestra salvación: sembrad en tiempo oportuno, y recogeréis en la eternidad.
Aquel que os ha hecho sin vosotros, dice San Agustín, no os salvará sin vosotros. Por eso el demonio procura valerse de las tentaciones para perdernos estorbándonos cooperar a la gracia y a los designios de Dios, porque sabe que si nuestra predestinación depende principalmente de la gracia, es necesaria además nuestra cooperación. Si Dios no nos salva sin nosotros, el demonio tampoco puede perdernos sin nosotros, y si este intenta perdernos, de nosotros depende hacer inútiles sus esfuerzos. Es un perro furioso, que puede ladrar, dice San Agustín, pero no puede morder más que a los que lo quieran. No es, pues a la voluntad de Dios, ni a la malicia del demonio, a lo que debemos atribuir nuestra pérdida, sino a nuestra propia negligencia y a nuestra propia malicia.
Si queréis salvaros, haced lo que haríais, si estuvierais seguro de conseguirlo. Procurad, dice San Pedro, asegurar vuestra predestinación con las buenas obras. En vano es razonar, ni apelar a sutilezas sobre el misterio de la predestinación: siempre vendremos a parar a este punto: No se recogerá lo que no se haya sembrado".
Fuente: "Pensamientos sobre las verdades más importantes de la Religión y sobre los principales deberes del Cristianismo. (Pierre-Hubert Humbert) - [Negrillas son nuestras.]