"I. La consideración de lo que el hombre Dios ha sufrido por nuestra salud, y de lo que los santos han hecho por salvarse, debe bastar para hacernos comprender que la salvación de nuestra alma es de tal transcendencia que debemos estar prontos a sacrificarnos por ella; mas por una ceguedad inexplicable, cualquiera diría que el hombre no trabaja sino por labrar su desgracia.
El hombre sabio no gusta en la tierra verdaderos placeres ni encuentra solidez más que en lo que conduce a la salvación; pero el hombre insensato se ciega hasta el punto de no hallar placer sino en perderse. Locura sería exponer su alma y arriesgarla por enseñorearse del mundo entero, y diariamente se la expone a la condenación por simples bagatelas, por un placer frívolo, por complacer a una criatura, por un vil interés, o por el humo de los honores.
II. Si a lo menos tomásemos por nuestra alma igual interés que por las demás cosas; pero, debido a nuestra profunda ceguedad, lo preferimos todo a nuestra alma. ¿Hacemos acaso por salvarla, lo que hacemos por enriquecernos y por conservar la salud del cuerpo? ¡Qué cuidados por nuestra fortuna, por satisfacer las necesidades de una vida miserable, que no ha de durar sino pocos días, mientras que apenas consagramos algunos momentos a nuestra alma! Este pensamiento causó tal impresión en la imaginación de un secretario de Estado, a la hora de la muerte, que exclamó suspirando: ¡Oh cuan insensato he sido! ¡He escrito más de veinte resmas de papel en servicio de mi príncipe, y no he escrito siquiera una línea por salvar mi alma!
¿Está uno enfermo? todo es inquietud, todo aflicción: ¿Está uno en pecado mortal? entonces nadie se inquieta, ni se aflige, solo se acuerda uno de divertirse sin pensar en su alma que está muerta, ni en Dios que debe juzgarla. Las semanas, los años transcurren sin tratar de sacarla del abismo. Elíjese el medio más hábil para curar los males del cuerpo, mas respecto al alma, se escoge frecuentemente un confesor que lejos de curarla, la mantiene en la languidez, en la postración, en la muerte. Se dedica uno a conservar un cuerpo de pecado que dentro de poco ha de podrirse, y apena se piensa en santificar una alma inmortal, que debe reinar eternamente.
Cada uno procura que todo lo que sirve para el cuerpo y para la vida, los alimentos, los muebles, los criados sean excelentes; para el alma, todo parece indiferente. Cualquiera diría que no está unida al cuerpo sino para ser su esclava; así es que ella languidece, en tanto que el cuerpo disfruta de los placeres; está muerta y manchada de crímenes en tanto que para el cuerpo todos son lisonjas y caricias. ¡Oh ceguedad! ¿No se tendría por insensato al hombre que tuviese más cuidado de su traje, que de su cuerpo? Y sin embargo continuamente vemos quienes cuidan más de sus vestidos, de sus animales y de sus tierras, que de sus almas. ¡Oh hijos de los hombres! ¿Hasta cuándo tendréis el corazón empedernido? ¿Por qué amar tanto las cosas de la tierra?
¿A dónde os lleva vuestro ardor por los bienes, los placeres y los honores del mundo? ¿Sería una gran fortuna para vosotros hallaros en posesión de todas las riquezas de la tierra, si por ello habíais de ser condenados? ¿Es hoy motivo de consuelo para los que se consumen en el fuego eterno, haber vivido aquí en la abundancia y entre delicias? !Ay! que aun cuando hubiesen sido los señores del mundo, son por lo mismo más desgraciados.
Aprended a pensar en el negocio de la salvación como debe pensar todo hombre sensato; meditad diariamente en aquellas palabras de Jesucristo: ¿de qué sirve al hombre ganar el universo, si pierde su alma? (Mt 16) ¿Puede nadie decir que gana, cuando pierde su alma, dice San Eucario, si todo está perdido cuando se ha perdido aquella?".
Fuente: "Pensamientos sobre las verdades más importantes de la Religión y sobre los principales deberes del Cristianismo. (Pierre-Hubert Humbert) - [Negrillas son nuestras.]