"La oración no solo es útil, sino necesaria para nuestra salvación; así es que Dios, que quiere que nos salvemos todos, nos la impone como un precepto: Pedid y os será concedido (Mt 7,7). Uno de los errores de Wiclef, condenado por el concilio de Constanza, era decir, que la oración es de consejo y no de precepto para nosotros. Pero san Lucas dice : Hemos de orar; y adviértase que no dice, es provechoso, ni conveniente, sino hemos de orar. De donde se sigue que los doctores enseñan con verdad, que comete falta grave el que descuida el corazón en darse a Dios, al menos una vez al mes, y en todas las ocasiones en que lucha con alguna tentación violenta.
La razón de esta necesidad de encomendarnos a Dios a menudo, nace de nuestra insuficiencia para hacer ninguna buena obra, y formar por nosotros mismos ningún buen pensamiento. Esta convicción hacia decir a San Felipe Neri que no confiaba en sí mismo. Dios, dice San Agustín, no desea otra cosa sino derramar sus gracias; pero no las concede sino a los que las piden. Y añade el santo Doctor particularmente, que la gracia de la perseverancia no se franquea mas que al que la busca.
Ya que el demonio no cesa de dar vueltas a nuestro alrededor para devorarnos, debemos buscar continuamente nuestra defensa en la oración, como dice Santo Tomás. Jesucristo es el primero que lo ha enseñado así: Conviene orar de continuo y no desfallecer (Lc 18,1). De lo contrario, ¿como podríamos nosotros resistir a las continuas tentaciones que experimentamos de parte del mundo y del infierno? Es un error de Jansenio, condenado por la Iglesia, asegurar que hay preceptos que nos es imposible observar, y que nos falta a veces la gracia que debe hacérnoslos posibles. Dios es fiel, dice San Pablo, y no permite que las asechanzas de la tentación sean mayores que nuestras fuerzas (1 Co 10,13). Pero quiere que acudamos a él cuando nos asalta la tentación y le pidamos el auxilio necesario para resistirla. Nosotros no podríamos observar la ley sin la gracia, Dios nos ha dado la ley para que busquemos la gracia, y nos concede después la gracia para que cumplamos la ley. Esto precisamente inculca el concilio de Trento, cuando dice: Dios no ordena lo imposible; pero cuando ordena algo, nos advierte que hagamos cuanto esté de nuestra parte, y que pidamos lo que no podemos, y nos ayudará para que podamos.
El Señor, pues, se halla enteramente dispuesto a prestarnos su auxilio para que no sucumbamos en la tentación; pero no concede estos auxilios sino a los que acuden a implorarlos para no sucumbir, particularmente contra los estímulos de la carne. Así dice el Sabio: Y como llegué a entender que de otra manera no podría ser continente, si Dios no me lo otorgaba, acudí al Señor y se lo pedí con fervor (Sb 8,21). Ello es que nosotros no tenemos la fuerza suficiente para domar los apetitos carnales, a no ser que nos lo otorgue Dios, esto es: a no ser que Dios venga en nuestro auxilio; pero Dios no vendrá, sino después que le roguemos. Y nuestros ruegos nos alcanzarán fuerza bastante para resistir a todo el infierno por la virtud de este Dios que nos sostiene, como dice san Pablo (Flp 4,13).
Es también importante para obtener la gracia del Señor el recurrir a la intercesión de los santos, que pueden mucho con Dios, mayormente cuando ruegan por sus más fieles devotos. No es este un acto de devoción arbitraria, sino un deber, como lo ha dicho expresamente santo Tomás. Según este Santo el orden de la ley exige que recibamos los socorros necesarios para salvarnos mediante
la intercesión de los Santos.
Todavía se obtienen más fácilmente por la mediación de la santa Virgen María, cuyos ruegos valen mas que todos los de los santos reunidos, con tanto mayor motivo, dice San Bernardo, cuanto por la gracia de María es como logramos acceso hasta Jesucristo nuestro maestro y Salvador. Pienso, pues, haber probado suficientemente en mi obra sobre las Glorias de María, Cap. 5, 1 y 2, así como en mi escrito sobre la oración, Cap. 1. este parecer de San Bernardo, sostenido por muchos teólogos, tales como el Padre Alejandro y el Padre Contenson, que todas las gracias que recibimos de Dios las obtenemos por la mediación de María. San Bernardo añade : Busquemos la gracia, y busquémosla por medio de María, porque el que busca encuentra, y no puede salir frustrado su ruego. San Pedro Damiano, San Buenaventura, San Bernardino de Sena, San Antonino son igualmente de este parecer.
Roguemos, pues, y roguemos con confianza dice el Apóstol (Hb 4,16). Jesús, sentado ahora en el trono de la gracia para consolar a todos los que recurren a él, ha dicho: Pedid, y os será dado. En el día del juicio estará también sentado en un trono, pero este trono será el de la Justicia. ¡Que insensato es aquel que pudiendo librarse de su miseria, recurriendo a Jesús que le ofrece su gracia, espera el día del juicio en que Jesús será su juez y no usará ya de misericordia! Nos dice ahora que nos concederá todo cuanto le pidamos (Mc 11,24) ¿Qué mas pudiera uno decir a un amigo para probarle su afecto? Pídeme cuanto quieras, yo te lo daré.
Santiago añade : Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, que la da a todos copiosamente, y no zahiere : y le será concedida (St 1,5). La sabiduría de que se trata aquí es la sabiduría de la salvación: para alcanzar esta sabiduría, es preciso pedir al Señor las gracias necesarias a la salud espiritual. ¿Y nos las concederá el Señor? Sí, nos las concederá y nos concederá con profusión mas de las que le habremos pedido. Téngase presente que se ha dicho, que no zahiere a nadie. Si el pecador se arrepiente de sus culpas, pida a Dios su salud. Dios no hará como los hombres, que afean a un ingrato su ingratitud, le zahieren por ella, y le niegan lo que les pide; sino que le concederá sin demora todo lo que le habrá pedido y mucho más. Si pues queremos salvarnos, es menester que hasta la muerte no cese la oración en nuestros labios y que digamos: ¡Dios mio, socorredme! ¡Misericordia, Jesús! ¡Misericordia, oh Virgen María! Si abandonamos la oración, nuestra perdición es segura. Roguemos, pues; roguemos también cada día por las santas almas del purgatorio: estas santas prisioneras son muy agradecidas a las oraciones que por ellas se hacen. Cada vez que oremos pidamos al Señor su gracia por los méritos de Jesucristo, porque el Señor ha dicho que nos concedería todo cuanto le pediríamos en su nombre (Jn 16,23).
¡Dios mio! ved ahí la gracia, que os pido en el día de hoy, por los méritos de vuestro divino Hijo; haced que durante toda mi vida, y sobre todo en mis tentaciones, recorra a vos y espere que me ayudareis por el amor de Jesús y de María. Virgen Santa! alcanzadme esta gracia de que depende mi salud".
Fuente: " Reflexiones piadosas sobre diferentes puntos espirituales dispuestas para las almas que desean crecer en el Amor Divino". (San Alfonso Maria de Ligorio) - [Negrillas son nuestras.]