Del infierno, cuanto a la eternidad de las penas y a la terribilidad del lugar, y de sus moradores y atormentadores - La Fe Cristiana

Del infierno, cuanto a la eternidad de las penas y a la terribilidad del lugar, y de sus moradores y atormentadores



Punto Primero. - ¿Qué es infierno?.— 1. Lo primero, se ha de considerar lo que es infierno del modo que la fe nos lo enseña, para que sabiendo su definición temblemos de oir su nombre. Infierno es una cárcel perpetua, llena de fuego y de innumerables y muy terribles tormentos, para castigar perpetuamente a los que mueren en pecado mortal. Infierno, otrosí, es un estado eterno en el cual los pecadores, en castigo de sus pecados, carecen de todos los bienes que pueden desear para su contento, y padecen todos los géneros de males que pueden temer para su tormento. De suerte que en el infierno se junta la privación de todos los bienes que en esta vida gozan los hombres, y en la otra los Ángeles; y la presencia de todos los males que en esta vida afligen a los hombres, y en la otra a los demonios..

2. Esto puedo ponderar discurriendo por todos los males y miserias que padezco o veo padecer a otros, aumentándolos y eternizándolos con la consideración; porque todo lo que en esta vida se padece es poco y dura poco tiempo, pues tiene fin; pero lo que se padece en el infierno es muchísimo y durará por infinita duración, que compite con la de Dios, porque durará cuanto Dios durare. Si aquí padezco hambre y sed, entenderé que en el infierno tendré otra hambre y sed incomparablemente mayor, y demás de esto, eterna. Si padezco algún dolor o deshonra, o pobreza o tristeza, o falta de amigos, etc., todo esto padeceré en el infierno con tanto exceso, que lo de acá es como pintado y como un soplo; pero lo de allá todo será terribilísimo, y nunca se ha de acabar; porque después de haber durado cincuenta mil años, quedan otros cincuenta mil millones que pasar, y pasados estos, quedan otros y otros sin cuento. Y con haber estado Cain en el infierno más de cinco mil años, es como si hoy comenzara. Y casi dos mil años hace que el rico avariento arde y pide una gota de agua, y siempre arderá y la deseará. Pues ¿qué locura es, o alma mía, por no padecer en esta vida tan pequeños trabajos y tan breves ponerte a peligro de padecer males tan grandes y tan largos? ¿Cómo no tendrás paciencia en lo poco y breve que ahora padeces, pues mereces padecer tanto y tan eterno por tus pecados? O Dios eterno, ilústrame con tu soberana luz para que por los males presentes conozca la terribilidad de los eternos tormentos, y viva de manera que merezca ser libre de ellos. Amén.

Punto Segundo. - 1. Lo segundo, se ha de considerar las causas y circunstancias de esta eternidad, ponderando como cuanto hay en el infierno es eterno. Lo primero, el condenado es eterno no solamente cuanto al alma, sino cuanto al cuerpo; porque será inmortal, ni se podrá matar a sí mismo, ni otro le podrá matar, ni Dios le querrá aniquilar. Y aunque él mismo desee la muerte, ella huirá de él, Dios no le cumplirá este deseo; antes las rabias por deshacerse le darán terrible tormento, viendo que no puede alcanzar lo que desea. (Apoc. ix, 6). Lo segundo, el lugar de la cárcel es eterno, sin que pueda arruinarse; porque la tierra, en cuyo medio está el infierno, durará para siempre. (Eccles. I,4). El fuego también será eterno; porque el soplo eterno de Dios, como dice el profeta Isaías (Isai. xxx,33), servirá de piedra azufre que le irá conservando, sin tener necesidad de otra leña. o si sirve de leña la piedra azufre, también será eterna; porque el mismo soplo de Dios la conservará. Y el fuego, que tiene virtud de abrasar y consumir, tiene allí por la omnipotencia de Dios partida su virtud (Psalm. xxviii,7), porque abrasa y no consume; y así siempre dura lo que siempre abrasa.

2. Lo tercero, el gusano que allí muerde será eterno, sin que haya quien le pueda matar, como Cristo nuestro Señor lo dijo (Marc. Ix,45). Porque la podredumbre de donde se engendra, que es la culpa, nunca se acaba, y la viva aprensión de ella y de la pena nunca cesa, y así la cruel mordedura que hace en la conciencia no tendrá fin. Lo cuarto, el decreto de Dios es eterno e inmutable, porque está resuelto de no revocar la sentencia definitiva que dió ni librar del infierno al que una vez entra. Quia in inferno nulla est redemptio. Porque en el infierno ni hay redención de cautivos, ni rescate de presos, ni precio para ello; por cuanto la sangre de Jesucristo no pasa allá. Y si cuando estaba fresca y se derramó en el monte Calvario no sacó del infierno a ningún condenado, tampoco le librará ahora. (D. Thom. 3 p. q. 52, art. 6).

3. Finalmente, todas las penas serán eternas (Ex D. Thom. 1, 2, q. 87, art. 3 ad 1, cum August. et Greg. quos citat); porque las culpas también lo serán, por cuanto en el infierno no hay perdón de pecados, ni penitencia verdadera, ni satisfacción que se acepte, ni la sangre de Jesucristo se les aplica. De donde procede, que quien quiere morir sin penitencia de sus pecados virtualmente quiere permanecer en ellos para siempre, y que sus pecados sean eternos; y así merece que la divina justicia le castigue con penas eternas. Y de aquí es, que aunque el pecador muera con verdadera fe y esperanza, entrando en el infierno se las quitan, no solo por ser indigno de ellas, como arriba se dijo, sino porque ya no le queda objeto de esperanza (Medit. IX, punt. 4), ni para alcanzar perdón de pecados, ni para ser oído en sus peticiones, ni para salir de su miseria, o alcanzar su bienaventuranza. Pues ¿cómo, alma mía, no temes este ser eterno obligado a miserias eternas? ¿Cómo no te atemoriza este fuego? ¿Este soplo? ¿Este gusano? ¿Y este decreto de Dios inmutable y sempiterno? Mira que ahora mudará Dios la sentencia, si tú mudas la vida con la penitencia. No aguardes a que tu culpa se haga eterna, porque también lo será la pena.

Punto Tercero. - 1. Lo tercero, se ha de considerar la continuación e invariabilidad de las penas que anda junta con la eternidad. Ponderando como las penas de tal manera durarán para siempre, que serán continuas, sin interrupción e invariables, sin disminución; de modo que aunque duren millones de años, no habrá ni un solo día de vacaciones, ni cesará la pena por una sola hora ni por un momento, ni la pena sustancial se menoscabará, ni tendrá un mínimo alivio (Luc. xvi,24); como se vió en el rico avariento, a quien negó Abraham tan pequeño refrigerio como era tocarle la lengua con el dedo mojado en agua: antes se les acrecentarán nuevas penas accidentales con las nuevas entradas de otros condenados; y la mudanza que acá suele ser de alivio, si la hubiere en el infierno, será para nuevo tormento; porque si los lujuriosos, como se dice en Job (c. xxiv,19), pasan de los ardores del fuego a las aguas de la nieve, será para que el ardor les congoje más, por la guerra que trae con el frio, y el frio les cause mayor temblor y crujir de dientes batallando con el ardor.

2. Finalmente, con ser los tormentos tan largos y continuos no se gana costumbre en el padecer, de modo que cause alivio, antes cada día se hacen como nuevos, y con nueva impaciencia reverdecen. Porque como la soberbia de estos desventurados que aborrecen a Dios crece siempre, según dice el profeta David (Psalm. Lxxiii,23), así crece la ira y envidia, la impaciencia, furor y rabia. Pues ¿qué dices, alma, y qué haces, si tienes fe viva de tales penas ? ¿Cómo no se te acaba el aliento considerando tanta terribilidad? ¿Tanta duración? ¿Tanta continuación? ¿Tanta inmutabilidad y eternidad? Si estando en cama blanda sientes a par de muerte pasar una larga noche en vela y con dolor, esperando con ansias el alivio de la alborada; ¿Cuánto más sentirás estar en cárcel oscura, en cama de fuego, en perpetua vigilia y con terrible pena en una noche tan larga y prolija, que no espera alivio de alborada, porque será eterna? O justicia del Todopoderoso, ¡Quién no tiembla en tu presencia! Líbrame, Señor (Psalm. vi,2), de tu ira, y no me castigues con tu furor; ampárame con tu misericordia porque no caiga en tan espantosa y eterna miseria. Amén.

Punto Cuarto. - Lo cuarto, descendiendo a lo particular, se ha de considerar la terribilidad del lugar que llamamos infierno.

1. Porque lo primero es un lugar debajo de la tierra, oscuro y lleno de tinieblas más espesas que las de Egipto, donde nunca entra luz de sol, luna o estrellas. Y el fuego, aunque abrasa, no alumbra, sino ahuma y ciega la vista; porque Nuestro Señor divide (Psalmus xxviii,7) la llama del fuego para los malos, quitándole lo bueno que tiene y dejándole lo malo. Además, el infierno es un lugar estrechísimo, sin las praderías y florestas de la tierra. Porque dado caso que el infierno, como dice Isaías (c. xxx,33), es muy hondo, extendido y dilatado, y ensancha mucho sus senos (Ibid. c. v, 14); pero son tantos los hombres que han de bajar a él, que apenas cabrá a cada uno el lugar de una muy estrecha sepultura, y estarán todos apretados como ladrillos en un horno de fuego sin poderse rebullir.

2. Demás de esto, es lugar destempladísimo, con calores excesivos, sin que haya resquicio por donde pueda entrar viento que le refresque. Y a esta causa san Juan en su Apocalipsis (c. xix,20; x,9) le llama siempre estanque de fuego y piedra azufre; porque como los peces están en estanque de agua sumidos y como presos, sin poder salir de allí, así estarán los condenados en el estanque ardiente de terrible fuego mezclado con piedra azufre derretida y de abominable olor. Y de aquí es también que el infierno es un lugar hediondísimo, porque los cuerpos de los condenados echarán de sí un sudor insoportable con abominable hedor. Y finalmente, estará cerrado por todas partes con cerraduras eternas, sin que puedan salir de él ni por fuerza ni por maña. Y si por dispensación de Dios sale alguno, consigo lleva la pena, y luego vuelve a donde salió, y después del juicio nunca se dará tal dispensación. ¡Oh cuan blando te parecería cualquier calabozo si ponderases bien la terribilidad del infierno! Oh buen Jesús, ayúdame a llorar amargamente mis pecados (Job, x,21), porque no vaya a esta tierra tenebrosa cubierta de sombra de muerte, y tierra de desesperados.

Punto Quinto. - 1. Lo quinto, se ha de considerar la miseria, desventura y desconcierto de los moradores de este lugar, que están presos en esta cárcel, ponderando como carecen de todos los buenos respetos que hay de bondad, discreción, nobleza, parentesco, amistad y lealtad; y están vestidos de todos los contrarios respetos con extraña abominación, porque en el infierno hay todas suertes de personas: unos fueron ángeles de varias jerarquías y coros , hermosos, poderosos y muy lucidos; otros fueron emperadores, reyes y príncipes, con varios estados y títulos de nobleza; otros fueron sabios, filósofos elocuentes y letrados en varias ciencias; otros cortesanos, comedidos, afables, liberales, agradecidos y bien acondicionados ; otros parientes, deudos y afines, padres e hijos, hermanos o primos, etc. Otros muy amigos y conocidos, compañeros y vecinos; pero en entrando en el infierno se pierden todos estos respetos, sin haber, como dice Job (c. x,22), orden ni concierto, sino confusión y horror. Todos se hacen enemigos mortales, llenándose unos contra otros de ira, rencor, envidia, impaciencia y rabia, sin que uno pueda ver a otro, ni decirle buena palabra. El padre aborrece al hijo, y el hijo al padre; el señor al vasallo, y el vasallo al señor, maldiciéndose unos a otros, y mordiéndose con furor; y en especial los que se amaron en esta vida con amor desordenado, y fueron compañeros en las culpas, se aborrecerán mucho mas, y crecerán sus penas con la rabia de verse juntos, porque como los carbones encendidos, cuando están juntos, uno enciende al otro ; así estos carbones infernales encendidos con el fuego de sus iras avivarán los ardores de los compañeros.

2. A. esto se añade la imaginación penosísima de que por fuerza, y mal que les pese, han de estar eternamente juntos, sin poder huir ni apartarse, porque huyendo de uno que mucho aborrecen dan en otro peor, y así tendrán una perpetua y cruel guerra, sin que haya quien les ponga en paz ni quien los consuele, porque ninguno irá allá de la tierra que pueda, ni del Cielo bajará quien quiera, porque ningún bueno se dignará de entrar en tan infame lugar, tanto, que Cristo nuestro Señor cuando bajó a los infiernos no entró en este lugar, ni les dió alivio alguno. Pues ¿qué sentirán los príncipes cuando se vean emparejados con los plebeyos y tratados de ellos con tal desvergüenza y odio? ¿Qué tormento será vivir por fuerza con mis enemigos que actualmente me aborrecen y maldicen, sin poder tapar a ellos las bocas ni a mi los oídos? ¿Qué pena será nunca ver persona que bien me quiera, ni quien se compadezca de mis males, sino antes los acreciente? O alma mía, funda todas tus amistades en verdadera caridad (Casian. Gollat, xvi, c. 2), porque esta sola es eterna y no perece, y sin ella las demás perecerán. Ten, cuanto es de tu parte, paz (Rom. xii,18) con todos los hombres, porque no entres en compañía de tantos malos.

Punto Sexto. - 1. Lo sexto , se ha de considerar la terribilidad de los atormentadores y verdugos infernales. Lo primero, generalmente en el infierno cada uno de los condenados es verdugo de todos, y todos son verdugos de uno, diciendo y haciendo cosas que les atormentan, como está dicho. Además de esto, los demonios son terribles atormentadores de los hombres, vengándose en ellos por la rabia que tienen contra Dios y contra Jesucristo; y así los atormentan con visiones espantables, con imaginaciones horribles y con todos los modos que puede inventar su fiera crueldad.

2. Allende de esto, el tercer atormentador y mas cruel es el gusano de la conciencia, el cual muerde (Marc. ix,49) y morderá eternamente con terrible crueldad, porque acordándose el malaventurado de los pecados que hizo y de recuerdos que tuvo para salir de ellos, y que pudiera librarse de aquellos tormentos, y que por culpa de su perverso libre albedrío entró en ellos, él mismo será verdugo de sí mismo, y se morderá y querrá despedazar con increíble amargura y rabia, cumpliéndose aquí aquel castigo de quien dice san Agustín (Lib. I Confes.): Mandástelo, Señor, y así se cumple, que el ánimo desordenado sea pena de sí mismo, porque sus pecados son sus verdugos, y sus pasiones desenfrenadas son sus atormentadores. De modo que él mismo es pesadísimo para sí, y no se puede sufrir a sí mismo. Aprende, pues, alma mía, a oír el latido de la conciencia, y haz paces con este buen adversario (Matth. v, 25) que te punza cuando pecas; porque en el infierno ladrará y morderá como perro rabioso, vengando la injuria que la hiciste cuando en esta vida la atropellaste.

3. El cuarto atormentador será la mano invisible de Dios que descarga sobre los condenados, usando de su omnipotencia contra ellos; los cuales, como saben esto, vuelven su rabia contra él, diciendo horrendas blasfemias, y deseando que dejase de ser; pero todo se les convierte en aumento de dolor y pena. O mano pesadísima del Omnipotente, ¿quién te podrá sufrir? ¡Oh cuán horrenda cosa es caer en las manos de Dios vivo y enojado! Aparta, Señor, muy lejos de mí la mano de este castigo, y tócame con la de tu misericordia, para que libre de estos temores goce de tí por todos los siglos. Amén."


Fuente: "Meditaciones Espirituales del V.P. Luis de la Puente. Tomo I: Meditaciones de la vía purgativa. Principios de la Iluminativa, o para purificar el corazón y obtener la perfecta imitación de Jesucristo, 1865 - [Negrillas son nuestras.]
Imagen: Lava pit, Hell, Haw Par Villa, Singapore., User: (WT-shared) Jpatokal at wts wikivoyage, CC BY-SA 3.0, via Wikimedia Commons http://bit.ly/2rZAyha

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