"Joanes auten cum audisset in vinculis opera Christi, ...
«Juan habiendo en la prisión oído las obras de Cristo, ...
(Matth; XI, 2).».
Dios enriquece en el tiempo de la tribulación a las almas que ama con mayores gracias. Ved a San Juan, que entre las cadenas y estrecheces de la cárcel, conoce las obras maravillosas que hacía Jesucristo: Cum audisset Joannes in vinculis opera Christi. Grande e inapreciable es la utilidad que nos resulta de las tribulaciones. Y el Señor nos las envía, no porque quiera nuestro mal, sino porque anhela nuestro bien; y por lo mismo, debemos recibirlas cuando las envía, y darle también rendidas gracias, no solamente resignándonos a cumplir su divina voluntad, sino alegrándonos de que nos trate como trató a su divino hijo Jesús, cuya vida sobre la tierra fue un tejido de penas y de dolores. Procuraré haceros ver en mi breve discurso:
Cuán útiles son las tribulaciones: Punto 1°
Como debemos portarnos en ellas: Punto 2°
Punto 1
Cuán útiles son las tribulaciones
1. El que no ha sido tentado ¿qué es lo que sabe ? El que tiene mucha experiencia, pensará muchas cosas, y el que aprendió muchas cosas, muchas contará: Qui non est tentatus, quid scit? Vir in multis expertus, cogitabit multa, et qui multa didicit, enarabit multa. (Eccl. 54,9.) El que siempre ha vivido en la prosperidad y no tiene experiencia de la adversidad, no sabe nada acerca del estado de su alma. El primer buen efecto de la tribulación, es abrirnos los ojos que la prosperidad nos tiene cerrados. Ciego estaba San Pablo cuando se le apareció Jesucristo, y entonces conoció los errores en que vivía. Recurrió a Dios el rey Manasés estando preso en Babilonia, y conoció sus pecados e hizo penitencia de ellos: Postquam coangustiatus est, oravit Dominum… et egit pænitentiam valde coram Deo. (2. Paral. 55. 12.) Cuando el hijo pródigo se vió reducido a guardar puercos, y afligido del hambre, dijo: Surgam et ibo ad patrem meum. (Luc. 15.) Iré y me echaré a los pies de mi padre. ¿Cuando abrieron los ojos para ver y detestar sus culpas San Pablo, Manasés, y el hijo pródigo? Habéis visto que en la tribulación. Mientras vivieron en la prosperidad, solamente pensaban en el mundo y en los vicios.
El segundo buen efecto de la tribulación es separarnos del apego que tenemos a las cosas de la tierra. Cuando la madre quiere destetar a su hijo de pechos, pone hiel en el pezón, para que el niño le aborrezca, y se acostumbre a comer. Lo mismo hace Dios con nosotros para apartarnos de los bienes terrenales: pone hiel en las cosas terrenas, para que hallándolas nosotros amargas, las aborrezcamos, y amemos los bienes celestiales. San. Agustin dice: Ideo Deus felicitatibus terrenis amaritudines miscet, ut alia quaeratur felicitas, cujus dulcedo non fallat. (Sern. 29. de verb. Dom.) Que quiere decir: que hace Dios amargas las cosas terrenas, para que busquemos otra felicidad, cuya dulzura no nos engañe.
El tercero consiste, en que aquellos que viven en la prosperidad son molestados de la soberbia, de la vanagloria, del orgullo, del deseo inmoderado de adquirir riquezas, honores y placeres. De todas estas tentaciones nos libran las tribulaciones, y nos hacen ser humildes, y contentarnos con el estado y condición en que Dios nos ha colocado. Por esto escribia el Apóstol: A Domino corripimur, ut non cum hoc mundo damnemur. (1. Cor. 32.) Nos arrebata el Señor por medio de la tribulación, para que no seamos condenados con este mundo.
2. El cuarto es, que sirven las tribulaciones para satisfacer por los pecados cometidos, mucho mejor que las penitencias que nosotros hacemos voluntariamente. San Agustin dice: Intellige medicum esse Deum, et tribulationem medicamentum esse ad salutem. Sepas que Dios es el médico que da la salud, y la medicina que para esto aplica es la tribulación. ¡Oh, que remedio tan eficaz son las tribulaciones para curarnos las llagas y heridas que nos abrieron los pecados! Por esta razón reprende el Santo a los pecadores que se quejan a Dios cuando los atribula: Unde plangis? quod pateris medicina est, non paena. ¿Por qué te quejas? La tribulación que sufres, es una medicina, no un castigo. (S. Aug. in Ps. 55). Job llama dichoso al que es visitado por el Señor con tribulaciones, porque los sana con la misma mano con que los hiere: Beatus homo, qui corripitur à Deo, quia ipse vulnerat et medetur, percutit et manus ejus sanabunt. (Job 5. 18.) Por esto se gloriaba San Pablo de verse atribulado: Gloriamur in tribulationibus. (Rom. 5.5.)
3. El quinto efecto es, que las tribulaciones hacen que nos acordemos de Dios, y nos precisan a recurrir a su misericordia, viendo que solamente él es el que puede aliviárnoslas, ayudándonos a sufrirlas: In tribulatione sua mane consurgent ad me. (Oseas 6. 1) Por eso dice el Señor hablando a los atribulados: Venite ad me omnes qui laboratis et onerati estis, et ego reficiam vos. (Math. 11.28). Y por esto se hace llamar: Adjutor in tribulationibus; el ayudador en las tribulaciones, como dice David. El mismo añade: Cum occideret eos, querebant eum, et revertebantur adeum. (Ps. 77.54). Cuando castigaba a los hebreos, entregándolos a sus enemigos, le buscaban y se volvian hacia él.
4. El sexto es, que nos hacen contraer grandes méritos ante Dios, dándonos ocasión de ejercitar las virtudes que más ama, como son la humildad , la paciencia, y la conformidad con la voluntad divina. El venerable Juan de Ávila decía, que vale más en la adversidad un bendito sea Dios que mil acciones de gracias en la prosperidad. San Ambrosio (in Luc. cap. 4.) dice: Tolle martyrum certamina, lulisti coronam. Despoja a los mártires de sus tribulaciones, y los despojarás de la corona del martirio. ¡Que tesoro de méritos consigue el cristiano sufriendo con paciencia los desprecios, la pobreza, y las enfermedades! Los desprecios que se reciben de los hombres son los verdaderos deseos de los santos que anhelan ser despreciados por el amor de Jesucristo, para hacerse semejantes a él.
5. Además ¡cuanto ganamos sufriendo las incomodidades de la pobreza! Tú eres mi Dios, y todas mis cosas, decía san Francisco de Asis: y diciendo de este modo se creía más que todos los grandes de la tierra. Demasiado cierto es lo que decía Santa Teresa: Cuanto menos tengamos en este mundo, más gozaremos en el otro. Dichoso el que puede decir: Jesús mio, tú solo me bastas. Si te crees infeliz porque eres pobre, dice san Juan Crisóstomo, realmente eres infeliz y digno de compasión; no porque eres pobre, sino porque siéndolo, no abrazas tu pobreza y te tienes por desgraciado: Sane dignus es lacrymis ob hoc, quod miserum te existimas, non ideo quod pauper es. (S. Joan. Chrysost. Serm. 2. Epist. ad Philip).
6. También es alcanzar de antemano una gran parte de la corona que nos está preparada en el cielo, sufrir con paciencia los dolores y las enfermedades. Si se queja un enfermo de que por estar así no puede hacer nada, se equivoca; porque lo puede hacer todo, ofreciendo a Dios con paz y resignación cuanto padezca en su enfermedad. El Crisóstomo escribe que la cruz de Jesucristo es la llave del paraíso: Crux Christi clavis est paradisi. (Homil. in Luc. de Virg.)
7. San Francisco de Sales decía , que la ciencia de los santos es, sufrir constantemente por Jesucristo para llegar presto a ser bienaventurados. Con los sufrimientos prueba Dios a sus siervos para ver si los halla dignos de sus favores: Deus tentavit eos, et invenit illos dignos se. (Sap. 3. 5). El Apóstol dice que Dios castiga a quien ama, y envía tribulaciones a sus predilectos: Quem enim diligit Deus castigat; flagellat autem omnem filium quem recipit. (Hebr. 12.6.) Por este motivo Jesucristo dijo un dia a Santa Teresa: Sepas, que las almas que más ama mi Padre, son aquellas que padecen mayores tribulaciones. Por esto decia Job: Si hemos recibido bienes de mano del Señor ¿por qué no hemos de recibir males? Si bona suscipimus de manu Dei, mala quare non suscipiamus? (Job 2. 10.) Justo es que el que recibió con alegría la vida, la salud, las riquezas temporales, reciba también las tribulaciones que nos son mas útiles y provechosas, que la prosperidad. San Gregorio dice, que así como crece la llama, si el viento la agita, así se perfecciona el alma fortificada con la tribulación.
8. Las tribulaciones más temibles para una alma buena, son las tentaciones con que el demonio nos incita a ofender a Dios: pero el que las resiste y las sufre, acudiendo a Dios, adquiere con ellas gran tesoro de méritos: Fidelis autem Deus est, qui non patietur vos tentari supra id quod potestis: sed faciet etiam cum tentatione proventum, ut possitis sustinere. (1. Cor. 10.15). Por esto permite el Señor que nos molesten las tentaciones, para que, resistiéndolas, merezcamos más. Dichosos los que lloran, dice el Señor, porque ellos serán consolados: Beati qui lugent, quoniam ipsi consolabuntur. (Math. 5. 5).
9. Es necesario pues, dice San Juan Crisóstomo, sufrir las tribulaciones con resignación, porque así ganarémos mucho: empero de otro modo, no disminuirémos nuestros males, sino que los aumentarémos. Si no sufrimos con paciencia la tribulación, no mejoraremos nuestra situación, y será mayor el peligro. No hay remedio; si queremos salvarnos, es preciso entrar en el reino de Dios por medio de muchas tribulaciones: Per multas tribulationes oportet introire in regnum Dei. (Actor. 14.21). Un siervo de Dios decía, que el paraiso es el lugar de los pobres, de los humildes y de los afligidos. Tales han sido los mártires y los santos. Por esto dice San Pablo: Patientia enim vobis necessaria est, ut voluntatem Dei facientes, reportetis repromissionem. (Heb. 10.36). Hablando San Cipriano de las tribulaciones de los santos, dice: Quid haec ad Dei servos, quos paradisus invitat? (Epist. ad Demetr.) ¡Que cosa tan grande es para los santos sufrir las aflicciones de esta vida, cuando en recompensa les están prometidos los bienes eternos del paraiso!
10. En suma, las tribulaciones que Dios nos envía, no vienen para nuestro daño, sino para nuestro provecho: Flagella Domini, quibus quasi servi corripimur, ad emendationem et non ad perditionem nostram evenisse credamus. (Judith 8.27). Cuando se ve un pecador atribulado en esta vida, señal es de que Dios quiere tener misericordia de él en la otra. Al contrario, es desgraciado aquel que no es castigado por Dios en este mundo: porque es señal de que el Señor está desdeñoso con él, y le tiene reservado para el eterno castigo.
11. El profeta Jeremías pregunta a Dios: Quare via impiorum prosperatur? (Jerem. 12. 1). Señor , ¿porqué son felices los impíos en este mundo? Y el mismo Jeremías se responde diciendo: Congrega eos quasi gregern ad victimam, et sanctifica eos in die occisionis. (Ib. v. 3). Así como el día del sacrificio vienen reunidas las bestias destinadas a la muerte, así los impíos son destinados a la muerte eterna, como víctimas de la ira divina.
12. Cuando nos veamos, pues, cercados de las tribulaciones que Dios nos envía , digamos con el santo Job: Peccavi, et vere deliqui, et ut eram dignus, non recepi. (Job 33. 27). Señor, mis pecados merecían un castigo mucho más grande que el que me habéis enviado. Así debemos orar a Dios con San Agustin: Hic ure, hic seca, hic non parcas, ut in ceternum parcas. Señor, quema, despedaza , y no perdones en este mundo para que me perdones en el otro, que es eterno. Demasiado grande es el castigo de aquel pecador de quien dice el Señor: Misereamur impio, et non discet justitiam. (Is. 26. 10). Dejemos de castigar al impío mientras vive sobre la tierra; así seguirá viviendo en el pecado y será castigado eternamente. Por lo que dice San Bernardo, considerando este pasaje: Señor, no quiero esta misericordia, porque es el castigo más terrible que hay: Misericordiam hanc nolo, super omnem iram miseratio ista. (S. Bern. Serm. 42. in Cant.)
13. Por consiguiente, el que se ve afligido por Dios en esta vida, tiene una señal segura de que es amado por él: Et quia acceptus eras Deo, dice el Angel a Tobias, necesse fuit, ut tentatio probaret te. (Tob. 12. 13). Porque eras amado de Dios fué necesario que te hiciese sentir la tribulación. Por esto Santiago llama feliz al que sufre tribulaciones, porque recibirá la corona de la vida eterna, después que haya sido probado con la aflicción: Beatus vir qui suffert tentationem, quoniam cum probatus fuerit, accipiet coronam vitae. (Jac. 1,12).
14. El que quiere ser glorificado con los santos, debe padecer en esta vida, como padecieron los santos. Ninguno de ellos ha sido bien tratado ni querido del mundo, sino que todos fueron perseguidos. Por eso es demasiado cierto lo que escribió el mismo Apóstol: Omnes qui volunt pie vivere in Christo Jesu, persecutionem patientur. (2. Tim. 3. 12.) San Agustín dice que no ha comenzado todavia a ser cristiano el que no quiere la persecución (S. Aug. in Ps. 55.) Cuando estemos atribulados, debe servirnos de consuelo saber que entonces el Señor está cerca de nosotros y nos acompaña: Juxta est Dominus is qui tribulato sunt corde. (Ps. 55. 10.) Cum ipso sum in tribulatione. (Ps.90. 15.)
Punto 2
Como debemos portarnos en las tribulaciones.
15. El que se vea combatido de tribulaciones en este mundo, necesita ante todas cosas dar de mano al pecado, y procurar ponerse en gracia de Dios. De otro modo, todo lo que padezca estando en pecado , será perdido para él. San Pablo decia: Si tradidero corpus meum, ita ut ardeam, charitatem auten non habuero, nihil mihi prodest. (1. Cor. 15.5). Que quiere decir en sustancia: Si yo me entregare a mis enemigos y me hicieren sufrir los tormentos de los mártires, o me abrasaren en una hoguera; si no tengo caridad, de nada me aprovechará.
16. Al contrario, el que padece con Dios y por Dios con resignación, convierte todos sus padecimientos en consuelo y alegría: Tristitia vertetur in gaudium. (Joan. 16.20). Y por esto los Apóstoles después de haber sido injuriados y maltratados de los Judíos, partieron del concilio llenos de alegría, por haber sido creídos dignos de sufrir por el nombre de Cristo: Ibant gaudentes a conspectu concilii, quonian digni habiti sunt pro nomine Jesu contumeliam pati. (Act.5. 41). Así cuando Dios nos envía alguna tribulación es menester que digamos con Jesucristo: Calicem, quem dedit mihi Pater, non biban illum ? (Joan. 18,11). ¿No he de beber el cáliz que me dió mi Padre celestial? Porque además de que debemos recibir la tribulación como venida de la mano de Dios, ¿cual es el patrimonio del cristiano en este mundo sino los padecimientos y las persecuciones? Cristo murió en una cruz; los Apóstoles sufrieron martirios crueles; ¿y nos llamaremos nosotros sus imitadores, cuando ni sabemos sufrir las tribulaciones con paciencia y resignación?
17. Cuando nos veamos muy atribulados y no sepamos que hacernos, debemos volvernos a Dios, que es el único que puede consolarnos. El rey Josafat, hablando con el Señor, decia así: Cum ignoremus quid agere debeamus, hoc solum agemus residui, ut oculos nostros dirigamus ad te. (2. Paral. 20. 12). Cuando no sepamos que hacernos, nos contentaremos con levantar los ojos hacia tí. Esto hacia David cuando se veía atribulado: recurría a Dios, y Dios le consolaba: Ad Dominum cum tribularer clamavi, et exaudivit me. (Ps. 119,1). Debemos recurrir a él y suplicarle, sin dejar de hacerlo hasta que nos oiga. Conviene fijar los ojos en Dios y no apartarlos de él, y seguir suplicándole hasta que tenga compasión de nosotros. Conviene que tengamos gran confianza en el corazón de Jesucristo que está lleno de misericordia, y no hacer lo que hacen algunos, que se abaten, si no los oyen al punto que han comenzado á suplicar. Para estos tales se dijo lo que el Señor dijo a Pedro: Modicae e fidei, quare dubitasti? (Math. 14,3l). Hombre de poca fe ¿por qué desconfiaste? Cuando las gracias que deseamos obtener, son espirituales, y pueden contribuir al bien de nuestras almas, debemos estar seguros de que Dios nos oirá siempre que le supliquemos con tesón, y no perdamos la confianza. Es por consiguiente necesario, que en la tribulación no desconfiemos jamás de que la piedad divina nos ha de consolar: y debemos repetir con Job mientras dura nuestra aflicción: Etiam si occiderit me, in ipso sperabo. (Job 13. 15.) Aunque el Señor me quitáre la vida, esperaré en él.
18. Las almas que tienen poca fe, en vez de recurrir a Dios en el tiempo de la tribulación, recurren a los medios humanos, desdeñándose de acudir al Señor, y no pueden verse socorridas en sus necesidades: Nisi Dominus aedificaverit domum, in vanum laboraverunt, qui aedificant eam. (Ps. 126. 1.) Si el Señor no edificáre la casa, en vano la levantarán los arquitectos.
19. De esto se lamenta el Señor diciendo: Numquid Dominus non est in Sion?... Quare ergo me ad iracundiam concitaverunt in sculptilibus suis? (Jerem. 8,19). ¿Acaso no estoy yo en Sión para que recurran á mí? ¿Por qué, pues, los hombres me han irritado volviéndome la espalda , y prosternándose ante los ídolos que han inventado, y en quienes colocan toda su esperanza?
20. En otro lugar dice el Señor: Numquid solitudo factus sum Israeli, aut terra serotina? Quare ergo dixit populus meus: Reccessimus, non veniemus ultra ad te? (Jer. 2. 51,32.) ¿Por qué decís, hijos mios, que ya no queréis recurrir a mí? ¿Acaso me he convertido yo para vosotros en tierra estéril que no da fruto o lo da tarde, y por eso hace tanto tiempo que me habéis abandonado? Con estas palabras explica el gran deseo que tiene de que recurramos a él a buscar consuelo en las tribulaciones para podernos dispensar sus gracias. Y al mismo tiempo nos hace saber que cuando le suplicamos, no se hace mucho de rogar, sino que está presto a socorrernos y consolarnos.
21. No duerme el Señor, dice David , cuando nosotros recurrimos a su bondad , y le pedimos algunas gracias útiles a nuestras almas: porque entonces nos oye cuidadoso de nuestro bien: Non dormitabit neque dormiet, qui custodit Israël. (Ps. 120.4.) Y San Bernardo dice , que cuando le pedimos gracias temporales, o nos dará lo que le pedimos, u otra cosa mejor: Aut dabit quod petimus, aut utilius. O nos concederá la gracia pedida siempre que nos sea provechosa para el alma, o alguna otra mas útil, por ejemplo la de acomodarnos con resignación a su santísima voluntad, y a sufrir con paciencia aquella tribulación, que nos aumenta los méritos para conseguir la vida eterna.
(Aquí se hace un propósito de penitencia y de conformidad, en las tribulaciones, con la voluntad de Dios y una súplica a Jesús y María para que nos ayuden en ellas)"
Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, 1847 - [Negrillas son nuestras.]