San León Magno, Papa y Doctor de la Iglesia, en esta homilía nos enseña que antes de someter al cuerpo, debemos someter al espíritu conforme la doctrina de Dios enseñada por la Santa Iglesia.
Nos señala que los cristianos tenemos el deber de preparar nuestras almas a las diferentes embestidas de las tentaciones, teniendo en cuenta que “cuanto más celosos nos mostremos de nuestra salvación, más violentamente nos atacarán nuestros adversarios”.
Recuerda, que Jesucristo es más fuerte que quien lucha contra nosotros y busca nuestra perdición. Añade que “nuestra fortaleza viene de Él, en cuyo poder hemos puesto nuestra confianza. El Señor permitió que le visitase el tentador, para que nosotros recibiésemos, además de la fuerza de su socorro, la enseñanza de su ejemplo”.
Agrega que Jesucristo “ha vencido para que nosotros del mismo modo seamos también vencedores. Pues no hay, (...) actos de virtud sin la experiencia de las tentaciones, ni fe sin prueba, ni combate sin enemigo, ni victoria sin batalla”. Por lo cual, debemos encontrarnos preparados para rechazar los diversos asaltos del tentador.
Luego de señalar las armas que nos han sido dadas para defendernos (Efesios 6, 14-17), indica que podemos sin pereza y sin temor entrar en esa lucha que se nos propone, acompañada por el ayuno. Al respecto apunta “de nada sirve que se debilite la fuerza del cuerpo si no se alimenta el vigor del alma. Mortifiquemos algo al hombre exterior, y restauremos al interior. Privemos a la carne de su alimento corporal, y adquiramos fuerzas en el alma con las delicias espirituales”.
Invita a vivir la castidad; a decir la verdad; también a apaciguar la ira; a cuidar la lengua no denigrando de las personas, ni cometiendo injurias; fundamentalmente a perdonar, para que se nos perdone; a no buscar la venganza, ya que nosotros mismos suplicamos el perdón; ni tampoco hacernos sordos a los gemidos de los pobres.
"Ningún poder humano puede ser comparado con el suyo y sólo el poder divino lo puede vencer y tan sólo la luz divina puede desenmascarar sus artimañas. El alma que hubiera de vencer la fuerza del demonio no lo podrá conseguir sin oración ni podrá entender sus engaños sin mortificación y sin humildad". (Cántico espiritual"(3, 9); San Juan de la Cruz)