"Considera ¿de qué sirve al hombre ganar todo el mundo si al cabo se pierde? ¿De qué sirve a esos monarcas tan poderosos, a esos héroes tan alabados, a todos esos grandes hombres que metieron tanto ruido en el mundo, de qué les sirve haber conquistado reinos enteros, haberse hecho respetar y temer de los príncipes vecinos, haber llevado el terror y el espanto hasta la extremidad de la tierra? ¿De qué les sirve al presente, ni de qué les servirá en lo porvenir haber visto que todo cedía, todo se rendía a la insinuación de su voluntad o de su capricho; haber rebosado los bienes, los gustos, los deleites, el esplendor, las dignidades, haber sido como los dioses de la tierra?; ¿de qué les sirve, ni de qué les servirá si al cabo se condenan? ¿Y de qué me servirá a mí el ser lo que soy, si al fin tengo la desgracia de perderme, de precipitarme en los tormentos, de condenarme para siempre?
Esas opulentas herencias que ya habrán pasado a otras manos, esos magníficos palacios que ya habitarán otros dueños, ese majestuoso aparato, ese tren de muebles preciosos, de vestidos ricos, de libreas, de carrozas, de joyas y de alhajas ¿me consolarán mucho en el infierno si tengo la desgracia de condenarme? ¿Servirá de gran consuelo a un condenado la memoria de los pasados deleites? ¿Calmaran a lo menos por algunos instantes aquellos espantosos tormentos que padece? La desesperada memoria de lo que fue, y de lo que pudo ser, ¿mitigará el dolor de lo que es? Pregunto, ¿esto es hechizo, es furor, o es la más frenética locura? ¡Por unos breves días, por unos falsos deleites, tan insulsos como vergonzosos, precipitarme por toda la eternidad en todo género de suplicios! ¡Por amontonar bienes de que no se goza, perder el cielo, perder un bien infinito, perder a Dios, y perderle para siempre, sin remedio, sin recurso! ¿Es posible que haya en el mundo hombres tan extravagantes? Sí, los hay; el número de estos insensatos cada día es mayor; todos los días se mira con lástima a los que siguen otro camino. Esos hombre disolutos, esas mujeres mundanas, a quienes tiene el mundo como encantados, y en quienes esta la fe casi del todo apagada; esos miran con risa estos peligros, y aun tal vez hacen chanza, hacen materia de zumba de las verdades más terribles de la religión, burlándose de los que respetan y la temen. ¡Oh, y cuánto convence la necesidad de un juicio universal el proceder de estos insensatos!
(...)
Hablando propiamente, no hay en esta vida negocio importante, no hay negocio de consecuencia, no hay cosa que merezca el nombre de negocio sino el de nuestra salvación. (...) Sólo el negocio de la salvación es negocio nuestro, los demás son negocios ajenos; sean enhorabuena negocios del estado, del reino, del tribunal de guerra, del comercio, de tu comunidad, de tus amigos y de tu familia; pero no son negocios tuyos. Aunque todos los demás negocios del mundo te salgan mal, como te salga bien el de la salvación, consuélate, que hiciste tu fortuna, y eres hombre feliz. Ahora, dime, ¿lo habías pensado así hasta ahora? (...) Graba, no solo en tu corazón, sino en tu memoria, este oráculo (...) ¿De qué le aprovecha al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma?"
Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Juan Croisset, Tomo V, Paris, 1864 / artehistoria.com - "El Avaro", Mariano Fortuny Marsal