"No queráis darle lugar al demonio" (Ef 4,27)
"Considera la extravagancia de los hombres, y la tuya. Si uno te dijese, mira bien no dejes entrar en tu casa un Dragón pestilente, un León, un Lobo, o un hombre semejante a ti, que viene a robarte, como ladrón, te reirías de él, como de admonitor, que se cansa en lo que no hay necesidad: porque eso muy bien lo sabes hacer tu de ti mismo, sin que sea menester que nadie te exhorte a ello. Y con todo es menester que haya quien te exhorte a no dar lugar, ni entrada al demonio en tu corazón. ¿Y no sabes tú, que él es el peor ladrón de cuantos hay, pues pretende robarte el más precioso tesoro, que se halla en el Mundo, que es la gracia de Dios? (…) ¿Pues cómo le das entrada en tu corazón con tanta facilidad? Si el a pura fuerza se pudiese apoderar de este corazón, serias digno de excusa; mas no puede entrar en él, si tú no le dejas entrar. Por eso se dice: No queráis darle lugar, porque en ti esta dejar que entre, o no entre. Mira cuan poco se requiere para vencer cualquier grave tentación, que nos moleste: basta un resuelto no quiero. ¿Y quien hay que pudiendo con tan poco ahuyentar de su casa un Dragón, un León, un Lobo, o un ladrón, le quiera dejar entrar? Antes bien, todos viéndole venir, aunque de lejos, comienzan a gritar, y pedir ayuda. ¡Y que tú hayas de dejarle entrar, no solo en casa, sino en el corazón, a quien puede hacerte más daño que todos aquellos juntos!
Considera quienes son estos, que propiamente dan lugar al demonio; no son aquellos que le admiten a puertas abiertas, porque estos no solo le dan lugar, sino que le hacen dueño de su corazón. Le dan propiamente lugar, los que le dan un pequeño resquicio por donde se pueda introducir, le dan paso, le dan audiencia, le dan algún pretexto para tentarles. (…) Así los que no guardan los ojos, ni los oídos, así los que se dejan señorear de algún afecto, que les perturba, como la ira, el empeño, la melancolía, u otro semejante, porque entonces es cuando el demonio toma de ahí pie para introducirse. ¿Y no sabes tú que el demonio nunca suele pedirte todo el corazón de una vez? Te pide lugar en él. Pero ¡Ay de ti, sí se lo das! ¿Y por qué? Porque él nunca se contenta con el poco lugar que le diste: luego quiere más. Primero quiere saber el entredicho que Dios te ha puesto: después lo desacredita, después lo condena, finalmente te persuade a que no hagas caso de semejante entredicho, y prohibición. Resiste, pues, como es justo, a la tentación, más sea a los principios, que es cuando apenas la tienes por tentación. ¿No oyes aquí al Apóstol? No basta, que no le des consentimiento al demonio; es menester no darle lugar. Míralo bien, y verás, que las más veces, si el demonio te tienta, tú tienes la culpa. Tú con tu modo de vivir poco recatado, y poco circunspecto, le das lugar para que se acerque a tentarte.
Considera cual es el modo que nos enseñan los Santos Padres para no dar lugar al demonio, aunque él no cese de pedirlo con instancia. Es tener el entendimiento ocupado en pensamientos santos: porque aunque él es espíritu, y por consiguiente entra sin dificultad por los ojos, y por los oídos; más si entretanto halla que tu entendimiento está bien guardado , y pertrechado, se sale a toda prisa por las mismas puertas por donde entro. Y así, luego que sintieres la tentación, que habiendo pasado libremente los términos de los sentidos, llega ya a tocar a la puerta del corazón, no la respondas, sino en lugar de estar porfiadamente disputando con ella; piensa en el féretro, donde finalmente estarás tendido después de muerto; piensa en el juicio que te espera; piensa en la gloria; piensa en el infierno; piensa en la sangre que derramó por ti Cristo sobre el Madero de la Cruz, y dile con vivo afecto: Señor, conservad mi cuerpo y alma sin mancha alguna, para que yo no quede confundido. Si así lo hiciereis, seguro estas. No hayas miedo, que mal espíritu alguno, pase a enlodarte el corazón. Dirás, que es cosa de gran molestia haber de ejecutar lo que yo te digo. Séalo enhorabuena. Pero una de dos molestias es preciso que sufras absolutamente para salvarte: o que no des lugar al demonio dentro de tu corazón, o que después de habérselo dado, se lo quites. ¿Cuál de las dos te parece menos pesada? No tienes ánimo para decirle ahora al enemigo: No quiero que entres, y ¿le tendrás después, para decirle que se salga? Esta es la ceguera: que no se quiera padecer un poco de trabajo para no admitir la tentación en el corazón, habiéndose de padecer después otro tanto más para echarle fuera".
Fuente: "Maná del Alma o Exercicio fácil y provechoso para quien desea darse de algún modo a la Oración" Parte 2, Julio, Día XXI, año 1702, Padre Paolo Segneri. [Negrillas son nuestras.] / Imagen: bohed - Licencia foto: CC0 Public Domain