"I. Cortísimo es el número de los que se salvan. “Muchos son los llamados; (dice el Salvador) pero pocos los escogidos” (Mt 22,14). Esta es una verdad que la Escritura nos asegura con expresión y que nos da a entender con figuras y comparaciones. Ocho personas solo (dice el Apóstol) fueron las que se salvaron en el arca. La familia de Lot fue la única preservada de las llamas que destruyeron cinco grandes ciudades. De toda la multitud prodigiosa de israelitas combatientes que salieron de Egipto para la tierra de promisión, solo entraron en ella Josué y Caleb. La sagrada Escritura compara el número de los elegidos a las pocas aceitunas que quedan en el árbol, después de haberle apaleado, y sacudido; a los pocos racimos que quedan en la viña después de haberla vendimiado; y a las pocas espigas que quedan en el campo después de haberle cortado los segadores. Es aquel camino áspero, y estrecho, en que pocos entran; es la pequeña puerta por donde hay pocos que puedan pasar; es la ciudad situada sobre el monte, adonde pocos pueden subir.
II. Pero cuando esta verdad no estuviera tan claramente dicha en la sagrada Escritura; la razón, fundada en la experiencia, no nos permitiría dudar de ella. Para salvarse es menester creer al Evangelio, reglarse sobre sus máximas, seguir a Jesucristo, conformar su vida a la suya, imitar su ejemplo; sin esto no hay salvación; esto es artículo de fe. ¿Quién le cumple? Para salvarse, es menester negarse a sí mismo, llevar su cruz, violentarse, aborrecer su alma; que quiere decir, mortificar sus sentidos, sus pasiones, sus inclinaciones naturales y sensitivas. ¿Pero quién hay que lo ejecute? ¿Quién se cree obligado a esto, o por mejor decir, quién no hace lo contrario? De manera que hoy en día sería regla cierta para conocer lo que enseña el Evangelio, y lo que debemos practicar, tomar la contraria de lo que ejecutan la mayor parte de los cristianos: antecedente cierto de donde se infiere que son pocos los que se salvan.
III. ¿Cuál es, pues, nuestra ceguedad cuando nos queremos disculpar de nuestros desórdenes, con el gran número de los que los practican? La mayor parte (se suele decir) ejecutan esto; pues no puedo obrar de otra manera: ¡qué mal modo de discurrir, aun para un gentil, cuanto más para un cristiano! Para ejecutarlo bien, es menester tomar la contraria, diciendo: la mayor parte obra así; luego no es menester imitarlo; porque es de fe que el número de los escogidos es el más pequeño: luego es menester hacer lo que hacen los pocos para salvarse.
La universalidad es mejor regla para la fe que para las costumbres. El camino más ancho, más batido o frecuentado, llevará a la perdición: con que es menester evitarle. Aquel que está poco frecuentado, es puntualmente el que debemos tomar, si nos queremos, salvar; porque es el que conduce a la vida".
Fuente: "Pensamientos o Reflexiones Cristianas, para todos los días del año", Padre Francisco Nepueu, Tomo IV, Noviembre, Día VI - [Negrillas son nuestras.] / Licencia Imagen: geralt - CC0 Public Domain