"¡Oh Dios mío, sálvame, qué estoy pereciendo por instantes! Casi sumergido me miro en esta horrorosa tempestad; por momentos me veo ir a fondo, como que ya no puedo ayudarme más para resistir el ímpetu de las olas, que sin cesar se revuelven sobre mí para anegarme: procuro hacer esfuerzos, pero me falta ánimo y aliento para sostener mi corazón sobre las aguas. Señor, Señor, venid apriesa en mi auxilio, y dadme la mano, que me siento sumergir. Las ondas de esta tormenta se van entumeciendo cada vez más, y las aguas amargas de mi tribulación me inundan el alma. No hay dentro de mí dulzura, consuelo, ni paz, ni alegría, ni orden, ni siento ya la presencia de vuestro suave espíritu, que me tranquilizaba. La misma tempestad que me cerca por fuera, por dentro me perturba: en mi interior todo es amargura, y amargura todo lo que veo alrededor de mí; a cualquiera parte que vuelvo los ojos no veo sino mar, y mar profundo, desde donde no puedo descubrir playas ni límites a mi padecer: no veo remedio, ni aun camino por donde pueda ir a buscarle. Solo vos, Dios mío, me podéis socorrer: solo a vos clamaré de lo profundo de mi tribulación, y aun más que mis voces hablarán mis lágrimas, y dando gemidos mi corazón afligido os diré: ¡Oh mi Dios, y cómo pusisteis tan alto y tan distante mi refugio!
Clamo a vos, y no me oís: repito, y convierto en lágrimas mis clamores; y vos, que sois la suma bondad y clemencia, parece que endurecéis para mí vuestro corazón. Si me es lícito, Señor, diré con el santo David que mi alma se enronqueció de clamar a vos. Hasta mis ojos están cansados de mirar al cielo esperando vuestro auxilio. Pero vos, Señor, disteis la mano a vuestro Apóstol cuando se iba sumergiendo en las aguas, ¿y no me amparareis a mí clamando como él a vos?
Mis enemigos me cercan por todas partes, y no tengo por donde pueda escapar de su furia: toda la tierra y el infierno parece que se han puesto en campo de batalla contra mí solo. ¡Qué terrible consternación! Los demonios me tientan, los hombres me persiguen, los cielos no me oyen, las propias pasiones se amotinan unas contra otras, y como fieras indignadas dentro de la prisión me despedazan, y el pobre corazón padece el daño, y experimenta de lleno todo el estrago. Yo mismo soy contra mí, y sin querer me hago el mayor mal. En este aprieto, en este conflicto, en este desamparo, ¿quién me ha de socorrer, Dios mío, sino vos? Cada hora siento una nueva batalla, sin que me permitan sosiego ni reposo mis enemigos, pues unas tras otras llueven sobre mí las saetas, que me hieren, y me entumecen; ya no hay lugar en mi corazón para nuevas heridas; pues añadiéndose unas a otras, se van agravando, y cada vez es más agudo mi dolor y sentimiento. ¡Ah pobre de mí! ¡Miserable e infeliz de mí! Si vos no me amparáis, Dios de amor, Dios de bondad, Dios de clemencia! Señor, vos que escucháis mis gemidos, que veis mis trabajos, que estáis junto a mí en medio de mis penas, haced que yo sienta los dulces efectos de vuestra presencia. Dios mío, no os escondáis de mí en tiempo de tanta angustia: en este gran conflicto en que me veis cumplid, que ya es tiempo, la palabra que me disteis por vuestro profeta: con él estoy en la tribulación yo le libertaré, y le haré bienaventurado".
Fuente: "Tesoro de paciencia, o, Consuelo del alma atribulada en la meditación de las penas del Salvador" por el P. Teodoro de Almeida, 1844 - [Negrillas son nuestras.]