"Las cosas que me pueden dar pena y cansar grande congoja en la hora de la muerte se pueden reducir a tres órdenes, unas pasadas, otras presentes, y otras por venir. Y para sentirlas mejor, he de hacerme presente a aquella hora, como si estuviese en la cama desahuciado de los médicos y sin esperanza de vida. Lo cual no es dificultoso de persuadir, pues es posible que cuando estoy diciendo o leyendo o pensando en esto, no me falte mas que un día de vida, y pues algún día ha de ser el último, puedo imaginar que es el día presente.
Punto Primero.- 1. Lo primero, consideraré la grande pena y aflicción que me causará la memoria de todas las cosas pasadas, discurriendo por las mas principales. Lo primero, me afligirá grandemente la memoria de los pecados pasados y de todas las libertades, carnalidades, venganzas, ambiciones y codicias que he tenido en el curso de mi vida. A mas las tibiezas en el servicio de Dios, las negligencias y omisiones, y todas las demás culpas cuando no están muy lloradas y enmendadas. Tengo de imaginar que se hace entonces de todos mis pecados un ejército, como de toros, leones, tigres y otras fieras que me despedazan el corazón (Psalm. xxi,13): o como un ejército de terribles gusanos que roen y remuerden mi conciencia, sin que las riquezas ni los deleites de que gocé, sean parte, para cerrar sus crueles bocas , porque pasado el deleite de la culpa , no queda sino el acedía de la pena; y después que bebí el vino dulce del deleite sensual, soy forzado a beber la amargura de sus heces. Entonces se cumple lo que dice David (Psalm. Xvii ,5): Me han cercado dolores de muerte, y los arroyos de la maldad me han congojado, dolores de infierno me han cercado por todas partes, y lazos de la muerte me han apretado sin pensar. ¡Oh qué dolores tan amargos! ¡Oh qué arroyos tan furiosos! Oh qué lazos tan estrechos serán estos, de los cuales ni me podré librar por mis solas fuerzas, y apenas sabré aprovecharme de ellos, porque la amargura de estos dolores me provocará a desconfianza; la furia vehemente de estos arroyos me turbará el juicio; y la estrechura de estos lazos me apretará la garganta, para no pedir perdón de mis pecados, aprovechándose de todo esto el demonio para que no salga de ellos. ¡Oh alma mía, llora y confiesa bien tus pecados en vida, porque no te inquieten ni atormenten en la muerte!. No digas (Eccli. v,4): He pecado y ninguna cosa triste me ha sucedido, porque se pasará presto la alegría y vendrá de golpe la tristeza. No pierdas de todo punto el miedo del pecado que tienes por perdonado, porque no te retoñezca en la muerte el pecado que lloraste mal en la vida. Estos y otros avisos, que apunta el Eclesiástico en su capítulo v, he de sacar de esta consideración, con ánimo de comenzar luego a ponerlos por obra.
2. Lo segundo, ponderaré como entonces no solamente me atormentará y afligirá la memoria de los pecados, sino también la pérdida del tiempo que tuve para negociar un negocio tan importante como el de mi salvación, y haber dejado pasar muchas ocasiones que Dios me ofreció para ello. Entonces desearé un día de los muchos que ahora desperdicio durmiendo, jugando y parlando por entretenerme, y no se me concederá. Entonces me afligirá no haber frecuentado los santos Sacramentos, ni los ejercicios de oración; no haber respondido a las divinas inspiraciones, ni oído sermones, ni ejercitado obras de penitencia, y no haber dado limosnas a pobres para ganar amigos que me reciban en las eternas moradas; ni haber sido devoto de los Santos, que en aquel aprieto pueden ser mis valedores y abogados. Entonces haré grandes propósitos de hacer lo que no hice cuando pude, deseando vivir para cumplirlos; y quizá todos serán sin provecho, como los del miserable rey Antíoco, cruel perseguidor de los hebreos, el cual, estando a la muerte, aunque hacía grandes promesas y plegarias a Dios, dice la Escritura (Il Mach. ix,13), que oraba este malvado al Señor, de quien no había de alcanzar misericordia. No porque faltase a Dios misericordia, sino porque faltaba al miserable la verdadera disposición para recibirla, porque todos aquellos propósitos nacían de puro temor servil, y eran como torcedor para alcanzar salud, como si pudiera engañar a Dios como engañaba a los hombres.
3. De esta consideración he de sacar, como la hora de la muerte es hora de desengaños, en la cual juzgaré de todas las cosas diferentemente que ahora, teniendo, como dice el Eclesiastés (c. ii,11), por vanidad lo que antes tenia por cordura; y al contrario, teniendo por cordura lo que antes tenia por vanidad. Y así la verdadera cordura está en proponer con eficacia lo que entonces querría haber hecho, y cumplirlo luego; porque ley ordinaria es, que quien bien vive, bien muere, y quien vive muy mal, raras veces acierta a morir bien. Y en especial haré un gran propósito de no perder punto de tiempo, ni dejar pasar ocasión de mi aprovechamiento, acordándome de lo que dice el Eclesiástico (c. xiv,14): No te prives del buen día, ni dejes pasar partecica del buen don, aprovechándote de todo para gloria del que te lo da.
Punto Segundo. 1. Lo segundo, consideraré la gran aflicción que sentirá mi alma en dejar todas las cosas presentes (Psalm. XLVIII,12), si las poseo con mala conciencia o desordenada afición; para lo cual me tengo de persuadir que en aquella hora, por fuerza y mal que me pese, tengo de dejar tres suertes de cosas. Lo primero, he de dejar las riquezas, dignidades, oficios, regalos y posesiones que tuviere, sin poder llevar conmigo cosa alguna; y cuanto tuviere mayores bienes, tanto será mas amargo el dejarlos. Porque la muerte, como dice el Eclesiástico (c. XLI,1), es muy amarga para el que tiene paz con sus riquezas y dignidades, y está con deseo de vivir para gozar mas tiempo de ellas: y los pecados que hizo en procurarlas, o usar mal de ellas, aumentarán esta amargura, ordenándolo así la divina justicia para que las cosas que fueron instrumento de sus viciosos deleites en vida, sean sus verdugos y atormentadores en la muerte. Entonces se cumplirá lo que está escrito en Job del pecador (c. xx,14): El pan que comió con mucho sabor se le convertirá dentro del estómago en hiel de áspides, vomitará las riquezas que tragó, y se las sacará Dios por fuerza de sus entrañas: la cabeza del áspid le chupará la sangre, y la lengua de la víbora le morderá , que es decir: Los deleites se le convertirán en hieles, las riquezas le harán dar arcadas; pero no tendrá ánimo para disponer de ellas, ni dejarlas hasta que la muerte se las quite por fuerza, atormentándole las serpientes y vi horas del infierno por haberlas ganado y poseído con pecado.
2. Lo segundo, en aquella hora forzosamente tengo de apartarme de mis padres y hermanos, amigos y conocidos, y de todas las personas que amo, ora sea con amor natural, ora con otro amor licito o ilícito ; y como no se deja sin dolor lo que se posee con amor (D. Greg. I Moral. 13), y cuanto es mayor el amor con que es poseído, tanto mayor dolor se siente en dejarlo, será grandísimo el dolor que sentiré con el apartamiento de tantas personas y cosas como están pegadas a mi corazón. Y con estas ansias diré lo que el otro rey (I Reg. xv, 32): Siccine separat amara mors? ¿Así nos aparta la muerte amarga? Qué ¿es posible que tengo de dejar personas que tanto amo? ¿Qué no tengo más de verlas y gozarlas? O muerte amarga, ¡cómo amargas todo mi corazón, apartando de mí con tanta tristeza lo que poseía con tanta alegría!
3. Últimamente, en aquella hora mi alma se ha de apartar de su cuerpo, con quien ha tenido tan estrecha y antigua amistad; y por consiguiente se ha de apartar de este mundo y de todas las cosas que hay en él, sin esperanza de verlas y oirías, ni gustarlas o tocarlas para siempre. Y si tengo desordenado amor a mi cuerpo y a mi vida, y a las demás cosas de este mundo visible, es fuerza que sienta grandísimo dolor en apartarme de ellas: lo cual fácilmente puedo experimentar por lo mucho que siento cuando me quitan la hacienda, o la honra y fama, o me destierran de mi tierra y me fuerzan a vivir apartado de los míos, peregrinando entre extraños, o cuando me cortan algún miembro del cuerpo; porque todo esto junto y de tropel sucede en la muerte con otro modo mas penoso, que es sin esperanza de volver mas a poseerlo en esta vida. Con cada una de estas tres consideraciones, ponderando despacio lo que se apunta en ellas, entraré dentro de mí mismo, y examinaré si tengo amor desordenado a cualquiera de las cosas referidas. Y si se hallare procuraré arrancarle con la fuerza de esta consideración, y con el ejercicio de la mortificación, porque esto es morir en vida y con provecho, ganando por la mano a la muerte para no sentir la muerte, como lo hacen los religiosos que dejan todas las cosas por Cristo nuestro Señor, a quien he de suplicar me ayude para esto, diciéndole (Sap. iii,1): O Dios eterno, en cuya mano están las almas de los justos, y por tu protección no les toca el tormento de la muerte, quita de la mía el amor desordenado de todas las cosas visibles para que no sienta tormento en apartarse de ellas. o alma mía, si quieres que no te toquen estas tres amarguras de la muerte, no ames las cosas que te puede quitar la muerte; porque si no las poseyeres con amor, las dejarás en la muerte sin dolor.
4. También tengo de ponderar en estas consideraciones, cuán grande locura es por cosas que tengo de dejar tan presto, ofender a Dios, y poner a riesgo mi salvación eterna, determinándome valerosamente a desviarme luego de cualquier persona o cosa que me ponga en este peligro, muriendo a ella, antes que por su causa muera a Dios; y apartándola de mí, antes que me aparte de Dios (Matth. x,34; Luc. xii,51) : pues por esto dijo Cristo nuestro Señor, que vino a poner cuchillo y división en la tierra, apartando de los hombres todas las personas y cosas que les impiden su salvación. O dulce Redentor, pon luego en mi mano el cuchillo de la mortificación para que aparte de mí lo que me puede apartar de tí, muriendo a todo lo criado para vivir a tí, mi Criador, por todos los siglos. Amén.
Punto Tercero. 1. Lo tercero, he de considerar la grande aflicción y congoja que me ha de causar en aquella hora el temor de la cuenta que tengo de dar a Dios, y del riguroso juicio en que tengo de entrar, y el no saber la sentencia que se pronunciará en el negocio de mi salvación. En lo cual he de ponderar la terribilidad de este temor, por tres causas. La primera, porque el mal que se teme es el supremo de todos, y es mal eterno y sin remedio, y estoy ya a las puertas de él. La segunda, porque la sentencia que se ha de dar es definitiva e irrevocable, y al punto se ha de ejecutar sin resistencia. La tercera, porque la causa de mi parte es muy dudosa, por cuanto me consta de la culpa que cometí, y no de la verdadera penitencia que hice; y la conciencia me acusa de haber ofendido al Juez, y no sé si le tengo aplacado; porque ninguno sabe si es digno de odio o de amor (Eccles. ix,1); y aunque yo no halle culpas en mí, puede ser que las halle Dios. (II Cor. iv,4). Por todas estas causas el temor será entonces terribilísimo; porque si los que traen pleito sobre algún negocio en que les va toda su hacienda, honra o vida, tienen grandísimo temor el día que esperan la sentencia; ¿Cuánto mayor le tendré yo cuando esté cerca el día en que se ha de dar la sentencia definitiva de mi salvación o condenación ? Y si entonces suelen temer los muy santos, ¿Cuánto mas temeré yo, miserable pecador?
2. Esta congoja y temor suele crecer por la sagacidad y astucia del demonio, el cual en aquella hora acude a tentar con mas furia viendo que le queda poco tiempo (Apoc. xii,12), y así encarama grandemente todo lo que puede provocar a desesperación, agrava con demasía los pecados, y exagera el rigor de la divina justicia contra ellos. Me dirá, que quien vivió mal, no ha de morir bien; y que quien no se aprovechó de la divina misericordia, ha de caer en manos de su justicia, y que si el justo apenas se salvará, ¿Qué será del malo y pecador? (I Petr. iv,18). Y como es mentiroso y padre de mentiras, y falso acusador de los hombres, si Dios no le ata las manos y limita su poder, me pondrá mil falsas imaginaciones y acusaciones, con embaimientos y visajes horrendos que me turben y hagan trasudar, y pasar mayores congojas que las de la misma muerte. Estos son los temores que me han de afligir en aquel último trance, si no me prevengo con tiempo para impedir la vehemencia de ellos. Lo cual he de hacer entrando dentro de mí, y mirando si ahora me cogiese la muerte, qué cosa me daría más temor, y tratar de remediarla con tiempo. Y si no quería que la muerte me cogiese en el estado presente, tengo de procurar salir luego de él; porque no es lícito ni seguro vivir en el estado en que no querría morir.
3. Concluiré esta meditación, poniendo delante de mis ojos a Cristo nuestro Señor, desnudo y enclavado en la Cruz a punto de expirar, y con gran fervor le suplicaré que por su muerte, me dé buena muerte, y que si el demonio viniere a mi muerte, como vino a la suya, me libre de él, me dé tan grande confianza que pueda como él decir en aquella hora: Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu. o Padre misericordioso (Psalm. cxviii,109), mi ánima está ya en mis manos a punto de salir de ellas, con peligro de dar en las de sus enemigos; recíbela tú en las tuyas para que no se pierda la obra de tus manos, por la cual fueron enclavadas en la cruz. Yo me ofrezco a imitar tu pobreza y desnudez en la vida para que tus manos me reciban en la muerte, y me lleven consigo al descanso de tu gloria. Amén. También se han de hacer coloquios con la Virgen nuestra Señora, y con el Ángel de la guarda y otros Santos, pidiéndoles favor para aquella hora, porque en vida se negocia lo que entonces ayuda."
Fuente: "Meditaciones Espirituales del V.P. Luis de la Puente. Tomo I: Meditaciones de la vía purgativa. Principios de la Iluminativa, o para purificar el corazón y obtener la perfecta imitación de Jesucristo, 1865 - [Negrillas son nuestras.]