"Considera que cosa dulce morir cuando se ha vivido bien. Es la muerte pena del pecado; con qué en rigor solamente debe causar dolor a las almas manchadas con la culpa. Y ¿cómo puede menos de llenar de consuelo y de alegrÃa a las que vivieron en un continuo ejercicio de las virtudes cristianas? ¿Puede dejar de morir contento el que muere santo?
La muerte de los justos, dice el Profeta, es preciosa en los ojos del Señor; le es muy agradable. Todo lo precioso se estima; en cualquiera parte en que esté se cuida mucho de ello. Más que mueran los justos destituidos de todo humano consuelo, como un san Pablo, primer ermitaño, como un san Francisco Javier; mas que mueran de repente, nunca es imprevista su muerte, siempre tiene Dios un cuidado de ellos muy particular. ¿Cómo puede dejar de ser feliz una muerte tan preciosa?
Con efecto, todo debe contribuir, y todo contribuye al consuelo de las almas justas en aquella hora. ¡Qué consuelo, qué gusto no siente en ella un hombre que vivió cristianamente, que se entregó a la virtud, que se dió al ejercicio de la penitencia! Y la esperanza de lo futuro, ¿cómo puede menos de mitigar los dolores del estado presente?
Ya en fin se pasó todo lo que parecÃa penoso en el servicio de Dios: ayunos, retiro, penitencias, mortificación, trabajos, desprecios, rigores, austeridad, todo se acabó; el bien y el mal igualmente se desvanecieron. ¡Qué consuelo el de aquella hora por no haber hecho todo el mal que se pudo! ¡y qué alegrÃa por haber practicado todo el bien que se debió! Y más cuando se trae a la memoria el dolor que entonces se tendrÃa de no haberlo practicado.
Por largo tiempo que se haya vivido, en aquella hora se representa como un solo instante el espacio que corrió entre el dÃa del nacimiento y el último dÃa de la vida. Pues ¿cómo podrá uno dejar de darse a sà mismo el parabien de haber prevenido, por medio de una santa vida, los crueles remordimientos que sienten los pecadores en aquella hora?
¿De qué me servirá al presente, dice un moribundo, haber brillado, haber hecho una gran fortuna, haber tenido amigos poderosos, haber poseido los primeros empleos? ¿De qué me servirá haberme hallado en todas las diversiones, haber sido hombre de corte, haber seguido las máximas del mundo? Ahora condeno, y condenaré por toda la eternidad estas perniciosas máximas. ¿De qué me servirá todo esto, si no trabajé en mi salvación? Ni todos los bienes ni todas las conexiones del mundo son capaces de diferir mi muerte por un solo instante; desterrado estoy ya para siempre de todos los pasatiempos, de todos los concursos, de todos los gustos de esta vida. ¿Qué consuelo puede causar la memoria de los entretenimientos pasados, ni de todas las fiestas mundanas? ¡Oh, y qué cuerdamente obré cuando detesté con tiempo aquello que me habÃa de condenar por toda la eternidad! ¡Ah, que al presente, quisiera o no quisiera, todo lo habÃa de dejar; me habÃa de arrancar de aquellos gustos, habÃa de romper aquellos lazos! ¿Qué te parece? ¿No servirá de gran consuelo, no causará un suavÃsimo gozo el haberlos hecho pedazos muy de antemano voluntariamente?
Considera la impresión que hacen, asà en el ánimo como en el corazón de un moribundo ajustado, las reflexiones que le ocurren cuando está para morir, después de haber tenido una vida verdaderamente cristiana.
El punto que se trataba era no menos que de una eternidad feliz, o de una eternidad desdichada. Mi salvación era mi único negocio; haber manejado con acierto todos los demás, y haber errado este, seria haberlo perdido todo, y estuve muy a peligro de errarle. ¡ Ay de mà si le hubiera desacertado! Este pensamiento me estremece; pero acertéle por la misericordia de mi Dios. ¡Oh Señor, y cuánto consuela este pensamiento!
Representémonos un hombre que viene de una provincia muy distante para un negocio de la mayor consecuencia. Trátase en él no menos que de su honra, de su hacienda y de su vida; llega en el tiempo critico para hablar al prÃncipe, para informar a los jueces, para responder a las acusaciones, para justificar su causa: un dÃa, o dos horas más que se hubiera detenido, ya llegaba tarde; cerrábase el proceso, y se le condenaba a muerte sin remedio. ¡Qué gozo serÃa el de este hombre por no haberse detenido a fiesta ni a diversión en el camino! ¡Pues qué si por haber hecho aquella diligencia se le proporciona una deshecha fortuna; si va a ser colmado de bienes y de honras; si le declara el prÃncipe por su valido o por su primer ministro; qué consuelo, qué gozo será el suyo por haber llegado tan a tiempo!
¿Se arrepentirá entonces de no haberse detenido a gozar algunas fiestas, o de no haber disfrutado alguna mayor comodidad con que pudo hacer la jornada, haciéndola más despacio? Sobre todo si llega a entender que tantos otros que hacÃan el propio camino y se hallaban en el mismo caso, o por dejarse vencer de las importunas instancias de sus falsos amigos, o por haber hecho muchas paradas, o por querer caminar con todas las conveniencias, perdieron el pleito, y para colmo de su desdicha, después de perder toda la hacienda, perdieron también la vida en una afrentosa horca. Imagina, si es posible, pensamiento de mayor consuelo, gozo mas puro ni más sólido, satisfacción más completa. Pues todo esto no es más que una imperfecta figura de lo que pasa en la muerte de los justos. ¡Buen Dios, y qué gusto es hablar en el puerto de los peligros que se corrieron, y dichosamente se evitaron en el golfo! Dos horas después de la muerte ¡cuánto consuelo causa la memoria de los trabajos que se padecieron por Dios durante el curso de la vida! ¿Vino jamás al pensamiento de un moribundo el arrepentirse de no haber seguido con más ardor las locas máximas del siglo; de no haber vivido con mayor regalo; de haber hecho una vida demasiadamente cristiana, recogida y pura; de haber sido más humilde, más contenido y más mortificado de lo que fuera justo? Al contrario, entonces se llora el mucho tiempo que se malogró en las profanas diversiones del mundo; llórase el haber amado tanto la profanidad, la vanidad y los pasatiempos; llórase el haberse dejado tiranizar de los respetos humanos, ¡Ah, que acaso nuestra vida está únicamente llena de todo aquello que causa cruel dolor y amargo arrepentimiento en la hora de la muerte!
No permitáis, Señor, que algún dÃa me sirvan de esta desconsolada materia tan saludables y tan concluyentes reflexiones. Asistidme con vuestra divina gracia para que viva como vivieron los Santos, a fin de morir como los Santos murieron, y acompañarlos después en la vida eterna de la gloria. Amen.".
Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los dÃas del año" por el P. Jean Croisset, S.J., DÃa 23, Tomo: Junio - [Negrillas son nuestras.]