Digo terrible para el pecador, que dormido en las vanas esperanzas de conversión, llega finalmente a este último momento lleno de deseos, vacío de buenas obras, casi sin haber conocido a Dios, y sin poder ofrecerle más que sus delitos y el pesar de ver acabarse unos días que juzgaba habían de ser eternos. Digo, pues, que no hay cosa más terrible que la situación de este infeliz en los últimos instantes de su vida, y que a cualquiera parte que se vuelva, ya sea que se acuerde de lo pasado, ya considere lo que actualmente pasa a su vista, ya finalmente penetre con los ojos del alma aquel porvenir fatal que está ya tocando, todos estos objetos, que son los que por entonces pueden solamente ocuparle y presentársele, no le ofrecen más que tristeza y desesperación, despertando en él unas imágenes las más funestas y tristes. Porque, ¿qué puede ofrecer el tiempo pasado a un pecador, que tendido en la cama de la muerte empieza a no contar con su vida, y que en el rostro de todos los que le rodean lee la terrible noticia de que para él se acabó todo? ¿Qué ve en la larga sucesión de días que ha pasado en la tierra? Ve trabajos inútiles, deleites que solo han durado un instante, y delitos que van a durar eternamente. Trabajos inútiles: preséntasele de un golpe toda su vida pasada, y no ve en ella más que una violencia y una agitación eterna e inútil; acuérdasele todo lo que ha sufrido por el mundo que se le huye, por una fortuna que se desvanece, por una reputación que no le acompaña en la presencia de Dios, por unos amigos que pierde, por unos señores que van a olvidarle, por un nombre que solo quedará escrito sobre las cenizas de su sepulcro. ¡Qué pena entonces para este desdichado, el ver que habiendo trabajado toda su vida, nada ha ganado para si! ¡Qué pesar el haberse hecho tantas violencias, sin haber podido adelantar nada para el Cielo, haberse tenido siempre por muy débil para el servicio de Dios, y haber tenido fuerza y constancia para ser mártir de la vanidad de un mundo que va a perecer! Entonces es cuando empieza, aunque tarde, a hablar consigo mismo en un estilo que hemos oído muchas veces: ¿Con que no he vivido sino para la vanidad? ¡Ay de mi! ¿Había acaso necesidad de tantos trabajos y molestias para perderse? ¡Qué locura ha sido el haber sufrido para perderme, lo que no hubiera tenido necesidad de sufrir para salvarme; y haber tenido la vida de los justos por una vida triste e insufrible, pues nada han hecho por Dios tan difícil, que no haya yo hecho cien veces por el mundo, que es nada, y de quien por consiguiente nada pudiera esperar! Ambulavimus vias difficiles.... erravimus a via veritatis (Sap. 5,7.6).
No solo halla en su vida pasada el pecador que muere trabajos perdidos, halla también la memoria de sus placeres; y esta memoria es la que le consterna y le consume. Halla unos placeres que solo han durado un instante: ve que ha sacrificado su alma y su eternidad a un momento fugitivo de deleite y embriaguez, ¡Infeliz! habíale parecido demasiado larga la vida para consagrarla toda entera a Dios; no se atrevía a emprender en tiempo el partido de la virtud, temiendo no poder sufrir la molestia, sus dilaciones y las resultas; miraba los años que aun le fallaban como un espacio inmenso que era preciso andar, llevando sobre si la cruz, viviendo separado del mundo y ejercitándose en obras de cristiano. Este solo pensamiento detuvo siempre sus buenos deseos; esperaba para volverse a Dios la última edad, como en la que es más segura la perseverancia. ¡Qué espanto el ver en esta última hora, que lo que le había parecido tan largo no ha durado más que un instante; que su niñez y su vejez se tocan tan de cerca, que no forman más que un solo día; y que desde el seno de su madre hasta el sepulcro no ha dado más que un paso! Los días de mis deleites se huyeron, dice entonces el pecador hablando consigo mismo, pero con distintas disposiciones que el santo Job; estos días que han sido el motivo de todas las desgracias de mi vida, que han turbado mi sosiego, y aun la tranquilidad de la noche me la han mudado en pensamientos lúgubres y tristes: Dies mei transierunt, cogitationes mea dissipatae sunt torquentes cor meum (Job 17,11). ¡Y con todo eso, oh gran Dios, castigaréis los pesares e inquietudes de mi vida desgraciada! ¿Escribís contra mi en el libro de vuestra indignación todas las amargaras de mis pasiones, y preparáis una desgracia eterna y sin medida a los deleites que han sido siempre el motivo de todas mis desgracias? Scribis enim contra me amaritudines, et consumere me vis peccatis adolescentiae mea? (Job 13,26)"
Fuente: "Tesoro de Oratoria Sagrada: Diccionario Apostólico" [Tomo 10], 1860 - [Negrillas son nuestras.]