"Punto Primero.- Considera que la salvación eterna es aquel tesoro escondido, cuyo valor ignoran muchos haciendo poca reflexión de su importancia, al mismo tiempo que los prudentes lo sacrifican todo por lograrle. No tenemos negocio que nos importe más, ni podemos aspirar a mayor fortuna.
Del buen o mal suceso de este negocio depende ser eternamente felices, o eternamente desdichados. Todos los demás solo se nos permiten en cuanto nos ayudan a salir bien con este. Perdido este negocio, todo se perdió; pues se perdió para nosotros sin recurso el mismo Dios, que encierra todos los bienes.
Es, pues, mi salvación un gran negocio, y tan grande, que no es posible otro de mayor consecuencia, ni que me interese más. Un gran negocio de tal manera se sorbe todos los demás, que apenas deja tiempo para pensar en ellos. Cuando se sale bien en aquel, es fácil consolarse en la pérdida de los otros. Para hacer un gran negocio a nada se perdona; destreza, amigos, empeños, diligencias, razones, todo se pone en movimiento; sacrifícanse a su logro las diversiones, la quietud, y hasta los mismos bienes. ¿Hacemos otro tanto por el negocio de la salvación?
Este es mi principal negocio; todo se debe dirigir a él, y a él debe ceder todo. Pero ¡ah, que él cede a todo lo demás! ¿Nos ocupa mucho este gran negocio? ¿Es la salvación el objeto de nuestros deseos, de nuestras acciones, de nuestros pensamientos? ¡Espantoso desorden! apenas se considera la salvación como negocio; no hay cosa mas olvidada. Y ¿no seria un portento que procediendo de esta manera lográramos la salvación?
No tenemos cosa mas indispensable que esta. Que se haya perdido una batalla, que se haya perdido todo un reino; paciencia: que se haya perdido una rica herencia, un pleito, un grande empleo; paciencia: que se hayan perdido todos los bienes, la salud, la misma vida; paciencia: nos resta el consuelo de salvarnos; este es nuestro recurso; pero ¿qué consuelo restará al que se condenó?
No es absolutamente necesario que yo sea rico, ni poderoso, ni hábil; pero es absolutamente necesario que me salve. Mira si hay alguna otra cosa que te sea mas necesaria, ni aun tanto. Pero ¿lo hemos creído así? Cuando apenas hago nada por mi salvación, y no haciendo por ella más de lo que hago, ¿Creo seriamente que no hay para mí otra cosa más necesaria? ¿Creo que el que se condena se condena para siempre?
Y bien, Señor, ¿cuál será mi suerte a vista de mi conducta? ¿Me salvaré? ¿Qué respondería yo a otro que, viviendo como yo vivo, me preguntara si se salvaría?
Punto Segundo.- Considera que la salvación no solo es nuestro grande y nuestro principal negocio, sino nuestro negocio personal, el único que es rigurosamente nuestro. Haciendo tal negocio, consiguiendo tal cargo, cultivando tal posesión, ganando tal pleito, en rigor se hace el negocio de los hijos o de los herederos; se hace el negocio de otros; solo en salvarme hago el negocio propio; es tan mío, que ninguno otro le puede hacer por mí. Pero ¿he trabajado mucho en él? ¿está muy adelantado?
Si al salir de este mundo todo lo has hecho bien menos tu salvación, nada hiciste para tí: tus amigos, tus herederos, tus parientes, por quienes tanto afanaste, y acaso a costa de tu salvación, ¿te resarcirán esta pérdida? ¿te podrán servir de mucho? al contrario, si hiciste tu salvación, aunque hubieses desacertado todo lo demás, hiciste para siempre tu fortuna; nada te afligirá, ni te restará más que hacer. Mi Dios, ¿dudamos por ventura de esta verdad? Pero si la creemos, ¿cómo se puede componer con nuestra fe nuestra inacción, nuestra indiferencia y nuestra insensibilidad?
El negocio de la salvación es delicado; no le hay más espinoso, ni que pida mas atención. ¡Cuántos enemigos hay que combatir, cuántos estorbos que vencer, cuántos lazos que evitar! En esta vida todo es peligro, todo es tentación. Es preciso orar y velar sin intermisión, y hacerse continua violencia. El camino que conduce al cielo es angosto: en él, por decirlo así, nacen las espinas debajo de los pies. No es vida cristiana la que no es humilde, inocente y mortificada. Esta es la filosofía de Jesucristo; pero ¿es también la nuestra?
Diónos Dios toda la vida única y precisamente para trabajar en el negocio de nuestra salvación: juzgó que toda ella era necesaria para hacer bien este grande negocio; pero ¿nosotros hacemos el mismo juicio? ¿Cuánto tiempo empleamos en él? ¡Oh Dios! tenemos por lo menos certeza moral de que no trabajamos en nuestra salvación: la fe, la palabra de Jesucristo, nuestra misma razón nos está dictando que sin remedio nos condenaremos si continuamos en vivir como basta aquí; ¡y sin embargo perseveramos tranquilos en nuestra delicada ociosidad! Esta seguridad ¿en qué se fundará?
Dios mio, si estas reflexiones que hago, o, por mejor decir, si la gracia que me concedéis de que las haga no me mueve a trabajar sin dilación y seriamente en el negocio de mi salvación, ¿qué podré esperar? Pero todo lo espero de vuestra misericordia. Vos queréis mi salvación; yo quiero sinceramente salvarme; pues ¿quién tendrá la culpa si no me salvo?".
Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Jean Croisset, S.J., Día 24, Tomo: Julio - [Negrillas son nuestras.]