"Punto Primero.- Considera que todos, por decirlo asÃ, serÃamos todopoderosos, si nuestra confianza en Dios fuera viva, constante y perfecta. Fáltanos lo que habernos menester, solo porque nos falta la fe. Son desatendidas nuestras peticiones, y nuestras oraciones son ineficaces, porque es poca o ninguna nuestra confianza en Dios. Los sabios del mundo cuentan con su prudencia; los ricos con su oro; los jóvenes con su edad; los robustos con su salud; pareciéndoles que estos son firmes y sólidos fundamentos. Tiénese toda la confianza en el favor de los grandes, en la autoridad de los protectores, en el número de los amigos de suerte, que parece estamos persuadidos a que para nada hemos menester a Dios, con quien apenas se cuenta. Cada dÃa experimentamos la insuficiencia y la infidelidad de las criaturas, sin que por eso se disminuya la confianza que colocamos en ellas. No por eso nos desengañamos, ni dejamos de volver a apoyarnos en aquellas mismas cañas que tantas veces se doblaron, y tantas se hicieron pedazos en nuestras manos. ¿De dónde nacerá que confiemos tan poco en aquel Señor, cuyo poder es inmenso, infinito, y cuya fidelidad tenemos tan experimentada? ¿De dónde nacerá que estando como naturalmente sembrada esta virtud en nuestros corazones, como se nota aun en los mas impÃos, los cuales en los peligros grandes, en los accidentes repentinos levantan las manos al cielo, imploran la protección de Dios con cierto indeliberado movimiento; de dónde nacerá que no obstante este natural instinto nos cuesta tanto trabajo el colocar en el Criador toda nuestra confianza? Como esto es absolutamente ajeno de toda razón, no es posible señalar alguna de ello. Lo único que se puede decir es, que jamás hemos considerado las muchas que tenemos para hacer todo lo contrario; que es mucha nuestra falta de fe, y mayor la del amor a nuestro Dios; y que nuestra conciencia nos está continuamente reprendiendo nuestra tibieza, nuestra ingratitud y nuestra infidelidad. No cesamos de desagradar a Dios, de desobedecer su voluntad, de menospreciar su ley y sus preceptos; esto es lo que debilita y lo que enteramente apaga nuestra confianza en el Señor. Desconfiados de su bondad acudimos a cualquiera otro; y si, después de haber experimentado la insuficiencia o la infidelidad de las criaturas, recurrimos al Criador, lo hacemos por fuerza o por desesperación, y aun entonces con duda y con desconfianza,¡A vista de esto nos admiramos, y aun nos quejamos de que el Señor no nos oiga! Antes bien seria una especie de milagro si viéndonos en esta disposición nos alargara su benéfica mano.
Punto Segundo. Considera que verdaderamente es muy extraña la contradicción que se observa entre nuestra fe y nuestra conducta. Todos estamos convencidos de que Dios es el autor y el origen de todos los bienes, y que a sola su bondad debemos todos los dones que recibimos y todos los que esperamos recibir; pues ¿En qué consiste nuestra falta de confianza? Parece que no es posible inspirárnosla mayor, cuando solamente nos pide esta misma confianza para obligarse a asistirnos en todas nuestras necesidades. Credite quia accipietis: creed que recibiréis lo que me pidiéreis, y estad seguros de que sin otra diligencia lo recibiréis. Empéñanos Dios su palabra; esta es la mayor fianza de todo lo que nos promete; ella sola ciertamente debiera bastar para hacer inmoble nuestra confianza; después de esta seguridad parecÃa inútil por parte de Dios cualquiera otra precaución. Con todo eso, como la obligación del juramento se reputa entre los hombres por mayor y más sagrada que todas las demás, quiso el Señor añadir esta obligación a su palabra, para que estuviésemos más ciertos, dice san Pablo, de la inmutable firmeza de sus promesas. ¿Serán ya menester otras pruebas? ¿serán menester motivos más poderosos, razones más fuertes para despertar nuestra esperanza, para asegurar nuestra confianza, y para resucitar nuestra fe? ¿No es gran dicha nuestra que por acomodarse Dios a nuestra flaqueza se digne jurar por nuestro amor? ¿Pudiera darnos mayor prueba de la sinceridad con que desea concedernos todo lo que nos promete? O nos beatos, dice Tertuliano, quorum causa Deus juranti credimus! ¿Cuál, pues, debe ser la firmeza de una confianza asegurada sobre tantas obligaciones? ¿Qué tranquilidad y qué calma no deben producir en nuestros corazones unas esperanzas tan bien fundadas? ¿Cómo es posible que haya todavÃa accidentes que nos espanten, pérdidas que nos desesperen, revoluciones que nos asusten, teniendo a un Dios que nos ofrece y nos asegura su protección y su asistencia? Con todo eso, es mucha verdad que la desconfianza y el temor reinan casi universalmente en los corazones.
Estoy, Dios mio, tan persuadido a que veláis sobre los que confÃan en Vos, y a que nada puede faltar a quien espera en Vos todas las cosas, que estoy resuelto a dejar desde aquà adelante en manos de vuestra providencia todas mis inquietudes y todos mis cuidados. Podrán los hombres despojarme de los bienes y de la honra; podrán las enfermedades debilitarme las fuerzas; podré yo mismo ser tan infeliz que pierda vuestra gracia por el pecado; pero jamás perderé la esperanza, conservaréla hasta el último momento de mi vida; en vano procurarán arrancármela los mayores esfuerzos de todos los demonios del infierno: In te, Domine, speravi, non confundar in aeternum".
Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los dÃas del año" por el P. Jean Croisset, S.J., DÃa 7, Tomo: Agosto - [Negrillas son nuestras.]