"Punto Primero.- Cuánto espanto y cuánta desesperación será la de un alma en el momento en que se vea citada a comparecer en el Tribunal de Dios, cuando no está prevenida ; y es preciso dar cuenta al supremo Juez, por quien ha de ser juzgada. ¡Oh, qué cosa tan terrible hallarse en el momento decisivo de su suerte eterna, con tantos motivos para temer!
Una juventud florida, una salud robusta, podÃan ser fiadores del tiempo inesperado: nos daban seguridades de que convalecerÃamos de una enfermedad; pero Dios no consulta nuestro parecer sobre el número de nuestros dÃas. Bástale tenernos advertidos que vendrá a pedirnos cuenta cuando menos lo pensemos. ¡Qué imprudencia aguardar a disponer las cuentas para aquella hora crÃtica! No se remite nuestra causa para otra audiencia: ya no hay más misericordia, no hay más indulgencia, ni más dilación.
Aquellos pecados graves no confesados, aquellas amistades por hacer, aquellas restituciones diferidas, aquellos propósitos de nueva vida dilatados, aquellas inspiraciones de la gracia mal atendidas, todo esto se representará de tropel para ahogar, y para desesperar a la pobre alma en mil remordimientos.
¿HabÃa entonces valor para decir que no se tuvo tiempo? ¿Pues qué tantos años perdidos lastimosamente, no fueron el tiempo que Dios nos concedió para disponernos a recibirle ? ¿Tuvimos este tiempo, para emplearlo en el importantÃsimo negocio de nuestra salvación, y lo malogramos? ¿Quién tuvo la culpa? PÃdeme Dios estrecha cuenta de tantos preceptos no obedecidos, de tantos consejos despreciados: y el alma desprevenida no tiene razones que alegar, ni satisfacciones que producir. ¡Oh, qué apuro tan temible! el más digno de evitar.
Punto segundo. Considera con cuantas inquietudes se vive cuando se tiene entre manos un pleito de grande consecuencia. Se consulta, se escribe, se toman infinitas precauciones, se medita lo que se ha de decir; ¡y con cuánto desasosiego se pasan los dÃas y las noches si se dilata la sentencia!
Pendiente tenemos todos un pleito que está para sentenciarse; sin que jamas haya habido, ni pueda haber otro mas delicado, ni más importante. El dÃa de la sentencia se ignora absolutamente; pero me tienen avisado que esté bien prevenido para responder a todos los artÃculos, sobre que me han de tomar la confesión: gracias, talentos, empleos, años, dÃas, horas y momentos: todo ha de ser examinado, todo juzgado con suma severidad. ¿Pues cómo no sé piensa en esto? ¡Y sin haber pensado bien en ello jamas, se espera a que venga el Juez, se comparece a su tribunal El nos avisó de su venida, sin señalarnos cuando; ¡Qué turbación, buen Dios, qué espanto, ser citado ante el Señor para dar mis cuentas y no tenerlas ajustadas!
Comprende, si es posible, los sobresaltos, las congojas y el desconsuelo que causa en aquel fatal momento el verse cogido de repente. ¡Ah si a lo menos tuviera el triste consuelo de no haber tenido tiempo; pero desdichado de mà que le tuve! ¡Si hubiera sabido el peligro de ser cogido de sorpresa, pero infeliz de mà que lo supe! ¡Si por lo menos no hubiera pensado en las funestas consecuencias de esta desprevención; pero miserable de mÃ, que muchas veces las tenia bien previstas; mas todo esto sin fruto. ¡Oh mi Dios! y qué prudentes fueron los Santos en tener siempre en las manos las lamparas encendidas! Qué dichoso fue San Abraham en haber pasado cincuenta años en el desierto sin pensar en otra cosa que en aquel momento decisivo, para que no le cogiese de improviso la venida del Soberano Juez. ¿Será posible, Señor, que aun después de estas reflexiones tenga yo la desgracia de ser sorprendido de la muerte? No permitáis, Señor, que sea ineficaz la resolución que tomo en este mismo punto. No habrá dÃa, no habrá hora en todas las que me diereis de vida, que no piense en este postrer momento."
Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los dÃas del año" por el P. Jean Croisset, S.J., DÃa 27, Tomo: Agosto - [Negrillas son nuestras.]