Todo fenece en este mundo y pronto - La Fe Cristiana

Todo fenece en este mundo y pronto



"FÅ“num agri quod hodie est, eras in clibanum mittitur. «Yerba del campo que hoy florece, y mañana se echa en el horno». (Matth.VI, 30)

Oid lo que son todos los bienes de este mundo: son como el heno del campo, que por la mañana nace y adorna con su verdor la campiña; por la tarde se seca y se le cae la flor, y al día siguiente es arrojado al fuego. Esto mismo mandó Dios predicar a Isaías cuando le dijo: Clama: El profeta le preguntó: ¿Qué es lo que he de clamar, Señor? Y Dios le respondió: Clama que toda carne es heno, y toda su gloria semejante a la flor del prado. Clama. Et dixi : Quid clamabo? Omnis caro foenum, et omnis gloria ejus quasi flos agri  (Isa. XI, 6). Por esto Santiago compara a los ricos de este mundo con las flores del heno, que al fin se han de pasar con toda su lozanía y pompa: Dives ... autem sicut flos foeni transibit ... ita et dives in itineribus suis marcescet.  (Jac 1,10 et 11). Se secan y son arrojadas al fuego: como sucedió al rico Epulón, que figuró pomposamente en este mundo, y después fue sepultado en los Infiernos: Mortuus est autem et dives, et sepultus est in inferno. (Luc. 16,22). Atendamos pues, cristianos, a salvar el alma, y a juntar riquezas para la eternidad que no termina jamás, puesto que en este mundo:

Todo fenece. Punto 1º.
Y fenece pronto. Punto 2º.

PUNTO I
TODO FENECE EN ESTE MUNDO

1. Cuando los grandes de la tierra estén embelesados en gozar de las riquezas y de los honores adquiridos, vendrá repentinamente la muerte, y le dirá: Dispone domui tuÅ“, quia morieris tu, et non vives: «Dispón de las cosas de tu casa; porque vas a morir y estás al fin de tu vida». (Isa. 38, 1) ¡Oh que nueva tan dolorosa será esta para ellos! Entonces dirán los desgraciados: ¡Oh que nueva tan dolorosa será esta para ellos! Entonces dirán los desgraciados: Adios mundo, adios granjas, a Dios esposa y parientes, adios amigos, adios banquetes y bailes, adios comedias, honores y riquezas; todo ha terminado para nosotros. Y sin remedio, quieran o no quieran, todo tienen que abandonarlo, según aquellas palabras del Salmo 48,18: «Cuando muriere el rico nada de lo que posee llevará consigo; ni su gloria le acompañará al sepulcro»: Cum interierit, non sumet omnia, neque descendet cum eo gloria ejus . San Bernardo dice, que la muerte obra una terrible separación entre el alma, el cuerpo y todas las riquezas del mundo: Opus mortis horrendum divortium. (Ser. 26, in Cant). Si a los grandes de la tierra, a quienes llaman felices los mundanos, es tan amargo el nombre solo de la muerte, que ni aun quieren hablar de ella, porque están enteramente ocupados en hallar paz en sus bienes terrenos, como clama el Eclesiástico (41,1): «¡Oh muerte , cuan amarga es tu memoria para un hombre que vive en paz, en medio de sus riquezas!»: O mors, quam amara est memoria tua homini pacem habenti in substantiis suis! ¿Cuanto más amarga será la muerte misma cuando se les presente en la realidad? ¡Ay de aquél que está pegado a los bienes caducos de este mundo! Toda separación causa dolor; por esto cuando, cuando el corazón se separe, por medio de la muerte, de aquellos bienes en el que el hombre había puesto su confianza, debe experimentar un profundo dolor. Esta reflexión hacía clamar al rey Agag, cuando se le anunció que iba a morir: Siccine separat amara mors!: «¡Con que así me ha de separar de todo la amarga muerte!» (I. Reg. 15,32) Tal es la gran miseria de los poderosos que viven pegados a las cosas de este mundo. Cuando están próximos a ser llamados al juicio divino, en vez de ocuparse en preparar su alma, se ocupan de pensar en las cosas de la tierra. Pero este, dice San Juan Crisóstomo, «es el castigo que espera a los pecadores, que por haberse olvidado de Dios en esta vida, se olvidan de sí mismos a la hora de la muerte» Hac animadversione percutitur impius, tu moriens obliscatur sui, qui vivens oblitus est Dei.

2. Por más apego que los hombres hayan tenido a las cosas de este mundo, las han de abandonar sin remedio al fin de su vida. Con razón decía Job: Nudus egressus sum de utero matris meae, et nudus revertar illuc.: «desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo iré al sepulcro» (Job. 1,21). Aquellos que han consumido toda su vida y han perdido el sueño, la salud y el alma, en acumular bienes y rentas, nada han de llevar consigo después de la muerte. Los desventurados abrirán los ojos y nada verán de cuanto han adquirido a costa de tantos afanes. Y en aquella noche de confusión, cuando vean abierto el abismo de la eternidad, estarán oprimidos de una tempestad de penas y ansiedades. Dives, cum dormierit, nihil secum auferet : aperiet oculos suos, et nihil inveniet … nocte opprimet eum tempestas. (Job 27,19 et 20). Cuenta San Antonio, que Saladino, rey de los Sarracenos, mandó antes de morir, que cuando le llevasen  enterrar, llevaran delante de su cadáver la mortaja con la que debía ser enterrado, y que fuese uno gritando de esta manera: Esto es lo único que Saladino lleva al sepulcro de todas cuantas riquezas poseía. Cuenta además, cierto filósofo de Alejandro Magno después de su muerte, decía: Aquél que hacía temblar la tierra, ahora está oprimido bajo un poco de tierra, y aquél a quien no bastaba todo el mundo, le bastan al presente cuatro palmos de terreno. De otro refiere San Agustín, que estando contemplando el sepulcro de César exclamó: A tí te respetaban los príncipes , te veneraban las ciudades, te temían todos; ¿dónde está ahora tu poder?: Te verebantur principes, te colebant urbes, te timebant omnes; quo ivit tua magnificentia? (Serm. 28 ad Frat.) Que en substancia, es lo mismo que dijo David, por estas palabras: Vidi impium superexaltatum, et elevatum sicut cedros Libani, et transivi, et ecce non erat: Ví yo al impío sumamente ensalzado, y empinado como los cedros del Líbano; pasé de allí a poco, y he que no existía ya. (Psal. 36,35 et 36) ¡Cuantos ejemplos semejantes vemos todos los días en el mundo! Aquel pecador, que antes era despreciado y pobre, pero después se enriqueció y adquirió honores y dignidades, por lo cual era envidiado de todos sus conocidos, muere al fin, y todos dicen: Este hizo fortuna en el mundo, pero ha muerto, finalmente, y todo acabó para él.

3. Si todo perece, como vemos, ¿que motivo tenemos de ensoberbecernos? Quid superbis terra et cinis?: «¿De que ensoberbece el que no es más que tierra y ceniza?» (Eccl. 10,9) Así habla el Señor a los que se engríen con los honores de las riquezas de este mundo. ¡Ay de ellos! nos dice, ¿de donde dimana tanta soberbia? Si poseéis honores y bienes, acordaos de que sois polvo, y en polvo os habéis de convertir: Quia pulvis es, et in pulverem reverteris. (Gen.3,19) Y después de la muerte, ¿de que servirán esos honores que ahora os engríen? Id a un cementerio, dice San Ambrosio, en donde están sepultados ricos y pobres, y ved si entre ellos podéis distinguir entre pobres y ricos: todos están allí desnudos y no tienen otra cosa sino unos pocos huesos sin carne: Respice sepulcra, dic mihi, quis ibi dives, quis pauper sit? (Lib. 6, Exam. Cap. 8.). ¡Cuánto ayudaría a todos los que viven en medio del mundo la memoria de la muerte! Ipse ad sepulcra ducetur, etcongerie mortuorum evigilavit. (Job 21,52.). A la vista de aquellos cadáveres recordarían que han de morir, y qué han de estar un día como están aquellos; y de este modo despertarían del sueño mortal a que se hallan entregados. Pero el mal está en que los hombres mundanos no quieren pensar en la muerte, sino cuando llega, y en la hora crítica en que han de abandonar éste mundo y entrar en la eternidad. He aquí porque viven  tan apegados al mundo, como si jamás hubiesen de abandonarle. Sin embargo, bien pronto lo abandonaremos, porque nuestra vida es muy breve, como vamos a ver en el punto segundo.

PUNTO II
TODO PERECE PRONTO

4. Bien saben y creen los hombres que han de morir; pero se figuran la muerte ta remota de ellos, como si nunca hubiese de llegar. Mas Job nos avisa, que la vida del hombre es breve, por estas palabras: Homo brevi vivens tempore, quasi flos egreditur et conteritur: «El hombre vive por corto tiempo; sale como una flor que nace y luego es cortada y se marchita». (Job. 16,2) Al presente, la salud del hombre es tan endeble, que la mayor parte de ellos mueren antes de llegar a los sesenta años, como lo acredita la experiencia. ¿Y que cosa es nuestra vida, exclama Santiago, sino un vapor, que por poco tiempo aparece y luego desaparece? Una fiebre, una pulmonía, un catarro, arrebata al hombre, y deja de existir: Quae est enim vita vestra? Vapor est ad modicum parens. (Jac. 4,15.). Por esto decía la Tecuita a David: Omnes morimur, et quasi aquae dilabimur in terram, quae non revertuntur: «Todos nos vamos muriendo, y deslizando como el agua derramada por la tierra la cual nunca vuelve atrás». (2. Reg. 14,14). Y a fe que decía la verdad. Así como corren hacia el mar todos los ríos y todos los arroyos, sin que vuelvan hacia atrás las aguas que llevan; así pasan los años de nuestra vida, y nos aproximan a la muerte.

5. Y no sólo pasan, sino que pasan presto, como decía Job (9,25) Dies mei velociores cursore: «Mis días han corrido más velozmente que una posta. Porque cada paso que damos, cada vez que respiramos, nos vamos acercando más y más a la muerte». San Jerónimo solía decir, mientras estaba escribiendo, que se iba acercando a su fin a medida que escribía: «mientras escribo, se va acortando mi vida». Quod scribo, de mea vita tollitur. Debemos pues decir con Job : Acórtanse nuestros días, y con ellos pasan los placeres, los honores, las pompas y vanidades de este mundo, y solo nos resta el sepulcro: Et solum mih superest sepulchrum (Job. 17,1.). Toda la gloria de las fatigas que hayamos sufrido en este mundo para adquirir fama de hombres de valor, de literatos, o de grandes ingenios, ¿en qué vendrá a parar? en que seremos arrojados a la huesa que sepultará todo nuestro orgullo y vanidad. ¿Con que mi bella casa, dirán los hombres mundanos, mi jardín, mis muebles de gusto exquisito, mis pinturas, mis lujosos vestidos, ya no serán míos dentro de breve tiempo, y solo me pertenecerá el sepulcro: El solum mihi superest sepulchrum?

6. En efecto, así sucederá:y si el hombre ha vivido distraido y entregado a los negocios del mundo, ¡cuál será su aflicción cuando el temor de la muerte que hace olvidar todas las cosas de esta vida, comience a apoderarse de su alma y le obligue a pensar en la suerte que le ha de caber después en la eternidad! Cumpulsare animam incipit metus mortis (ignis instar praesentis vitae omna succedens) philosolparieam cogit, et ua solicita menta versari, (S. Joan. Chrysost. serm. in 2. Tim.) Entonces, como dice Isaías, se abrirán los ojos de los ciegos, es decir, de aquellos que pasaron toda su vida en atesorar bienes mundanos y descuidaron de los intereses de su alma: Tunc aperientur oculi caecorum. (Isa. 35,5.) Para todos estos se verificará lo que dice el Señor, a saber, que la muerte los sorprenderá cuando menos piensen: Qua hora non putatis, filius hominis veniet. (Luc. 12,40). A estos desventurados siempre los sorprende la muerte; y eso no obstante, en aquellos últimos días de su vida deberán ajustar las cuentas de su alma, correspondientes a los cincuenta o sesenta años que hayan vivido en este mundo. Entonces desearán otro mes, otra semana más para poderlas ajustar mejor y tranquilizar su propia conciencia; pero buscarán paz y no la hallarán: Pacem requirent et non erit. (Ezech. 7,25) Y viendo que les es negado el tiempo que piden, leerá el sacerdote la órden divina de partir presto de este mundo, diciendo: Proficiscere, anima, christiana, de hoc mundo: Parte alma cristiana de este mundo. ¡Oh qué viaje tan peligroso harán a la eternidad los mundo muriendo en medio de tantas tinieblas y confusión, por no haber arreglado bien la cuenta que tienen que dar ante el supremo Juez!

7. Pondus et statera judicia Domini . Pesados están en fiel balanza los juicios del Señor. (Prov. 16,11.) En aquel tribunal no se examinan la nobleza, los honores ni las riquezas. Solamente se pesan dos cosas, a saber: los pecados del hombre, y las gracias que Dios le concedió. El que se encuentre que ha correspondido a las luces e inspiraciones que recibió, será premiado; y el que no, será condenado. Nosotros no nos acordamos de las gracias divinas, pero se acuerda el Señor; y cuando el pecador las ha despreciado hasta cierto punto, permite que muera en su pecado: Quae enin seminaverit homo, haec et metet. (Galat. 6,8). Y entonces las fatigas que sufrió para obtener empleos, riquezas y aplausos en el mundo, se pierden enteramente: sirviendo para la vida eterna solamente las obras y las tribulaciones sufridas por Dios.

8. Por esta razón nos exhorta San Pablo, y aun nos ruega, que atendamos a lo que más nos importa: Rogamus autem tos fratres... tu vestrum negotium agatis. (1 Thess, 4,10 et 11). Os ruego, dice, hermanos míos, que atendáis a vuestro negocio. ¿Y de qué negocio os parece que habla San Pablo?¿Habla acaso de acumular dinero, y de adquirir celebridad en este mundo? No; habla del negocio de nuestra alma, es decir, de nuestra salvación: Negotiamini, dum venio. (Luc. 19,13.) El negocio por el cual el Señor nos colocó y nos conserva en este mundo, es el de salvar el alma y conseguir la vida eterna por medio de las buenas obras. Este es el único fin para que fuimos criados, como dice San Pablo: Finem vero vitam. aeternam. (Rom. 7,22.). La salvación del alma es para nosotros, no solamente el negocio más importante, sino también el principal y aun el único; porque si salvamos el alma todo lo hemos salvado, y si la perdemos todo lo hemos perdido. He aquí lo que la verdad eterna nos dice: ¿De qué aprovecha al hombre hacerse dueño de todo el mundo, si pierde su alma? Por esta razón nos dice también la santa Escritura que debemos combatir hasta el último aliento por la justicia, hasta la muerte, es decir por la observancia de la ley divina: Agonizare pro anima tua, et usque ad mortem certa pro justitia. (Eccl. 4,33.) Y este es aquel negocio que nos recomienda el divino Salvador, cuando nos dice: Negotiamin dum venio. Palabras que nos dan a entender cuanto nos importa tener siempre en la memoria el día en que vendrá a pedirnos cuenta de toda nuestra vida.

9. Todas las cosas que hubiéremos adquirido en este mundo, los aplausos, los honores, las riquezas, han de terminar, como hemos dicho, y han de terminar bien presto; porque la escena o apariencia de este mundo pasa en un momento, como dice San Pablo: Praeterit figura hujus mundi. (1. Cor. 7,31). Dichoso aquel que desempeña bien su papel en ella, posponiendo los intereses corporales a los espirituales y eternos de su alma; lo que se nos da bien a entender por estas palabras: El que aborrece o mortifica su alma en este mundo, la conserva para la vida eterna: Qui odit animam suam in hoc mundo, in vitam aeternam custoditeam. (Joan. 12,25). Es necedad grande de los mundanos el decir, dichoso aquel que tiene dinero. El verdadero dichoso es aquel que ama a Dios y sabe salvarse. Esto es lo único que pedía al Señor el santo rey David: Unam petii a Domino, hanc requiram. (Psal. 26,4.). Y San Pablo decía que despreciaba todos los bienes mundanos como si fuesen estiércol, para conseguir la gracia de Jesucristo que nos adquiere la vida eterna. Omnia detrimentum feci, et arbi ut stercora , ut Christum lucrifaciam. (Phil. 3,8).

10. Algunos padres de familia suelen decir: Yo no me afano tanto por mí, como por mis hijos, a fin de dejarlos bien colocados. Pero yo les respondo: si vosotros disipaseis los bienes que poseéis, y dejaseis sumergidos en la pobreza a vuestros hijos, obrariais mal y pecariais; pero obrais todavía peor, si perdéis el alma por dejará vuestra familia bien colocada. Y sino, decidme: si vais al infierno ¿Irán vuestros hijos a sacaros de allí? Además, el santo rey David dice, que nunca vió desamparado al justo, ni a sus hijos mendigando el pan: Non vidi justum derelictum, nec semen ejus quarens panem. (Psal. 36,25). Atended pues al servicio de Dios, y obrad con arreglo á la justicia; que el Señor no dejará de proveer a vuestros hijos de lo que necesiten; y vosotros os salvaréis y conseguiréis aquel tesoro de felicidad eterna que nadie os podrá quitar, cuando los bienes de este mundo nos los pueden arrebatar los ladrones y la muerte. A esto nos exhorta el santo Evangelio cuando nos dice: Atesorad tesoros en el cielo, donde no hay orín, ni polilla que los consuma, ni tampoco ladrones que los desentierren y roben: Thesaurizate autem vobis thesauros in caelo, ubi neque aerugo, neque tinea demolitur: et ubi fures non efodiunt nec furantur. (Matth. 6,20). Propongámonos por lo tanto, como fin principal de todas nuestras acciones, él conseguir la vida eterna, y usemos de los bienes temporales únicamente para conservar la vida en el breve plazo de tiempo que hemos de vivir en este miserable valle de lágrimas. Meditemos sin cesar, que estamos aquí como pasajeros, pero encargados de una comisión muy importante que es nuestra salvación; y que si no acertamos el desempeño de este negocio, en vano nacimos, en vano trabajamos, en vano fuimos redimidos con la sangre de Jesucristo, puesto que por nuestro descuido y nuestros vicios nos condenaremos, a pesar de haber sido rescatados de la esclavitud del demonio con la sangre preciosa de nuestro divino Redentor."

Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, 1847 - [Negrillas son nuestras.]

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