La Fe Cristiana: Confianza
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La Conformidad con la Voluntad de Dios (Sermón de San Alfonso María de Ligorio)


"La Conformidad con la Voluntad de Dios", sermón para el domingo de Pentecostés por San Alfonso Maria de Ligorio.

"Si, entonces, deseamos el don del amor divino, debemos suplicar constantemente al Espíritu Santo para que nos haga conocer y hacer la voluntad de Dios. Imploremos continuamente su luz para conocer y su fuerza para cumplir la voluntad divina."

Fuente: Audio: Pentecost Sunday: On Conformity To The Will Of God Saint Alphonsus de Liguori http://traditionalcatholicsermons.org/

La Oración (Sermones del Santo Cura de Ars)


"La oración" Sermón para el quinto domingo después de Pascua por el Santo Cura de Ars.

"La oración nos hace amigos de Dios, enriquece nuestras almas y nos asegura la vida eterna."

Fuente: "The Sunday Sermons of the Cure of Ars" Fifth Sunday after Easter – Prayer Sermon read by AM. Holy Family Publications https://jmjsite.com/

Sobre las Aflicciones (Sermones del Santo Cura de Ars)


"Las Aflicciones" Sermón para el tercer domingo después de Pascua por el Santo Cura de Ars.

"Es nuestra impaciencia, nuestra falta de sumisión a la voluntad de Dios, nuestra falta de confianza en Él, lo que nos hace tan infelices, y que es la causa de que aumenten nuestros pecados en lugar de disminuirlos, ofreciendo nuestros sufrimientos en expiación. ¡Qué desafortunada y llena de desesperación es la vida de quien olvida para qué le envió Dios una cruz!"

Fuente: "The Sunday Sermons of the Cure of Ars" Third Sunday after Easter – Tribulations Sermon read by AM. Holy Family Publications https://jmjsite.com/

Consolación en la adversidad (Sermón del P. Francis Hunolt)


"Consolación en la adversidad", sermón para el tercer domingo después de Pascua por el P. Francis Hunolt, SJ.

"Desgraciadamente están engañados los que consideran que los hijos vanos del mundo, que se complacen en su sensualidad, son felices."

Fuente: Short Sermons of Father Francis Hunolt 3rd Sunday after Easter "Consolation in adversity" Sermón leído por AM Holy Family Publications https://jmjsite.com/

Sobre la Perseverancia (Sermones del Santo Cura de Ars)


"La Perseverancia", sermón para el segundo domingo después de Pascua por el Santo Cura de Ars.

"La oración es indispensable para obtener la perseverancia"

Fuente: "The Sunday Sermons of the Cure of Ars" Second Sunday after Easter – On Perseverance Sermón leído por AM Holy Family Publications https://jmjsite.com/

Sobre la utilidad de las tribulaciones



"Joanes auten cum audisset in vinculis opera Christi, ...
«Juan habiendo en la prisión oído las obras de Cristo, ...
(Matth; XI, 2).».

Dios enriquece en el tiempo de la tribulación a las almas que ama con mayores gracias. Ved a San Juan, que entre las cadenas y estrecheces de la cárcel, conoce las obras maravillosas que hacía Jesucristo: Cum audisset Joannes in vinculis opera Christi. Grande e inapreciable es la utilidad que nos resulta de las tribulaciones. Y el Señor nos las envía, no porque quiera nuestro mal, sino porque anhela nuestro bien; y por lo mismo, debemos recibirlas cuando las envía, y darle también rendidas gracias, no solamente resignándonos a cumplir su divina voluntad, sino alegrándonos de que nos trate como trató a su divino hijo Jesús, cuya vida sobre la tierra fue un tejido de penas y de dolores. Procuraré haceros ver en mi breve discurso:

Cuán útiles son las tribulaciones: Punto 1°
Como debemos portarnos en ellas: Punto 2°

Punto 1
Cuán útiles son las tribulaciones
1. El que no ha sido tentado ¿qué es lo que sabe ? El que tiene mucha experiencia, pensará muchas cosas, y el que aprendió muchas cosas, muchas contará: Qui non est tentatus, quid scit? Vir in multis expertus, cogitabit multa, et qui multa didicit, enarabit multa. (Eccl. 54,9.) El que siempre ha vivido en la prosperidad y no tiene experiencia de la adversidad, no sabe nada acerca del estado de su alma. El primer buen efecto de la tribulación, es abrirnos los ojos que la prosperidad nos tiene cerrados. Ciego estaba San Pablo cuando se le apareció Jesucristo, y entonces conoció los errores en que vivía. Recurrió a Dios el rey Manasés estando preso en Babilonia, y conoció sus pecados e hizo penitencia de ellos: Postquam coangustiatus est, oravit Dominum… et egit pænitentiam valde coram Deo. (2. Paral. 55. 12.) Cuando el hijo pródigo se vió reducido a guardar puercos, y afligido del hambre, dijo: Surgam et ibo ad patrem meum. (Luc. 15.) Iré y me echaré a los pies de mi padre. ¿Cuando abrieron los ojos para ver y detestar sus culpas San Pablo, Manasés, y el hijo pródigo? Habéis visto que en la tribulación. Mientras vivieron en la prosperidad, solamente pensaban en el mundo y en los vicios.

El segundo buen efecto de la tribulación es separarnos del apego que tenemos a las cosas de la tierra. Cuando la madre quiere destetar a su hijo de pechos, pone hiel en el pezón, para que el niño le aborrezca, y se acostumbre a comer. Lo mismo hace Dios con nosotros para apartarnos de los bienes terrenales: pone hiel en las cosas terrenas, para que hallándolas nosotros amargas, las aborrezcamos, y amemos los bienes celestiales. San. Agustin dice: Ideo Deus felicitatibus terrenis amaritudines miscet, ut alia quaeratur felicitas, cujus dulcedo non fallat. (Sern. 29. de verb. Dom.) Que quiere decir: que hace Dios amargas las cosas terrenas, para que busquemos otra felicidad, cuya dulzura no nos engañe.

El tercero consiste, en que aquellos que viven en la prosperidad son molestados de la soberbia, de la vanagloria, del orgullo, del deseo inmoderado de adquirir riquezas, honores y placeres. De todas estas tentaciones nos libran las tribulaciones, y nos hacen ser humildes, y contentarnos con el estado y condición en que Dios nos ha colocado. Por esto escribia el Apóstol: A Domino corripimur, ut non cum hoc mundo damnemur. (1. Cor. 32.) Nos arrebata el Señor por medio de la tribulación, para que no seamos condenados con este mundo.

2. El cuarto es, que sirven las tribulaciones para satisfacer por los pecados cometidos, mucho mejor que las penitencias que nosotros hacemos voluntariamente. San Agustin dice: Intellige medicum esse Deum, et tribulationem medicamentum esse ad salutem. Sepas que Dios es el médico que da la salud, y la medicina que para esto aplica es la tribulación. ¡Oh, que remedio tan eficaz son las tribulaciones para curarnos las llagas y heridas que nos abrieron los pecados! Por esta razón reprende el Santo a los pecadores que se quejan a Dios cuando los atribula: Unde plangis? quod pateris medicina est, non paena. ¿Por qué te quejas? La tribulación que sufres, es una medicina, no un castigo. (S. Aug. in Ps. 55). Job llama dichoso al que es visitado por el Señor con tribulaciones, porque los sana con la misma mano con que los hiere: Beatus homo, qui corripitur à Deo, quia ipse vulnerat et medetur, percutit et manus ejus sanabunt. (Job 5. 18.) Por esto se gloriaba San Pablo de verse atribulado: Gloriamur in tribulationibus. (Rom. 5.5.)

3. El quinto efecto es, que las tribulaciones hacen que nos acordemos de Dios, y nos precisan a recurrir a su misericordia, viendo que solamente él es el que puede aliviárnoslas, ayudándonos a sufrirlas: In tribulatione sua mane consurgent ad me. (Oseas 6. 1) Por eso dice el Señor hablando a los atribulados: Venite ad me omnes qui laboratis et onerati estis, et ego reficiam vos. (Math. 11.28). Y por esto se hace llamar: Adjutor in tribulationibus; el ayudador en las tribulaciones, como dice David. El mismo añade: Cum occideret eos, querebant eum, et revertebantur adeum. (Ps. 77.54). Cuando castigaba a los hebreos, entregándolos a sus enemigos, le buscaban y se volvian hacia él.

4. El sexto es, que nos hacen contraer grandes méritos ante Dios, dándonos ocasión de ejercitar las virtudes que más ama, como son la humildad , la paciencia, y la conformidad con la voluntad divina. El venerable Juan de Ávila decía, que vale más en la adversidad un bendito sea Dios  que mil acciones de gracias en la prosperidad. San Ambrosio (in Luc. cap. 4.) dice: Tolle martyrum certamina, lulisti coronam. Despoja a los mártires de sus tribulaciones, y los despojarás de la corona del martirio. ¡Que tesoro de méritos consigue el cristiano sufriendo con paciencia los desprecios, la pobreza, y las enfermedades! Los desprecios que se reciben de los hombres son los verdaderos deseos de los santos que anhelan ser despreciados por el amor de Jesucristo, para hacerse semejantes a él.

5. Además ¡cuanto ganamos sufriendo las incomodidades de la pobreza! Tú eres mi Dios, y todas mis cosas, decía san Francisco de Asis: y diciendo de este modo se creía más que todos los grandes de la tierra. Demasiado cierto es lo que decía Santa Teresa: Cuanto menos tengamos en este mundo, más gozaremos en el otro. Dichoso el que puede decir: Jesús mio, tú solo me bastas. Si te crees infeliz porque eres pobre, dice san Juan Crisóstomo, realmente eres infeliz y digno de compasión; no porque eres pobre, sino porque siéndolo, no abrazas tu pobreza y te tienes por desgraciado: Sane dignus es lacrymis ob hoc, quod miserum te existimas, non ideo quod pauper es. (S. Joan. Chrysost. Serm. 2. Epist. ad Philip).

6. También es alcanzar de antemano una gran parte de la corona que nos está preparada en el cielo, sufrir con paciencia los dolores y las enfermedades. Si se queja un enfermo de que por estar así no puede hacer nada, se equivoca; porque lo puede hacer todo, ofreciendo a Dios con paz y resignación cuanto padezca en su enfermedad. El Crisóstomo escribe que la cruz de Jesucristo es la llave del paraíso: Crux Christi clavis est paradisi. (Homil. in Luc. de Virg.)

7. San Francisco de Sales decía , que la ciencia de los santos es, sufrir constantemente por Jesucristo para llegar presto a ser bienaventurados. Con los sufrimientos prueba Dios a sus siervos para ver si los halla dignos de sus favores: Deus tentavit eos, et invenit illos dignos se. (Sap. 3. 5). El Apóstol dice que Dios castiga a quien ama, y envía tribulaciones a sus predilectos: Quem enim diligit Deus castigat; flagellat autem omnem filium quem recipit. (Hebr. 12.6.) Por este motivo Jesucristo dijo un dia a Santa Teresa: Sepas, que las almas que más ama mi Padre, son aquellas que padecen mayores tribulaciones. Por esto decia Job: Si hemos recibido bienes de mano del Señor ¿por qué no hemos de recibir males? Si bona suscipimus de manu Dei, mala quare non suscipiamus? (Job 2. 10.) Justo es que el que recibió con alegría la vida, la salud, las riquezas temporales, reciba también las tribulaciones que nos son mas útiles y provechosas, que la prosperidad. San Gregorio dice, que así como crece la llama, si el viento la agita, así se perfecciona el alma fortificada con la tribulación.

8. Las tribulaciones más temibles para una alma buena, son las tentaciones con que el demonio nos incita a ofender a Dios: pero el que las resiste y las sufre, acudiendo a Dios, adquiere con ellas gran tesoro de méritos: Fidelis autem Deus est, qui non patietur vos tentari supra id quod potestis: sed faciet etiam cum tentatione proventum, ut possitis sustinere. (1. Cor. 10.15). Por esto permite el Señor que nos molesten las tentaciones, para que, resistiéndolas, merezcamos más. Dichosos los que lloran, dice el Señor, porque ellos serán consolados: Beati qui lugent, quoniam ipsi consolabuntur. (Math. 5. 5).

9. Es necesario pues, dice San Juan Crisóstomo, sufrir las tribulaciones con resignación, porque así ganarémos mucho: empero de otro modo, no disminuirémos nuestros males, sino que los aumentarémos. Si no sufrimos con paciencia la tribulación, no mejoraremos nuestra situación, y será mayor el peligro. No hay remedio; si queremos salvarnos, es preciso entrar en el reino de Dios por medio de muchas tribulaciones: Per multas tribulationes oportet introire in regnum Dei. (Actor. 14.21). Un siervo de Dios decía, que el paraiso es el lugar de los pobres, de los humildes y de los afligidos. Tales han sido los mártires y los santos. Por esto dice San Pablo: Patientia enim vobis necessaria est, ut voluntatem Dei facientes, reportetis repromissionem. (Heb. 10.36). Hablando San Cipriano de las tribulaciones de los santos, dice: Quid haec ad Dei servos, quos paradisus invitat? (Epist. ad Demetr.) ¡Que cosa tan grande es para los santos sufrir las aflicciones de esta vida, cuando en recompensa les están prometidos los bienes eternos del paraiso!

10. En suma, las tribulaciones que Dios nos envía, no vienen para nuestro daño, sino para nuestro provecho: Flagella Domini, quibus quasi servi corripimur, ad emendationem et non ad perditionem nostram evenisse credamus. (Judith 8.27). Cuando se ve un pecador atribulado en esta vida, señal es de que Dios quiere tener misericordia de él en la otra. Al contrario, es desgraciado aquel que no es castigado por Dios en este mundo: porque es señal de que el Señor está desdeñoso con él, y le tiene reservado para el eterno castigo.

11. El profeta Jeremías pregunta a Dios: Quare via impiorum prosperatur? (Jerem. 12. 1). Señor , ¿porqué son felices los impíos en este mundo? Y el mismo Jeremías se responde diciendo: Congrega eos quasi gregern ad victimam, et sanctifica eos in die occisionis. (Ib. v. 3). Así como el día del sacrificio vienen reunidas las bestias destinadas a la muerte, así los impíos son destinados a la muerte eterna, como víctimas de la ira divina.

12. Cuando nos veamos, pues, cercados de las tribulaciones que Dios nos envía , digamos con el santo Job: Peccavi, et vere deliqui, et ut eram dignus, non recepi. (Job 33. 27). Señor, mis pecados merecían un castigo mucho más grande que el que me habéis enviado. Así debemos orar a Dios con San Agustin: Hic ure, hic seca, hic non parcas, ut in ceternum parcas. Señor, quema, despedaza , y no perdones en este mundo para que me perdones en el otro, que es eterno. Demasiado grande es el castigo de aquel pecador de quien dice el Señor: Misereamur impio, et non discet justitiam. (Is. 26. 10). Dejemos de castigar al impío mientras vive sobre la tierra; así seguirá viviendo en el pecado y será castigado eternamente. Por lo que dice San Bernardo, considerando este pasaje: Señor, no quiero esta misericordia, porque es el castigo más terrible que hay: Misericordiam hanc nolo, super omnem iram miseratio ista. (S. Bern. Serm. 42. in Cant.)

13. Por consiguiente, el que se ve afligido por Dios en esta vida, tiene una señal segura de que es amado por él: Et quia acceptus eras Deo, dice el Angel a Tobias, necesse fuit, ut tentatio probaret te. (Tob. 12. 13). Porque eras amado de Dios fué necesario que te hiciese sentir la tribulación. Por esto Santiago llama feliz al que sufre tribulaciones, porque recibirá la corona de la vida eterna, después que haya sido probado con la aflicción: Beatus vir qui suffert tentationem, quoniam cum probatus fuerit, accipiet coronam vitae. (Jac. 1,12).

14. El que quiere ser glorificado con los santos, debe padecer en esta vida, como padecieron los santos. Ninguno de ellos ha sido bien tratado ni querido del mundo, sino que todos fueron perseguidos. Por eso es demasiado cierto lo que escribió el mismo Apóstol: Omnes qui volunt pie vivere in Christo Jesu, persecutionem patientur. (2. Tim. 3. 12.) San Agustín dice que no ha comenzado todavia a ser cristiano el que no quiere la persecución (S. Aug. in Ps. 55.) Cuando estemos atribulados, debe servirnos de consuelo saber que entonces el Señor está cerca de nosotros y nos acompaña: Juxta est Dominus is qui tribulato sunt corde. (Ps. 55. 10.) Cum ipso sum in tribulatione. (Ps.90. 15.)

Punto 2
Como debemos portarnos en las tribulaciones.
15. El que se vea combatido de tribulaciones en este mundo, necesita ante todas cosas dar de mano al pecado, y procurar ponerse en gracia de Dios. De otro modo, todo lo que padezca estando en pecado , será perdido para él. San Pablo decia: Si tradidero corpus meum, ita ut ardeam, charitatem auten non habuero, nihil mihi prodest. (1. Cor. 15.5). Que quiere decir en sustancia: Si yo me entregare a mis enemigos y me hicieren sufrir los tormentos de los mártires, o me abrasaren en una hoguera; si no tengo caridad, de nada me aprovechará.

16. Al contrario, el que padece con Dios y por Dios con resignación, convierte todos sus padecimientos en consuelo y alegría: Tristitia vertetur in gaudium. (Joan. 16.20). Y por esto los Apóstoles después de haber sido injuriados y maltratados de los Judíos, partieron del concilio llenos de alegría, por haber sido creídos dignos de sufrir por el nombre de Cristo: Ibant gaudentes a conspectu concilii, quonian digni habiti sunt pro nomine Jesu contumeliam pati. (Act.5. 41). Así cuando Dios nos envía alguna tribulación es menester que digamos con Jesucristo: Calicem, quem dedit mihi Pater, non biban illum ? (Joan. 18,11). ¿No he de beber el cáliz que me dió mi Padre celestial? Porque además de que debemos recibir la tribulación como venida de la mano de Dios, ¿cual es el patrimonio del cristiano en este mundo sino los padecimientos y las persecuciones? Cristo murió en una cruz; los Apóstoles sufrieron martirios crueles; ¿y nos llamaremos nosotros sus imitadores, cuando ni sabemos sufrir las tribulaciones con paciencia y resignación?

17. Cuando nos veamos muy atribulados y no sepamos que hacernos, debemos volvernos a Dios, que es el único que puede consolarnos. El rey Josafat, hablando con el Señor, decia así: Cum ignoremus quid agere debeamus, hoc solum agemus residui, ut oculos nostros dirigamus ad te. (2. Paral. 20. 12). Cuando no sepamos que hacernos, nos contentaremos con levantar los ojos hacia tí. Esto hacia David cuando se veía atribulado: recurría a Dios, y Dios le consolaba: Ad Dominum cum tribularer clamavi, et exaudivit me. (Ps. 119,1). Debemos recurrir a él y suplicarle, sin dejar de hacerlo hasta que nos oiga. Conviene fijar los ojos en Dios y no apartarlos de él, y seguir suplicándole hasta que tenga compasión de nosotros. Conviene que tengamos gran confianza en el corazón de Jesucristo que está lleno de misericordia, y no hacer lo que hacen algunos, que se abaten, si no los oyen al punto que han comenzado á suplicar. Para estos tales se dijo lo que el Señor dijo a Pedro: Modicae e fidei, quare dubitasti? (Math. 14,3l). Hombre de poca fe ¿por qué desconfiaste? Cuando las gracias que deseamos obtener, son espirituales, y pueden contribuir al bien de nuestras almas, debemos estar seguros de que Dios nos oirá siempre que le supliquemos con tesón, y no perdamos la confianza. Es por consiguiente necesario, que en la tribulación no desconfiemos jamás de que la piedad divina nos ha de consolar: y debemos repetir con Job mientras dura nuestra aflicción: Etiam si occiderit me, in ipso sperabo. (Job 13. 15.) Aunque el Señor me quitáre la vida, esperaré en él.

18. Las almas que tienen poca fe, en vez de recurrir a Dios en el tiempo de la tribulación, recurren a los medios humanos, desdeñándose de acudir al Señor, y no pueden verse socorridas en sus necesidades: Nisi Dominus aedificaverit domum, in vanum laboraverunt, qui aedificant eam. (Ps. 126. 1.) Si el Señor no edificáre la casa, en vano la levantarán los arquitectos.

19. De esto se lamenta el Señor diciendo: Numquid Dominus non est in Sion?... Quare ergo me ad iracundiam concitaverunt in sculptilibus suis? (Jerem. 8,19). ¿Acaso no estoy yo en Sión para que recurran á mí? ¿Por qué, pues, los hombres me han irritado volviéndome la espalda , y prosternándose ante los ídolos que han inventado, y en quienes colocan toda su esperanza?

20. En otro lugar dice el Señor: Numquid solitudo factus sum Israeli, aut terra serotina? Quare ergo dixit populus meus: Reccessimus, non veniemus ultra ad te? (Jer. 2. 51,32.) ¿Por qué decís, hijos mios, que ya no queréis recurrir a mí? ¿Acaso me he convertido yo para vosotros en tierra estéril que no da fruto o lo da tarde, y por eso hace tanto tiempo que me habéis abandonado? Con estas palabras explica el gran deseo que tiene de que recurramos a él a buscar consuelo en las tribulaciones para podernos dispensar sus gracias. Y al mismo tiempo nos hace saber que cuando le suplicamos, no se hace mucho de rogar, sino que está presto a socorrernos y consolarnos.

21. No duerme el Señor, dice David , cuando nosotros recurrimos a su bondad , y le pedimos algunas gracias útiles a nuestras almas: porque entonces nos oye cuidadoso de nuestro bien: Non dormitabit neque dormiet, qui custodit Israël. (Ps. 120.4.) Y San Bernardo dice , que cuando le pedimos gracias temporales, o nos dará lo que le pedimos, u otra cosa mejor: Aut dabit quod petimus, aut utilius. O nos concederá la gracia pedida siempre que nos sea provechosa para el alma, o alguna otra mas útil, por ejemplo la de acomodarnos con resignación a su santísima voluntad, y a sufrir con paciencia aquella tribulación, que nos aumenta los méritos para conseguir la vida eterna.

(Aquí se hace un propósito de penitencia y de conformidad, en las tribulaciones, con la voluntad de Dios y una súplica a Jesús y María para que nos ayuden en ellas)"

Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, 1847 - [Negrillas son nuestras.]

De la Confianza en Dios



"Punto Primero.- Considera que todos, por decirlo así, seríamos todopoderosos, si nuestra confianza en Dios fuera viva, constante y perfecta. Fáltanos lo que habernos menester, solo porque nos falta la fe. Son desatendidas nuestras peticiones, y nuestras oraciones son ineficaces, porque es poca o ninguna nuestra confianza en Dios. Los sabios del mundo cuentan con su prudencia; los ricos con su oro; los jóvenes con su edad; los robustos con su salud; pareciéndoles que estos son firmes y sólidos fundamentos. Tiénese toda la confianza en el favor de los grandes, en la autoridad de los protectores, en el número de los amigos  de suerte, que parece estamos persuadidos a que para nada hemos menester a Dios, con quien apenas se cuenta. Cada día experimentamos la insuficiencia y la infidelidad de las criaturas, sin que por eso se disminuya la confianza que colocamos en ellas. No por eso nos desengañamos, ni dejamos de volver a apoyarnos en aquellas mismas cañas que tantas veces se doblaron, y tantas se hicieron pedazos en nuestras manos. ¿De dónde nacerá que confiemos tan poco en aquel Señor, cuyo poder es inmenso, infinito, y cuya fidelidad tenemos tan experimentada? ¿De dónde nacerá que estando como naturalmente sembrada esta virtud en nuestros corazones, como se nota aun en los mas impíos, los cuales en los peligros grandes, en los accidentes repentinos levantan las manos al cielo, imploran la protección de Dios con cierto indeliberado movimiento; de dónde nacerá que no obstante este natural instinto nos cuesta tanto trabajo el colocar en el Criador toda nuestra confianza? Como esto es absolutamente ajeno de toda razón, no es posible señalar alguna de ello. Lo único que se puede decir es, que jamás hemos considerado las muchas que tenemos para hacer todo lo contrario; que es mucha nuestra falta de fe, y mayor la del amor a nuestro Dios; y que nuestra conciencia nos está continuamente reprendiendo nuestra tibieza, nuestra ingratitud y nuestra infidelidad. No cesamos de desagradar a Dios, de desobedecer su voluntad, de menospreciar su ley y sus preceptos; esto es lo que debilita y lo que enteramente apaga nuestra confianza en el Señor. Desconfiados de su bondad acudimos a cualquiera otro; y si, después de haber experimentado la insuficiencia o la infidelidad de las criaturas, recurrimos al Criador, lo hacemos por fuerza o por desesperación, y aun entonces con duda y con desconfianza,¡A vista de esto nos admiramos, y aun nos quejamos de que el Señor no nos oiga! Antes bien seria una especie de milagro si viéndonos en esta disposición nos alargara su benéfica mano.

Punto Segundo. Considera que verdaderamente es muy extraña la contradicción que se observa entre nuestra fe y nuestra conducta. Todos estamos convencidos de que Dios es el autor y el origen de todos los bienes, y que a sola su bondad debemos todos los dones que recibimos y todos los que esperamos recibir; pues ¿En qué consiste nuestra falta de confianza? Parece que no es posible inspirárnosla mayor, cuando solamente nos pide esta misma confianza para obligarse a asistirnos en todas nuestras necesidades. Credite quia accipietis: creed que recibiréis lo que me pidiéreis, y estad seguros de que sin otra diligencia lo recibiréis. Empéñanos Dios su palabra; esta es la mayor fianza de todo lo que nos promete; ella sola ciertamente debiera bastar para hacer inmoble nuestra confianza; después de esta seguridad parecía inútil por parte de Dios cualquiera otra precaución. Con todo eso, como la obligación del juramento se reputa entre los hombres por mayor y más sagrada que todas las demás, quiso el Señor añadir esta obligación a su palabra, para que estuviésemos más ciertos, dice san Pablo, de la inmutable firmeza de sus promesas. ¿Serán ya menester otras pruebas? ¿serán menester motivos más poderosos, razones más fuertes para despertar nuestra esperanza, para asegurar nuestra confianza, y para resucitar nuestra fe? ¿No es gran dicha nuestra que por acomodarse Dios a nuestra flaqueza se digne jurar por nuestro amor? ¿Pudiera darnos mayor prueba de la sinceridad con que desea concedernos todo lo que nos promete? O nos beatos, dice Tertuliano, quorum causa Deus juranti credimus! ¿Cuál, pues, debe ser la firmeza de una confianza asegurada sobre tantas obligaciones? ¿Qué tranquilidad y qué calma no deben producir en nuestros corazones unas esperanzas tan bien fundadas? ¿Cómo es posible que haya todavía accidentes que nos espanten, pérdidas que nos desesperen, revoluciones que nos asusten, teniendo a un Dios que nos ofrece y nos asegura su protección y su asistencia? Con todo eso, es mucha verdad que la desconfianza y el temor reinan casi universalmente en los corazones.

Estoy, Dios mio, tan persuadido a que veláis sobre los que confían en Vos, y a que nada puede faltar a quien espera en Vos todas las cosas, que estoy resuelto a dejar desde aquí adelante en manos de vuestra providencia todas mis inquietudes y todos mis cuidados. Podrán los hombres despojarme de los bienes y de la honra; podrán las enfermedades debilitarme las fuerzas; podré yo mismo ser tan infeliz que pierda vuestra gracia por el pecado; pero jamás perderé la esperanza, conservaréla hasta el último momento de mi vida; en vano procurarán arrancármela los mayores esfuerzos de todos los demonios del infierno: In te, Domine, speravi, non confundar in aeternum".

Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Jean Croisset, S.J., Día 7, Tomo: Agosto - [Negrillas son nuestras.] 

Condiciones de la Oración



En el sermón XXXIX demostraré la necesidad que tenemos de orar, y que la oración es un medio eficacísimo para obtener todas las gracias que puedan ayudarnos a conseguir la salvación eterna. San Cipriano escribe, que la oración es omnipotente, y siendo una, todo lo alcanza: Omnipotens est oratio, et una cum sit, omnia potest. Dijo antes el Eclesiático: que ninguno ha invocado jamás la ayuda de Dios que no haya sido escuchado: Quis invocavit eum, et despexit illum ? (Eccl. 2,12.) Y en efecto, no puede dejar de suceder; porque el Señor prometió oír a quien le invoca, cuando dijo: Pedid y recibireis: Petite et accipietis. Pero esto se entiende cuando nosotros le pedimos como se le debe pedir. Muchos piden, pero no alcanzan lo que suplican, porque no piden como deben pedir: Petitis et non accipitis, eo quod mate petatis. (Jac, 4,3.) Para obtener lo que deseamos debemos pedir
Con humildad. Punto I.
Con confianza. Punto II.
Con perseverancia. Punto III.

PUNTO I.
Se debe pedir con humildad.

1. Santiago dice, que Dios no escucha las súplicas de los soberbios: Deus superbis resistit, humilibus autern dat gratiam. (Jac. 4. 6.) Dios no puede sufrir a los soberbios , y por eso se resiste a escuchar sus súplicas y no las oye. Tengan presente esto aquellos hombres soberbios que confían en sus propias fuerzas, y se creen mejores que los otros; y sepan que sus oraciones no serán oídas del Señor.

2. Al contrario , el Señor oye las súplicas de los humildes: Oratio humiliantis se, nubes penetrabit, et non discedet, donec Altissimus aspiciat. (Eccl. 35,21.) Y David escribió, que Dios atiende a la oración de los humildes: Respexit Deus in orationem humilium. (Psal. 101,18.) La oración de aquel que se humilla, sube al cielo, y no vuelve sin que Dios la oiga y la atienda. Humilias te, Deus venit ad te, dice S. Agustín: exaltas te, Deus fugit a te. Cuando nos humillamos, Dios mismo viene a abrazarnos espontáneamente; pero si nos ensoberbecemos y engreímos de nuestra misma sabiduría y de nuestras acciones, Dios nos abandona a nosotros mismos y se aparta de nosotros.

3. Dios no sabe despreciar, ni aun a los pecadores que han sido los más disolutos, cuando se arrepienten de corazón de sus pecados, y se humillan delante de Dios, confesando que son indignos de sus gracias: Cor contritum et humiliatum, Deus non despicies. (Psal. 50, 19.) Pasemos a tratar del punto segundo, sobre el cual tenemos mucho que decir.

PUNTO II.
Se debe pedir con confianza.

4. El Eclesiastés (2. 11.) dice: Nullus speravit in Domino, et confusus est: que ninguno que haya confiado en el Señor, ha sido confundido. ¡O como alientan a los pecadores estas palabras! Por muchas iniquidades que haya cometido, jamás ha habido uno que haya puesto su confianza en Dios que el Señor haya abandonado. El que le ruega con confianza, obtiene todo cuanto le pide: Omnia quaecumque orantes petitis, credite quia accipietis, et evenient vobis. (Marc. 11,24.). Cuando las gracias que pedimos son espirituales y útiles al alma, estemos seguros de que las alcanzaremos. Por esto el Señor nos enseñó, que cuando le pidamos alguna gracia, le llamemos con el nombre de Padre; Pater noster: para que recurramos a él con aquella confianza con que suele recurrir un hijo a un padre que le ama.

5. Si atendemos pues a la promesa que nos ha hecho Jesucristo de oír a quien le ruega, ¿quién puede rezelar, dice S. Agustín, que falte a su promesa la misma verdad? Quis falli metuet, dum promittit veritas? ¿Es por ventura Dios, dice la Escritura, semejante a los hombres, que prometen y no cumplen, o porque mienten al prometer, o porque mudan de parecer después de haber prometido? Non est Deus quasi homo, ut mentiatur, nec ut filius hominis ut mutetur; dixit ergo, et non faciet? (Num. 23,19.) Nuestro Dios no puede mentir, porque es la misma verdad; no puede mudarse, porque es la justicia, la rectitud y sabe las consecuencias de cuanto dispone. ¿Cómo pues ha de dejar de cumplir lo que nos prometió?

6. Por lo mismo que desea tanto nuestro bien, nos exhorta y excita a que le pidamos las gracias que necesitamos. Por eso nos dice por S. Mateo (7. 7.): Pedid y se os dará; buscad y hallareis; llamad y se os abrirá: Petite et dabitur vobis: quaerite et invenietis: pulsate et aperietur vobis. ¿Y como nos había de exhortar a que le pidamos gracias, dice S. Agustín, si no tuviese voluntad de dárnoslas? Non nos hortaretur, ut peteremus, nisi dare vellet. (De Verb. Dom. serm. 5.) Y debemos estar tanto más confiados en que nos dará lo que le pedimos, en cuanto él mismo so obligó a oír nuestras súplicas: Prometiendo debitorrem se fecit. (S. Aug. ibid. serm. 2.)

7. Pero dirá alguno: Yo tengo poca confianza en Dios porque soy pecador: le he sido muy ingrato, y conozco que no merezco ser oído. Pero Sto. Tomás le dice, que nuestras súplicas no se apoyan en nuestros méritos, sino en la divina misericordia: Oratio in impetrando non innititur nostris meritis, sed soli divinae misericordiae (S. Thom. 2 , 2. qu. 178. o. 2, ad 1.) Siempre que le pedimos cosas útiles a nuestra eterna salvación y le suplicamos con confianza, Dios nos escucha. He dicho cosas útiles a la salvación, porque si fuesen cosas nocivas a nuestras almas, el Señor no nos oye ni puede oírnos. Por ejemplo, si alguno quisiese vengar una injuria, o llevar a cabo una ofensa de Dios y le pidiese su auxilio con este fin, seguramente el Señor no le oiría, porque en tal caso, dice San Juan Crisóstomo, es una ofensa de Dios la misma súplica; y nunca debemos pedir a Dios cosas malas o injustas: Qui orat et peccat, non rogat Deum, sed eludit. (S. Joan. Chrys. Hom. 11. in Matth. 6.)

8. Del mismo modo, si imploráis el auxilio divino y queréis que el Señor os ayude, es preciso que vosotros no pongáis ningún impedimento que os haga indignos de ser oídos. Por ejemplo, si pidiereis a Dios que os dé fuerzas para no reincidir en el pecado y no quisieseis evitar las ocasiones de pecar, ni absteneros de ir a aquella casa, ni alejaros de aquel objeto, o de aquella mala compañía, Dios no os escuchará; porque ponéis un impedimento para que Dios oiga vuestra súplica: Opposuisti nubem tibi ne transeat oratio. (Thren. 3,44.) Si después pecais, no debéis quejaros de Dios, diciendo: He suplicado al Señor para que me diera fuerzas para no recaer en el pecado, pero no me ha oído. Porque esto seria no ver que vosotros pusisteis impedimento, no quitando la ocasión, inutilizando de este modo vuestra súplica y haciendo que Dios no la oyera.

9. Es preciso también advertir, que la promesa que hizo Jesucristo de oir al que le suplica, no se entiende respecto de las gracias temporales que le pedimos, como ganar un pleito, tener una buena cosecha, librarnos de alguna enfermedad o persecución; porque aunque Dios concede también estas gracias cuando se las pedimos, esto solamente lo concede cuando es útil a nuestra salud espiritual, pues de otro modo nos lo niega porque nos ama, viendo que tales gracias serían desgracias para nosotros y dañarían a nuestra alma. Dice S. Agustín (tom. 3. cap. 212.) que lo que es útil al enfermo lo conoce mejor el médico, que el enfermo mismo : Quid infirmo sit utile, magis novit medicus, quam aegrotus. Añade, que Dios niega a algunos por misericordia, lo que concede a otros por castigo: Deus negat propitius, quae concedit iratus. Por esto S. Juan Damasceno dice, que cuando no conseguimos las gracias que pedimos, debemos alegrarnos porque es mejor para nosotros que tales gracias nos sean negadas, que concedidas: Etiam si non accipiat, non accipiendo accepisti, interdum enim non accipere, quam accipere satius est. (S. Joan. Damasc. Paral. lib. 3, cap. 15.) Sucede en efecto que muchas veces pedimos el veneno que nos ha de matar. ¡Cuantos por ejemplo se hubiesen salvado, si hubieran muerto durante el estado de aquella enfermedad o pobreza que sufrían! Pero porque recobraron la salud, o porque consiguieron grandes honores y dignidades, se aumentó su soberbia, se olvidaron de Dios y se condenaron. Por este motivo nos exhorta San Juan Crisóstomo a dejar a la voluntad de Dios que nos conceda lo que le pedimos, si es que nos conviene: Orantes in ejus potestate ponamus, ut nos illud, petentes exaudiat, quod ipse nobis expedire cognoscit. (Hom. 15, in Matth.) Debemos por tanto pedir a Dios las gracias temporales siempre con la condición de que sean útiles a nuestra alma.

10. Al contrario , las gracias espirituales, como son el perdón de los pecados, la perseverancia en la virtud, el amor de Dios, debemos pedirlas absolutamente y sin condición, con firme esperanza de obtenerlas: Si vos cum sitis mali, nostis bona data dare filiis vestris, quanto magis Pater vester de caelo dabit spiritum bonum petentibus se? Dice Jesucristo por S. Lucas (11.13.) que si los hombres, siendo malos, saben lo que deben conceder a sus hijos que no les sea perjudicial, mucho mejor sabrá el Padre celestial dar la virtud, el arrepentimiento de las culpas, el divino amor, la conformidad con la divina voluntad a los que le piden estas cosas. ¿Y como podrá Dios, dice S. Bernardo, negar a los que le piden las gracias convenientes a su salvación, cuando él mismo nos exhorta a todos a que le pidamos? Quando Deus negabit, petentibus, qui etiam non petentes hortatur ut petant. (S. Bern. serm. 2, de S. Andr.)

11. Cuando al Señor se le pide, no atiende a si es justo o pecador el que le suplica; porque él mismo dijo generalmente respecto de todos: Omnis enim, qui petit, accipit. (Luc. 11,10.) El autor de la Obra imperfecta interpreta estas palabras y dice: Omnis, quiere decir todo hombre, sea justo o pecador. (Hom. 18.) Y Jesucristo para animarnos a pedir con gran confianza estas gracias espirituales, nos dijo: En verdad os digo, que mi Padre os concederá cuanto le pidiereis en mi nombre: Amen, amen dico vobis , si quid petieritis Patrem in nomine meo, dabit vobis. (Joan. 16, 23.) Como si dijera: Pecadores, si vosotros no merecéis obtener las gracias, yo tengo grandes méritos ante mi Padre; pedid en mi nombre, es decir por mis méritos, y os prometo, que obtendréis cuanto pidáis.

PUNTO III.
Se debe pedir con perseverancia.

12. Sobre todo debemos pedir con grande perseverancia hasta la muerte, sin cansarnos jamás de hacerlo. Esto nos dan a entender aquellos textos de la santa Escritura: Oportet semper orare. (Luc. 18, 1.) Vigilate itaque semper orantes. (Luc. 21, 36.) Sine intermissione orate. (1. Thess. 5, 17.) Conviene que oréis siempre. Velad siempre orando. Orad sin interrupción. Por esto el Eclesiástico nos amonesta diciendo: Non impediaris orare semper. (Eccl. 18, 22.) Que no solamente debemos orar continuamente, sino también procurar siempre quitar los impedimentos que nos estorban la oración; porque dejando de orar, nos privaremos de los auxilios divinos, y quedaremos vencidos por las tentaciones. La perseverancia en la gracia de Dios, es un don absolutamente gratuito que no podemos merecer nosotros, como declaró el Concilio de Trento (sess. 6. cap. 13.); pero S. Agustín dice: que este don puede merecerse suplicando, o por medio de la oración: Hoc Dei donum suppliciter emereri potest, idest supplicando impetrare. (S. Aug. de Donopersev. cap. 6.) Y por esto dice el cardenal Belarmino, que la gracia de la perseverancia debe pedirse todos los dias, para obtenerla todos los dias: Quotidie petenda est, ut quotidie obtineatur. De otro modo, caeremos en pecado el dia que dejemos de pedirla al Señor.

13. Si queremos pues perseverar y salvarnos, porque sin la perseverancia ninguno se salva, debemos pedir continuamente. Nuestra perseverancia hasta la muerte, no solamente depende de un auxilio, sino de muchos, los cuales esperamos alcanzar de Dios durante toda nuestra vida, para conservarnos en su santa gracia. Pues a esta cadena de los auxilios divinos, debe corresponder la cadena de nuestras súplicas, sin la cual el Señor no suele dispensar las gracias. Y si nosotros rompemos la cadena de las súplicas , y dejamos de pedir, el Señor interrumpirá también la cadena de los auxilios, y perderemos la perseverancia. Dice S. Lucas (cap. 11,5.): Si un amigo va a vuestra casa de noche, y os dice: Prestadme tres panes, porque han llegado a mi casa muchos huéspedes, y no tengo que darles a comer: seguramente le responderéis: Ahora estoy en la cama, la puerta, está cerrada, no puedo levantarme. Pero si él insiste en llamar a la puerta y no quiere irse; al fin, ya que no por su amistad, al menos porque no os importune más, os levantareis y le daréis los tres panes que necesita: Etsi non dabit Mi surgens, eo quod amicus ejus sit, propter improbitalem tamen ejus surget, et dabit illi quotquot habet necessarios. (Luc. 11,8.) Pues si al amigo le dais los panes para que no os moleste, ¿cuanto mejor, dice S. Agustín, nos dará Dios lo que le pedimos con instancia cuando nos exhorta a que le pidamos, y se disgusta si no le pedimos?

14. Los hombres se incomodan cuando se les importuna pidiéndoles alguna cosa; pero Dios nos exhorta a que le pidamos repetidamente y no se incomoda, antes se complace de ver que le pedimos incesantemente. Escribe Cornelio a Lapide (in Luc. 11.) que el Señor quiere que perseveremos, pidiéndole hasta serle importunos: Vult nos esse perseverantes in oratione, usque ad importunitatem. Y antes que él dijo S. Jerónimo, que esta importunidad con Dios es oportuna , porque él mismo nos dijo por S. Lucas (11,9.): Pedid y recibiréis; buscad y hallaréis; llamad y seos abrirá. Bastaba que nos hubiese dicho, petite, pedid; pero quiso añadir, quaerite, pulsate; buscad , llamad: porque con esto quiso darnos a entender lo que debemos hacer siempre al pedirle alguna gracia, es decir, lo mismo que hacen los pobres mendicantes cuando piden limosna; que aunque se les despida no dejan por eso de pedir y de insistir hasta que se les da.

13. Si queremos pues que Dios nos conceda la perseverancia , debemos pedírsela hasta serle importunos: al levantarnos por la mañana, cuando oramos, cuando oímos misa, cuando visitamos el Santísimo Sacramento, cuando nos vamos a dormir, y especialmente cuando nos induce el demonio a cometer algún pecado; de modo que debemos estar siempre con la boca abierta, suplicando y diciéndole : Señor, ayudadme, asistidme, iluminadme, dadme fuerza, no me abandonéis. Y esta importunidad con que le suplicamos, no le incomoda, como dice Tertuliano : Haec vis grata Deo, sino que le es muy agradable, y le mueve a concedernos cuanto le suplicamos. Y por lo mismo que se complace mucho de ver honrada a su divina Madre, quiere, como dice S. Bernardo , que recibamos por intercesión de ella todas las gracias que nos dispensa. Por eso dice el mismo Santo: Quaeramus gratiam, et per Mariam quaeramus; quia Mater est, et frustrari non potest: Pidámosle la gracia por medio de María; porque es su madre y no puede negarle cosa alguna. (S. Bern. de Aquocd.) Ea, pues, amados oyentes míos, si queréis que Dios os conceda la perseverancia en la virtud, y la gracia divina que necesitáis para salvaros, pedidla con confianza a Dios incesantemente cuando os levantáis, cuando coméis, cuando os acostáis, de noche, de dia, y especialmente cuando os veáis tentados por el enemigo de vuestras almas; y poned por mediadora a la Virgen María su purísima Madre, que es el cariño de su Hijo, el consuelo de los pecadores, el auxilio de los afligidos y la fuente de toda gracia."


Fuente: "Sermones abreviados para todas las dominicas del año", San Alfonso María de Ligorio, Tomo I, 1847 - [Negrillas son nuestras.]

Nuestra salud eterna está en la oración



"La oración no solo es útil, sino necesaria para nuestra salvación; así es que Dios, que quiere que nos salvemos todos, nos la impone como un precepto: Pedid y os será concedido (Mt 7,7). Uno de los errores de Wiclef, condenado por el concilio de Constanza, era decir, que la oración es de consejo y no de precepto para nosotros. Pero san Lucas dice : Hemos de orar; y adviértase que no dice, es provechoso, ni conveniente, sino hemos de orar. De donde se sigue que los doctores enseñan con verdad, que comete falta grave el que descuida el corazón en darse a Dios, al menos una vez al mes, y en todas las ocasiones en que lucha con alguna tentación violenta.

La razón de esta necesidad de encomendarnos a Dios a menudo, nace de nuestra insuficiencia para hacer ninguna buena obra, y formar por nosotros mismos ningún buen pensamiento. Esta convicción hacia decir a San Felipe Neri que no confiaba en sí mismo. Dios, dice San Agustín, no desea otra cosa sino derramar sus gracias; pero no las concede sino a los que las piden. Y añade el santo Doctor particularmente, que la gracia de la perseverancia no se franquea mas que al que la busca.

Ya que el demonio no cesa de dar vueltas a nuestro alrededor para devorarnos, debemos buscar continuamente nuestra defensa en la oración, como dice Santo Tomás. Jesucristo es el primero que lo ha enseñado así: Conviene orar de continuo y no desfallecer (Lc 18,1). De lo contrario, ¿como podríamos nosotros resistir a las continuas tentaciones que experimentamos de parte del mundo y del infierno? Es un error de Jansenio, condenado por la Iglesia, asegurar que hay preceptos que nos es imposible observar, y que nos falta a veces la gracia que debe hacérnoslos posibles. Dios es fiel, dice San Pablo, y no permite que las asechanzas de la tentación sean mayores que nuestras fuerzas (1 Co 10,13). Pero quiere que acudamos a él cuando nos asalta la tentación y le pidamos el auxilio necesario para resistirla. Nosotros no podríamos observar la ley sin la gracia, Dios nos ha dado la ley para que busquemos la gracia, y nos concede después la gracia para que cumplamos la ley. Esto precisamente inculca el concilio de Trento, cuando dice: Dios no ordena lo imposible; pero cuando ordena algo, nos advierte que hagamos cuanto esté de nuestra parte, y que pidamos lo que no podemos, y nos ayudará para que podamos.

El Señor, pues, se halla enteramente dispuesto a prestarnos su auxilio para que no sucumbamos en la tentación; pero no concede estos auxilios sino a los que acuden a implorarlos para no sucumbir, particularmente contra los estímulos de la carne. Así dice el Sabio: Y como llegué a entender que de otra manera no podría ser continente, si Dios no me lo otorgaba, acudí al Señor y se lo pedí con fervor (Sb 8,21). Ello es que nosotros no tenemos la fuerza suficiente para domar los apetitos carnales, a no ser que nos lo otorgue Dios, esto es: a no ser que Dios venga en nuestro auxilio; pero Dios no vendrá, sino después que le roguemos. Y nuestros ruegos nos alcanzarán fuerza bastante para resistir a todo el infierno por la virtud de este Dios que nos sostiene, como dice san Pablo (Flp 4,13).

Es también importante para obtener la gracia del Señor el recurrir a la intercesión de los santos, que pueden mucho con Dios, mayormente cuando ruegan por sus más fieles devotos. No es este un acto de devoción arbitraria, sino un deber, como lo ha dicho expresamente santo Tomás. Según este Santo el orden de la ley exige que recibamos los socorros necesarios para salvarnos mediante
la intercesión de los Santos.

Todavía se obtienen más fácilmente por la mediación de la santa Virgen María, cuyos ruegos valen mas que todos los de los santos reunidos, con tanto mayor motivo, dice San Bernardo, cuanto por la gracia de María es como logramos acceso hasta Jesucristo nuestro maestro y Salvador.  Pienso, pues, haber probado suficientemente en mi obra sobre las Glorias de María, Cap. 5, 1 y 2, así como en mi escrito sobre la oración, Cap. 1. este parecer de San Bernardo, sostenido por muchos teólogos, tales como el Padre Alejandro y el Padre Contenson, que todas las gracias que recibimos de Dios las obtenemos por la mediación de María. San Bernardo añade : Busquemos la gracia, y busquémosla por medio de María, porque el que busca encuentra, y no puede salir frustrado su ruego. San Pedro Damiano, San Buenaventura, San Bernardino de Sena, San Antonino son igualmente de este parecer.

Roguemos, pues, y roguemos con confianza dice el Apóstol (Hb 4,16). Jesús, sentado ahora en el trono de la gracia para consolar a todos los que recurren a él, ha dicho: Pedid, y os será dado. En el día del juicio estará también sentado en un trono, pero este trono será el de la Justicia. ¡Que insensato es aquel que pudiendo librarse de su miseria, recurriendo a Jesús que le ofrece su gracia, espera el día del juicio en que Jesús será su juez y no usará ya de misericordia! Nos dice ahora que nos concederá todo cuanto le pidamos (Mc 11,24) ¿Qué mas pudiera uno decir a un amigo para probarle su afecto? Pídeme cuanto quieras, yo te lo daré.

Santiago añade : Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría, demándela a Dios, que la da a todos copiosamente, y no zahiere : y le será concedida (St 1,5). La sabiduría de que se trata aquí es la sabiduría de la salvación: para alcanzar esta sabiduría, es preciso pedir al Señor las gracias necesarias a la salud espiritual. ¿Y nos las concederá el Señor? Sí, nos las concederá y nos concederá con profusión mas de las que le habremos pedido. Téngase presente que se ha dicho, que no zahiere a nadie. Si el pecador se arrepiente de sus culpas, pida a Dios su salud. Dios no hará como los hombres, que afean a un ingrato su ingratitud, le zahieren por ella, y le niegan lo que les pide; sino que le concederá sin demora todo lo que le habrá pedido y mucho más. Si pues queremos salvarnos, es menester que hasta la muerte no cese la oración en nuestros labios y que digamos: ¡Dios mio, socorredme! ¡Misericordia, Jesús! ¡Misericordia, oh Virgen María! Si abandonamos la oración, nuestra perdición es segura. Roguemos, pues; roguemos también cada día por las santas almas del purgatorio: estas santas prisioneras son muy agradecidas a las oraciones que por ellas se hacen. Cada vez que oremos pidamos al Señor su gracia por los méritos de Jesucristo, porque el Señor ha dicho que nos concedería todo cuanto le pediríamos en su nombre (Jn 16,23).

¡Dios mio! ved ahí la gracia, que os pido en el día de hoy, por los méritos de vuestro divino Hijo; haced que durante toda mi vida, y sobre todo en mis tentaciones, recorra a vos y espere que me ayudareis por el amor de Jesús y de María. Virgen Santa! alcanzadme esta gracia de que depende mi salud".

Fuente: " Reflexiones piadosas sobre diferentes puntos espirituales dispuestas para las almas que desean crecer en el Amor Divino". (San Alfonso Maria de Ligorio) - [Negrillas son nuestras.]

Todo pasa en el mundo



"I. Lo que pasa para no volver, debe estimarse como nada. Cien años son, pues, bien poca cosa, puesto que se deslizan en cada instante y pasan; son menos que un momento en comparación del porvenir.

Imaginaos, por una parte, una vida austera y penitente, una larga enfermedad, una desgracia atroz, todo ello dentro de algún tiempo, se habrá pasado en tal forma como si nunca hubiese sucedido; lo que únicamente permanece es la esperanza de una recompensa inmortal. He aquí lo que consuela a un, cristiano en las tribulaciones de esta vida.

Imaginaos, por otra parte, grandes riqueza acompañadas de todos los placeres del mundo; un día llegará en que podrá con verdad decirse, que todo eso ya no existe; lo que quedará, sera el pesar de abandonarlo todo en un momento, y el temor de un eterno castigo: he aquí lo que aflige y abate a un mundano.

¿Qué ha quedado del poder de Alejandro, de las riquezas de Creso, de la belleza de Cleopatra? Fueron admirados durante su vida, se habla de ellos todavía después de su muerte, pero ellos entretanto son bien desgraciados. Son alabados donde no están, dice San Agustín, y atormentados donde están. El tiempo de la salvación ha pasado para ellos, aun no ha pasado para vosotros, pero pasará muy pronto.

Cien años ha, no existías; antes cien años pasen ya no existiréis; el tiempo de la salvación habrá desaparecido; vuestro cuerpo habrá ya sido reducido a polvo, y habrá sido ya juzgada vuestra alma.

¿Es posible que esta reflexión no os haga abrir los ojos, y despegar vuestro corazón de los bienes y placeres de la vida, que habéis de abandonar, dentro de pocos días por mas esfuerzos que hagáis para conservarlos?

Decía un gran rey a su muerte: “Todo pasó para mí.¡Ah! Cuanto mas ventajoso me seria haber sido un pobre aldeano temeroso de Dios, que haber sido un poderoso monarca” ¡Qué ciegos somos en dejarnos engañar por cosas en que no hay sino apariencia! Nada hay en la tierra que merezca nuestros afanes, porque nada hay en ella de durable. Todo lo que el tiempo puede arrebatarnos, dice San Eucario, es mezquino y no es digno de nosotros. Colmad a un hombre de todo lo que su corazón puede apetecer y desde el punto que sabe que pronto habrá pasado todo para él, dejará de ser dichoso.

Este pensamiento: “Todo pasa, es una especie de hiel que debería quitarnos el gusto de las cosas terrenales. ¿Cuánto durará esta fortuna, este honor, esta belleza?” ¡Oh! A cuantas personas ha santificado esta reflexión, convenciéndolas aun en la flor de su edad de la vanidad de lo que el mundo tiene de mas pomposo y mas florido! “No me habléis, decía un piadoso Cardenal al morir, no me habléis, de las grandezas humanas. Yo me contemplaría harto mas feliz, habiendo sido el último en un claustro, que viéndome revestido de la púrpura”.

Las mayores aflicciones tienen principio frecuentemente en la abundancia de bienes y entre los mas grandes placeres, y son estas aflicciones tanto mas sensibles, cuanto que estos bienes y estos placeres desaparecen cuando menos lo pensamos. ¿No vale mucho mas despreciarlo ahora con mérito, que perderlo un día con dolor y sin fruto?

II. Suponiendo que los placeres de la vida, fuesen sólidos, siempre sería una locura anhelarlos, pues esparcen las tinieblas en nuestro entendimiento y nos hacen olvidar la otra vida, por la cual solamente debemos trabajar. En efecto, si la felicidad y las .alegrías del cielo son imperecederas ¿porque no aficionaros a lo que os las puede proporcionar? Un hombre que deba viajar por el mar por espacio de un año, ¿no sería un insensato, si para vivir ese tiempo, hiciese provisión de alimentos que se corrompiesen en un día? Y vosotros que viajáis para la eternidad ¿no sois aun mas ciegos si en vez de adquirir un caudal de méritos para ser allí felices, no pensáis en otra cosa que en procuraros placeres y bienes caducos que dentro de pocos días os serán inútiles?

Ese apego a los bienes de la tierra es, seguir opinión de los mismos paganos, indicio de un espíritu mezquino y de una alma limitada en sus sentimientos. Todo lo que podéis esperar poseer acá en la tierra, debe perecer dentro de poco: y cuando todo perezca ¿qué será de vosotros? Amad, pues, y buscad lo que puede poseerse sin temor de perderlo, que es el cielo y Dios solo. En lo demás no se experimenta mas que inconstancia o desgracia; muchas veces la tarde llena de tristeza a los que la mañana había colmado de alegría, es decir, que una vida que comienza y pasa entre placeres y abundancia concluye con el pesar".

Fuente: "Pensamientos sobre las verdades más importantes de la Religión y sobre los principales deberes del Cristianismo. (Pierre-Hubert Humbert) - [Negrillas son nuestras.]