La Fe Cristiana: P Jean Croisset
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De la necesidad de prepararse para la muerte


"Punto Primero.- Considera que la necesidad de prepararse para hacer una muerte santa es indispensable; ninguna cosa hay que sea de tanta consecuencia como la muerte; ninguna que sea tan difícil como una buena muerte, sobre todo para quien no se ha preparado a ella durante su vida. ¿Hay alguna cosa que sea tan irreparable como una muerte desgraciada? y ¿hay sin embargo alguna para que menos se preparen que para hacer una buena muerte?

Si se muriese dos veces, seria menor la imprudencia en arriesgarse a morir mal una vez; podríamos reparar la falta, quedaríamos todavía en estado al mismo tiempo de hacer penitencia de una mala vida y de una mala muerte. Pero no se muere mas de una vez, y la eternidad bienaventurada o desgraciada depende absolutamente de esta muerte.

Cuanto más hayamos trabajado para el cielo, cuanto más santa haya sido nuestra vida, más interés tenemos en acabarla santamente, para no perder el fruto de nuestros trabajos. Es verdad que una buena muerte es ordinariamente el fruto de una vida santa; pero no es menos cierto que una muerte en pecado aniquila todos los méritos de la vida más santa, y que todos los méritos de la vida más santa no pueden respondernos de una buena muerte. Y no obstante esto, ¿pensamos mucho en la muerte? ¿nos preparamos mucho para esta muerte? y al ver nuestra indolencia sobre este artículo, no se diría que no hay cosa más fácil ni más ordinaria que el hacer una santa muerte?

Si no se necesitase para morir bien más que recibir los últimos Sacramentos, besar el Crucifijo, derramar aun algunas lágrimas, nuestra imprudencia seria tal vez menos intolerable; no es siempre difícil hallar un confesor celoso y hábil que nos asista en aquel último peligro; pero ¡cuántos que no han carecido de ninguno de estos auxilios han muerto en el pecado! Morir sobre la ceniza y bajo del cilicio, morir rodeado de sacerdotes y de santos religiosos, es hacer una muerte edificante, pero no es precisamente en esto en lo que consiste una muerte santa. Hacer una buena muerte es morir después de haber borrado todos los desarreglos de su vida; es morir en estado de gracia; es morir lleno de una fe viva, de una esperanza firme, de una caridad ardiente; es morir lleno de horror a todo lo que el mundo ama; es morir con un amor de Dios que sobrepuje a todo otro amor; y ¿es todo esto tan fácil a quien tan poco ha amado a Dios durante su vida? ¿a quien ha pasado toda su vida sin pensar en morir bien?

¡Cosa extraña! Debe uno presentarse en un teatro o en un púlpito, debe uno dar alguna prueba de su habilidad y de su ciencia, y se pasan los meses, se emplean los años enteros en prepararse para ello, aun cuando la cosa sea de tan poca consecuencia; y ¿qué tiempo, buen Dios, se emplea mientras nos dura la vida para prepararse a la muerte, siendo así que esta preparación pide todo el tiempo de la vida?

Punto Segundo. - Considera que nunca podrá uno prepararse demasiado para hacer bien lo que no puede hacerse más de una vez, cuando de esta sola vez depende nuestro destino eterno.

Si fuese tan poco difícil el hacer una buena muerte después de haberse preparado tan poco para morir bien, los Santos hubieran hecho mal en haber hecho tantas diligencias y en haber empleado en esta preparación toda su vida. ¿Para qué tanto ayunar, tanto orar y derramar tantas lágrimas? ¿para qué privarse de todo comercio con el mundo para tener la ventaja de hacer una muerte santa, si sin todas estas precauciones, sin ningín preparativo se puede morir santamente?

Aquel joven que en lo mas florido de sus días renuncia a todo lo que mas le lisonjea y va a sepultarse en el claustro, ¿qué es lo que pretende sino disponerse a hacer una muerte santa? ¿Nos atreveríamos a negarle la alabanza, a no admirar su sabiduría y su resolución? Y qué, mientras que nuestros hermanos, que nuestras hermanas, que nuestros amigos pasan sus días en el retiro y en los rigores de la penitencia para prepararse a una muerte santa, para obtener la gracia final; ¡nosotros en medio del tumulto del mundo y de sus placeres, en un olvido eterno de esta muerte, en una ignorancia crasa de la preparación para la muerte, esperamos tranquilamente una muerte cristiana, esperamos estar preparados a la muerte y morir bien!

¿Hay alguna cosa a que el Hijo de Dios, que preveía nuestra negligencia, nos haya exhortado tanto como a esta preparación? Velad, nos dice ( Mt. XXV), porque no sabéis a qué hora debe venir vuestro Señor. “Estad prontos”, dice en otra parte, y “velad en toda hora; porque en aquella que menos pensaréis, vendrá el Hijo del hombre”. Por lo demás lo que os digo a vosotros, añade el divino Salvador, lo digo a todos. (Mc. XIII). Es preciso estar prontos a abrir en el momento que llame el Señor. (Mt. XXV).

Nadie hay que no convenga fácilmente en que hay necesidad de preparación para morir bien; por esto se teme tanto una muerte repentina; pero al fin, ¿qué es lo que produce este temor, y a que preparación nos ha obligado hasta el presente? Sin embargo, yo puedo morir dentro de pocas horas. Tan poco seguro estoy de que viviré mañana, como de que viviré diez años. Si estuviese hoy en el último día de mi vida, ¿estaría preparado para morir en este día? si muriese esta tarde, ¿estaría preparado para ello? ¿no tendría nada que temer? Me estremece este pensamiento; pero ¿quién me ha asegurado hasta aquí? Y si no comienzo desde este momento a prepararme, ¡que sentimiento! ¡que desesperación en aquella última hora!

No lo permitáis, Señor, y pues que me dais a lo menos esta hora, desde esta hora, Dios mío, voy a comenzar a prepararme para morir bien y a pediros todos los días la gracia para ello.


PROPÓSITOS. 1. No es extraño que tantos mueran mal, siendo tan pocos los que aprenden a morir bien. La buena muerte es una ciencia práctica que no se aprende sino durante la vida; es necesario estudiar mucho tiempo para hacerse hábil; un estudio precipitado no sirve muchas veces más que para hacer conocer mas cuánto se ignora. La mejor preparación para la muerte es una vida santa. Nuestra vida debe ser una continua preparación para la muerte. Cada día debe ser para vosotros una nueva lección y un nuevo ejercicio; preguntaos, pues, todas las noches qué progresos habéis hecho. Es una práctica de piedad muy útil el hacer uno todas sus acciones como si fuesen otras tantas preparaciones para la muerte. Misas, oraciones, limosnas, obligaciones de su estado, las diversiones mismas, todo nos puede servir para hacer una muerte santa, cuando todo se hace con este espíritu. Nos importa mucho saber el arte de morir bien; aun cuando seamos hábiles en todo lo demás, es como si nada supiésemos si ignoramos este arte.

2. Además de esta preparación general hay otras particulares que no se deben nunca descuidar. Primera, elegid un día todos los años, el cual consagraréis todo entero a este gran negocio. Os representaréis al despertar al soberano Juez que os dice estas terribles palabras: “Dame cuenta de lo que te he encargado”; y examinaréis en una meditación por lo menos de media hora, si vuestras cuentas están prontas. No salgáis del aposento sin que hayáis calculado y arreglado todo lo que os queda que hacer. No descuidéis nada, mucho menos excuséis nada; tenéis que haberlas con un Juez infinitamente ilustrado y que nada pasa , pero que se digna remitirse a vosotros mismos sobre todos los artículos. Haced una confesión que prevenga su juicio. Reglados los negocios de la conciencia, arreglad los de la familia. Qué imprudencia esperar a la última enfermedad para hacer la disposición de vuestros bienes. Haz tu testamento, dice san Agustín , mientras que tienes salud; mientras que sabes lo que haces; mientras que estás en ti y en libertad de disponer. Recibid la sagrada Comunión como si debiese ser la última de vuestra vida, y si puede ser, ejecutad vosotros mismos los legados piadosos. (...) Empleaos en lecturas propias del objeto de esta piadosa práctica, y no os ocupéis en todo este día más que en el negocio de vuestra salvación. No es mucho un día todos los años; el retiro de un día cada mes es también una práctica excelente para prepararse a la muerte. Cada semana debe tener el suyo, y no paséis día alguno sin hacer algún ejercicio piadoso, que sea una preparación mas marcada para morir bien. Tened algún libro que enseñe a prepararse para la muerte. "

Fuente: "Año cristiano, o, Ejercicios devotos para todos los domingos, días de Cuaresma y fiestas movibles", por P. Jean Croisset, Tomo II, Librería Religiosa, 1855 - [Negrillas son nuestras.] / Imagen: "San Francisco de Asís arrodillado en meditación", El Greco

De los falsos atractivos que usa el diablo para engañarnos



"Punto Primero. — Considera que el amor de los deleites, el amor de las honras y el amor de las riquezas son las tres grandes máquinas que dan impulso a las operaciones de los hombres, y ponen en movimiento todas las pasiones. Como el enemigo de la salvación conoce muy bien la violenta inclinación del corazón humano a estos tres objetos, no cesa de combatirle por estos tres flancos. El ejemplo solo de Salomón debiera bastar para nuestro desengaño. Este poderoso Rey no negó gusto alguno a sus sentidos; colmado de bienes, de honras, de aplausos y de deleites, se vio precisado a confesar, cuando estaba como anegado en un golfo de delicias, que todo cuanto había hallado en la tierra era vanidad y aflicción de espíritu; y todas las mayores brillanteces del mundo, engaño, trampantojos, apariencia e ilusión. Con efecto, ¿qué otras cosas se pueden encontrar en este destierro? Es cierto que el mundo promete siempre riquezas y grandes honores; pero ¿de cuándo acá fue el árbitro ni el distribuidor de esos bienes? Empeña en grandes gastos a los que siguen su partido; pero ¿qué fruto sacan de ellos? ¿cuál es su recompensa? ¿Acaso fueron nunca herencia de los mundanos la paz, el gusto ni la dulce tranquilidad de la vida? Promételes el mundo deleites; pero ¿no les emboca en vez de deleites amargas pesadumbres? ¿Brindales jamás con algún deleite que no se le de desleído en hiel? ¿disfrutase alguno tras el cual no venga el arrepentimiento y el dolor? Promete el mundo grandes honras; pero ¿acaso es dueño de ellas? Y ¿podrá uno prometerse sincera veneración donde todo está lleno de envidiosos, de malignos y de concurrentes?

Que no se debe dilatar ni un solo día la conversión



"Punto Primero. — Considera que por arreglado que uno sea en su conducta siempre tiene que reformar; faltánle muchas virtudes que adquirir; réstale mucha penitencia que hacer. No hay persona que no tenga necesidad de convertirse; tampoco la hay que durante el tiempo de su vida no tenga alguna vez el pensamiento de convertirse a Dios con toda el alma; y menos que no quiera morir después de perfectamente convertida. De aquí nacen aquellas proyectos de conversión para en adelante, aquel plan de vida cristiana que se suele formar en medio de los mayores desórdenes. Espero, dice un hombre del mundo cuya conciencia está poco tranquila, espero que Dios me hará la merced de que acabe los días de esta miserable vida en una soledad, en un convento, donde no piense en otra cosa que en mi salvación. Yo, dice otro curial, deseo ansiosamente que se acabe este pleito, poner en orden mis dependencias, y retirarme de este tropel de negocios y de ocupaciones, que no me dejan lugar para dedicarme ni un solo instante al importante negocio de la salvación. Solo deseo dar estado a mis hijos, qué se acabe el tiempo de este empleo, de este negro cargo para irme a enterrar vivo en un desierto, y pensar únicamente en disponerme para morir. Estos son los trampantojos con que se procuran acallar aquellos crueles remordimientos, aquellos saludables sobresaltos que excita Dios en el alma de los mayores pecadores. No hay cosa que más sosiegue ni que mas falsamente tranquilice una conciencia justamente sobresaltada, que estos proyectos de conversión a cual mas frívolos y más vanos.

Sobre la devoción del Santo Rosario



"Punto Primero. Considera que la devoción del Rosario se instituyó singularmente para reconocer la dignidad de Madre de Dios, y la clase superior a todas las criaturas que ocupa la santísima Virgen, por aquellas mismas palabras coa que se anunció la primera vez la divina maternidad, y con que fue saludada por el Ángel como llena de gracia. Acordámosla en el Rosario este singularísimo favor, esta eminente prerrogativa, y la damos los parabienes por ella. Redúcese en él toda nuestra oración a dar un solemne testimonia de nuestra fe, de la parte que nos toca en su elevación y en su dicha, y de la confianza que tenemos en su poderosa bondad. Hacemos pública profesión de reconocer con toda la Iglesia a la santísima Virgen por verdadera Madre de Dios, y en virtud de este augusto título por soberana Señora de todo el universo, Reina de los Ángeles y de los hombres, Mediadora entre los hombres y Jesucristo, nuestro supremo Mediador entre nosotros y su eterno Padre, refugio seguro de todos los pecadores, asilo inviolable de todos los infelices, consuelo de todos los afligidos, madre de los predestinados, madre de misericordia y de gracia. Si en una misma oración repetimos tantas veces una profesión tan solemne, es, o Virgen santa, para manifestaros nuestro gozo por todas vuestras eminentes y singulares prerrogativas, y por todas vuestras grandezas. Consideremos ahora cuánto valdrá delante de los ojos de Dios una oración de tanto interés, y tan grata a la santísima Virgen. Comprendamos la excelencia del santo Rosario la importancia y las grandes utilidades de esta incomparable devoción. Ella encierra en sí todo to que puede ceder en mayor honra de la Madre de Dios, y en mayor provecho de los fieles. No hay cofradía más santa, más religiosa, más importante para la salvación que la cofradía del Rosario. Por eso no debe causar admiración que tantos hombres grandes, tantos grandes Santos hayan sido tan celosos en promover esta devoción; que la hayan predicado, publicado y aplaudido como seguro medio para conseguir de Dios, por intercesión de la santísima Virgen, las mayores gracias y los mas señalados favores. Por medio de esta devoción se desarma el infierno, se ponen en precipitada fuga los enemigos dela salvación, se burlan sus esfuerzos, y se descomponen lodos sus artificios. En virtud de todo esto reconoce la Iglesia, que debe a esta devoción la célebre victoria contra los turcos, y que con mucha razón se llama Nuestra Señora de la Victoria a Nuestra Señora del Rosario. Con estas armas se triunfa de toda la malignidad de los enemigos de la salvación, siendo el Rosario como el broquel que recibe todos sus golpes. ¡Infelices aquellos que desprecian un socorro tan poderoso, y una fuente de bienes tan copiosa!

Punto Segundo. Considera que mientras estamos en esta vida continuamente tenemos necesidad de la intercesión de la santísima Virgen. Hallándonos combatidos de mil tentaciones, cercados portadas partes de enemigos, caminando siempre por precipicios en medio de una noche tenebrosa, rodeados de lazos y en terreno tan resbaladizo, ¿qué modo habrá paca sufrir tantos asaltos, para evitar tantas emboscadas, para resistir a tan terribles enemigos que a las fuerzas añaden el artificio, y que en todo son tan superiores a nosotros? ¿Cómo podríamos escapar de tantos peligros sin el auxilio de tan poderosa protectora? Y siendo así, nunca sobrarán nuestras diligencias para reclamarte. Y ¿quién podrá dejar, sin un descuido culpable, de recurrir a este asilo, sobre todo en la hora de la muerte, en aquel tiempo mas crítico en que nuestros enemigos redoblan sus esfuerzos y sus estratagemas, y en aquel momento decisivo de nuestra eternidad? En aquella hora terrible en que todo lo debemos temer de nuestra flaqueza, y pasada la cual nada hay que esperar de la divina misericordia. ¡Ah, que en aquel abandono general de todas las criaturas, Vos sola, o Virgen Madre de Dios, seréis mi refugio, mi esperanza y mi único recurso! ¡Qué consuelo será para todos los que están alistados en esta santa cofradía el saber que en aquel momento crítico y decisivo de nuestra suerte, tantos millares de devotos de la santísima Virgen están implorando por nosotros su asistencia, reclaman tantas veces su protección, y solicitan con tanto fervor su misericordia! Ni solo en la hora de la muerte logran los cofrades del Rosario estos oficios de caridad, disfrútanlos también en todos los trabajos, aflicciones y adversidades de la vida. No es el menor de los privilegios y utilidades de esta santa cofradía la unión, comunión y participación de las oraciones y buenas obras de los cofrades. Es prodigioso el número de los fieles y devotos siervos de María que cumplen con tanta puntualidad como fervor con esta religiosa devoción, rezando todos los días el Rosario de la Virgen. Gran consuelo para los que están alistados en esta cofradía el tener parte en todas las oraciones de sus cofrades: saber que todos los días, todas las horas y todos los momentos está un gran número de fervorosos siervos de María suplicándola afectuosamente que nos asista ahora y en la hora de nuestra muerte: Nunc et in hora mortis nostrae. Aun cuando nosotros no merezcamos ser oídos, ¿cómo puede negarse aquella madre de misericordia a oír los clamores de tanta piadosa muchedumbre? Si diez justos eran bastantes para desarmar la ira de Dios tan justamente irritada contra cinco populosas ciudades, ¿por qué no podremos esperar que la santísima Virgen oiga las oraciones que tantas almas santas le ofrecen cada día por nosotros miserables pecadores? ¡O buen Dios, y cuánto perdemos en no alistarnos en tan provechosa cofradía!

Reconozco, Virgen santa, mi sequedad y mi culpable indolencia en no haberme dado priesa hasta ahora para entrar en un comercio tan ventajoso de oraciones y de buenas obras con todos aquellos que tan particularmente están dedicados a vuestro servicio; o si habiendo tenido la dicha de entrar en este santo comercio, he sido negligente en cumplir con tan justa obligación, pagándoos cada día el debido tributo de alabanza y de oraciones. No me neguéis, Señora, aquella protección que franqueáis a los que son fieles en vuestro servicio. A la verdad no me atrevo yo a honrarme con este título; pero deseoso de merecerle, no dejaré de oponerme a los mayores esfuerzos de mis enemigos, confiando siempre en vuestra benéfica bondad y maternal misericordia."

Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Jean Croisset, S.J., Día 7, Tomo: Octubre - [Negrillas son nuestras.]

De la ciencia de los Santos



"Punto Primero. — Considera que la verdadera ciencia consiste en hacerse santo; cualesquiera otra sabiduría o habilidad no merece el nombre de esta virtud. Todos esos hombres grandes, cuya memoria hace tanto ruido en el mundo, y cuyo nombre brilla tanto en la historia, si se condenaron fueron sabios de perspectiva. Celebre en buen hora el mundo sus ideas, sus pensamientos, y muchas veces sus aéreas locuciones; pero desengáñate, que la ciencia verdadera no es otra que la salvación.

¿No habla en este sentido el Sabio, cuando dice que el número de los necios es infinito, y que hay pocos que posean esta verdadera sabiduría? Toda nuestra prudencia, todo nuestro ingenio se reduce a apacentarnos de quimeras, y toda la vida se pasa en edificar sobre arena movediza, que al menor movimiento se reduce a nada lo fabricado.

¿Será sabiduría el trabajar para otros? Y un cuarto de hora después de la muerte ¿de qué servirán los bienes que se juntaron con tanta fatiga? ¿Será prudencia tener las lámparas encendidas sin advertir que se va acabando el aceite? Y ¿será tiempo de hacer la prevención, cuando se está de partida para la eternidad?

¿Será verdadera ciencia abandonar el único negocio para el cual estamos en este mundo, y solo afanarse cuando no se está para hacer nada? Y con todo eso esta es la conducta ordinaria de los que en el mundo pasan por hombres sabios. ¡Qué gran locura! pensar en todo, tomar justas medidas para todo, excepto para la salvación. El infierno está lleno de estos sabios de perspectiva. ¡ Ah Señor! ¿y no aumentaría yo el número de ellos, si Vos no me hubierais conservado la vida hasta hoy? Pero ¿qué no mereceré si desde luego me hago sabio verdaderamente?

Punto Segundo. — Considera que es mucha necedad no pensar más que en una fortuna imaginaria, que eternamente la hemos de mirar como tal; la que sabemos que nada tiene de permanente, nada de sólido, y apenas se deja ver cuando desaparece; al mismo tiempo que nada hacemos por una suerte eterna. ¡Cosa extraña! aquello que ha de ser materia eterna de nuestro dolor y de nuestro arrepentimiento, eso es lo que ocupa todo nuestro corazón, y ese es el objeto de todas nuestras atenciones.

Hay algunas almas insensibles y perezosas que nunca miran más que a una parte de la Ley, aunque no ignoran del todo la religión de Jesucristo. Siempre se sienten con algunos deseos de romper aquel lazo, de domar aquella pasión, de ser mas regulares y devotas; pero siempre pasan el tiempo ocupadas en vanos proyectos de conversión. Cuando venga el esposo y llame a la puerta, todos despiertan, así el fervoroso como el perezoso; pero dichoso aquel que tiene hecha con tiempo su prevención. Mas ¿será tiempo de hacerla cuando ya es preciso presentarse delante del Juez? Y ¿no es locura esperar ser prudente y ser sabio de repente, el que toda su vida dio pruebas de una insigne necedad? Los hijos del siglo son muy hábiles en proporcionar los medios para conseguir sus fines, aun cuando los que se proponen los conduzcan a su perdición. Y ¿será posible que solo en materia de la salvación eterna sean necios y estúpidos?

¡ Ah qué prudente fue san Froilán! cuando retirándose de los peligros del mundo, solo atendió el importantísimo negocio de su salvación, y persuadido delas eternas verdades de nuestra Religión, . juzgó que no debía tomar otro partido; en lo que sin duda fue sabio y prudente según Dios.

Señor, aunque estoy persuadido y convencido de lo que debo hacer, nada puedo sin vuestra divina gracia: yo os la pido, dulce Jesús mio, resuelto a dar principio desde luego al estudio de la verdadera sabiduría, que consiste en trabajar eficazmente en el negocio de mi eterna salvación.

Jaculatorias. — Dadme, Señor, aquella verdadera sabiduría que desciende de Vos; aquella que os hace perpetua compañía en vuestro trono. (Sap. IX).

Toda la sabiduría consiste en temer y servir a Dios. (Eccli. I)."

Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Jean Croisset, S.J., Día 5, Tomo: Octubre - [Negrillas son nuestras.]

De la devoción del santo Ángel de la guarda



"Punto primero.— Considera que después de la devoción a Jesucristo nuestro Salvador y nuestro Dios, y a la santísima Virgen nuestra buena Madre, nuestra devoción, nuestra veneración y nuestra confianza se debe dirigir al santo Ángel de nuestra guarda. Él es uno de aquellos espíritus bienaventurados que componen la corte del Altísimo; él es uno de los príncipes de la celestial Jerusalén, dispensador de la gracia del Todopoderoso, con quien tiene grande valimiento, particularmente cuando se interesa en la salvación de aquella persona que se fió a su cuidado, y de quien es Ángel tutelar. Desde el mismo instante de nuestro nacimiento nos confió Dios a esta celestial inteligencia, a este su favorecido, y a este espíritu bienaventurado. ¡Con qué respeto debemos estar en su presencia! ¡qué ternura, qué. agradecimiento le debemos profesar, siendo una guía, un fiel compañero, que ni por un solo momento se aparta de nuestro lado! ¡Con qué docilidad debemos obedecer sus inspiraciones, y escuchar sus secretos, sus saludables consejos! ¡Cuánta confianza debemos tener en él! La majestad de los Reyes imprime tanto respeto, que sola su presencia contiene a todos en su deber. El menor del reino de los cielos, dice el Salvador, es mayor que el mas grande de la tierra. El inferior de todos los Ángeles del cielo es superior a todos los monarcas de la tierra. ¿Con qué circunspección debemos estar a vista de él? ¡Ah, cuántos y cuántos quizá no pensaron nunca que estaban a la vista de su santo Ángel! Perpetuamente está junto a mí aquel espíritu tan noble y tan puro; testigo es de todas mis acciones: no doy un solo paso sin que él me siga; ¡y se pasarán semanas, meses, y acaso también años sin pensar siquiera que tengo a mi lado a mi santo Ángel! No hay descuido más impío; no hay olvido más torpe. Un amigo de este carácter, un protector de esta santidad, de esta excelencia; y yo sin hacer más caso de tan respetable compañía, que si jamás estuviera junto a mí. Mi Dios, ¡cuánto dolor nos causará algún día esta falta de respeto!

Punto Segundo.— Considera cuánto nos empeñan en un vivo y continuo reconocimiento los importantes servicios que sin cesar nos está haciendo el santo Ángel de nuestra guarda. ¡Qué cuidado tiene de nosotros! ¡qué buenos oficios no nos presta desde el mismo punto que nacemos! ¡De cuántos peligros nos defiende en la niñez! ¡de cuántos nos saca en la juventud! ¡Cuántos importantísimos obsequios le debemos en todo el curso de la vida! ¡y cuánto nos podrá ayudar en la hora de la muerte! Algún día sabremos lo que debemos a nuestro Ángel de guarda; pero ¡qué sentimiento, qué dolor no haber advertido lo obligados que le estábamos, sino cuando ya no podemos darle ni la menor señal de nuestro agradecimiento! ¡Cuánta será nuestra amargura cuando presentándonos ante el tribunal de Dios, al salir de esta miserable vida, veamos a nuestro lado aquel bienaventurado espíritu , aquel Ángel tutelar, que no nos abandonó ni un solo momento, cuyos saludables avisos despreciamos, a quien tantas veces contristamos con nuestros voluntarios descaminos, y cuya presencia nunca nos mereció el menor respeto! ¡Cuánto será el furor, cuánta la rabia, cuánta la desesperación de los infelices condenados cuando se vean precisados a separarse de sus santos Ángeles de guarda por toda la eternidad! Prevengamos a lo menos estos crueles, pero ya inútiles remordimientos, y reparemos la pasada ingratitud con un reconocimiento continuo. Pues, día y noche está con nosotros el Ángel de la guarda, no le perdamos de vista. Debemos profesar una puntual obediencia a todas sus órdenes, una perfecta docilidad a todos sus consejos, y una entera confianza en su protección. Si tuviéramos un amigo poderoso, despejado, fiel y celoso de nuestros intereses, ¿dejaríamos de recurrir a él en todos nuestros trabajos, ni de consultarle en nuestras dudas? Sus consejos serian leyes para nosotros, nos impondríamos una como obligación de venerarlos y de seguirlos, teniendo en eso particular complacencia. ¿Trataríamosle por ventura con menos confianza? Nuestro Ángel de guarda es ese fiel amigo, que posee ventajosamente todas esas prendas; pues de la misma manera nos debemos portar con él. Siempre que sentimos algún movimiento, que nos inclina al bien, o nos desvía del mal, es una inspiración que nos procura, es un buen consejo que nos da; ¡y nosotros le despreciamos, y le posponemos a las sugestiones del demonio, cuyo único fin es hacernos compañeros de sus tormentos, haciendo que lo seamos de su sediciosa rebelión! Estando encargado de nuestra conducta, solo respira deseos de nuestra salvación; solo está atento a que venzamos al enemigo de ella, y empeñado en que superemos los estorbos que nos salen al encuentro para conseguirla. ¡Con qué ardor, con qué confianza, con qué presteza debemos recurrir al Ángel de la guarda en todas las tentaciones, en todos los peligros, en todos los negocios importantes y dificultosos!

¡Mi Dios, qué dolor, qué confusión es la mía cuando considero el poco caso que he hecho hasta aquí de un protector tan poderoso, de un amigo tan fiel, y de un guía a quien debo infinitas obligaciones! ¡Cuántas veces le falté al respeto en su presencia! ¡qué ingrato fui a todos sus beneficios! ¡qué poco amor le he tenido! ¡y qué poca confianza me ha merecido su asistencia! Haced, Señor, que esta humilde confesión, junta a mi doloroso arrepentimiento, me consiga el perdón de mis faltas, que voy a reparar en lo restante de mí vida.


Jaculatorias.— Nunca me olvidaré, Señor, de cantar tus alabanzas en presencia del Ángel de mi guarda. (Psalm. CXXXVII).

Bendito sea el Señor, que se dignó darme un Ángel para que cuidase de mí. (Dan. III).

«O fidelísimo compañero y custodio mio, destinado por la Divina Providencia para mi guarda y tutela; protector y defensor mio, que nunca te apartas de mi lado, ¿qué gracias te daré yo por la fidelidad que te debo, por el amor que me profesas, y por los innumerables beneficios que cada instante estoy recibiendo de tí? Tú velas sobre mí cuando yo duermo, tú me consuelas cuando estoy triste, tú me alientas cuando estoy desmayado, tú apartas de mí los peligros presentes, me enseñas a precaver los futuros, me desvías de lo malo, me inclinas a lo bueno, me exhortas a penitencia cuando he caído, y me reconcilias con Dios. Mucho tiempo ha que estaría ardiendo en los infiernos si con tus ruegos no hubieras detenido la ira del Señor; suplícote que nunca me desampares. Consuélame en las cosas adversas, moderame en las prósperas, líbrame en los peligros, ayúdame en las tentaciones para no dejarme vencer de ellas jamás. Presenta ante los ojos de Dios mis oraciones, mis gemidos y todas las buenas obras que yo hiciere, consiguiéndome que desde esta vida sea trasladado en gracia a la vida eterna. Amén.»"

Fuente: "Año cristiano o ejercicios devotos para todos los días del año" por el P. Jean Croisset, S.J., Día 2, Tomo: Octubre - [Negrillas son nuestras.]